La última tribu (14 page)

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Authors: Eliette Abécassis

Tags: #Intriga

BOOK: La última tribu
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Cogí el teléfono y marqué el número de Shimon.

—Shimon —dije—, ¿estaba Jane al corriente de que yo iba avenir?

Hubo un silencio al otro lado de la línea. Oí el ruido de un mondadientes, y luego la respuesta:

—No.

—¡Pero Shimon! —exclamé—, ¿cómo has podido…?

—¿Has encontrado su pista?

—Creo que sí.

—Por fin —dijo con un suspiro de alivio—. Estaba seguro de que la encontrarías. ¿Dónde se encuentra?

—Quiero explicaciones.

—De acuerdo. Es muy sencillo: te envié allí porque la CIA me pidió que lo hiciera.

—¿Porqué?

—La CIA cree que Jane está en peligro. No mantiene el menor contacto con ellos. Por esa razón me pidieron que enviara a mi mejor agente para tratar de rescatarla. ¿En quién podía pensar, Ary, si no en ti?

—Pero Shimon, ¿no podías habérmelo dicho?

—No quería asustarte, hacerte suponer lo peor… Quería que estuvieras en plena posesión de tus facultades. Ahora dime, por favor, dónde la has visto.

Solo, en medio de la noche, fui al barrio de Gion. Era muy tarde, las farolas arrojaban sobre aquel lugar una luz tenue, un poco brumosa. El barrio estaba silencioso, vacío, las aceras en sombras. Por las calles deambulaban algunos paseantes, hombres que salían titubeando de casas pequeñas aún iluminadas.

Entré en el vestíbulo de la casa de las geishas. No había nadie. Hice sonar la campanilla de la entrada. Esperé un rato hasta que apareció una anciana, a la que probablemente había despertado. Sus ojillos rasgados me inspeccionaron con aire inquisitivo. Le pedí ver a una geisha llamada Jane Rogers.

Inclinó la cabeza y me tendió un catálogo.

Lo hojeé nervioso, pero no había ninguna foto ni mención de Jane.

—Querría una geisha occidental.

—Geisha occidental muy cara —respondió con una inclinación de la cabeza.

Le indiqué que podía pagar. A pesar de la gravedad de la situación, no pude contener una sonrisa al pensar en la cara que pondría el pobre Shimon cuando se encontrara las dos facturas exorbitantes de la casa de las geishas…

Me llevaron a una habitación pequeña donde, según el ritual, me sirvieron té y comida. Pero nadie vino a verme. Ahora ya conocía el procedimiento: tendría que esperar dos noches. Pero ¿cómo podría resistir todo ese tiempo, cuando mi corazón y mi cuerpo ardían de impaciencia, de espanto y deseos de verla?

Era ya tarde y me dormí, sin darme cuenta de que estaba agotado. En medio de mi sueño me despertó un soplo, un cuchicheo. ¿Era sueño o realidad? Aquellos ojos oscuros en la noche, las manos tan finas, la manera airosa de erguir la cabeza, la sonrisa sincera, tierna, amistosa, la alegría del reconocimiento, ¿eran reales, o se trataba de un ángel custodio, un sol suave que me calentaba inclinándose sobre mi sueño?

Sin embargo, no parecía ella. Llevaba en la cara un maquillaje blanco, de una palidez espectral. Sus ojos estaban destacados con polvos rosados y rojos, los pómulos formaban dos círculos que sobresalían, la boca estaba pintada de un rojo muy vivo, brillante, los cabellos rubios se alzaban en un moño sostenido por largas agujas, su cuerpo se disimulaba bajo un vestido japonés, un quimono rojo, como si fuera una bata holgada sujeta por un cinturón de seda negra, apretada en la cintura y con mangas larguísimas.

—Jane…

—Calla —murmuró colocando un dedo sobre mis labios—. No hagas ruido.

—Pero…

Era Jane, en efecto, quien estaba delante de mí. Vestida, preparada como una geisha. Jane estaba allí, real e irreal a la vez, próxima y distante, tal como siempre la había conocido y enteramente extraña. Mi primer impulso fue abrazarla, como lo había hecho la víspera del día que me dejó. Posé un beso en su frente, en sus mejillas, en sus labios, en su cuello. Empujado por el amor, abrasado por la llama que me consumía desde que me había dejado, la estreché contra mí, su corazón contra el mío, su cuerpo delgado y frágil, fuerte sin embargo, contra el mío, como una evidencia.

La acaricié, mi rostro pegado a su rostro, como cuando ella me dejó. La encontré de nuevo, tal como era, en la eternidad del amor consumado, en su plenitud, en su solicitud, en el deseo inconmensurable de tenerla, como cuando me dejó. Estaba ahí, y la abracé tan fuerte, tan estrechamente que no podría ya escapar, nunca más alejarse de mí, nunca más arrancarse de mí como si me privaran de una parte de mí mismo, nunca más dejarme. Y murmuré en voz baja, muy baja:

—Mi corazón desborda de amor por ti, sufro por no ser tú, tú dices que somos uno cuando habitamos el espíritu del otro, pero yo sufro por no ser tú…

—¿Qué haces aquí? —murmuró ella.

—¿Y tú?

—Esta casa, Ary —me susurró al oído—, pertenece a una secta.

—¿Una secta? Pero ¿y tú…?

—Calla. Habla más bajo. Es posible que nos espíen.

—¿De qué secta se trata?

—Una secta muy poderosa y secreta. Sus hombres no se revelan, están en potencia pero no en acto. Y son muy poderosos: están presentes entre los políticos, los jefes de Estado, las administraciones…

Mi espíritu se había llenado de gozo y felicidad al verla, pero al mismo tiempo se vio invadido por pensamientos nefastos. Me encontraba suspendido en algún lugar entre el placer y el dolor, entre la alegría y la tristeza, entre el alivio y el terror, entre el amor y el odio, entre el deseo y el espanto. Intenté calmarme, pero no lo conseguí.

Jane se puso en pie, fue hasta la puerta y la entreabrió; comprobó que no había nadie al otro lado y regresó a mi lado.

—Escucha, Ary, escucha bien lo que voy a decirte, porque necesito que me ayudes.

—¿Sí?

—Estoy siguiendo la pista de un hombre.

Se sirvió un vaso de sake y lo bebió de golpe, como para darse ánimos. Aquel gesto tan decidido me intrigó: nunca había visto beber a Jane, y menos de aquella manera.

—Un fracasado o un ambicioso, según se mire. En todo caso, un hombre peligroso. ¿Entiendes? Porque no disponemos de mucho tiempo…

—Te escucho.

—Se llama Ono Kashiguri. Está al frente de la secta, que se llama secta de Ono.

—Pero Jane —la interrumpí—, ¿cómo puedo escucharte? Soy demasiado feliz por estar otra vez contigo. He venido hasta aquí a buscarte. ¡Tenía tantas ganas de volver a verte!

—Lo sé, Ary, lo sé… No podía explicártelo. No puedo tener contacto con el exterior. Es demasiado peligroso. Todos mis gestos son espiados, escuchados. He conseguido infiltrarme en esta casa, pero no puedo salir de ella, no puedo ir a ninguna parte, me seguirían. Hay demasiadas ramificaciones. ¿Comprendes? Por eso necesito que me escuches con atención; así transmitirás todas mis informaciones a Shimon, ¿lo has entendido?

—Entendido. Pero ¿cuándo volveremos a vernos?

—Cuando yo te lo indique. Pero, sobre todo, no debes volver aquí, sería demasiado peligroso. No debes ser localizado por ellos, ¿lo entiendes? A ningún precio. Pondrías en peligro tu vida y la mía.

—Han registrado tu habitación del hotel.

—Es probable; sé que me espían.

—Adelante —dije—. Te escucho.

—Éstas son las informaciones que he conseguido reunir. Ono Kashiguri era un hombre corriente al principio; procede de una familia modesta. Fracasó en los estudios y se estableció en Tokio como experto en acupuntura. En 1985, a la edad de veinte años, se casó con una estudiante que le ha dado cinco hijos. Abrió una tienda de remedios chinos tradicionales. En 1992 fue detenido por vender falsos medicamentos. Su comercio quebró. En 1997 fundó su secta, declarada oficialmente una religión. También creó un partido político que lidera, aunque no ha conseguido ser elegido para la Dieta o Parlamento.

»Desde hace varios meses, ha empezado a darse a sí mismo los títulos de “Cristo de nuestros días” y “Salvador de este siglo”. Hoy, la secta cuenta con adeptos en todo el país, pero no solamente aquí: se ha extendido a Estados Unidos y Alemania, y también a Rusia.

—¿Cuáles son sus ideas, sus objetivos?

—Sus ideas son a la vez simples y complejas. Su doctrina se define como budista, pero es una mezcla de elementos heterogéneos: culto a Shiva, el dios hinduista de la destrucción; elementos de New Age, ocultismo… Uno de sus héroes es Hitler, «maestro de lo oculto». La obsesión de Ono Kashiguri son las conspiraciones contra Japón; su bestia negra, Estados Unidos y sus aliados occidentales, criaturas, según él, de los masones y los judíos, cuyo elemento privilegiado de destrucción sería el
fast-food
, la comida rápida.

»Hace aproximadamente un mes, la secta anunció el fin del mundo. Desde entonces, Kashiguri se hace adorar por sus discípulos, que se inclinan ante él y le besan los pies. Algunos compran a un alto precio un brebaje preparado con sus secreciones, y lo beben.

—¿Cuántos son sus discípulos?

—Treinta mil en Japón y otros tantos en todo el mundo. Un gran número son personas de edad y ricas que desaparecen después de haber legado todos sus bienes a la secta. Son raptadas, y se ignora cuál es su destino posterior. Pero también hay científicos de alto nivel, abogados, miembros de la policía y, como te he dicho, políticos.

—¿Estás segura de que están infiltrados en la policía?

—Sí, la secta de Ono tiene adeptos informadores incluso en la policía japonesa. Los discípulos, después de haber sido reclutados por el gurú, dejan a sus familias, parientes, esposas, le ceden todos sus bienes y consagran sus vidas trabajando para él. Sus hijos, educados en la les son arrebatados y quedan aislados del mundo.

—¿Cómo son reclutados?

—Por los discursos de Ono… Y además, entre los adeptos, hay científicos, médicos y químicos que trabajan en la fabricación de LSD y otras sustancias alucinógenas. Estas deberán ser utilizadas, al mismo tiempo que los gases tóxicos, para crear un caos total en las grandes ciudades de Japón, para empezar; y después, en el mundo entero.

—¿Tienen medios para conseguir algo así?

—Los activos del grupo están evaluados entre trescientos millones y mil millones de dólares, en bienes inmuebles, tiendas de informática, editoriales, agencias de viajes, restaurantes populares, e incluso una agencia matrimonial, por no mencionar las cuentas bancarias… ¿Me sigues?

—Te escucho. Pero ¿por qué el gobierno no ha prohibido esa secta?

—Un proyecto de ley presentado por el gobierno japonés prevé que las organizaciones religiosas establecidas en más de una prefectura tendrán en adelante que presentar declaración en el Ministerio de Educación. Será obligatorio para ellas presentar un listado de sus bienes y de sus responsables, lo que permitirá vigilarlas y proceder al control de sus cuentas. Esas disposiciones no son molestas para las religiones en el sentido común de la palabra; la población japonesa, en su gran mayoría, se ha mostrado favorable. Pero el principal partido de la oposición, el sintoísmo, creado por la secta Soka Gakkai, ha manifestado su radical desacuerdo, y lo mismo sucede con el cardenal-arzobispo de Tokio, monseñor Shiranayagi, que ve en esa medida una restricción de la libertad religiosa.

—¿La secta quiere tomar el poder? ¿Desestabilizar el gobierno?

—No solamente eso. Pienso que su objetivo es el emperador…

—¿Por qué razón?

—Todavía no lo sé. Pero espero tener muy pronto más información.

—Pero ¿y tú, Jane? —dije mirándola—. ¿Cuánto tiempo piensas seguir aquí? ¿Crees que puedo dejarte en medio de esta gente?

—Estoy aquí para investigar, Ary… Esta casa pertenece a la secta. Miembros influyentes la frecuentan. Vienen a relajarse, es su recompensa. He descubierto que la secta ha abierto una escuela… En apariencia es una escuela para monjes budistas, pero en realidad… He sabido que Ono pasó varios meses, el año pasado, en un monasterio del Himalaya y que a su vuelta anunció que había conocido el
saton
, la iluminación suprema. Y sobre todo, he descubierto que el monje Nakagashi era miembro de la secta, como también su amante, la geisha Yoko Shi Guya.

—Vaya, qué extraño. El monje Nakagashi pertenecía a la casa Beth Shalom, en Kioto, consagrada al pueblo de Israel…

—Es posible que haya querido infiltrarse en la casa Beth Shalom.

—¿Crees que Nakagashi y Yoko Shi Guya fueron asesinados por miembros de la secta?

—O bien por los del Beth Shalom.

—¿Hay una relación con el hombre de los hielos?

—No lo sé aún, pero lo supongo. Fue a la vuelta de su viaje al Tíbet cuando Ono declaró que era el verdadero Cristo; dijo haber descubierto el auténtico sentido del Evangelio; budismo y cristianismo, según él, son totalmente idénticos. Dice que Jesucristo fue crucificado, pero que él, el nuevo Cristo, no morirá en el transcurso de su misión, que irá más lejos y difundirá la verdad por el mundo entero. Jesús vino al mundo para conducir las almas al cielo, y Ono pretende llevarlas aún más arriba: al nirvana, «el mundo de la gran y completa destrucción de los deleites terrenales». A pesar de su afirmación de que no va a ser crucificado, se hace representar en imágenes como Jesús, con una corona de espinas en la cabeza, desnudo salvo por un paño alrededor de las caderas. Esa imagen está pensada para atraer al pueblo ruso, con el que está en comunicación continua, para dar la impresión de que se trata de un libro sobre el cristianismo. Por alguna razón, insiste especialmente en los contubernios criminales de los masones y los judíos.

»A pesar de las numerosas llamadas de alarma, los protectores de Ono se han negado a ver nada, y no parecen particularmente preocupados. Pero si se piensa en las facilidades que proporciona a Ono su asociación con la inteligencia militar rusa, hay motivos de preocupación. No sólo ha podido procurarse toda clase de productos químicos tóxicos en grandes cantidades, sino que él y sus colaboradores esgrimen ahora la amenaza nuclear… Ya sabes que en Rusia es posible conseguir artefactos de esa clase. Hoy me he enterado de que la secta está experimentando con gases, en el Tíbet y la India.

—¿Qué piensas hacer, Jane? ¿No crees que ya has averiguado bastante? ¿Que podrías escapar de aquí?

Jane bebió otro vaso de sake. Luego encendió un cigarrillo. Me observó unos momentos con sus ojos negros. Vi entonces que tenía miedo, por más que procuraba no demostrarlo.

—Pienso que aquí no podemos hacer nada —dijo por fin, con voz tranquila—. La secta tiene demasiada influencia en círculos elevados. Utilizan Internet o videoconferencias para transmitir sus órdenes y para formar a sus miembros. He leído un texto sobre la web, que confirma que la secta ha reclutado a especialistas para montar páginas web en japonés, inglés y ruso. Si se hiciera un registro, se encontraría una base de datos en clave que contiene los nombres y direcciones de más de cincuenta mil estudiantes susceptibles de ser reclutados o infiltrados.

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