—¿Qué es esto?
El hombre habló y la doctora tradujo.
—Dice que lo tenías en la mano.
El hombre volvió a hablar a la doctora, tocándose las enormes orejas y sonriendo a Zoe.
—Dice que siempre ha tenido buen oído. Sus amigos le toman el pelo por eso. Y dice que ha oído unos ligeros movimientos bajo la nieve. Unos ligeros arañazos. Entonces ha sabido que estabas ahí, y ha avisado a los demás. Y han ido todos.
—¿Y él qué ha…? —intentó preguntar Zoe.
—No confía en los métodos nuevos. Dice que incluso te ha dado coñac al encontrarte, pese a que ahora está prohibido.
—Recuerdo el sabor del coñac.
La doctora tradujo y el anciano movió las cejas. Habló animadamente. De pronto el hombre se puso serio y se volvió hacia la doctora.
—Ahora dice que no quiere mirarte mientras se disculpa por no haber encontrado al otro.
Aun así, el anciano se volvió y dirigió un gesto de asentimiento a Zoe.
—Por favor, dile que sí ha salvado a otro. Sí lo ha salvado.
La doctora explicó algo al anciano. Él se acercó a la cama y, tendiendo tiernamente su mano curtida, la apoyó en el vientre de ella a través de las sábanas de algodón. Dejó allí la mano por un momento y de nuevo Zoe percibió el fuerte tufo a tabaco.
—Está muy contento —dijo la doctora—. Es carpintero, el que hace los ataúdes en el pueblo, y dice que se alegra de haber intervenido en la vida y no en la muerte.
Zoe sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. El hombre le deseó suerte y se despidió.
Una vez más la doctora le ofreció algo para ayudarla a dormir. Zoe lo rechazó. Tenía mucho en qué pensar durante los días siguientes, y mucho que hacer. Se recostó con la mano apoyada en el vientre. Se preguntó si Jake habría hecho un trato en algún lugar oscuro, llegado a un acuerdo no para abandonarla ni mucho menos, sino para salvarla; y si algo así era posible.
Oyó un ligero roce en la ventana y, al alzar la vista, vio los enormes y delicados copos de seis puntas, como salidos de un libro infantil, impulsados por la brisa contra el cristal. Volvía a nevar.
Por su perdurable apoyo y amistad: Anne Williams, Pete Williams, Simon Spanton, Luigi Bonomi, Pete Coleborn, JulieAnne Hudson, Brig Eaton, Chris Fowler, Julie Flanders, Daniel Hanson, Julie Hanson, Helen y Tim Bennet. Vayan también mi gratitud y mis elogios a Lisa Rogers por su magnífica corrección. Por último, a la memoria de Robert Holdstock, una fuente de inspiración.
GRAHAM JOYCE, se licenció en Ciencias de la Educación y trabajó en algunas asociaciones para la juventud hasta 1988. Ese año se marchó de Inglaterra y se instaló en una isla griega para escribir su primera novela,
Dreamside
. En 1991 volvió a su país natal y actualmente se dedica a la escritura. Vive en Leicester con su esposa y dos hijos e imparte clases de escritura en la Universidad de Nottingham. En sus novelas, que le han hecho merecedor de cuatro British Fantasy Awards y un World Fantasy Award en 2003, suele combinar todo tipo de influencias y géneros. Ha escrito guiones de cine y también desarrolla historias para videojuegos como
Doom
.