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Authors: Ahmet Ümit

Tags: #Intriga, #Policíaco

La Tumba Negra (25 page)

BOOK: La Tumba Negra
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Desde la habitación que Halaf usaba como cocina salía el delicioso olor de las berenjenas con carne que estaba preparando para la cena. Por petición popular esa noche el joven no estaba cocinando platos de la región sino berenjenas y arroz. Y de acompañamiento,
cacık
con poco ajo y abundante menta.

Esra, temiendo que Halaf no pudiera mantener la boca cerrada, se limitó a decirle:

—Suerte con eso —y se dirigió al aula donde dormían Teoman y los otros. Al entrar en el edificio de la escuela se encontró con Bernd.

—Precisamente iba a verla —le dijo el alemán sonriendo—. Acaba de llamar
herr
Krencker. Quieren hacer la conferencia de prensa el próximo miércoles. Me ha preguntado si a usted le va bien. Esra se puso un tanto nerviosa.

—¿El miércoles? ¿Tan pronto?

—Todavía nos quedan cuatro días. —Bernd parecía aprobar la fecha.

—No sé —contestó ella. Temía que les sorprendieran sin la debida preparación—. Hablémoslo con los compañeros.

—Muy bien, pero hay algo que debe saber.

Esra lo miró pensando inquieta que habría surgido algún nuevo problema.

—¿Qué?

—Si tiene un rato, podemos dar un paseo y charlar un poco.

—Iba a echar un vistazo al cuarto de los ordenadores, esta tarde no me he pasado por allí.

—Han ido a bañarse. El único que queda es Tim descifrando tablillas en su habitación, como le había prometido.

—¿Elif y Kemal también han ido a bañarse?

—Sí, sí, se han ido todos.

Esra se alegró al oír aquella noticia y una sonrisa se le extendió sin darse cuenta por los labios.

—¿Quizá usted también preferiría ir a nadar…? —le preguntó muy educadamente Bernd.

Por un instante a Esra se le pasó por la cabeza que era una atractiva posibilidad, pero luego renunció a la idea.

—No importa, no tengo demasiadas ganas de meterme en el agua. Sólo voy a decirle hola a Tim y luego podemos irnos.

Entraron juntos en la habitación del norteamericano. Estaba pasando a limpio las traducciones de las tablillas. Al verles se puso en pie.

—Pasad, pasad —dijo, y volviéndose a Esra añadió—: Estoy intentando acabar a tiempo con las tablillas, como había prometido.

—¿Algo nuevo?

—No, nada, pero lo que está claro es que son la primera historia no oficial que existe. Cada palabra y cada frase que traduzco lo demuestran.

—Perfecto —murmuró Esra.

—¿Por qué no os sentáis?

—No queremos entretenerte. Sólo nos hemos pasado a echar un vistazo. Ha llamado el profesor Krencker, del Instituto Arqueológico Alemán. Quieren que hagamos la conferencia de prensa el próximo miércoles.

Bernd pareció molestarse. Sin duda no le había gustado que se lo contara a Timothy antes de escuchar lo que tenía que decirle.

—Por mí, bien —dijo el americano.

Esra, que creía que a Timothy le parecería demasiado pronto, se sorprendió.

—A mí me parece un poco pronto.

—Todavía nos quedan cuatro largos días —dijo él, dejando claro su desacuerdo—. De hecho, ¿no habíamos hablado ya de que queríamos hacerla la semana que viene?

—En eso habíamos quedado —intervino Bernd, feliz con la opinión de Tim—. El auténtico esfuerzo lo hacen los del Instituto, y ellos dicen que ya están listos.

—En fin —dijo Esra dirigiéndose hacia la puerta—. Ya hablaremos en la reunión de esta noche. Te dejamos para que trabajes tranquilo.

—Muy bien, nos veremos en la cena —se despidió Timothy.

Al salir de la escuela no fueron hacia el emparrado, sino que siguieron el camino rodeado de álamos que iba a la aldea de más allá. La tarde empezaba a dejarse sentir aliviando un poco el calor.

—Como ya sabe —empezó Bernd—, la delegación de Estambul del Instituto ha encontrado muchas dificultades para sufragar la excavación. En la central de Alemania no tenían demasiadas esperanzas en que se encontrara nada importante en una ciudad que ya había sido excavada varias veces. Por eso eran más partidarios de financiar trabajos más importantes…

—Pero al final nos ayudaron —le interrumpió Esra creyendo, por el largo preámbulo, que al final Bernd sacaría a relucir que su intervención había sido decisiva.

—Sí, pero sólo gracias a
herr
Krencker. De no ser por su capacidad de convicción no habríamos conseguido ni un céntimo.

Esra movió la cabeza indicando que estaba de acuerdo con él.

—Tiene razón. Le debemos mucho al profesor Krencker.

—Él nos ha ayudado y nosotros debemos ayudarle.

Ella se detuvo y miró a su colega alemán, al menos quince centímetros más alto que ella.

—Al parecer, en la central siguen discutiendo —le explicó Bernd—. Hay algunos que encuentran excesivos los fondos que nos han destinado. Piensan plantearlo de nuevo en una reunión que tienen dentro de quince días.

A Esra le alegró que la conversación hubiera tomado ese giro inesperado.

—Entiendo, por eso el profesor quiere que hagamos la conferencia de prensa cuanto antes. Así le podrá cerrar la boca a los que se oponen.

—Sí, eso es lo que quería decir.

—En ese caso, no tenemos otra opción más que hacerla el miércoles.

—Sí, es nuestra única opción.

—Entonces estamos de acuerdo. Nadie querrá que nos corten la subvención.

—Pero —Bernd le lanzó una mirada tímida a Esra— creo que sería mejor que los del equipo no supieran nada de esos enredos en el Instituto.

—No se preocupe —dijo ella guiñándole un ojo—. Nadie tendrá la menor noticia. Pero tenemos que empezar los preparativos de la conferencia de prensa ahora mismo.

—No creo que nos lleven demasiado tiempo. Timothy sabe bien cómo son estos asuntos. Él nos aconsejará sobre cómo debemos hacerlo.

—Tiene razón, a él le tocará trabajar mucho. Discutiremos eso también en la reunión de esta noche.

Caminaron a la sombra de los álamos hasta que divisaron la mezquita de la aldea. Al ver dónde estaban, Esra dijo:

—Si quiere, podemos regresar; quizá los chicos ya hayan vuelto.

Bernd no se opuso, así que dieron media vuelta. De nuevo volvió a producirse un silencio entre ellos. Al alemán no parecía importarle y caminaba tranquilamente balanceándose sobre la punta de los pies, pero a Esra el silencio le molestaba.

—Quiero preguntarle algo —dijo. Sentía curiosidad desde que había visto a Bernd escribiendo la carta el día anterior. En realidad, había dudado si preguntárselo pensando si no estaría entrometiéndose en su vida privada, pero luego, sabiendo que a él le gustaba que le preguntaran por su mujer, concluyó que sería mejor sacar el tema en lugar de caminar en silencio como si estuvieran enfadados el uno con el otro—. ¿Por qué le escribe cartas a su mujer pudiendo hablar con ella por teléfono?

Por la cara de Bernd se extendió un rubor apenas perceptible que no se le escapó a Esra.

—Lo siento, no me conteste si no quiere. Es sólo curiosidad.

—¿Por qué no iba a contestar? —replicó él. En su rostro no había la menor señal de que la pregunta le hubiera ofendido—. La verdad es que también hablamos por teléfono, pero expreso mejor lo que quiero decirle por carta. Y a Vartuhi le gusta.

—¿Ella también le escribe a usted?

—Por desgracia, no. Odia escribir. Por eso, cuando recibe una carta mía, me telefonea.

Esra se echó a reír.

—Es entonces cuando hablan por teléfono.

Bernd también se rió.

—Sí, hablamos por teléfono cuando ella me llama. Pero hablar por teléfono resulta… ¿Cómo le diría?

—¿Frío?

—Sí, frío… No soy capaz de decirle lo que quiero… Puede que la culpa sea mía, la gente en general habla tan tranquilamente por teléfono.

—No creo que sea nada malo. A mí también me gustaría que el hombre al que amo me escribiera cartas. Pero quedan muy pocos hombres tan enamorados como usted, su mujer tiene mucha suerte. El rubor en la cara de Bernd se hizo mucho más evidente.

—Eso dice ella, pero soy yo quien tiene suerte —se volvió hacia su colega como si temiera que no le creyera y continuó hablando emocionado—. Me llamó la atención por su belleza la primera vez que la vi en el jardín de la Universidad de Heidelberg. Realmente era muy bonita, con su pelo negro rizado, su piel morena y sus ojos brillantes, pero yo aún no sabía que era la persona que estaba buscando.

—¿La persona que estaba buscando?

—Ya sabe lo que dicen, que uno busca a su media naranja. Alguien con quien pueda entenderse en todo, con quien pueda encontrar la paz, cuyo cariño nunca le falte.

«¿Existe de veras esa persona?», pensó Esra.

—Vartuhi es así —continuó el alemán—. O sea, mi media naranja.

—¿También es arqueóloga?

—Sí, ya le he comentado que estudiamos en la misma facultad. Ella venía de Francia. Como le decía, al principio me llamó la atención por ser una belleza morena. Y, según fui conociéndola, comprendí que no podría vivir sin ella.

Esra miró a Bernd con ojos incrédulos.

—¿Cuántos años hace que se conocen? —no lo preguntaba por hablar, realmente sentía curiosidad.

—Siete años —contestó él. Sus ojos brillaron como si le hubiera venido a la mente un dulce recuerdo—. Y llevamos tres casados.

—Perdone, pero siete años es mucho tiempo. ¿Nunca se ha sentido aburrido estando con ella?

—No, desde luego que no —contestó Bernd sacudiendo la cabeza—. Me resulta imposible aburrirme con ella a mi lado.

—Puede que sea porque está a menudo lejos de casa a causa de las excavaciones.

—Sólo nos hemos separado este año. Siempre vamos juntos a los yacimientos.

Esra observó con admiración a su colega.

—Realmente son ustedes una especie extinta de enamorados. Yo empecé a aburrirme de mi matrimonio al segundo año.

—Se ve que no encontró a la persona adecuada.

—Si tengo que decir la verdad, yo tampoco creo que lo fuera. Estaba muy enamorada de Orhan, mi ex marido. Pero el tiempo acaba con la magia del amor.

Dudó, estuvo a punto de decir que además tampoco estaba preparada para el matrimonio, pero cambió de idea. Cuando le pidió el divorcio, Orhan la acusó de irresponsable y de no ser lo bastante madura. Y de que la razón de todo aquello era que tomaba como ejemplo a su padre. El reproche de Orhan con respecto a su padre provocó una fuerte discusión entre ambos. Dejaron de hablarse durante días, pero les vino bien porque así su marido pudo acostumbrarse a la idea del divorcio. Orhan era como Bernd. «Sin ti me siento incompleto —le decía—. Sin ti soy medio hombre». Su padre le había enseñado dónde se originaba aquel razonamiento. En
El banquete
, Platón, basándose en Aristófanes, contaba que el hombre había sido creado como un ser de cuatro brazos, cuatro piernas y dos cabezas llamada Andróginos, pero que Zeus, celoso de aquella criatura perfecta, la había dividido en dos y, así, el ser humano se pasaba la vida buscando su otra mitad. Lo dijeran grandes pensadores como Sócrates y Platón o lo dijeran amantes fieles como Orhan y Bernd, aquello era algo que Esra no entendía. ¿Cómo era posible que alguien se encontrara a sí mismo en otro? ¿O que limitara el encontrarse a sí mismo a otro? Bien, ¿y los otros aspectos de la vida: la arqueología, los amigos, la familia? Las ricas posibilidades que ofrecía el mundo de relacionarse, de que la persona existiera por sí misma. Hablaban de completarse, de una perfecta armonía. Sí, en algunos momentos era posible; haciendo el amor, pensando, discutiendo, trabajando, escuchando música, sentados en silencio, era posible que por un instante compartieras los mismos sentimientos con la persona con la que estabas, que notaras en el corazón la misma alegría, la misma tristeza, la misma emoción, la misma calma, pero que aquello durara sólo podía ser el resultado de un milagro o de que ambas personas se engañaran en el mismo grado. Vivir en perpetua armonía significaba destruir la belleza de la misma, vaciarla de contenido. Lo que Bernd u Orhan llamaban armonía estable, para Esra significaba compartir momentos aburridos, acciones repetitivas, actitudes y maneras de pensar idénticas.

Al contrario de lo que creía Orhan, su padre y ella no compartían las mismas ideas al respecto. Su padre decía que estaba enamorado de Nilgün, pero en tiempos había alimentado los mismos sentimientos por su madre. Y, de la misma forma que con el tiempo había desaparecido la pasión que sentía por su madre, su amor por Nilgün también desaparecería. ¿Realmente había sido necesario que se separara de su mujer, a la que quizá ya no quisiera, pero a la que todavía respetaba y con quien tan bien se entendía, y de su hija, a la que tanto decía querer? Esra había podido ver cómo se confirmaban sus recelos. En los últimos años su padre no dejaba de criticar a su querida Nilgün, a la que cuando la conoció siempre estaba poniendo por las nubes. A pesar de que durante todo aquel tiempo había sabido que terminaría así, no había sido capaz de echárselo en cara a su padre. Todavía no lo era.

—Se ha quedado usted ensimismada —dijo Bernd—. ¿En qué estaba pensando?

—Que soy una persona a medias —por los labios de Esra se extendió una sonrisa irónica—. Supongo que no tengo la capacidad de amar durante mucho tiempo. Me resulta imposible comprometerme con nadie.

Mientras lo decía esperaba que su colega mostrara cierta cortesía y le contestara que se equivocaba, pero Bernd siempre decía lo que pensaba sin dudar lo más mínimo.

—No sé si será una persona a medias, pero lo que está claro es que ha tenido la mala suerte de no haber encontrado el amor verdadero.

«¿Y por qué iba a ser que tengo mala suerte?», pensó Esra. Quizá fueran ellos los que en realidad la tenían. Ellos eran quienes habían optado por una vida restringida, llena de prohibiciones autoimpuestas, alejada de la verdadera felicidad. ¿Qué tenía de bonito colocar en el centro de sus vidas a la persona amada si cuando se iba se les envenenaban los días e incluso, como Kemal hacía con Elif, le amargaban la vida al otro? Pero no podía decirle eso a Bernd, así que se limitó a comentar:

—¡Qué le vamos a hacer! ¡Así nos ha creado Dios!

—Cuando encuentre a la persona adecuada, también usted cambiará.

Y el hombre todavía tenía el valor de consolarla.

—Bueno —dijo Esra convirtiendo la conversación en un juego—. ¿Cuánto quiere a su mujer?

—Mucho, tanto como para hacer cualquier cosa por ella.

Esra se rió de lo serio que se puso Bernd al afirmar aquello.

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