La vieja guardia (21 page)

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Authors: John Scalzi

BOOK: La vieja guardia
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—Oh, lo
oí —
respondió Bender—. Pero no sé si creerlo. ¿Cuántas estrellas hay en la galaxia? ¿Cien mil millones o así? La mayoría tienen un sistema de planetas de algún tipo. El territorio es prácticamente infinito. No, creo que el verdadero asunto es que, al tratar con otras especies alienígenas inteligentes usamos la fuerza porque esa fuerza es la solución más simple. Es rápida, es directa y, comparada con las complejidades de la diplomacia, es sencilla. O te quedas con un trozo de terreno o no. Todo lo contrario de la diplomacia, que es una empresa mucho más difícil a nivel intelectual.

Viveros me miró primero a mí y luego a Bender.

—¿Crees que lo que estamos haciendo es
sencillo?

—No, no. —Bender sonrió y alzó una mano para aplacarla—. He dicho sencillo en relación con la diplomacia. Si te doy un arma y te digo que le quites una colina a sus habitantes, la situación es relativamente simple. Pero si te digo que vayas donde están esos habitantes y negocies un acuerdo que te permita adquirir esa colina, hay muchas cosas que tener en cuenta: qué haces con los habitantes actuales, cómo se les compensan, qué derechos continúan teniendo en relación con la colina, y todo eso.

—Suponiendo que los habitantes de esa colina no te disparen en cuanto aparezcas valija diplomática en mano —dije yo.

Bender me sonrió y señaló vigorosamente.

—¿Ves?, eso es exactamente. Asumimos que nuestros contrarios tienen la misma perspectiva bélica que nosotros. Pero ¿y si,
y si
la puerta a la diplomacia estuviera abierta, aunque fuese una rendija? ¿No elegiría cualquier especie inteligente atravesar esa puerta? Pongamos, por ejemplo, al pueblo de Whaid. Estamos a punto de ir a la guerra contra ellos, ¿no?

En efecto, whaidianos y humanos llevaban con escaramuzas más de una década, luchando por el sistema Earnhardt, donde había tres planetas habitables para ambos pueblos. Los sistemas con múltiples planetas habitables eran bastante raros. Los whaidianos eran tenaces, pero también relativamente débiles: su red de planetas era pequeña, y la mayor parte de su industria seguía concentrada en su planeta natal. Como no entendían la indirecta y se largaban del sistema Earnhardt, el plan de las FDC era saltar al espacio Whaid, destruir el espaciopuerto y las principales zonas industriales y retrasar sus capacidades expansivas un par de décadas más o menos. El 233° formaría parte de la fuerza de choque que iba a desembarcar en su capital y revolver un poco las cosas; teníamos que evitar matar civiles en la medida de lo posible, pero en cambio, teníamos que abrir unos cuantos boquetes en sus casas del parlamento, sus centros religiosos y todo eso. No había ninguna ventaja industrial en hacer eso, pero de ese modo se les enviaba el mensaje de que podíamos tocarles las narices cuando quisiéramos; sólo porque nos apetecía. Eso los espabilaría.

—¿Qué pasa con ellos? —preguntó Viveros.

—Bueno, he hecho un poco de investigación sobre esa gente —dijo Bender—. Tienen una cultura destacada. Su principal forma de arte es una especie de cántico en masa que se parece a nuestro gregoriano: llenan toda una ciudad de whaidianos y empiezan a cantar. Se dice que se puede oír desde docenas de kilómetros de distancia, y que pueden continuar durante horas.

—¿Y bien?

—Pues que ésa es una cultura que deberíamos respetar y explorar, no cargar contra ese planeta solamente porque está en nuestro camino. ¿Han intentado los coloniales alguna vez llegar a un acuerdo de paz con esa gente? No he encontrado ningún dato que diga que se ha intentado. Y creo que deberíamos probarlo. Tal vez somos nosotros los que deberíamos hacerlo.

Viveros hizo una mueca.

—Negociar un tratado cae un poco fuera de nuestras órdenes, Bender.

—En mi primera legislatura como senador, fui a Irlanda del Norte como parte de una comisión comercial y acabé consiguiendo un tratado de paz entre católicos y protestantes. No tenía la autoridad para lograr un acuerdo, lo que causó una gran controversia en Estados Unidos, pero cuando se presenta una oportunidad para la paz, debemos aprovecharla.

—Me acuerdo de eso —comenté—. Fue justo antes de la temporada de marchas más sangrienta que se había producido en dos siglos. No fue un acuerdo de paz que tuviera mucho éxito.

—La culpa no fue del
acuerdo —
replicó Bender, un tanto a la defensiva—. Un chico católico drogado hasta el culo lanzó una granada a una marcha de los caballeros de Orange, y todo se desencadenó después.

—Puñetera gente real, que se pone en el camino de los ideales pacíficos —dije yo.

—Mira, ya he dicho que la diplomacia no era fácil. Pero creo que en el fondo tenemos más que ganar intentando trabajar con esa gente que tratando de aniquilarlos. Es una opción que al menos debería estar sobre la mesa.

—Gracias por la lección magistral, Bender —concluyó Viveros—. Ahora, si me lo permites, tengo un par de puntualizaciones que hacerte. La primera es que, hasta que entres en combate, lo que sabes o lo que crees saber de ahí fuera, significa una mierda para mí y para todos los demás. Esto no es Irlanda del Norte, no es Washington D.C, y no es el planeta Tierra. Cuando te enrolaste, lo hiciste como soldado, y será mejor que lo recuerdes. Segundo, no importa lo que pienses,
soldado,
tu responsabilidad ahora mismo no es hacia el universo ni la humanidad en general: es hacia mí, tus camaradas de escuadrón, tu pelotón y las FDC. Cuando se te dé una orden, la cumplirás. Si te pasas, tendrás que responder ante mí. ¿Me comprendes?

Bender miró a Viveros con frialdad.

—Se han cometido muchas maldades bajo la excusa de «sólo seguía órdenes» —respondió él—. Espero que nunca nos encontremos teniendo que usarla.

Viveros entornó los ojos.

—He terminado de comer —espetó, y se levantó, llevándose consigo su bandeja.

Bender arqueó las cejas cuando ella se marchó.

—No pretendía ofenderla —me dijo.

Observé a Bender con atención.

—¿Reconoces el apellido «Viveros»? —pregunté.

Él frunció el ceño.

—No me resulta familiar.

—Piensa —insistí—. Debíamos de tener unos cinco o seis años entonces.

Una lucecita se encendió en su cabeza.

—Hubo un presidente peruano llamado Viveros. Lo asesinaron, creo.

—Pedro Viveros, eso es —dije—. Y no sólo lo asesinaron a él: su esposa, su hermano, la esposa de su hermano y la mayor parte de sus familiares fueron también asesinados en el golpe de Estado. Sólo sobrevivió una de las hijas de Pedro. Su niñera la arrojó por el túnel de la ropa sucia mientras los soldados recorrían el palacio presidencial, buscando a miembros de la familia. La niñera fue violada antes de que le cortaran la garganta, por cierto.

Bender se volvió de un tono gris verdoso.

—No puede ser la hija.

—Lo es. ¿Y sabes una cosa? Cuando el golpe fracasó y los soldados que mataron a su familia fueron juzgados, su excusa fue que estaban siguiendo órdenes. Así que no importa si tu argumento estaba bien expresado o no, se lo has presentado a la última persona en el universo a quien no era preciso dar lecciones sobre la banalidad del mal. Ella lo sabe todo al respecto. Asesinaron a toda su familia mientras permanecía escondida en un sótano, dentro de un carro de ropa sucia, sangrando y tratando de no llorar.

—Dios, lo siento mucho —dijo Bender—. No habría dicho una cosa así. Pero no lo sabía.

—Pues claro que no lo sabías, Bender. Y ése era precisamente el argumento de Viveros. Aquí, no sabes nada. Nada de nada.

* * *

—Escuchad —dijo Viveros mientras bajábamos a la superficie—. Nuestro trabajo es estrictamente golpear y largarnos. Vamos a aterrizar cerca del centro de sus sedes gubernamentales: destruiremos edificios y estructuras, pero evitaremos blancos vivos a menos que caigan primero soldados de las FDC. Ya hemos pateado a esta gente en los huevos, ahora nos estamos meando encima mientras no pueden levantarse. Sed rápidos, causad daños, y volved. ¿Queda claro?

La operación había sido un paseo hasta ese momento: los whaidianos no estaban preparados para la súbita e instantánea aparición de dos docenas de naves de combate de las FDC en su planeta natal. Las FDC habían iniciado una ofensiva de distracción en el sistema Earnhardt varios días antes para engañar a las naves whaidianas y atraerlas a la batalla, así que casi no había nadie para defender el fuerte, y los que había fueron borrados del cielo de manera ordenada y sorpresiva.

Nuestros destructores dieron rápida cuenta del principal espaciopuerto whaidiano, destruyendo la kilométrica estructura en puntos críticos, lo cual permitió que las propias fuerzas centrípetas del puerto se hicieran pedazos (no había necesidad de malgastar más munición de la necesaria). No se detectaron cápsulas de emergencia que zarparan para alertar de nuestro ataque a las fuerzas whaidianas que permanecían en el sistema Earnhardt, así que no sabrían que habían sido engañados hasta que fuera demasiado tarde. Si alguna de las fuerzas whaidianas sobrevivía a la batalla de allí, regresaría a casa y no encontraría ningún sitio donde atracar o hacer reparaciones. Nuestras fuerzas se habrían marchado mucho antes de que arribaran.

Con el espacio local despejado de amenazas, las FDC se concentraron a placer en los centros industriales, las bases militares, minas, refinerías, plantas desalinizadoras, presas, paneles solares, bahías, instalaciones de lanzamiento espacial, autopistas importantes y cualquier otro objetivo que forzara a los whaidianos a tener que reconstruirlos antes de reiniciar sus capacidades interestelares. Después de seis horas de sólida e implacable paliza, los whaidianos habían sido devueltos de manera eficaz a los días de los motores de combustión interna; y probablemente permanecerían así mucho tiempo.

Las FDC evitaron un bombardeo aleatorio a gran escala de las principales ciudades, ya que el objetivo no era causar muertes civiles. La inteligencia de las FDC sospechaba que habría muchas bajas por el agua liberada en las presas, pero eso no podía evitarse. Llegado el caso, los whaidianos no podrían impedir que las FDC destruyeran sus ciudades más importantes, pero la idea era que ya tendrían suficientes problemas con las enfermedades, el hambre y la inquietud social y política que suelen producirse inevitablemente cuando te arrancan de debajo de los pies tu base industrial y tecnológica. Por tanto, atacar activamente a la población civil se consideraba inhumano y (algo igualmente importante para el alto mando de las FDC) un uso ineficaz de los recursos. Aparte de la capital, marcada como objetivo estrictamente como ejercicio de guerra psicológica, ni siquiera se consideró atacar otros lugares.

No es que los whaidianos de la capital parecieran apreciarlo. Proyectiles y rayos rebotaban en nuestros transportes de tropas cuando aterrizamos. Sonaban como granizo y huevos fritos contra el casco.

—De dos en dos —dijo Viveros, emparejando al escuadrón—. Que nadie se quede solo. Consultad vuestros mapas y no os dejéis atrapar. Perry, vigila a Bender. Trata de impedir que firme ningún tratado de paz, por favor. Como propina, vosotros dos sois los primeros en salir por la puerta. Adelantaos y encargaos de los francotiradores.

—Bender —lo llamé—, prepara tu MP para lanzamiento de cohetes y sígueme. Cámara conectada. Charla sólo a través del CerebroAmigo.

La rampa de transporte bajó y Bender y yo salimos pitando por la puerta. Directamente delante de mí, a sólo cuarenta metros, había una escultura abstracta rarísima. Me la cargué mientras Bender y yo corríamos. Nunca me gustó mucho el arte abstracto.

Me dirigí hacia un gran edificio situado al noroeste de nuestro punto de desembarco; tras el cristal, en su vestíbulo, pude ver a varios whaidianos con objetos largos en las zarpas. Lancé un par de misiles en esa dirección. Los misiles impactarían contra el cristal; probablemente no matarían a los whaidianos del interior, pero los distraerían lo suficiente como para que Bender y yo desapareciéramos. Envié un mensaje a Bender para que volara una ventana de la primera planta; lo hizo, y nos lanzamos hacia ella, aterrizando en lo que parecía un conjunto de cubículos de oficinas. Eh, incluso los alienígenas tienen que trabajar. Sin embargo, no había allí whaidianos vivos. Imagino que la mayoría se había quedado en casa en vez de ir a trabajar. Bueno, quién podía reprochárselo.

Encontramos una rampa que ascendía en espiral. Ningún whaidiano nos siguió desde el vestíbulo. Sospeché que estaban tan ocupados con otros soldados de las FDC que se habían olvidado de nosotros. La rampa terminaba en el tejado; detuve a Bender antes de que nos vieran y me arrastré despacio. Vi a tres whaidianos disparando desde un lado del edificio. Me cargué a dos y Bender se encargó del otro.

«Ahora qué», envió Bender.

«Ven conmigo», respondí.

El whaidiano medio es una especie de cruce entre un oso negro y una ardilla voladora grande y furiosa; los whaidianos que abatimos parecían grandes osos-ardilla con fusiles y con la cabeza volada. Retrocedimos tan rápidamente como fue posible hasta el borde del tejado. Le indiqué a Bender que se dirigiera a uno de los francotiradores muertos; yo me quedé con el otro.

«Métete debajo», envié.

«¿Qué?»

Señalé los otros tejados.

«Hay otros whaidianos en los otros tejados —envié—. Camúflate mientras los elimino.»

«¿Qué hago?», preguntó Bender.

«Vigila la entrada del tejado y no les permitas que nos hagan lo que les hemos hecho a ellos.»

Bender hizo una mueca y se metió bajo su whaidiano muerto. Yo hice lo mismo y lo lamenté inmediatamente. No sé cómo huele un whaidiano vivo, pero uno muerto apesta a rayos. Bender se volvió y apuntó hacia la puerta; conecté con Viveros, le envié una visión general a través del CerebroAmigo, y luego empecé a abatir a los otros francotiradores de los tejados.

Eliminé a seis en cuatro tejados distintos antes de que empezaran a darse cuenta de lo que estaba pasando. Finalmente, vi que uno apuntaba con su arma hacia mi tejado; le di una caricia de amor en el cerebro con mi fusil y le transmití a Bender que prescindiera de su cadáver y saliera zumbando al tejado. Ambos lo conseguimos unos segundos antes de que lo alcanzaran los cohetes.

Al bajar, nos encontramos con los whaidianos que yo esperaba encontrar al subir. La cuestión de quién se sorprendió más, si ellos o nosotros, quedó zanjada cuando Bender y yo abrimos fuego primero y giramos luego hacia la planta más cercana. Lancé unas cuantas granadas a la rampa para dar a los whaidianos algo en qué pensar mientras Bender y yo salíamos por piernas.

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