La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha (38 page)

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Authors: Andrew Butcher

Tags: #Ciencia ficción, Infantil y juvenil, Intriga

BOOK: La tierra heredada 1 - Tiempo de cosecha
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—Pero más vale prevenir que curar —dijo Antony.

—¿Ese es otro de los lemas de Harrington? —bromeó Travis. Antony conducía. Travis estaba sentado a su lado—. Debo confesar que estamos impresionados por lo que habéis conseguido organizar. ¿Verdad que sí, Tilo?

Tilo asintió desde el asiento trasero. Sin embargo, lo que no le despertaba tanta simpatía era el cañón del fusil, que no hacía más que inclinarse hacia su lado hasta hundírsele en las costillas, como si la estuvieran conduciendo encañonada y la fuesen a ejecutar de un momento a otro.

—Perdona —le dijo a su dueño—. ¿Puedes apuntar con eso en otra dirección, por favor? Me pone nerviosa.

—Quiero decir, si comparáis vuestros logros con los nuestros —continuó Travis—, que no hemos hecho más que dar vueltas por el campo…, por lo menos vosotros sabéis cuál es vuestro objetivo. Admito que estoy celoso, Antony.

—Yo en tu lugar no lo estaría —dijo Antony, esbozando una sonrisa desganada—. Hasta ahora, las cosas me han venido como servidas en una bandeja de plata. El colegio es el lugar ideal para formar una comunidad, eso es cierto, pero no tuve que dar con él. Como delegado, he heredado unos compañeros solícitos que respetan y aceptan mi autoridad sin cuestionarla. Pero respetarían y aceptarían a cualquier delegado. ¿Y si solo responden ante mi posición y no ante mí, personalmente?

—Estoy seguro de que es a ti a quien respetan, Antony. Es evidente que si actúan como actúan no es por costumbre.

—¿Tú crees? Eso espero. Es solo que me da la impresión de que aún no me he ganado los galones. No como tú y tu grupo, Travis: vosotros habéis hecho frente a situaciones peligrosas en más de una ocasión. Ya que lo has mencionado, yo también admito estar celoso. De ti.

Casualmente, los celos también estaban presentes en uno de los ocupantes del coche que iba tras ello. Simon interpretó que se le asignase el Renault como una especie de degradación de rango, una erosión de la posición que, imaginaba, mantenía con respecto a Travis. Travis le había prometido ser un amigo, su protector, pero no hacía más que pasarle por alto y volver su atención hacia los demás. Le ignoraba. No le importada que se centrase en Jessica y Mel: Travis conocía a las chicas desde hacía mucho tiempo, llevaban años siendo amigos… era normal que se sintiese más cercano a ellas. Pero por si el incorporar a Richie Coker al grupo no fuese lo bastante malo, ahora también estaba esa tal Tilo, quien, era evidente, sentía algo por Travis… y él le seguía el juego. Pero vale, en ese caso tampoco pasaba nada. Tilo era una chica. Era distinta a un amigo. Quizá Travis sintiese lo mismo por ella.

Pero no tenía ninguna excusa, en absoluto, para justificar su trato preferente hacia Antony Clive. Ahí estaba, sentado a su lado como si se conociesen de toda la vida, como amiguitos del alma o algo así, cuando acababan de conocerse. Aquello no le gustaba un pelo a Simon. Su lealtad hacia Travis no tenia igual… ¿por qué, entonces, no quería que le acompañarse en el mismo coche? Simon no Solía prestar atención a lo que decía Richie Coker (salvo el habitual ‹‹Dame el dinero de la comida o ya verás››), pero Simon creía que no le faltaba parte de razón cuando bromeó acerca de las ambiciones de Travis de convertirse en el asistente del delegado. ¿Y si Travis pasaba a formar parte de Harrington hasta el punto de olvidarse de sus primeros amigos, de sus amigos de verdad, y de las promesas que les hizo? Eso no sería aceptable. Simon pensó que lo mejor sería no quitarle el ojo de encima a Antony Clive.

Tras una curva a la izquierda, pasaron a recorrer una carretera cubierta de estiércol seco destartalados cobertizos y bajaron. El lugar estaba desierto.

—De aquí sacamos a las vacas —dijo Antony—. Íbamos a adentrarnos en el edificio, pero…

—Alguien había entrado antes que vosotros —terminó Travis en voz baja. Después, expresó su asombro son un silbido.

En mitad de la granja había un agujero de unos veinte metros de diámetro, como unas fauces abiertas de par en par. La sección del techo que se encontraba justo encima de aquella enorme cavidad estaba hundida, pero no había terminado de desmoronarse del todo. Las tejas habían caído hasta hacerse añicos contra el suelo, adornando los alrededores de las destrozadas secciones de ladrillo con pequeños fragmentos. A Travis le daba la impresión de que a aquella casa debía de haberle alcanzado un misil o algo así, como si una bala hubiese penetrado un cuerpo. Así lo expresó a los demás.

—Un símil de lo más apropiado —dijo Antony—. Ya lo verás.

El agujero de la parte trasera de la granja era igual que el de la sección frontal, salvo por la altura: la cavidad de salida era más baja, sugiriendo una trayectoria descendente desde arriba. Algo había caído a gran velocidad, atravesando la casa hasta hundirse en el patio trasero. De ahí el cráter, poco profundo y de bordes irregulares, el lecho de roca hecho añicos a consecuencia del impacto y las ventanas destrozadas de la parte trasera de la granja. Si bien en la entrada apenas había escombros, detrás había de sobra.

Y en el cráter, un cilindro.

—¿Pero qué demonios…? —exclamó Travis mientras lo observaba.

—Eso mismo dije yo —apuntó Antony—. Salvo por lo del improperio.

El cilindro era negro y metálico como la sonrisa del diablo. De hecho, su resplandeciente superficie color ébano parecía cambiar constantemente, fluctuando ajena a la luz que se proyectaba sobre ella, como si estuviese permanentemente cubierta por unas aguas oscuras. El objeto medía unos diez metros de largo por tres de diámetro y era redondeado en los extremos. Sorprendentemente, la colisión no parecía haberlo afectado en lo más mínimo: no tenía ni una abolladura ni un arañazo. Sin embargo, lo que más sorprendió a Travis fue el hecho de que se trataba claramente de un artefacto, un dispositivo. No era un meteorito. No era un fenómeno natural. Era artificial, hecho por el hombre. Pero ¿por quién? ¿Y por qué motivo?

—Esperaba que nos lo pudieseis decir vosotros —dijo Antony después de que Travis verbalizase la pregunta—. Esperaba que supieseis de qué se trataba, o cuál era su origen, por haberlo visto en las noticias o a través de cualquier otra fuente. Podía tratarse de una sonda lanzada por el gobierno sobre zonas afectadas por la enfermedad: desde luego, tiene un número de serie grabado, o algo parecido.

—¿Qué? —Travis estaba tan absorto por el cilindro que no se fijó en que el rostro de Tilo cada vez estaba más blanco.

—Baja y échale un vistazo, sin miedo. Es seguro… bueno, por lo que nosotros sabemos, claro. Ya lo verás si miras el lado que nos queda más cerca. Y ya que estás, tócalo.

Travis pasó por encima del borde del cráter y descendió hasta quedar al lado del cilindro. Para aminorar la bajada, estiró el brazo y tocó el objeto. El metal estaba tan frío como un iceberg, como el interior de un frigorífico, como el espacio exterior. Como la muerte. Retiró la mano a la vez que profería un grito involuntario.

—¿Travis? —preguntó Tilo, preocupada.

—No pasa nada. Es que está…

—¿Frío? —se adelantó Antony.

—Sí. Y mira que hace calor.

—La temperatura exterior no parece afectarlo. El cilindro lleva así de frío desde que lo encontramos hace unos días. Es demasiado pesado para moverlo, así que quizá sea totalmente macizo. Lo que está claro es que no tiene a la vista ningún mecanismo de activación o de apertura. Por otra parte, si no contiene nada, ¿para qué sirve? —Antony se encogió de hombros, abatido—. No tenemos ni idea de cuánto tiempo lleva aquí, pero estoy seguro de que cayó después de que empezase la enfermedad… De haber caído antes, lo hubiésemos oído.

—Ten cuidado, Travis —le dijo Tilo mientras el chico examinaba con más detenimiento la inmaculada y suave carcasa.

—No pasa nada. No pasa nada. —Encontró el número de serie del que le habló Antony horadado en el metal, aunque llamar ‹‹número›› a aquel grabado era mucho decir. Travis tenía ante sí una serie de símbolos, tan ininteligibles como un idioma extranjero. Un idioma extranjero—. Eh, ¿y si está escrito en chino, coreano, árabe o algo así? No sé, de un país al que no le caigamos bien. Hemos contemplado la posibilidad de que la enfermedad fuese parte de un ataque en Irán y en sitios así lo vi en las noticias.

—Si esos símbolos forman parte de un idioma —dijo Antony, arrodillándose en Harrington, lo cual reduce bastante las posibilidades. ¿Quizá se trate de un número de serie, de una especie de código científico?

—Es posible. ¿Simon? —Travis le animó a acercarse con un gesto—. Tú eres el coco. ¿Alguna idea?

—Bueno, ahora que lo dices… —Se puso colorado ante aquella oportunidad de demostrarle su valía a Travis—. Pues no…

—Creo que estará relacionado con el ojo que vi.

Todo el mundo se volvió hacia Tilo.

—¿El qué?

Ella esbozó una sonrisa forzada.

—Vi una cosa flotante parecida a un ojo en Willowstock. Los niños de mi asentimiento también lo vieron, antes que yo. —Vaciló—. Supongo que debería haberlo mencionado antes.

—Sí, supongo que sí —digo Travis, dejando entrever cierta decepción. Trepó hasta salir del cráter—. Así que ya que estás, háblanos de ello.

Tilo les contó a sus compañeros todo lo que sabía.

—Al principio no creí a los niños —concluyó—. Pero cuando lo vi con mis propios ojos, aunque fuese por un instante, pensé que lo había imaginado… que se trataba de una alucinación. No quería parecer tonta, o una especie de chalada… acababa de conocerte, Travis, a ti y al resto, así que no dije nada. Pero ahora… esto… Lo siento.

Antony supo ver, por su mirada, que su arrepentimiento era sincero.

—No pasa nada, Tilo. Lo entendemos. ¿Verdad que sí, Travis?

Travis hubiese visto la misma honestidad de haberla mirado a los ojos.

—Claro. Por lo menos nos lo has contado ahora. —Estaba seguro de que cualquiera de los compañeros del colegio Harrington de Antony le hubiesen informado de aquel encuentro inmediatamente. Le dolía que Tilo no confiase en él del mismo modo—. Aunque tampoco es que esa información nos sirva de mucho en este momento. Ahora en vez de un misterio tenemos dos.

—Lo siento, Travis. —Tilo intentó disculparse una vez más, pero Travis ya le había dado la espalda.

—Ya. Mira, no te preocupes. Deberíamos volver a Harrington, ¿no te parece, Antony?

Simon pensó, resentido, que tampoco es que Tilo tuviese mucho de lo que preocuparse. Al fin y al cabo, ella volvía en el mismo coche que Travis.

Puede que hubiesen discutido acerca del cilindro y el ojo a su regreso al colegio, valorando la posibilidad de que los dos dispositivos estuviesen conectados, pero los acontecimientos que estaban teniendo lugar en Harrington iban a cambiar sus prioridades.

Anthony fue el primero en verlo. Había una furgoneta blanca aparcada ante el colegio, como si el fontanero se hubiese pasado a comprobar las cañerías. La acompañaba un turismo Vauxhall (sin la típica familia en su interior) y un par de motos Harley Davidson. En torno a los vehículos, un corro de habitantes de Harrington armados. Leo Milton destacada entre ellos.

—Parece que hemos captado a unos cuantos reclutas más —dijo el delegado, animoso.

—Yo no apostaría por ello —apuntó Travis con preocupación. Mel y Richie formaban parte de un grupo que, a juzgar por sus gestos (ya que no podían oír las palabras exactas a aquella distancia), intercambiaba insultos con varios jóvenes vestidos de cuero. Travis reconoció a dos de ellos; una chica a la que vio por última vez tirada sobre la carretera y un matón con la cara cubierta de granos—. Ese es Rev.

Cuando se acercaron, los dos chicos vieron las banderas blancas que colgaban de las manillas de sus motos.

—¿A qué ha venido, Travis? —preguntó Tilo, inclinación hacia delante con nerviosismo.

—A deseamos buena suerte seguro que no. —Entrecerró sus ojos azules—. ¿No querías una prueba, Antony? De ahora en adelante, ten cuidado con lo que deseas.

—Parece que han venido en son de paz —observó Antony mientras detenía el vehículo justo detrás de los de Rev—. El código nos obliga a escuchar sus demandas.

Leo Milton había llegado hasta la puerta del coche antes de que sus ocupantes se hubiesen bajado.

—Me alegro de verte, Clive. Tenemos un asunto entre manos… han llegado unos visitantes.

—¿Y por qué no les habéis invitado a pasar? ¿Qué ha pasado con la tradicional hospitalidad de Harrington?

—Quizá prefieras escuchar antes lo que tienen que decir —sugirió Leo Milton.

Mel corrió hasta alcanzar a Travis y le abrazó. Sus ojos transmitían ansiedad.

—Trav.

—Lo sé. No te preocupes. Todo va a ir bien. —Devolvió la mirada al delegado de Harrington. Siempre y cuando Antony sepa lo que hace.

Los dos grupos se encontraron con los moteros bajo la sombra del castillo. Chaquetas de cuero y americanas.

—Chaval —dijo Rev, dedicándole a Travis una sonrisa que más bien parecía una mueca de desprecio—. Me alegro de volver a verte.

—Lamento no poder decir lo mismo.

—No pierdas el tiempo con él, Rev. —A la derecha del líder se encontraba la chica vestida de cuero.

—Tienes razón, nena. A quien llevamos esperando una hora es al delegado. ¿Qué clase de joven caballero eres?

—Me llamo Antony Clive. —Dio un paso al frente y les extendió la mano. No se la estrecharon—. Como delegado del colegio Harrington, es un placer conoceros.

Rev dejó escapar una risa burlona.

—Yo sí que lamento no poder decir lo mismo. Soy Rev. Ayer mataste a cinco de mis hombres.

—Que rebasaron los límites de una propiedad privada —dijo Antony, llanamente—. Iban armados y suponían una amenaza para nuestra comunidad.

—¿Crees que a alguien le importa todavía la propiedad privada, niño rico?

—Hay gente a la que dudo que le importe nada en absoluto —respondió Antony con sarcasmo—. Rev.

—Pues te equivocas. ¿No te parece…? —interrumpió súbitamente uno de los lacayos, que hasta entonces había pasado desapercibido entre la multitud. Se abrió paso a empujones hasta quedar al lado del líder. Después señaló a Tilo y se echó a reír maliciosamente—. ¿Tilo?

Tilo sintió que se le helaba la sangre.

—Fresno.

—¿Conoces a la pava, Fresno? —preguntó Rev con una sonrisa.

—Un poquito. Bueno, la verdad es que me la conozco entera. —Rev y el resto encontraron aquella observación muy divertida—. Podría decirse que estuvimos muy unidos. —Fresno abrazó el aire ante él y empujó con las caderas—. Así de juntos, más o menos.

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