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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (34 page)

BOOK: La vidente
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Un grupito de pájaros alza el vuelo en el césped. Junto a unas lilas altas hay un sillón columpio azul marino en el que está Daniel durmiendo. Tiene la cara pálida y está acurrucado como si soñara que está pasando frío.

Elin se acerca y él se despierta de sopetón. Se incorpora y la mira con ojos desconcertados.

—Hace demasiado frío para dormir aquí fuera —dice Elin en tono dulce y se sienta a su lado.

—No podía estar dentro de la casa —constata él y se aparta un poco para dejarle sitio.

—La policía me ha llamado esta mañana —dice ella.

—¿Qué querían?

—¿Vicky te habló alguna vez de un tal Tobias?

Daniel frunce el entrecejo y Elin está a punto de pedirle disculpas por presionarlo tanto cuando él levanta la mano para que no diga nada.

—Espera —dice rápidamente—, ése era el que tenía el ático en Estocolmo, estuvo viviendo con él durante un tiempo…

De repente en la cara cansada de Daniel aparece una amplia y cálida sonrisa:

—Calle Wollmar Yxkullsgatan, 9.

Elin tartamudea sorprendida y saca el teléfono del bolso. Daniel niega con la cabeza.

—¿Cómo demonios puedo acordarme de eso? —pregunta al aire—. Si se me ha olvidado todo. Ni siquiera recuerdo si mis padres tenían más de un nombre.

Elin se levanta del sillón columpio, da unos pasos por el césped bajo el sol, llama a Joona y le explica lo que acaba de descubrir. Puede oír cómo el comisario comienza a correr mientras hablan y, antes de cortar la llamada, oye la puerta de un coche que se cierra de golpe.

111

Elin se sienta al lado Daniel en el columpio del jardín y el corazón se le acelera. Sus piernas se tocan cálidamente. El asistente ha encontrado un viejo corcho de vino entre los cojines y lo está leyendo de cerca.

—Hicimos un curso de cata y empezamos a coleccionar vinos…, nada del otro mundo, pero hay algunos que son bastante buenos, me los regalaron en Navidad… de Burdeos… dos botellas de Château Haut-Brion 1970. Los queríamos beber cuando nos jubiláramos, Elisabet y yo… siempre se hacen tantos planes… Incluso hemos guardado un poco de marihuana. Por pura diversión. Solíamos hacer broma diciendo que cuando fuéramos viejos nos volveríamos jóvenes. La mejor época para poner la música a todo volumen y dormir toda la mañana.

—Tendría que volver a Estocolmo —dice ella.

—Sí.

Se mecen juntos un rato y los muelles chirrían por el óxido.

—Qué casa más bonita —dice Elin en voz baja.

Pone su mano sobre la de Daniel, él la gira y entrelazan los dedos. Se quedan en silencio mientras el columpio sigue balanceándose con su particular sonido.

Un mechón del pelo brillante de Elin le cae por la cara, ella lo aparta y se encuentra con la mirada de Daniel.

—Daniel —murmura.

—Sí —responde él con un susurro.

Elin lo mira y piensa que jamás ha necesitado el calor de una persona como lo necesita ahora. Hay algo en la mirada de Daniel, en su frente arrugada, que la conmueve profundamente. Le da un beso suave en la boca, sonríe y lo vuelve a besar, le envuelve la cara con las manos y lo besa de nuevo.

—Por Dios —dice él.

Elin le da otro beso, se rasca los labios con la barba del asistente, se desabrocha el escote del vestido y pone una mano de Daniel sobre sus pechos. Él la acaricia con suma delicadeza y roza uno de sus pezones.

La vulnerabilidad de Daniel es evidente en su rostro cuando Elin lo besa otra vez. Ella tantea con la mano hasta deslizarla por debajo de su camisa y el vientre de Daniel tiembla cuando la toca.

Una ola de deseo azota de repente a Elin en el bajo vientre, siente que le flaquean las piernas, le gustaría tumbarse sobre el césped junto a él o sentarse a horcajadas sobre sus caderas.

Cierra los ojos, se abraza a Daniel y él dice algo que no puede oír. La sangre le corre a toda prisa por las venas. Nota las manos calientes de Daniel sobre su cuerpo, pero de repente él las retira y se aparta.

—Elin, no puedo…

—Perdón, no quería… —dice ella e intenta relajar la respiración.

—Sólo necesito un poco de tiempo —le explica él con lágrimas en los ojos—. Ahora mismo todo esto es demasiado para mí, pero no quiero que salgas corriendo…

—No lo haré —responde ella tratando de sonreír.

Elin sale del jardín, se arregla el vestido y se sube al coche.

Se marcha de Sundsvall con las mejillas rojas y sintiendo un cosquilleo en las piernas. A los cinco minutos de trayecto se mete por un camino del bosque y detiene el vehículo, siente calor entre los muslos y tiene el corazón a mil. Se mira por el retrovisor. Le brillan los ojos y tiene los labios ligeramente hinchados.

Lleva las bragas empapadas, espumosas. La sangre le bombea en las sienes. Elin no recuerda la última vez que sintió semejante energía sexual.

Daniel parece extrañamente inconsciente del aspecto de Elin, como si la mirara directamente al corazón.

Elin intenta respirar con calma, espera un rato, pero luego mira a su alrededor en el camino, se sube el vestido, levanta el culo y se baja las braguitas hasta las rodillas. Se acaricia a sí misma de prisa y con las dos manos. El orgasmo es corto y violento. Elin Frank se queda jadeando y sudando con dos dedos dentro de su cuerpo y se deja llevar por el embrujo de los cautivadores rayos del sol abriéndose paso entre las ramas de los abetos.

112

Ya ha empezado a oscurecer cuando Flora se dirige a la pequeña planta de reciclaje que hay detrás del supermercado para buscar botellas y latas. No se quita los asesinatos de Sundsvall de la cabeza y ha empezado a imaginarse la vida de Miranda en el Centro Birgitta.

Se la imagina con ropa insinuante, fumando y soltando tacos a pleno pulmón. Al pasar por delante de las puertas correderas del súper vuelve al presente, se detiene más adelante y mira en los cartones que hay debajo del muelle de carga antes de continuar.

Entonces empieza a imaginarse a Miranda jugando al escondite con algunas amigas delante de una iglesia.

Ve a Miranda tapándose la cara para contar hasta cien y siente que se le acelera el pulso. Una niña de cinco años se marcha corriendo entre las lápidas y se ríe a carcajada limpia, aunque con un poco de miedo en el cuerpo.

Flora para delante de los contenedores de periódicos y cartones. Deja su bolsa, en la que ya tiene algunas latas y botellas de plástico PET, se acerca al contenedor de vidrio transparente y alumbra con la linterna. Una luz casi cegadora recorre los trozos de cristal y las botellas enteras. Al fondo de todo, casi en la esquina, Flora descubre una botella por la que podría sacar unas coronas. Estira el brazo por la abertura y tantea a ciegas con cuidado. La planta de reciclaje está desierta. Flora se estira aún más y de pronto nota que está tocando algo. Es como una sutil caricia en el anverso de la mano y al instante siguiente se corta los dedos con un cristal roto, saca el brazo de un tirón y se aparta.

Un perro empieza a ladrar a lo lejos y después Flora oye un crujido lento entre los cristales del gran contenedor.

Se aleja corriendo de la planta de reciclaje, camina un tramo con el corazón a galope y respira nerviosa. Los cortes en los dedos le escuecen. Mira a su alrededor y piensa que el fantasma se escondía entre los trozos de vidrio.

«Veo a la chica muerta cuando era pequeña —piensa—. Miranda me persigue porque me quiere mostrar algo, no me deja en paz porque yo la he atraído a este mundo a través de las sesiones.»

Flora se chupa la sangre de las yemas de los dedos y se imagina a la chica intentando agarrarla de la mano.

—Alguien estuvo allí y lo vio todo —se imagina que susurraría la niña—. No tenía que haber testigos, pero los hubo…

Flora acelera el paso otra vez, se mira por encima del hombro y pega un grito al chocar con un hombre que sonríe y suelta un «¡ups!» antes de verla marchar a toda prisa.

113

Joona se mete a paso ligero en el portal del número 9 de la calle Wollmar Yxkullsgatan. Sube corriendo por la escalera hasta el ático y llama al timbre de la única puerta que hay. Su pulso se tranquiliza mientras espera. En la placa de latón de la puerta está grabado el nombre de HORÁČKOVÁ en el metal, y en un trozo de cinta adhesiva transparente pegado justo encima pone Lundhagen. Joona llama a la puerta con golpes fuertes, pero dentro no se oye nada. Se agacha y mira por la boca del buzón. El piso está a oscuras, pero puede ver que el suelo del recibidor está lleno de correo y propaganda. Vuelve a llamar al timbre, espera un momento y luego marca el número de Anja.

—¿Puedes comprobar a Tobias HORÁČKOVÁ?

—No sale —responde su secretaria al cabo de unos segundos.

—Horáčková en la calle Wollmar Yxkullsgatan, 9.

—Sí, Viktoriya Horáčková —dice ella sin dejar de teclear en el ordenador.

—¿Aparece algún Tobias Lundhagen? —pregunta Joona.

—Sólo te diré que Viktoriya Horáčková es hija de un diplomático checo.

—¿Hay algún Tobias Lundhagen?

—Sí, vive allí, como realquilado o quizá compartiendo el piso.

—Gracias.

—Joona, espera —se apresura a decir Anja.

—Sí.

—Tres pequeños detalles… No puedes entrar en un piso que es propiedad de un diplomático sin una orden de un tribunal…

—Es un detalle, sí —dice él.

—Los de Asuntos Internos te esperan dentro de veinticinco minutos.

—No tengo tiempo.

—Y a las cuatro y media tienes reunión con Carlos.

Joona está sentado con la espalda erguida en una butaca en la sede oficial del Ministerio Público para Asuntos Policiales. El jefe de Asuntos Internos está leyendo con voz monótona el informe de la primera declaración de Joona y luego le pasa el documento para que le dé el visto bueno y lo firme.

Mikael Båge se sorbe los mocos, le entrega los papeles a Helena Fiorine, la secretaria ejecutiva, y luego sigue leyendo toda la declaración testimonial de Göran Stone de la policía secreta.

Tres horas más tarde, Joona cruza a pie el puente Kungsbron y camina el último trecho hasta llegar a comisaría. Coge el ascensor hasta la octava planta, llama a la puerta del despacho de Carlos Eliasson y se sienta a la mesa en la que ya lo están esperando sus compañeros Petter Näslund, Benny Rubin y Magdalena Ronander.

—Joona, soy una persona bastante razonable, pero ya está bien de todo esto —dice Carlos mientras les da de comer a sus peces del paraíso.

—La Fuerza Nacional de Asalto —dice Petter con sonrisa maliciosa.

Magdalena está callada con la mirada fija en la mesa.

—Pide perdón —ordena Carlos.

—¿Por intentar salvar la vida a un niño? —dice Joona.

—No, porque sabes que has cometido un error.

—Perdón —dice Joona.

Petter suelta una risita y se seca el sudor de la frente.

—Quedas suspendido —continúa Carlos—. De toda actividad, hasta que Asuntos Internos termine su investigación.

—¿Quién me sustituye? —pregunta Joona.

—El caso de los homicidios en el Centro Birgitta ha quedado relegado a un segundo plano y lo más probable es…

—Vicky Bennet está viva —lo interrumpe Joona.

—Y lo más probable —continúa su jefe— es que mañana mismo la fiscal dé la orden de cerrar el caso.

—Está viva.

—Corta ya, por Dios —dice Benny—. Yo mismo he mirado la grabación y…

Carlos le hace callar con un gesto y luego dice:

—No hay nada que confirme que lo que registró la cámara de la gasolinera fueran Vicky y el niño.

—Anteayer dejó un mensaje en el buzón de voz de su madre —dice Joona.

—Vicky no tiene teléfono y su madre está muerta —dice Magdalena con gravedad.

—Joona, te has vuelto descuidado —agrega Petter compadeciéndose.

Carlos se aclara la garganta, duda un instante pero en seguida toma aire:

—Esto no me resulta divertido —admite despacio.

Petter lo mira con expectación, Magdalena se sonroja y vuelve a clavar los ojos en la mesa y Benny hace garabatos en una hoja.

—Me tomo un mes de excedencia —dice Joona.

—Bien —suspira Carlos al instante—. Eso resuelve…

—Si primero me dejas entrar en un piso —termina Joona.

—¿Un piso?

La expresión de Carlos se vuelve sombría y luego se desploma sobre la silla como si le fallaran las fuerzas.

—Lo compró el embajador de la República Checa en Suecia hace diecisiete años… Después se lo cedió a su hija de veinte.

—Olvídalo —suspira Carlos.

—Pero ella no lo ha usado en doce años.

—Eso no importa. Mientras sea propiedad de una persona con inmunidad diplomática el párrafo 21 no tiene ninguna relevancia.

Anja Larsson entra sin llamar a la puerta. Lleva la melena rubia recogida en un moño pedantemente arreglado y los labios bañados en un pintalabios con purpurina. Se acerca a Carlos, lo mira y le señala las mejillas.

—Llevas la cara sucia —dice.

—¿Barba? —dice Carlos en voz baja.

—¿Qué?

—A lo mejor he olvidado afeitarme —dice Carlos.

—No te queda nada bien.

—No —responde él con mirada alicaída.

—Tengo que hablar con Joona —dice Anja—. ¿Habéis terminado?

—No —contesta Carlos con voz insegura—. Vamos…

Anja se inclina un poco por encima del escritorio. El collar de perlas rojas artificiales se balancea en el angosto espacio que se abre entre sus pechos. A Carlos se le van los ojos directamente al escote de Anja y tiene que ahogar el impulso de decir que está casado.

—Parece que te vaya a dar algo —dice Anja con interés.

—Sí —dice él entre dientes.

Los compañeros se limitan a observar en silencio mientras Joona se levanta de la silla y sale al pasillo con Anja.

Van hasta el ascensor y aprietan el botón.

—¿Qué querías, Anja? —le pregunta.

—Ya vuelves a estar estresado —dice ella y saca un caramelo envuelto en un papel a rayas—. Sólo quería decirte que Flora Hansen me ha llamado y…

—Necesito una orden de registro domiciliario.

Anja niega con la cabeza, desenvuelve el caramelo y se lo pone a Joona entre los labios.

—Flora quería devolverte el dinero…

—Me mintió —la interrumpe Joona.

—Ahora sólo quería que la escucháramos —explica Anja—. Flora me decía que hay un testigo… La verdad es que parecía realmente asustada y no paraba de repetir que tenías que creerla, que no quiere dinero, que sólo quiere que la escuchemos.

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