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Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

La tregua de Bakura (11 page)

BOOK: La tregua de Bakura
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Era una pregunta importante. Chewbacca representaría bien a la Alianza si les acompañaba. Por principio, los imperiales despreciaban a los alienígenas, pero la Alianza había sido fundada por humanos y alienígenas sojuzgados por el Imperio.

Chewie rugió.

—De acuerdo —contestó Han—. Supongo que otro par de ojos no nos irán mal. Que todo el mundo esté atento.

Leia pensó que Cetrespeó reía con disimulo, si algo semejante era posible. Erredós canturreó en voz alta.

—Muy bien —interrumpió Han—. Vamos allá.

Leia se colocó en el centro del grupo, con Luke a la derecha, Han a la izquierda, y Chewie detrás, escoltado por Cetrespeó y Erredós. Chewie dejó caer la rampa de entrada. Leia descendió con parsimonia y olió el aire frío y húmedo, impregnado del perfume de plantas exóticas. Su primera inhalación en un nuevo planeta siempre constituía una prueba.

Cuando pisó la pálida superficie del espaciopuerto, crujió bajo sus pies. Miró hacia atrás. El
Halcón
se había posado sobre un lecho lustroso de roca blanca y tierra gris del espaciopuerto.

Basta de explorar. Al trabajo
. Avanzó hacia el grupo imperial que aguardaba junto a la lanzadera.

—Ooooh —dijo Han con sarcasmo—. Qué bonitas armaduras blancas.

—Corta el rollo —masculló Leia—. Yo también voy de blanco.

Pensó en sus días de senadora imperial, el doble juego practicado entre la camarilla imperial y la incipiente Alianza por la que su padre había muerto.

Su auténtico padre, Bail Organa, que la había educado, adiestrado y alimentado su sentido de la dignidad y la capacidad de sacrificio. Dejando de lado la biología, jamás llamaría de aquella forma a otro hombre. Punto. Entrar datos. Fin de programa.

El hombre que se erguía en el centro del grupo tenía que ser el gobernador imperial Wilek Nereus. Alto, de cabello oscuro y facciones marcadas, llevaba un uniforme caqui que podría haberle prestado Grand Moff Tarkin, con el aditamento de un par de guantes negros. Los demás integrantes del grupo cambiaban de postura sin cesar para mirarle. Estaba absolutamente Al Mando.

Tranquila
, se dijo Leia.
Fluye con la Fuerza. Ahí residen mis energías, en un sendero diferente al de Luke
.

La delegación del gobernador Nereus formó un semicírculo a su alrededor.

—Princesa Leia de Alderaan. —Ejecutó una media reverencia—. Es un honor recibirla.

—Gobernador Nereus. —Le devolvió la reverencia, sin inclinarse ni un milímetro más—. Es un honor estar aquí.

—En nombre del emperador, bienvenida a Bakura.

No habría podido pedir mejor principio que el saludo de protocolo.

—Gracias por su bienvenida —contestó con placidez—. Quizá me considere terriblemente grosera si corrijo sus amables palabras, pero ya no es válido darnos la bienvenida en nombre del emperador Palpatine. Murió hace varios días.

Nereus arqueó una ceja oscura y poblada, y enlazó sus grandes manos a la espalda.

—Mi querida princesa —avanzó un paso—, ¿ha venido a Bakura para propagar rumores y mentiras?

—Es algo más que eso, Excelencia. Le mató su aprendiz, Darth Vader.

—Vader. —Nereus se irguió varios milímetros para dominarla con su estatura. El tono delató su desagrado, un sentimiento que Leia comprendió a la perfección—. Vader —repitió—. Su Majestad imperial jamás tendría que haber confiado en un señor de Sith. Estaba dispuesto a no creerla, Alteza, pero sí creo que Vader es un asesino.

—Lord Vader también ha muerto, Excelencia.

Vio por el rabillo del ojo que Luke alzaba el mentón, para indicarle que añadiera algo. Quizá la muerte de Vader había sido heroica, pero diez minutos de arrepentimiento no borraban años de atrocidades.

Los acompañantes del emperador se apartaron en parejas y susurraron. Leia recobró la iniciativa.

—Gobernador, permita que le presente a mi escolta. Primero, el general Han Solo.

Han debía hacer una reverencia, o estrecharle la mano, como mínimo, pero se limitó a mantenerse inmóvil, con expresión desaprobadora. A este paso, jamás llegaría a ser diplomático.

—Su copiloto, Chewbacca de Kashyyyk.

Chewie emitió un gruñido mientras ejecutaba una reverencia. Los wookie habían sido objeto de una terrible traición por parte del Imperio. Confió en que Chewie no perdiera el control y empezara a desmembrar imperiales. La brisa helada de la mañana agitó su pelaje.

Leia exhibió su mejor triunfo con elegancia.

—Y el comandante Skywalker de Tatooine, Caballero Jedi.

Luke realizó una reverencia magnífica; ella le había entrenado. Nereus cuadró los hombros. Al cabo de un momento, devolvió el saludo.

—Jedi. —Arrugó su larga nariz—. Tendremos que ir con pies de plomo.

Luke enlazó las manos delante de él.
¡Bien
!, le felicitó en silencio Leia. Dejaba que ella respondiera, tal como le había suplicado. Ahora, se sentía compensada por haberle cedido el mando de la batalla. Tal vez tenía futuro su división del trabajo, mientras no fuera demasiado lejos.

—Sí, Excelencia —dijo. El gobernador Nereus volvió la cabeza hacia ella—. Pretendemos restablecer la Antigua República, incluyendo la Orden de los Caballeros Jedi. El comandante Skywalker es el jefe de la orden.

Una vez más, adivinó lo que él deseaba que añadiera: y también el único miembro.
¡Borra esa expresión de timidez, Luke
!

—Comandante Skywalker —repitió Nereus, en un tono tan untuoso como lubricante de androides—. Ah, ahora reconozco su nombre, comandante. Por suerte para usted, la balanza comercial de Bakura goza de buena salud. Quizá sepa que, desde hace años, se ofrece una…, una recompensa astronómica por su captura. Vivo, naturalmente. Debe de significar una especie de distinción entre las fuerzas rebeldes.

—Lo sé —respondió Luke con calma. No era ninguna novedad. Todos constaban en la lista de los delincuentes más buscados.

—Y veo a dos androides —dijo el gobernador—. Se les deberán aplicar cepos durante su estancia en Bakura.

Se trataba de un procedimiento habitual en la mayoría de los planetas, obsesivo en los dominios imperiales y estaciones de combate.

—Nos ocuparemos de ello —accedió Leia. Segura ya de que se había ganado el respeto de Nereus, se dejó de rodeos—. Gobernador, las fuerzas de la Alianza interceptaron su llamada de socorro. La flota imperial ha sido expulsada de esta parte de la galaxia. Hemos venido para ayudarles a rechazar a los invasores. Una vez cumplido este objetivo, nos marcharemos. Bakura ha de decidir su propio destino. No intentamos imponer el nuestro a su…, al pueblo bakurano —se corrigió.

El gobernador Nereus exhibió una semisonrisa gélida. La parte izquierda de su cara se contrajo, y aquel lado de la boca se alzó en una mueca. El lado derecho bien habría podido estar moldeado en acero.

Luke estaba en posición de firmes. Así como el rostro de Nereus albergaba dos expresiones, también su mente se encontraba dividida. Sería difícil para un hombre semejante aceptar como aliados a los rebeldes.

La Fuerza analizó al enguantado gobernador. Nereus poseía la compulsión incontrolable de dominar a la gente, por eso su delegación se mantenía en posición de firmes. Luke conocía el tipo; sólo se regía por sus propias leyes, las únicas que consideraba lógicas. Cualquiera que le llevara la contraria atraería su atención el tiempo suficiente para ser machacado: el gobernador imperial por antonomasia.

Luke no cesó de escudriñar las intenciones de quienes le rodeaban. Temblaban tantas vibraciones en la Fuerza, que el simple hecho de aparentar calma ponía a prueba su control. No tenía el menor deseo de que un miliciano de gatillo fácil le dejara seco antes de que Leia pactara una tregua.

Mientras Leia y el gobernador continuaban hablando en voz baja, se abrió de nuevo hacia ellos. Leia, serena y equilibrada, sin dejarse intimidar por Nereus. El gobernador, una fachada de modales estudiados, la compulsión de dominar y, subyacente, una tremenda sensación de terror.
Pero no hacia nosotros
. Una vez más, Luke pensó en aquellas afligidas presencias, no del todo humanas, a bordo del caza ssi-ruuvi. ¿Se habría puesto en contacto con cautivos bakuranos?

Era obvio que el gobernador pensaba saltar en cualquier dirección que le ofreciera protección. Pese a la hostilidad que manifestaba delante de sus milicianos, se pasaría fácilmente al bando de la Alianza.

Por un tiempo.

Luke comentó aquella impresión a Han,
en la lanzadera
civil que les conducía a la ciudad.

—Sí —murmuró Han en voz baja—. Podría pasarse a nuestro bando, sin duda alguna. O torpedearlo. ¿Quieres apostar?

Los pantalones de Luke se pegaban a sus piernas debido a la omnipresente humedad bakurana. Leia estaba sentada delante de él, adorable en su toga senatorial blanca provista de capucha. Miraba por la ventana de la lanzadera, lujosamente tapizada. Sin duda, el senado de Bakura había solicitado que asistieran a una sesión de urgencia inmediata.

De pronto, Leia se enderezó.

—Cetrespeó, ¿qué he de saber acerca del protocolo?

—Temo que no consta en mi programa.

Cetrespeó ya llevaba su cepo magnético, y hablaba en un tono más quejumbroso que nunca. Erredós le interrumpió con un silbido electrónico.

—¿Cómo? ¿El amo Luke eliminó los archivos de datos introducidos por aquella sonda en tus bancos de memoria? ¿Por qué no lo dijiste, cilindro reciclado sobrecargado?

Erredós se explayó a modo.

—Sólo sé con certeza —contestó después Cetrespeó a Leia— que Bakura fue gobernado en otro tiempo por un primer ministro y un senado, pero toda la autoridad descansa hoy en el gobernador imperial.

—Dinos algo nuevo —masculló Han.

Un piloto/guía bakurano hizo descender el aparato sobre un enorme edificio en forma de cuña, atravesado por dos amplios arcos de césped.

—Éste es el complejo Bakur —anunció la ayudante del piloto, mientras pasaba un brazo alrededor de una barra estabilizadora plateada.

Miró a Chewbacca. Luke supuso que jamás había visto a un wookie.

Daba la impresión de que el complejo abarcaba varias hectáreas, entre dos autopistas radiales, y bordeaba el redondo parque central de la ciudad a lo largo de su arco sudoeste.

—El complejo incluye alojamiento para invitados y residentes, oficinas imperiales, un centro médico y el viejo edificio situado junto al parque, que fue la sede de nuestro gobierno durante la Corporación Bakur.

Leia miró hacia abajo, como si contemplara los enormes árboles cubiertos de enredaderas que rozaban el tejado del complejo. En realidad, adivinó Luke, estaba repasando mentalmente el protocolo imperial. La libertad de Bakura dependía de su habilidad para negociar la tregua. Han, sentado a su lado en el asiento delantero de la lanzadera, acariciaba su desintegrador.

Al bajar en una plataforma de aterrizaje del techo, transbordaron una vagoneta repulsora, para desplazarse con rapidez por el inmenso complejo. Su guía les fue informando.

—El ala de la corporación del Edificio Bakur —concluyó— fue construida hace más de cien años, dominando el Parque de Estatuas del centro de la ciudad. Permanezcan sentados hasta que el vehículo se detenga por completo.

La vagoneta pasó bajo un arco cubierto de enredaderas y deceleró.

—Espera, Leia.

Han se puso en pie de un salto.

Luke salió por su lado de la vagoneta. Leia continuó sentada unos segundos.

—Creo que esta arcada es bastante segura. —El dictamen de Cetrespeó se oyó por una escotilla abierta—. De todos modos, debemos asegurarnos.

Leia asomó la cabeza por el lado de Luke.

—Escucha —dijo—, si albergan malas intenciones, la misión ya ha fracasado por completo.

Han miró por encima de la vagoneta.

—Muy bien. Sin novedad por este lado, Luke.

Luke retrocedió hacia la parte posterior del vehículo y bajó a Erredós. El androide silbó alegremente y extendió sus ruedas. Han y Chewie pasaron delante de Leia y Cetrespeó. Luke les siguió, con Erredós pisándole los talones. Los guardias de la puerta, ataviados con casacas y calzones violetas ribeteados de oro, les dieron paso a un espacioso vestíbulo alfombrado de negro. Tracerías doradas corrían como venas de metal precioso sobre una hilera de columnas construidas al estilo cuña doble, y después se entrecruzaban en el techo abovedado.

—Mármol rojo —murmuró Leia.

—Valdría una fortuna, si lograra pasarlo de contrabando —contestó Han sin volverse.

Siguió a uno de los guardias. Después de imitar unos momentos su paso afectado, volvió a adoptar sus zancadas cautelosas, mirando a derecha e izquierda, detrás de cada columna y hacia toda puerta abierta. Luke escuchaba con atención mediante la Fuerza cualquier intento de agresión. No percibió nada. Leia caminaba con serenidad delante de él, en el centro del grupo, al lado de su androide de protocolo.

El guardia de calzones violeta se detuvo ante un arco tallado en la reluciente piedra blanca. Un tosco muro de madera lo ocultaba casi por completo. Cuatro milicianos imperiales montaban guardia, y a cada lado flotaban analizadores, montados sobre silenciosos repulsores. Cuando Luke vio a los milicianos, experimentó la vieja sensación de «lucha o huye», seguida de una descarga de adrenalina.

—Su presencia aquí es ilegal —murmuró Leia—. Somos los legítimos enviados de la galaxia a Bakura.

—Díselo.

Han inspeccionó a los milicianos. Luke levantó la vista hacia el lustroso ojo redondo de un sensor. La cúpula de Erredós giró sin cesar, mientras sus propios sensores analizaban el vestíbulo.

—Verificación de armas. —Un miliciano se inclinó sobre Leia y habló con voz metálica—. Depositen todas las armas en una taquilla de seguridad.

Señaló una hilera de receptáculos, activados mediante la impresión palmar, al otro lado de la arcada.

Leia extendió sus manos vacías, y después las enlazó, en un gesto burlón de sumisión. Luke cruzó el arco, seleccionó un cubículo, y después apoyó la palma, al tiempo que apretaba un botón, para adaptar la cerradura de la taquilla a su impresión palmar. Extrajo el desintegrador de su funda y lo depositó en el interior.

—Vamos, Han —dijo en voz baja.

Han le había seguido, mientras Chewie y Leia se acercaban con parsimonia. Han no parecía nada complacido, pero elogió un cubículo y dejó dentro el desintegrador.

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