La tumba de Huma (9 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

BOOK: La tumba de Huma
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—¿Tienes alguna sugerencia? —le preguntó Tanis.

Flint no le respondió. Ambos sabían que no podían hacer nada. Sturm estaría dispuesto a morir antes de que esos soldados volvieran siquiera a rozar a la mujer, a pesar de no tener ni idea de quién era la dama. Eso no tenía importancia. Sintiendo frustración y admiración hacia su amigo, Tanis midió la distancia entre él y el guardia más próximo, comprobando que, al menos, podía dejar a uno fuera de combate. Vio que Gilthanas cerraba los ojos y murmuraba unas palabras. El elfo tenía nociones de magia, a pesar de que nunca se lo había tomado muy en serio. Al ver la expresión de Tanis, Flint lanzó un suspiro y se volvió hacia otro de los guardias, bajando la cabeza.

Pero, de pronto, el señor habló en tono irritado.

—¡Aguarda, caballero! —dijo con la autoridad que le habían inculcado durante generaciones. Sturm, acatando la orden, se distendió y Tanis lanzó un suspiro de alivio—. No voy a permitir que corra la sangre en la Sala del Consejo. La dama ha desobedecido una ley de nuestras tierras, leyes que, en su tiempo, vosotros los caballeros jurasteis respetar. Pero estoy de acuerdo en que no hay razón alguna para tratarla irrespetuosamente. Guardias, escoltareis a la dama hasta laprisión, pero con la misma cortesía que me demostráis a mí. Y tú, caballero, la acompañarás, ya que muestras tanto interés por su bienestar.

Tanis le dio un codazo a Gilthanas, quien se sobresaltó y salió del trance.

—Realmente, como dijo Sturm, el señor proviene de un linaje noble y honorable —le susurró Tanis.

—No sé de qué te alegras, semielfo —gruñó Flint al oírle—. Primero el kender consigue que nos apresen acusados de iniciar un tumulto y él desaparece. Ahora Sturm hace que nos encarcelen. La próxima vez recuérdame que me quede junto al mago. ¡Por lo menos

que está loco!

Cuando los soldados se disponían a empujar a los prisioneros para sacarlos de la sala, Alhana comenzó a buscar algo entre los pliegues de su larga falda.

—Te ruego me hagas un favor, caballero —le dijo a Sturm—. Creo que se me ha caído algo. Es una fruslería pero para mí tiene mucho valor. ¿Podrías mirar a ver si lo encuentras...?

Sturm se arrodilló con presteza e, inmediatamente, vio un objeto que relucía bajo los pliegues del vestido de la dama. Era una aguja con forma de estrella cuyos diamantes centelleaban. Contuvo la respiración. ¡Una menudencia! Su valor debía ser incalculable. No era extraño que no quisiera que fuese hallada por esos despreciables soldados. La recogió rápidamente y fingió mirar a su alrededor. Finalmente, aún arrodillado, elevó la mirada hacia la mujer.

Sturm contuvo la respiración cuando la dama se sacó la capucha de la capa y apartó los velos que cubrían su rostro. Por primera vez unos ojos humanos vieron el rostro de Alhana Starbreeze.

Muralasa
la llamaban los elfos, princesa de la Noche. Su cabello, negro y suave como el viento nocturno, estaba sujeto por una red tan fina como una tela de araña, y cuajado de pequeñas joyas que titilaban como estrellas. Su piel era del tono pálido de Solinari; sus ojos del profundo púrpura del cielo nocturno, y sus labios del mismo color que las sombras de Lunitari.

El primer pensamiento de Sturm fue dar gracias a Paladine por hallarse ya arrodillado. El segundo fue que la muerte sería un precio muy bajo a pagar para poder servirla, y su tercer pensamiento fue que debía decir algo, pero parecía haber olvidado las palabras de cualquier idioma conocido.

—Gracias por encontrarlo, noble caballero —dijo Alhana suavemente mirándole fijamente a los ojos—. Como te dije, es una fruslería. Por favor, levántate. Estoy fatigada y, ya que parece que nos llevan al mismo lugar, me harías un gran favor si me ayudaras a caminar.,

—Puedes ordenarme lo que gustes –dijo Sturm con devoción poniéndose en pie, ocultando rápidamente la joya en su cinturón. Alargó el brazo y Alhana puso su esbelta y blanca mano sobre su antebrazo. El caballero tembló.

Cuando ella volvió a cubrirse el rostro con el velo, Sturm le pareció como si una nube hubiese cubierto la luz de las estrellas. Vio a Tanis situarse tras ellos, pero estabatan extasiado ante la imagen del bello rostro que aún ardía en su memoria, que miró fijamente al semielfo sin reconocerlo.

Tanis había visto el rostro de Alhana y también se sintió perturbado ante su belleza. Pero había visto, asimismo, la expresión de Sturm al contemplarla. Había notado que la belleza de la elfa penetraba en el corazón del caballero, haciéndole más daño que una de las flechas envenenadas de los goblins. El suponía que ese amor iba a trocarse en veneno, pues los elfos de Silvanesti era una raza altiva y orgullosa. Temían mezclarse y perder sus costumbres, por lo que repudiaban el más mínimo contacto con los humanos. Ese era el motivo por el que habían comenzado las guerras de Kinslayer.

«No, la misma Solinari no era más inalcanzable para Sturm», pensó Tanis apesadumbrado. El semielfo suspiró. Sólo les faltaba esto.

6

Caballeros de Solamnia.

Los anteojos de visión verdadera de Tasslehoff.

Cuando los soldados conducían a los prisioneros a las celdas, pasaron ante dos personajes ocultos entre las sombras. Ambos iban tan absolutamente cubiertos de ropajes, que resultaba difícil adivinar a qué raza pertenecían. Iban encapuchados, y llevaban el rostro envuelto en telas. Largas túnicas cubrían sus cuerpos. Incluso sus manos estaban envueltas en tiras de tela blanca, como si fuesen vendajes. Hablaban entre ellos en voz baja.

—¡Ves! —exclamó uno con gran excitación—. Ahí están. Coinciden con la descripción que tenemos de ellos.

—No todos ellos —dijo el otro, dudoso.

—¡Pero si son el semielfo, el enano, el caballero...! ¡Estoy seguro,
son
ellos! y sé dónde se oculta el resto del grupo —añadió el personaje con presunción—. Se lo he sonsacado a uno de los guardias.

El otro, mientras cavilaba, contempló desfilar al grupo por la calle.

—Tienes razón. Deberíamos informar inmediatamente al Señor del Dragón.—El amortajado personaje se dispuso a partir, pero al ver que el otro vacilaba, se detuvo—. ¿A qué esperas?

—¿No sería mejor que uno de nosotros los siguiera? Mira a esos endebles guardias.Seguro que los prisioneros intentaran escapar.

El otro rió malvadamente.

—Claro que escaparán. Y ya sabemos adónde se dirigirán... a reunirse con sus amigos. Además, unas horas no supondrán ninguna diferencia...

Cuando los compañeros abandonaron el Salón de Justicia nevaba. Esta vez el condestable decidió no conducir a los detenidos por las calles principales de la ciudad, sino que los guió por un oscuro y tétrico callejón.

En el preciso instante en que Tanis y Sturm comenzaban a intercambiar miradas y Gilthanas y Flint se disponían a atacar, el semielfo vio moverse unas sombras en el callejón. Tres figuras encapuchadas, ataviadas con túnicas y que empuñaban espadas de acero, saltaron frente a los guardias.

El condestable se llevó el silbato a los labios, pero no llegó a utilizarlo. Una de las figuras lo golpeó con la empuñadura de la espada dejándole inconsciente, mientras los otros dos se precipitaban sobre los guardias, que pusieron pies en polvorosa.

—¿Quiénes sois? —preguntó Tanis, desconcertado ante su repentina libertad. Los encapuchados personajes le recordaron a los draconianos contra los que habían luchado en las afueras de Solace. Sturm se situó ante Alhana para protegerla.

—¿Hemos escapado de un peligro para enfrentarnos a otro mayor? —preguntó Tanis —. ¡Mostrad vuestros rostros!

Entonces uno de ellos se dirigió hacia Sturm con los brazos alzados y le dijo:
—Oth Tsarthon e Paran.

Sturm dio un respingo.

—Est Tsarthai en Paranaith
—le respondió antes de volverse hacia Tanis —. Son Caballeros de Solamnia —dijo señalando a los tres hombres.

—¿Caballeros? —preguntó Tanis asombrado—. ¿Y por qué...?

—No disponemos de tiempo para daros explicaciones, Sturm Brightblade —dijo uno de ellos pronunciando con dureza el idioma común—. Los soldados regresarán pronto.Venid con nosotros.

—¡No tan rápido! —gruñó Flint sin moverse un milímetro de donde estaba—. ¡O encontráis tiempo para darnos explicaciones o yo no voy con vosotros! ¿Cómo sabíais el nombre del caballero y que íbamos a pasar por aquí...?

—¡Será mejor que lo atraveséis con la espada! —cantó una aguda vocecilla proveniente de las sombras—. Utilizad su cuerpo para alimentar a la muchedumbre. Aunque no creo que a muchos les apetezca, poca gente en este mundo es capaz de digerir a un enano...

—¿Satisfecho? —le dijo Tanis a Flint, cuyo rostro estaba teñido por la rabia.

—¡Algún día mataré a ese kender! —gritó furioso el enano—. ¿De dónde sale ahora, después de haber desaparecido?

Pero nadie supo qué responderle.

A cierta distancia comenzaron a sonar silbidos, por lo que, sin pensarlo un segundo más, los compañeros siguieron a los caballeros por sinuosas callejuelas repletas de ratas. Tras comentar que tenía asuntos que solucionar, Tas volvió a desaparecer antes de que Tanis pudiera sujetarlo. El semielfo advirtió que a los caballeros aquello no parecía sorprenderles demasiado y ni siquiera intentaban detenerlo. No obstante, seguían negándose a dar explicaciones o a responder preguntas, y continuaron dando prisa al grupo hasta que llegaron a las ruinas de la antigua ciudad de Tarsis, la Bella.

Al llegar allí los caballeros se detuvieron. Habían llevado a los compañeros a una parte de la ciudad que ahora nadie frecuentaba. El empedrado de las vías estaba destrozado y las calles vacías, lo cual hizo pensar a Tanis en la antigua ciudad de Xak Tsaroth. Los caballeros tomaron a Sturm del brazo, lo llevaron a cierta distancia de sus amigos y comenzaron a conferenciar en el idioma solámnico.

Tanis, apoyándose contra un muro, miró a su alrededor con curiosidad. Las ruinas de los edificios de aquella calle eran impresionantes, mucho más bellas que las construcciones de la actual ciudad. El semielfo comprendió que Tarsis, la Bella, mereciera tal nombre antes del Cataclismo. Ahora tan sólo quedaban inmensos bloques de granito esparcidos por doquier, y extensos patios repletos de crecida vegetación teñida de marrón por los helados vientos.

Tanis caminó hacia Gilthanas, quien se hallaba sentado en un banco charlando con Alhana. El elfo noble los presentó.

—Alhana Starbreeze, Tanis Semielfo —dijo Gilthanas—. Tanis vivió entre los elfos de Qualinesti durante muchos años. Es hijo de la mujer de mi tío.

Alhana apartó el velo que cubría su rostro y contempló a Tanis con frialdad. «Hijo de la mujer de mi tío» era una manera delicada de decir que Tanis era ilegítimo, ya que si no Gilthanas le hubiera presentado como el «hijo de mi tío». El semielfo enrojeció al sentir removerse la vieja herida, que ahora le causaba tanto dolor como cincuenta años atrás. Se preguntó si, algún día, conseguiría liberarse de ese estigma.

Tanis se mesó la barba y habló con dureza.

—Mi madre fue violada por un guerrero humano durante los oscuros años que siguieron al Cataclismo. Cuando ella murió, el Orador me adoptó y me crió como a un hijo.

Los ojos oscuros de Alhana, oscurecieron todavía más, hasta convertirse en negros estanques. Arqueó las cejas.

—¿Sientes la necesidad de pedir disculpas por tus orígenes? —le preguntó con voz aguda.

—N—no... —balbuceó Tanis a quien le ardía el rostro—. Yo...

—Entonces no lo hagas —dijo, e inmediatamente se volvió hacia Gilthanas—. ¿Me preguntabas por qué había venido a Tarsis? Vine a conseguir ayuda. Debo regresar a Silvanesti a buscar a mi padre.

—¿Regresar a Silvanesti? Nosotros... mi gente... no sabíamos que los elfos de Silvanesti hubieran abandonado su antigua región. Ahora entiendo que no consiguiéramos comunicarnos...

—Sí. Las fuerzas malignas que os obligaron a vosotros, nuestros primos, a dejar Qualinesti, también nos invadieron a nosotros. Luchamos contra ellas durante mucho tiempo, pero al final nos vimos obligados a huir para no perecer irremisiblemente. Mi padre envió a nuestro pueblo, bajo mi mando, a Ergoth del Sur. El se quedó en Silvanesti para enfrentarse a ese mal. Yo me opuse a su decisión, pero él dijo tener suficiente poder para conseguir evitar que asuelen nuestras tierras. Con el corazón destrozado guié a mi gente a un lugar seguro donde refugiarse, y yo regresé en busca de mi padre, ya que hace tiempo que no sabemos nada de él.

—Pero, señora ¿no disponíais de guerreros que pudieran acompañarte en misión tan peligrosa? —preguntó Tanis.

Alhana, volviéndose, miró a Tanis aparentemente extrañada de que hubiese osado entrometerse en la conversación. Al principio no parecía dispuesta a responderle, pero luego, tras contemplar su rostro durante unos segundos, cambió de opinión.

—Muchos guerreros se ofrecieron a escoltarme —dijo con orgullo—, pero cuando dije que guié a mi gente a un lugar seguro, tal vez hablé impropiamente. En este mundo ya no existe la seguridad. Mis guerreros se quedaron para proteger a la gente. Yo regresé a Tarsis esperando encontrar soldados que accediesen a viajar conmigo a Silvanesti. Tal como dicta el protocolo, me presenté ante el señor y el Consejo y...

Tanis sacudió la cabeza frunciendo el ceño.

—Eso fue una estupidez —dijo llanamente—Deberías saber lo que sienten hacia los elfos... ¡desde mucho antes que apareciesen los draconianos! Fuiste muy afortunada de que tan sólo te expulsaran de la ciudad.

El pálido rostro de Alhana, palideció aún más si cabe. Sus oscuros ojos centellearon.

—Hice lo que dicta el protocolo —respondió, demasiado bien educada para permitir que su enojo asomara en el suave tono de voz que utilizó al hablar—. No hacerlo hubiera implicado comportarme como una salvaje. Cuando el señor se negó a prestarme ayuda, le dije que mi intención era buscarla por mi cuenta. Silenciarlo no hubiera resultado honorable.

Flint, que había entendido alguna palabra de la conversación en idioma elfo, le dio un codazo a Tanis.

—Ella y el caballero se llevarán perfectamente. A menos que antes los maten por alguna cuestión de honor —a Tanis no le dio tiempo a responder, Sturm se unió al grupo.

—Tanis —dijo Sturm acalorado—. ¡Los caballeros han encontrado la antigua biblioteca! Por eso están aquí. Encontraron unos documentos en Palanthas que decían que, hace cientos de años, todo lo que se sabía sobre los dragones estaba contenido en los libros de la biblioteca de Tarsis. El Consejo de los Caballeros los envió a averiguar si la biblioteca aún existía.

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