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Authors: Ahmet Ümit

Tags: #Intriga, #Policíaco

La Tumba Negra (24 page)

BOOK: La Tumba Negra
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—Espero que todo resulte como dices —dijo con voz indecisa, como si no supiera si creerle.

—Ya verás como sí. Adiós, mañana hablaremos.

—Adiós —antes de colgar, Esra añadió—: Ten cuidado.

—No te preocupes, mala hierba nunca muere.

«¿Qué habrá querido decir con eso?», pensó Esra. Ella le había dicho que tuviera cuidado sólo por decir, pero él se lo había tomado en serio. Había hablado como si se encaminara a un enfrentamiento armado. «Parece que de verdad han capturado al asesino», se dijo alegre. Eso sería el final de todas sus preocupaciones. Sintió un deseo irresistible de comunicarle la noticia a sus compañeros. Pero cambió de idea en cuanto lo meditó un poco. ¿Y si se equivocaba, y si aquello no llevaba a nada, como la detención de Şehmuz? Lo mejor sería no contar nada. De hecho, si el capitán tenía razón, ya se lo contaría él a todo el mundo mañana, y si no la tenía, al menos ella no le habría dado esperanzas en vano a nadie.

En ese momento llamaron a la puerta. Enseguida se rehizo y se puso en pie. En la puerta apareció Kemal, alto y extremadamente delgado.

—¿Tienes un momento?

—Ven. —Esra había comprendido en cuanto lo vio a qué había ido a verla—. Pasa.

Kemal entró y con los hombros hundidos y arrastrando los pies se dirigió a la mesa que había en el centro de la habitación. Se sentó en un banco vacío.

—¿Qué voy a hacer con esta mujer?

—¿Qué mujer?

Kemal le lanzó una mirada de censura.

—Si no quieres escucharme, puedo irme.

—Perdona —dijo ella acercándose a su amigo—. No he querido hacerte daño. Pero le estás dando demasiada importancia a este asunto.

—¿Demasiada? Estoy enamorado de ella, lo es todo para mí…

«Éste está ciego de amor», pensó Esra mientras se sentaba en el banco más próximo al de él.

—En ese caso, deberías ser más comprensivo —dijo poniéndose seria—. No puedes retenerla asfixiándola.

—¿Crees que la estoy asfixiando?

—No le quitas el ojo de encima. Y siempre estás metiéndote en todo lo que hace.

—Porque la quiero.

—El amor excesivo puede llegar a ahogar. Elif tiene sus propios deseos y sus propios sentimientos, como todo el mundo. No puede vivir como tú quieras. Déjala a su aire. Permítele que se conozca a sí misma. Respeta sus deseos.

Kemal sacudió la cabeza decepcionado.

—Nadie la ha respetado tanto como yo. Pero ella nunca me ha respetado a mí, nunca me ha prestado atención.

—Hasta cierto punto, tú tienes la culpa —dijo Esra. Sabía por experiencia que, cuando se habla con los que están tan amargados con el amor que han llegado al punto de compadecerse de sí mismos, es más práctico maltratarles que apoyarles—. Siempre te has sacrificado tú, siempre has dado tú.

—Sí —aventuró él sin saber muy bien adónde iba a parar todo aquello—. Siempre he dado yo, siempre me he sacrificado. Y ella siempre ha sido egoísta.

—En mi opinión, quien en realidad se ha comportado de manera egoísta has sido tú. Yendo por delante de ella para demostrarle lo perfecto que eres. Te metiste en su espacio. Con tus exagerados esfuerzos impediste que ella te demostrara que te quería.

—Eso es una tontería —replicó Kemal, que no se había esperado tener que enfrentarse a las acusaciones de su amiga—. Ella estaba contenta de que las cosas fueran así, nunca se quejó.

—Claro que estaba contenta. ¿A quién no le gusta que la quieran, que le presten atención? Especialmente a las mujeres nos encanta. Pero también queremos poder preocuparnos por el hombre que amamos, sacrificarnos, sufrir por él. Queremos demostrar lo que somos capaces de hacer por su amor. Tú no se lo has permitido a Elif. Y ahora le estás echando en cara lo que has hecho por ella.

Kemal no entendía del todo lo que Esra quería decir.

—No, no le estoy echando nada en cara. Incluso ahora, sería capaz de cualquier cosa por ella. Pero ya no me quiere. Sólo piensa en Tim… —inclinó la cabeza y guardó silencio un rato, luego continuó con voz llorosa—: No sé qué encuentra en ese tipo, que podría tener la edad de su padre.

—No sabemos si realmente le interesa Tim —ni siquiera la misma Esra se creía lo que estaba diciendo—. Puede que estés exagerando.

—Ojalá fuera así. ¿No has visto cómo le mira? A mí ni una vez me ha mirado así… Y el tipo, como se ha encontrado a una chica joven, quiere aprovecharse hasta el fin.
Orient adventure
… Una aventura que le dará color a sus memorias.

Esra empezó a lamentarlo de veras por su amigo, se acercó a él y le rozó la mano con cariño.

—Lo primero es tranquilizarse. Como intentes resolverlo así de enfadado, al final saldrás perjudicado tú.

—¿Cómo voy a tranquilizarme? Prácticamente se están acostando en mi cara.

—Vamos, hombre, no he visto que Tim tenga esa intención.

—¿No te has dado cuenta, Esra? Elif intenta pasar todo el tiempo con él.

—Muy bien, puede que ella esté confusa. Todavía es muy joven y Tim es un hombre interesante. Puede que en algún momento él le haya interesado. Pero en cuanto lo piense un poco se dará cuenta de que su relación es imposible y reaccionará. Pero si tú sigues con tus espectáculos de celos, conseguirás alejarla del todo de ti.

Los ojos de color castaño claro de Kemal brillaron de celos.

—¿Y qué es lo que tengo que hacer? ¿Mostrarme tolerante mientras mi chica está coqueteando con otro?

—No sabemos si está coqueteando con él o no. No creo que Tim y Elif sientan atracción alguna el uno por el otro. Si fuera así, me habría dado cuenta. Créeme, las mujeres lo notan antes que los hombres.

Él vaciló, rumiando si no estaría equivocado. Aunque quizá fuera más correcto decir que esperaba estar equivocado.

—Pero… —de su boca salió una débil protesta.

—Nada de peros, Kemal —lo interrumpió Esra con una actitud segura, casi despótica—. Voy a hablar claro contigo. Si no quieres perderla, debes ser más tolerante. No puedes conseguir que te quiera más presionándola. Hoy es Tim, y mañana puede encontrar a otro del que enamorarse. Si de verdad la quieres, tienes que procurar esforzarte para que te escoja a ti en el momento de la decisión. O sea, debes dejarla libre. No hay otra solución. Y si me contestas que no eres capaz de hacer eso, será mejor que la olvides desde ahora mismo.

—¡Maldita sea! —dijo Kemal dando un puñetazo a la mesa—. ¿Crees que no lo he intentado? Si pudiera olvidarla, ¿me estaría humillando así?

El joven agachó la cabeza al decir aquello. A Esra le aterrorizó pensar que se echaría a llorar. No podía soportar que los hombres lloraran.

—Pero ¿qué dices? ¿Humillarte? Sólo somos dos amigos que están charlando. ¿O es que yo no te cuento mis problemas?

Kemal levantó la cabeza. Ella se tranquilizó al ver que no estaba llorando.

—Eres una gran amiga —le dijo agradecido—. Y al mismo tiempo una mujer muy fuerte. Ojalá yo pudiera ser como tú.

En los labios de Esra apareció una sonrisa amarga.

—Te equivocas. No soy tan fuerte como parezco. Si a mí me estuviera pasando lo que a ti, me hundiría.

—Si tú te hundieras, intentarías volver a ponerte en pie de inmediato. Yo no soy así.

«La gente no me conoce», pensó Esra. Les engañaba aparentando ser valiente, decidida, saberlo todo. No era como ellos creían. ¿Y quién era en realidad? ¿Una mujer cobarde e indecisa? Estaba confusa. Al levantar la cabeza sus ojos volvieron a cruzarse con los ojos de color castaño claro de su amigo. Despeinó de un manotazo amistoso a Kemal. —No te preocupes. Todo pasará.

Él sacudió la cabeza desesperado.

—No lo creo. Lo noto en el corazón; esto acabará mal, perderé a Elif. Quizá hace mucho que ya la he perdido.

—Eso es lo que piensas ahora. Estamos pasando días malos. Y nos está afectando negativamente —dudó un instante, y luego añadió con la esperanza de que al día siguiente hubieran capturado al asesino—: Créeme, dentro de poco pensarás en cosas más hermosas.

Decimotercera tablilla

Mientras regresaba a casa desde el templo, intentaba aplacar mi pesimismo pensando en cosas hermosas, esperanzadoras. Al día siguiente llevaría las ofrendas al templo y encontraría el rastro de Ashmunikal.

Esperé impaciente que mi padre volviera a casa. En cuanto llegó, me planté ante él. Le dije que había soñado con la diosa Kupaba, que me llamaba al templo. Después de mirarme de arriba abajo, mi padre Araras susurró:

—Los dioses quieren ofrendas.

Gracias fueran dadas al dios de la tormenta, mi padre me había creído.

—Si la diosa Kupaba quiere ofrendas, debemos llevarle lo más valioso que tengamos —añadió.

Cuando me levanté a la mañana siguiente, me estaban esperando una vasija del mejor vino, panes blancos bien cocidos, un cuenco de miel y una ternera cebada. Mi padre había juzgado el sueño que le había contado que había tenido como una señal relacionada con mi destino. Le daba miedo que pudiera irritar a los dioses y atraer sobre mí su ira. Por eso se había portado de forma tan generosa. Mi mentira había funcionado. Me sería difícil no ganarme el corazón de Walvaziti con aquellas ofrendas. Cargué todo lo que iba a presentar a los dioses en un carro de bueyes y me puse en camino hacia el templo llevando conmigo a dos de nuestros esclavos. Al llegar, entré en la amplia sala en la que se aceptaban las ofrendas. Hice escribir mi nombre en las tablillas en las que se guardaban los registros y entregué las ofrendas a los encargados. Envié el carro de bueyes y los esclavos de vuelta a casa y subí a ver a Walvaziti. Después de entrar en la sala y presentar mis respetos a los dioses, fui al recinto sagrado del sumo sacerdote. En cuanto me vio entrar, sonrió con dulzura y me dijo:

—Joven Patasana, nieto del sabio Mitannuwa e hijo del noble Araras, has hecho lo correcto viniendo al templo esta mañana en primer lugar. Así te has ganado el amor y la confianza de los dioses. Espero que no se te haya olvidado traerle ofrendas a la diosa Kupaba.

Como respuesta le alargué la tablilla que me habían dado los funcionarios y le dije:

—No lo he olvidado, ilustre sumo sacerdote.

Walvaziti le echó un vistazo a la lista de todo lo que había llevado aparentando no darle importancia y me dijo:

—Los dioses te perdonarán, Patasana. Pero ten cuidado de no volver a cometer el mismo error, el mismo pecado.

En respuesta, yo le contesté:

—Los dioses son omnipotentes y clementes. Son nuestros señores. Yo soy un hombre joven, inexperto e inculto. Te prometo que nunca volveré a pecar, ilustre Walvaziti.

Mis palabras contentaron al sumo sacerdote. Se me acercó, me puso la mano en la cabeza y me dijo:

—Bravo, joven Patasana. Si te humillas así ante nuestras divinidades, si les imploras, si les alegras con valiosas ofrendas, te protegerán y te otorgarán el don de la felicidad.

Aquellas hermosas palabras de Walvaziti me dieron valor. No encontraría mejor momento para preguntarle por Ashmunikal.

—Señor —dije arrojándome a sus pies—, ilustre señor, te lo ruego, perdóname, hay algo que tengo que pedirte. Señor, ayer, mientras realizaba el rito sagrado, encontré a la mujer a la que he de unir mi vida. Fuiste tú, gran señor encargado de cumplir en la tierra la voluntad de los dioses, quien hizo que nos encontráramos. Estamos unidos por los dioses. Con el permiso de los dioses y el tuyo, quiero conocer a esa mujer y tomarla por esposa.

Walvaziti me levantó tomándome de la mano. Fue en ese momento cuando vi que algo ensombrecía el rostro del anciano sacerdote.

—¡Ah, desdichado hijo mío! Será mejor que aceptes que nunca me has hecho esa pregunta, que nunca hemos hablado de esto. Ante aquella respuesta tan extraña, yo insistí:

—Te lo ruego, gran señor, no dejes que me vaya así. Te lo pido por lo más sagrado, cuéntame lo que ocurre.

Walvaziti volvió a acercarse a mí y esta vez me levantó tomándome de los hombros.

—¡Ah, joven Patasana! Te has enamorado de la joven más inalcanzable. Ahora pertenece al rey Pisiris.

Al escuchar estas palabras mi corazón empezó a latir con tanto miedo como el del joven pastor al que habían arrastrado el año anterior las aguas del Éufrates. De la misma forma que él había intentado resistirse a la corriente agarrándose a arbustos y ramas, yo dije con un último esfuerzo:

—Pero Pisiris tiene a la reina.

Walvaziti sacudió la cabeza con desesperación.

—Pisiris no ha tomado a Ashmunikal como reina. La usará a su servicio en todo tipo de cosas, la unirá a su harén.

Me costaba trabajo entender.

—¿Entonces por qué Ashmunikal sirvió ayer como prostituta del templo?

—Porque ella no quería a Pisiris. Pero sabía bien que no podía oponerse a los deseos del soberano. Por eso la pobre muchacha pidió refugio a los dioses. Quería ofrecer su virginidad, no a un rey al que no ama, sino a alguien que escogieran los dioses. Así fue como os encontrasteis. Esta mañana se fue al palacio. Ahora es una de las mujeres del harén del rey.

Cada palabra que oía parecía ser un fuerte golpe que aceleraba mi hundimiento. La pobre Ashmunikal, al caer en manos de alguien tan torpe como yo, incapaz de reprimir su nerviosismo, no había podido ofrecer su virginidad a los dioses. Mientras yo meditaba sobre todo aquello, Walvaziti prosiguió con sus advertencias aprovechando la oportunidad que le brindaba mi silencio.

—Patasana, te quiero como si fueras mi propio hijo. Tu abuelo Mitannuwa estaba loco, pero era mi mejor amigo, y en cuanto a tu padre Araras, a mi edad aún no he visto a un hombre de Estado tan virtuoso como él. Tú eres de su estirpe, de su sangre. El fuego que prendió Ashmunikal debe apagarse, debes doblegarte al destino que te han trazado los dioses. No olvides que nuestro monarca es el representante en la tierra de los dioses, su favorito. Oponerte a la voluntad del rey significa rebelarte contra los dioses.

Walvaziti tenía razón. Nuestro soberano había deseado a Ashmunikal, y esto debía ser para mí como una orden que tendría que acatar. Debía obedecer, debía olvidarla, a ella, a mi primer amor, noble como una diosa, bella como una diosa, pura como una diosa; debía soportar aquel dolor yo solo, sin hablar a nadie de mi amor.

14

Estaba sola. Por un instante Esra no recordó dónde se encontraba; se sentía como si estuviera cayendo en el vacío. Era algo que también le había ocurrido los primeros días tras su separación de Orhan. Tardó algún tiempo en acostumbrarse a dormir sola en la cama. Pero había sido ella quien había querido separarse. Habían pasado años desde su divorcio, ¿qué le estaba ocurriendo ahora después de tanto tiempo? Se incorporó en la cama nerviosa. Recordó que había estado hablando con Kemal y que había vuelto a acostarse después de que su amigo se fuera. Miró hacia la ventana; la tenue luz de media tarde se filtraba por la tela barata de las cortinas. Debía de haber dormido largo rato. Nadie había ido a despertarla. Estaba aburrida y quiso repasar las notas que había tomado en la excavación. Se levantó desperezándose. Se miró la cara en el pequeño espejo colgado de la pared; se veía cansada y los rizos de pelo pegados por el sudor le daban un aspecto descuidado. No le gustó la imagen que veía en el espejo. Pero no le dio importancia, y después de arreglarse un poco el pelo con la mano, salió.

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