Cuando la gravedad volvió, el silbido de alarma calló. Dev, mareado, luchó para desenredarse.
—¿Qué ocurre? —preguntó uno de sus vecinos—. No recuerdo una reorientación de emergencia desde Cattamascar.
Una inquietante voz familiar contestó.
—Hemos perdido un crucero. Casi todos los nuevos cazas teledirigidos han desaparecido. Hemos de desperdiciar humanos para proteger las naves restantes. Será preciso analizar la táctica de los recién llegados antes de proseguir. Este grupo es diferente. Tipos de nave diferentes, estilo de mando diferente.
¿Estilo de mando? ¿Tendría el nuevo grupo un comandante inmerso en la Fuerza? ¿Tal vez un… auténtico Jedi, que había completado el adiestramiento apenas iniciado por su madre?
Pero el Imperio había exterminado a los Jedi.
Sí, y el emperador había muerto. Un verdadero Jedi osaría salir a la luz.
Todo eran suposiciones. Dev saltó por fin de la hamaca. Frente a él, mirándole con sus líquidos ojos negros, se alzaba el gigantesco Ssi-ruu que llevaba a cabo sus consoladoras «renovadores»: Sh'tk'ith, el anciano al que llamaban respetuosamente Escama Azul. Escama Azul procedía de una raza ssi-ruuvi diferente a la de Firwirrung, de diminutas escamas azules brillantes, rostro más estrecho y cola más larga. La raza de Escama Azul destacaba en el planeta natal como Firwirrung destacaba en lo militar.
Debía contar a Escama Azul lo que había sentido…, pero eso significaría confesar su culpable costumbre secreta. Dev parpadeó, con la vista fija en la cubierta.
—Te saludo, anciano…
—¿Algo va mal? —preguntó Escama Azul.
Sus negras lenguas olfativas se agitaron y saborearon el aire. De todos los ssi-ruuk, era el más sensible a los sutiles cambios que experimentaba el olor de los humanos debido a la tensión.
—Esta enorme… tragedia —dijo con cautela Dev—. Tantos androides de combate perdidos. Esos pobres humanos… Su nueva vida, su nueva felicidad, cortadas tan de raíz. Deja que llore a mis…, a los otros humanos, Anciano. Qué triste habrá sido para ellos. Qué triste.
La audacia de su mentira provocó que tartamudeara.
Triples párpados se removieron. Escama Azul lanzó un graznido gutural, el equivalente ssi-ruuvi de un «hummm» pensativo. Escama Azul tabaleó con sus garras delanteras y contestó.
—Más tarde. Después de que hayas llorado sus muertes, ven a verme. Te renovaré para suscitar tu felicidad.
—Gracias, Anciano. —La voz de Dev se quebró mientras retrocedía—. He de limpiar el pasillo. El trabajo me dará tiempo para pensar.
Escama Azul movió una garra delantera a modo de despedida.
Dev huyó por la escotilla, con un sentimiento de culpa mayor que nunca. ¿Habría puesto en peligro a la fuerza de avanzada? No, desde luego. El almirante Ivpikkis triunfaría. El problema más urgente de Dev era borrar de su recuerdo aquel toque momentáneo, antes de que Escama Azul le llamara y convenciera de que confesase.
Las mamparas estaban manchadas de comida fría, y la cubierta de losas grises sembrada de vasos. Dev corrió hacia un armario de suministros. Limpiar era trabajo de p'w'ecks, pero se sentía responsable.
Nunca había logrado engañar a Escama Azul. ¿No era una traición ocultar pensamientos? Sus amos le habían salvado del hambre y la muerte. Les debía todo.
Sin embargo, nunca había tenido un motivo tan poderoso. Su mente había tocado un alma gemela. Aún no podía traicionarla.
Abrió el armario de suministros, cogió un aspirador y corrió hacia la mancha más cercana.
—
S
alvoconducto para Salís D'aar, la capital. Los controladores les darán instrucciones —terminó una voz obsequiosa procedente del espaciopuerto.
—Gracias.
Han cortó la comunicación y se reclinó en su silla.
Leia exhaló un suspiro.
—Bien. Ya podemos ponernos a trabajar.
Han arqueó una ceja. Tenía la impresión de que ya estaban trabajando.
Leia no se dio cuenta.
—Hemos de decidir lo que vamos a hacer.
Alisó una de las trenzas que rodeaban su cabeza.
—Exacto —contestó Han, contento al verla pensar con sensatez—. ¿Aprovechamos este salvoconducto y aterrizamos en Bakura, o no? Ahora, están en mejor forma. Sería un buen momento para coger nuestras tropas y largarnos.
Leia contempló la cubierta del
Halcón
.
—No me refería a eso, pero tienes razón". No ceso de preguntarme si seremos capaces de tratar directamente con imperiales.
Luke habló desde el
Frenesí
.
—¿Te encuentras mal, Leia?
La joven carraspeó y se inclinó hacia el tablero de control.
—Estoy nerviosa, Luke. Quizá estoy empezando a pensar como Han. Esta situación no acaba de convencerme. Estoy más nerviosa de lo normal.
Han desvió la vista hacia Chewie, que rugió por lo bajo. Sí, quizá Leia empezaba a adquirir cierto instinto de conservación. Daba la impresión de que los Skywalker habían nacido sin él.
—Todos estamos nerviosos —contestó Luke—. Aquí ocurre algo más de lo que parece, y quiero averiguarlo.
Han miró por la portilla del
Halcón
al
Frenesí
. Flotaba cerca del
Halcón
, con aspecto torpe y desmañado, en una órbita de aparcamiento exterior a la red de defensa imperial.
—¿Estás seguro, muchacho? —preguntó—. Sería un buen momento para volver a casa.
—Estoy seguro. Leia, tú diriges las negociaciones. ¿Quieres transbordar y realizar un aterrizaje digno en el
Frenesí
?
—Espera un momento. —Han enderezó la espalda—. No voy a aterrizar en otra cosa que no sea el
Halcón
. Quiero este trasto de cara al planeta, por si tenemos que largarnos con viento fresco otra vez.
—¿Otra vez? —preguntó Luke—. ¿Qué pasó?
—Después. —Leia tamborileó con los pulgares sobre los dedos enlazados—. ¿Qué impresión daremos, si aterrizamos en…? Bueno, ya sabes qué impresión causa la primera vez él a quien no lo conoce.
Muchísimas gracias, Alteza.
—A eso se le llama camuflaje.
Leia extendió las manos.
—Ésa será la primera impresión de nuestro grupo que recibirán los imperiales, Han. Les queremos como aliados. Piensa en el futuro.
—Primero, hemos de sobrevivir en el presente.
Luke carraspeó.
—El
Halcón
no cabrá en la bodega del
Frenesí
. Está llena.
Leia lanzó una mirada hacia el inmaculado panel de control, y luego a una mampara rota, y sujetada mediante cables sobrantes. La mirada fue larga y sombría.
—Muy bien, Luke —dijo por fin Leia—. Aterrizaremos en el
Halcón
, pero sólo si todo el mundo se viste de gala.
Han cerró un puño sobre la cadera.
—Bien, yo no…
—Excepto tú, capitán —replicó Leia con voz dulce, pero él distinguió un brillo malicioso en sus ojos—. Es tu trasto. Será mejor que lo cuides.
Un rato después, Leia contempló por la ventana las configuraciones de nubes que flotaban en un mundo asombrosamente azul. Chewie examinó los tableros, y después se levantó, satisfecho en apariencia, y se alejó por el pasillo.
Luke apareció con el cabello mojado y alborotado. Había escuchado con calma el relato de los acontecimientos vividos por Leia en el planeta Seis, y luego había dicho algo sobre fregar.
—¿Te sientes mejor? —preguntó ella.
—Puedes estar segura. —Luke se dejó caer en la silla del copiloto—. Vamos a ver si podemos hablar de nuevo con el comandante Thanas.
—Sigo diciendo que huele a trampa. —Han se deslizó en el asiento del piloto—. A lo mejor Thanas opina que se está portando con amabilidad, dejándonos entrar en esa red defensiva, pero si dividimos nuestras fuerzas, la mitad quedará enredada en algún ceremonial imperial, y sólo la otra mitad permanecerá alerta en su sitio.
Luke pulsó varias teclas de la consola.
—Sus naves van a necesitar turnos de reparación más largos que los nuestros. Las que vi habían sufrido graves daños.
—Y aún no sabemos qué traman esos alienígenas —dijo Leia. Miró de soslayo a Luke. Estaba dispuesta a jurar que sabía más de lo que decía—. Tengo un mal presentimiento.
—Nos estamos jugando el cuello, tanto como los bakuranos —añadió Han.
—Ésa era la idea —admitió Leia—. Demostrarles que les apoyamos, compartiendo el peligro que corren.
—¿Fuerzas de la Alianza? —rugió el comandante Thanas por el altavoz.
Leia se inclinó sobre el hombre de Luke. Su cabello, casi seco ya, captaba las tenues luces de la cabina como una aureola.
—Le oímos, comandante Thanas —respondió Luke.
—He autorizado a las naves de la Alianza a engrosar la red defensiva en las posiciones que ustedes solicitaron, mientras su grupo negocia en Salis D'aar. Será un placer conocerles en persona.
—El sentimiento es mutuo. Alianza fuera. —Luke esperó un segundo a cambiar de la frecuencia imperial a otra—. ¿Lo han captado?
—Almacenado en el OAB —contestó por el altavoz la capitán Manchisco—. Que se diviertan.
Luke exhaló un largo suspiro.
—Tendrás que decirles a los imperiales quién eres, Luke, tarde o temprano —comentó Han, con una mueca irónica.
Leia se sobresaltó.
¡No, tú no!
—Preferiría hacerlo cara a cara —contestó con calma Luke.
Ah. Se refería a revelar su nombre, no su parentesco. Leia se apresuró a dar su aprobación.
—Él tiene mejor control, mejor… discernimiento en persona, Han. Notará si traman algo.
Han resopló.
—Sigue oliendo a trampa. No me gusta.
Sin embargo, extendió la mano hacia el panel de control. Luke abandonó el asiento de Chewbacca y ocupó otro de atrás.
—Y Luke es un Jedi —le recordó Leia.
Luke asintió.
—Mantendremos los ojos abiertos.
El
Halcón
adoptó una trayectoria que le conduciría a la capital bakurana, Salis D'aar. Cuando atravesaron la red defensiva, Leia divisó una enorme estación de reparaciones, en forma de platillo, pero no esférica, menos mal. Ya estaban hartos de Estrellas de la Muerte. Han bajó en picado. Leia vigiló entre los asientos de Han y Chewie la pantalla del analizador.
Entre los ríos gemelos, un gigantesco saliente de roca blanquísima centelleaba, iluminado por una luz oblicua. Deslumbró sus ojos.
Han parpadeó y activó un filtro visual.
—¿Mejor?
—Fíjate en eso —susurró Leia.
Una ciudad se asentaba en la parte más ancha del saliente, donde describía una curva hacia el este. Al sur de la ciudad, un doble anillo de grandes cráteres rodeaba una torre metálica alta. El espaciopuerto civil, supuso Leia.
Miró hacia el norte. Círculos radiales y concéntricos de su sistema de carreteras la dotaban de una configuración semejante a una red, y el considerable tráfico aéreo pasaba en ambas direcciones entre varias torres puntiagudas, próximas a su punto central.
—¿Cuál es la hora local? —preguntó Leia.
—Acaba de amanecer. —Han se frotó el mentón—. Va a ser un día muy largo.
Parches verdes irregulares sugerían que frondosos parques habían sido construidos en bolsas de tierra distribuidas sobre el saliente rocoso.
—Mira.
Luke señaló un punto situado a un kilómetro al sur del espaciopuerto. En el interior de una desnuda superficie artificial negra, enormes tórrelas con turboláseres custodiaban un complejo hexagonal.
Leia se cruzó de brazos.
—El modelo habitual de una guarnición imperial.
—Habrá miles de milicianos ahí dentro —observó Han.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Cetrespeó desde su puesto habitual, en la zona de juego—. ¿Alguien ha visto milicianos?
—No sobrecargues un circuito —dijo Han—. Estarán por todas partes.
El murmullo de respuesta de Cetrespeó sonó a un «Oh, cielos, oh, cielos». Luke se desabrochó las correas y salió de la cabina.
Chewbacca aulló algo.
—Luke debe de esperar un aterrizaje suave —tradujo Han—. No sé por qué no —añadió.
Leia prefirió quedarse en su asiento y alisó una arruga de su falda blanca. Había pedido una copia de la toga blanca senatorial. Aún confiaba en disipar la mala fama de los rebeldes, si ello era posible después de aterrizar en el
Halcón
.
Han sobrevoló dos veces el perímetro de Salis D'aar, y pasó por encima de los dos ríos que flanqueaban el sorprendente saliente blanco que les impedía confluir.
—No van a dispararnos —dijo—. Será mejor que terminemos de una vez.
Los controladores dirigieron a Han hacia un cráter, con capacidad para numerosas naves, situado en el extremo oeste del espaciopuerto. Las sombras del amanecer, arrojadas por varios andamios de reparación móviles, caían sobre el quebrado suelo blanco.
—¿Qué es esa superficie? —murmuró Leia, cuando Han realizó el descenso final.
Han echó un vistazo al analizador.
—Aquí dice que el saliente es de cuarzo casi puro. El cráter parece cristal de roca, pero alguien lo manipuló de cualquier manera.
El
Halcón
tocó tierra con suavidad.
—Ya está. ¿Lo veis? —dijo Han—. No hay nada de qué preocuparse.
Chewie ladró. Leia se volvió para mirar hacia dónde apuntaba su mano peluda. Unas veinte personas estaban congregadas alrededor de una larga lanzadera repulsora, cerca de un andamio que se alzaba al borde de su cráter de aterrizaje.
—Date prisa, Luke —gritó Han.
—De acuerdo.
La voz ahogada de Luke despertó ecos en el pasillo. Leia saltó de su asiento y se reunió con él.
Cetrespeó cabeceó en señal de aprobación cuando vio el uniforme blanco sin galones de Luke. Mientras Leia le examinaba de arriba abajo, su hermano se ciñó un cinturón del que colgaban un desintegrador, tres cartucheras y la espada de luz.
—¿Bien?
Clavó los ojos en Leia. Eran muy azules e inocentes.
—Creo que es la indumentaria propia de un Jedi —contestó ella, no muy convencida.
Ojalá parecieras mayor
.
Luke dirigió una mirada angustiada a Han. Éste se encogió de hombros. Leia rió.
—¿Qué más da lo que él piense? —pregunto a Luke.
—Tiene un aspecto espléndido, amo Luke —intervino Cetrespeó—. General Solo, va bastante desaliñado. ¿No cree que el peligro disminuiría si…?
—Chewie —dijo Han—. ¿Quieres quedarte a bordo?