El doctor Dinteville había recibido una formación totalmente clásica: infancia aburrida y cuidada, algo siniestro y contrito; carrera en la Facultad de Caen, las bromas de los estudiantes de medicina, servicio militar en el Hospital de la Marina de Tolón, una tesis escrita con precipitación por estudiantes mal remunerados sobre
Las frecuentes disneicas en la tetralogía de Fallot. Consideraciones etiológicas a propósito de siete observaciones
, algunas sustituciones y la compra por traspaso, hacia finales de los años cincuenta, de un consultorio de medicina general que su antecesor había ocupado durante cuarenta y siete años seguidos.
Dinteville no era ambicioso y se conformaba perfectamente con la perspectiva de ser un buen médico de provincias, un hombre al que todo el mundo en la ciudad provinciana llamaría el buen doctor Dinteville, igual que llamaba a su antecesor el buen doctor Raffin, y que sabría tranquilizar a sus pacientes con sólo decirles: «Diga 33». Pero, a los dos años, más o menos, de haberse instalado en Lavaur, un descubrimiento fortuito vino a modificar el curso sosegado de su existencia. Un día, subiendo al desván unos cuantos tomos viejos de la
Presse médicale
, que el buen doctor Raffin había juzgado oportuno conservar y que él tampoco se resignaba a tirar, como si pudiera haber algo que aprender todavía en aquellos tomos de tapas desgastadas que se remontaban a los años veinte o treinta, Dinteville encontró en un baúl que encerraba viejos documentos familiares un pequeño opúsculo in-16.°, de bella encuadernación, titulado
De structura renum
, cuyo autor era uno de sus antepasados, Rigaud de Dinteville, cirujano ordinario de la princesa Palatina, célebre por la destreza con que operaba a los pacientes de piedra con la ayuda de un cuchillito romo del que era inventor. Recordando el poco latín que le había quedado del bachillerato, Dinteville se leyó la obra, lo bastante interesado por lo que halló en ella como para bajársela a su despacho junto con un viejo Gaffiot
89
.
El
De structura renum
era una descripción anatomofisiológica del riñón basada en disecciones asociadas con técnicas de coloración totalmente nuevas en su época: inyectando un líquido negro —espíritu de vino mezclado con tinta china— en la arteria
emulgens
(arteria renal), Rigaud de Dinteville había visto que se coloreaba todo un sistema de ramificaciones, los canalículos que él llamó las
ductae renum
, que desembocaban en lo que llamó las
glandulae renales
. Estos descubrimientos, independientes de los que hacían por aquel entonces Lorenzo Bellini en Florencia, Marcello Malpighi en Bolonia y Frederyk Ruysch en Leydn, y que, como ellos, prefiguraba la teoría del glomérulo como base de la función renal, iban acompañados de una explicación de los mecanismos secretores basada en la presencia de humores atraídos o repelidos por los órganos en función de las necesidades de asimilación y eliminación del organismo. Una discusión acerba, y a veces hasta violenta, oponía esta teoría galenista de las «fuerzas vitales» a las concepciones perniciosas inspiradas en los «atomistas» y en los «materialistas» como las defendía un tal Bombastinus, sobrenombre tras el cual el actual Dinteville acabó identificando a Lazare Meyssonnier, médico borgoñés más o menos alquimista y defensor de Paracelso. Los motivos de aquella polémica estaban lejos de resultar claros para aquel lector del siglo XX, que sólo se podía figurar aproximadamente lo que habían representado las teorías de Galeno y para el que términos como «atomistas» y «materialistas» no tenían ya el significado que habían tenido para su remoto antepasado. No obstante, Dinteville se entusiasmó con su descubrimiento que, estimulando su fantasía, despertó en él una oculta vocación de investigador. Y decidió preparar una edición crítica de aquel texto, que, aunque no encerrase nada capital, constituía un excelente ejemplo de lo que había sido el pensamiento médico en los albores de los tiempos modernos.
Dinteville, por consejo de uno de sus antiguos profesores, fue a exponer su proyecto al profesor LeBran-Chastel, jefe de servicio del Hôtel-Dieu, miembro de la Academia de Medicina, miembro de la Junta del Colegio de Médicos y del comité de dirección de varias revistas de reputación internacional. Independientemente de sus actividades clínicas y didácticas, el profesor LeBran-Chastel era muy aficionado a la historia de las ciencias, pero acogió a Dinteville con una mezcla de campechanía y escepticismo: no conocía el
De structura renum
, pero dudaba de que su exhumación pudiera presentar interés alguno: de Galeno a Vesalio y de Barthélemy Eustache a Bowman todo estaba abundantemente publicado, traducido y comentado, y, por si fuera poco, Paolo Ceneri, un bibliotecario de la Facultad de Medicina de Bolonia, donde se conservaban los manuscritos de Malpighi, había publicado, en 1901, una bibliografía de unas cuatrocientas páginas dedicada exclusivamente a los problemas teóricos de la uropoyesis y la uroscopia. Sin duda, como acababa de ocurrirle a él, cabía siempre la posibilidad de dar con textos inéditos y, sin duda, todo el mundo podía proponerse avanzar más en la comprensión de las antiguas teorías médicas y rectificar los asertos, muchas veces rígidos, de los epistemólogos del siglo pasado que, desde lo alto de su positivismo cientifista, habían valorado sólo los enfoques experimentales, barriendo despectivamente todo cuanto a ellos les parecía irracional. Pero lanzarse a aquella investigación era tarea de años, ingrata, difícil, sembrada de obstáculos, y el profesor se preguntaba si el joven médico, poco ducho en la jerga medievizante de las antiguas doctrinas y en las extrañas aberraciones que sus comentaristas les habían prestado a veces, lograría llevarla eficazmente a buen puerto. Con todo, le prometió su ayuda, le dio unas cuantas cartas de presentación para colegas extranjeros y se ofreció para examinar su trabajo antes de apoyar, en caso favorable, su publicación.
Animado por aquella primera entrevista, Dinteville se puso manos a la obra, dedicando a su investigación veladas, sábados y domingos, y aprovechando todos los permisos que se podía permitir, sin abandonar demasiado a su clientela, para visitar tal o cual biblioteca extranjera, no sólo en Bolonia, donde no tardó en advertir que más de la mitad de la bibliografía de Paolo Ceneri era errónea, sino en la Bodleian Library de Oxford, en Aarhus, Salamanca, Praga, Dresde, Basilea, etc. Periódicamente informaba al profesor LeBran-Chastel sobre los progresos de su investigación y, de tarde en tarde, le respondía el profesor con cartas lacónicas, en las que parecía seguir dudando del interés que podían ofrecer lo que llamaba los «pequeños hallazgos» de Dinteville. Pero el joven médico no se dejaba abatir por ello: más allá de la complejidad minuciosa de sus investigaciones, cada uno de sus minúsculos descubrimientos —vestigio improbable, orientación dudosa, prueba indecisa— le parecía que venía a insertarse en un proyecto único, global, casi grandioso, y reanudaba sus pesquisas con entusiasmo siempre renovado, yendo a ciegas por los estantes abarrotados de encuadernaciones de pergamino, siguiendo el orden alfabético de alfabetos desaparecidos, subiendo y bajando por pasillos, escaleras, pasarelas atestadas de diarios atados con cuerdas, cajas de archivos, legajos casi enteramente devorados por la polilla.
Tardó casi cuatro años en acabar su trabajo: un manuscrito de más de trescientas páginas en el que la edición y la traducción de
De structura renum
propiamente dicho sólo ocupaba sesenta; el aparato crítico que constituía el resto de la obra comprendía cuarenta páginas de notas y variantes, sesenta de bibliografía de las que la tercera parte eran de erratas relativas al Ceneri y una introducción de casi ciento cincuenta páginas en las que Dinteville describía con un ardor casi novelesco el largo combate de Galeno y Esculapio, mostrando cómo el médico de Pérgamo había deformado, tratando de ridiculizarlas, las teorías atomistas que Esculapio había introducido en Roma tres siglos antes y que sus sucesores, los llamados «metodistas», habían seguido de modo quizá demasiado escolar; pero Galeno, estigmatizando los fundamentos mecanicistas y sofistas de aquel pensamiento en nombre de la experimentación y el sacrosanto principio de las «fuerzas naturales», había inaugurado, en realidad, una corriente de pensamiento causalista, diacrónico, homogeneista, cuyos defectos se volvían a encontrar todos en la época clásica de la fisiología y la medicina, y había acabado instaurando una verdadera censura, análoga, en su funcionamiento, a la represión freudiana. Trabajando con oposiciones formales del tipo orgánico/organístico, simpático/enfático, humores/fluidos, jerarquía/estructura, etc., Dinteville resaltaba la justeza y la pertinencia de las concepciones de Esculapio, y anteriormente a él de Erasístratos y Licos de Macedonia, las emparentaba con las grandes corrientes de la medicina indoárabe, haciendo hincapié en sus relaciones con la mística judía, el hermetismo, la alquimia, y mostraba, por último, cómo la medicina oficial había reprimido sistemáticamente su difusión hasta que hombres como Goldstein, Grodeck o King Dri pudieran por fin hacer oír su voz y, redescubriendo la corriente subterránea que desde Paracelso hasta Fourier no había dejado de recorrer el mundo científico, atacaran definitivamente los fundamentos mismos de la fisiología y la semiología médica.
Apenas la mecanógrafa que había hecho venir especialmente de Toulouse acabó de pasar a máquina aquel texto apretado, repleto de llamadas, citas, notas a pie de página y caracteres griegos, Dinteville envió una copia a LeBran-Chastel; el profesor se la devolvió al cabo de un mes: había examinado cuidadosamente el trabajo del médico sin parcialidad ni malevolencia y sus conclusiones eran francamente desfavorables; ni que decir tenía que la edición del texto de Rigaud de Dinteville había sido hecha con una escrupulosidad que honraba a su descendiente, pero el tratado del cirujano ordinario de la princesa Palatina no aportaba nada realmente nuevo, comparado con la
Tractatio de renibus
de Eustache o el
De structura et usu renum
de Lorenzo Bellini o el
De natura renum
de Etienne Blancard y el
De renibus
de Malpighi, y no parecía deber merecer una publicación aparte; el aparato crítico era prueba de la inmadurez del joven investigador: había querido excederse, sin conseguir otra cosa que recargar exageradamente el texto; las erratas relativas a Ceneri estaban completamente fuera de lugar y más hubiera valido que el autor comprobara sus propias notas y referencias (seguía una lista de quince errores u omisiones caritativamente entresacadas por LeBran-Chastel; Dinteville, por ejemplo, había escrito
J. Clin. Invest
. en vez de
J. clin. Invest
., en su cita n. ° 10 [Möller, McIntosh & van Slyke] o había citado el artículo de H. Wirz en
Mod. Prob. Pädiat. 6
, 86, 1960 sin hacer referencia al trabajo anterior de Wirz, Hargitay & Kuhn publicado en
Helv. physiol. pharmacol. Acta 9
, 196,1951); en cuanto a la introducción históricafilosófica, el profesor prefería dejar enteramente su responsabilidad a Dinteville y se negaba, por su parte, a patrocinar de cualquier modo su publicación.
Dinteville se lo esperaba todo menos aquella reacción. Aunque estaba convencido de lo pertinente de sus investigaciones, no se atrevía a poner en tela de juicio la honradez intelectual y la competencia del profesor LeBran-Chastel. Después de dudar varias semanas, decidió no dejarse amilanar por la opinión hostil de un hombre que, al fin y al cabo, no era su superior; debía intentar que le publicasen su manuscrito solo; corrigió sus ínfimos errores y lo envió a varias revistas especializadas. Lo rechazaron todas y Dinteville tuvo que renunciar a la publicación de su trabajo, abandonando con ello sus ambiciones de investigador.
El interés excesivo que había dedicado a sus pesquisas en detrimento de su trabajo diario de médico le había causado un perjuicio considerable. Después de él se habían instalado en Lavaur dos médicos de medicina general y, con el paso de los meses y de los años, le habían quitado prácticamente su parroquia. Sin apoyos, abandonado, asqueado, Dinteville acabó dejando su consultorio y vino a instalarse a París, resuelto a no ser ya más que un médico de barrio cuyos sueños inofensivos no irían a enfrentarse con el universo prestigioso pero temible de los eruditos y los sabios, sino que se encerrarían en los placeres domésticos del solfeo y la cocina.
En los años siguientes, el profesor LeBran-Chastel, de la Academia de Medicina, dio sucesivamente a la publicidad:
- un artículo sobre la vida y la obra de Rigaud de Dinteville (
Un urólogo francés en la corte de Luis XIV. Rigaud de Dinteville
, Arch. intern. Hist. Sc. 11, 343, 1962);
- una edición crítica del
De structura renum
, con reproducción en facsímil, traducción, notas y glosario (S. Karger, Basilea, 1963);
- un suplemento crítico a la
Bibliografía urológica de Ceneri (Int. Z. f. Urol. Suppl. 9
, 1964) y por último;
- un artículo epistemológico titulado
Esbozo de una historia de las teorías renales desde Esculapio hasta William Bowman
, publicado en
Aktuelle Probleme aus der Geschichte der Medizin
(Basilea, 1966), reproduciendo un informe inaugural hecho en el XIX Congreso Internacional de Historia de la Medicina (Basilea, 1964), que tuvo gran resonancia.
La edición crítica del
De structura
y el suplemento a la bibliografía de Ceneri estaban pura y simplemente copiados con puntos y comas del manuscrito de Dinteville. Los otros dos artículos explotaban, haciéndolo más ñoño gracias a ciertas precauciones oratorias, lo esencial del trabajo del médico, a quien no se citaba más que una vez en una nota, y con letra muy pequeña, en la que el profesor LeBran-Chastel daba las gracias «al doctor Bernard Dinteville por la amabilidad de haberle facilitado esta obra de su antepasado».
Hace mucho tiempo que Hutting no utiliza ya su gran estudio, prefiriendo, para los retratos, la intimidad del cuartito que se hizo instalar en el altillo y acostumbrado a trabajar en sus demás obras, según los géneros, en uno u otro de sus restantes estudios: los grandes cuadros de Gattières, dominando Niza, las esculturas monumentales en Dordogne, los dibujos y grabados en Nueva York.