Sult contempló la vista con el ceño fruncido y luego se volvió hacia la sala.
—Se diría que hoy en día cualquiera puede recibir una educación, montar un negocio y hacerse rico. Los gremios mercantiles, los Sederos, los Especieros, y varios otros como ellos, disponen cada vez de más riqueza e influencia. Unos plebeyos petulantes y arribistas pretenden dar órdenes a sus superiores naturales. Sus dedos, gruesos y codiciosos, comienzan a tantear los hilos del poder. Resulta muy difícil de soportar —el Archilector se estremeció mientras daba vueltas por la sala—. Le voy a hablar con total sinceridad, Inquisidor —el Archilector hizo un elegante gesto con la mano como indicando que su sinceridad era un obsequio de inestimable valor—: La Unión nunca había parecido tan poderosa como ahora, nunca había dominado tantos territorios, y, sin embargo, bajo esa fachada, somos débiles. No es ningún secreto que el Rey ya no es capaz de tomar decisiones por sí mismo. El Príncipe Heredero, Ladisla, es un petimetre, rodeado de aduladores y cretinos, al que sólo importan el juego y los trapos. El Príncipe Raynault está bastante más capacitado para reinar, pero es el hermano menor. El Consejo Cerrado, cuya misión debería ser guiar este navío que hace aguas, está lleno de impostores e intrigantes. Puede que algunos sean leales, pero otros ciertamente no lo son, y todos ellos están resueltos a atraer al Rey hacia sus posiciones. —
Qué frustrante, porque supongo que lo que usted querría sería atraerle hacia las suyas
.
»Entretanto, la Unión se encuentra acosada por sus enemigos, tanto fuera como dentro de nuestras fronteras. Gurkhul tiene un nuevo y vigoroso Emperador, que está preparando a su país para otra guerra. Los Hombres del Norte también se han alzado en armas y merodean por las fronteras de Angland. En el Consejo Cerrado, los nobles reclaman antiguos privilegios, mientras que en las aldeas los campesinos reclaman otros nuevos —el Archilector exhaló un hondo suspiro—. Sí, el viejo orden se desmorona, y nadie tiene el ánimo o las agallas suficientes para sustentarlo.
Sult hizo una pausa y levantó los ojos hacia uno de los retratos: un hombre calvo y corpulento vestido de blanco. Glokta sabía muy bien quién era. Zoller, el más grande de los Archilectores. Infatigable defensor de la Inquisición, héroe de torturadores y azote de traidores. Miraba torvamente desde la pared como si aún después de muerto pudiera quemar a los traidores con una simple mirada.
—Zoller —gruñó Sult—. Las cosas eran distintas en su época, no lo dude. Entonces no había campesinos quejosos, ni mercaderes estafadores, ni nobles descontentos. Si a alguien se le olvidaba cuál era su puesto, se le recordaba con hierro candente, y si algún juez entrometido osaba protestar por ello, no se volvía a tener noticias suyas. La Inquisición era una institución noble que se nutría de los mejores y los más capaces. Servir al Rey y erradicar la corrupción eran sus únicas aspiraciones y su única recompensa. —
Ah, todo era magnífico en los viejos tiempos
.
El Archilector volvió a tomar asiento y se inclinó sobre la mesa.
—Ahora nos hemos convertido en un lugar donde los terceros vástagos de las familias nobles empobrecidas pueden llenarse los bolsillos con los sobornos, donde una escoria de pseudocriminales puede dar rienda suelta a su pasión por la tortura. Nuestra influencia sobre la persona del Rey se ha visto seriamente mermada y nuestro presupuesto ha sufrido constantes recortes. Hubo un tiempo en que éramos una institución respetada y temida, Glokta, pero ahora... —
Somos una triste sombra de lo que fuimos
. Sult frunció el ceño—. Ya no tanto. Las intrigas y las traiciones están a la orden del día, y me temo que la Inquisición ha dejado de estar a la altura de la tarea que tiene encomendada. Hay demasiados Superiores en los que ya no se puede confiar. El interés del Rey ya no les preocupa, ni el del Estado ni cualquier otro que no sea el suyo propio. —
¿Que no se puede confiar en los Superiores? Me deja usted anonadado
. El ceño de Sult se arrugó más aún—. Y ahora que Feekt ha muerto...
Glokta alzó la vista.
Eso sí que es una noticia
.
—¿El Lord Canciller?
—Se hará público mañana por la mañana. Murió repentinamente hace un par de noches, mientras usted se ocupaba de su amigo Rews. Sigue habiendo algunos puntos oscuros en relación con su muerte, pero no hay que olvidar que el hombre tenía casi noventa años. Lo realmente sorprendente es que durara tanto. El Canciller Dorado le llamaban, el más grande político de su tiempo. Ya han empezado a labrar su efigie en piedra para colocar su estatua en la Vía Regia —Sult resopló—. El más alto honor al que cualquiera de nosotros puede aspirar.
Los ojos del Archilector se entornaron hasta quedar reducidos a dos ranuras azules.
—Si es usted tan ingenuo como para pensar que la Unión la gobiernan el Rey o esas cotorras de sangre azul del Consejo Abierto, ya puede ir quitándose esa idea de la cabeza. Es el Consejo Cerrado quien tiene las riendas del poder. Sobre todo desde la enfermedad del Rey. Doce hombres, yo uno de ellos, sentados en doce sillas tan enormes como incómodas. Doce hombres con puntos de vista muy diferentes que, durante veinte años, en tiempo de paz y de guerra, Feekt mantuvo en equilibrio. Enfrentaba a la Inquisición con los jueces, a los banqueros con los militares. Era el eje que hacía girar el Reino, los cimientos en que se asentaba, y su muerte ha dejado un gran vacío. En realidad, una gran cantidad de vacíos que mucha gente ansia llenar. Tengo la sensación de que ese asno quejumbroso de Marovia, ese juez de corazón blando, ese autoproclamado defensor de los plebeyos, será el primero de la cola. Se trata de una situación muy fluida y extremadamente peligrosa —el Archilector plantó con firmeza los puños en la mesa—. Debemos asegurarnos de que no saquen provecho de ella las personas menos indicadas.
Glokta asintió.
Me parece que le entiendo, Archilector. Debemos asegurarnos de que somos nosotros y no otros quienes saquen provecho de la situación
.
—No hace falta que le recuerde que el cargo de Lord Canciller es uno de los más influyentes del reino. La recaudación de impuestos, el tesoro, las cecas reales, quedan bajo sus auspicios. Dinero, Glokta, dinero. Y dinero significa poder. No hace falta que se lo diga. Mañana se designará al nuevo Canciller. El principal candidato era el otrora Maestre de la Ceca, Sepp dan Teufel.
—
Entiendo. Algo me dice que esa posibilidad ha sido descartada
.
Sult frunció la boca.
—Teufel mantenía una estrecha vinculación con los gremios de mercaderes, con los Sederos principalmente —su gesto de desaprobación fue sustituido por otro de profundo desdén—. Además de eso, fue colega del Juez Supremo Marovia. Ya ve que difícilmente podía considerársele el hombre más indicado para cubrir ese cargo.
Difícilmente, sin duda
—el Supervisor General Halleck parece la mejor elección, en mi opinión.
Glokta volvió la vista hacia la puerta.
—¿Él? ¿Lord Canciller?
Sult se levantó sonriendo y se acercó a uno de los armarios de la pared.
—No hay ninguna otra opción. Todo el mundo le odia, y él odia a todo el mundo, excepto a mí. Es más, se trata de un conservador furibundo que desprecia al estamento de los mercaderes y todo lo que significan —abrió el armario y sacó dos copas y un decantador muy historiado—. Aunque no suponga exactamente contar con una cara amiga en el Consejo, sí será al menos una cara complaciente, y hostil hacia todos los demás grupos. No se me ocurre otro candidato mejor.
Glokta asintió.
—Parece honrado.
Aunque no tan honrado como para que le confiara la tarea de meterme en el baño. ¿Lo haría usted, Eminencia?
—Sí —dijo Sult—, nos será muy útil —a continuación, sirvió dos copas de vino tinto—. Y para rematar la faena he conseguido que se nombre también un nuevo Maestre de la Ceca muy complaciente. Según tengo entendido, los Sederos están que echan las muelas. Y tampoco parece que el cabrón de Marovia ande muy contento —Sult se rió entre dientes—. Son buenas noticias, y es a usted a quien se las debemos —dicho aquello, alzó una de las copas.
¿Veneno? ¿Una muerte lenta retorciéndome y vomitando en el espléndido suelo de mosaico del Archilector? ¿O mi cabeza se desplomará instantáneamente sobre esta mesa?
Pero no había más opción que coger el vaso y echar un buen trago. El vino tenía un sabor un tanto peculiar, pero estaba delicioso.
Probablemente provenga de algún lugar paradisíaco y lejano. Si me muero aquí, al menos ya no tendré que bajar todos esos malditos escalones
. Pero el Archilector, todo cortesías y sonrisas, también estaba bebiendo.
Vaya, parece que voy a pasar de esta tarde
.
—Sí, nuestro primer paso ha sido bastante bueno. Corren tiempos peligrosos, pero no es menos cierto que el peligro y la oportunidad suelen ir de la mano. —Glokta sintió que un extraño escalofrío le subía por la espalda.
¿Es miedo, ambición, o un poco de las dos cosas?
Necesito a alguien que me ayude a poner orden. Alguien que no tema a los Superiores, ni a los mercaderes, ni siquiera al Consejo Cerrado. Alguien de quien se pueda esperar que actúe con sutileza y discreción, pero que sepa ser implacable a la vez. Alguien cuya lealtad a la Unión esté fuera de toda sospecha, pero que no tenga amistades en el gobierno.
¿Alguien a quien todo el mundo aborrezca? ¿Alguien que cargue con las culpas si las cosas se tuercen? ¿Alguien cuya muerte pocos lamentarán?
—Necesito un Inquisidor que goce de total inmunidad, Glokta. Alguien que pueda actuar al margen del control de los Superiores, pero con el pleno respaldo de mi autoridad. Alguien que sólo rinda cuentas ante mí —el Archilector arqueó una ceja, como si se le acabara de ocurrir algo—. Y yo diría que usted reúne todos los requisitos para desempeñar esta tarea. ¿Qué opina?
Opino que la persona que ocupe un puesto como ése tendrá una caterva de enemigos y un solo amigo
. Glokta levantó los ojos y miró al Archilector.
Y que ese amigo tampoco será muy de fiar. Opino que la persona que ocupe ese puesto no durará mucho
.
—¿Podría tomarme un tiempo para pensármelo?
—No.
El peligro y la oportunidad suelen ir de la mano.
—Muy bien, acepto.
—Perfecto. Estoy convencido que éste es el inicio de una larga y fructífera relación —Sult le miró por encima del borde de la copa, y sonrió—. Sabe, Glokta, de todos los mercaderes que trapichean por ahí, a quienes menos soporto es a los Sederos. Su influencia fue determinante para que Westport se integrara en la Unión. Y fue el dinero de Westport lo que nos permitió ganar la guerra de Gurkhul. Como cabía esperar, el Rey los recompensó concediéndoles unos derechos comerciales de un valor incalculable, pero desde entonces su arrogancia se ha vuelto insufrible. A juzgar por los aires que se dan y las libertades que se toman, cualquiera diría que fueron ellos mismos quienes lucharon en el campo de batalla. El honorable Gremio de los Sederos —dijo con sorna—. Se me ocurre que ahora que su amigo Rews nos ha proporcionado el medio para echarles el anzuelo, sería una lástima dejar que se nos escaparan.
Glokta estaba perplejo, pero creía estar disimulándolo bastante bien.
¿Ir más lejos? ¿Para qué? Si los Sederos se escapan, seguirán soltando dinero, y eso hace feliz a mucha gente. Si se dejan las cosas como están, seguirán asustados y debilitados: preguntándose qué nombres habrá dado Rews, quién será el siguiente en ir a parar al potro. Si vamos más lejos, se les hará un gran daño o se acabará con ellos. Entonces dejarán de soltar dinero y mucha gente se sentirá muy disgustada. Incluso en este mismo edificio
.
—No me resultaría difícil proseguir con mis pesquisas, si Vuestra Eminencia lo estima conveniente —Glokta tomó otro sorbo. Verdaderamente era un vino excelente.
—Debemos ser cautos. Cautos y muy rigurosos. El dinero de los Sederos mana como la leche. Cuentan con muchos amigos, incluso en las más altas esferas de la nobleza. Brock, Heugen, Isher y muchos otros más. Algunos de los hombres más influyentes del país. Todos ellos han mamado de esa teta alguna que otra vez, y cuando a un bebé se le retira la leche, llora —una mueca cruel asomó al rostro de Sult—. Pero para que un niño aprenda disciplina, a veces hay que hacerle llorar... ¿Qué nombres mencionó el gusano de Rews en su confesión?
Glokta se inclinó dolorosamente hacia delante, le acercó el pliego de la confesión de Rews, lo desdobló y empezó a repasar la lista de nombres de arriba abajo.
—A Sep dan Teufel ya lo conocemos.
—Oh, sí, Inquisidor, lo conocemos y lo apreciamos —dijo Sult con una sonrisa radiante—, pero me parece que ya podemos tacharlo de la lista. ¿Quién más hay?
—Bueno, veamos —Glokta observó detenidamente el pliego—. También está Harod Polst, un sedero.
Un don nadie
.
Sult agitó el brazo con impaciencia.
—Ese es un don nadie.
—Solimo Scandi, un sedero de Wesport.
Otro don nadie
.
—No, no, Glokta, tiene que haber algo mejor que ese Solimo como-se-llame. Esos Sederos de poca monta no nos sirven de nada. Arranca la raíz, y las hojas caerán por sí solas.
—Sin duda, Archilector. Tenemos también a Villem dan Robb, un hombre de la baja nobleza que tiene un cargo subalterno en las aduanas —Sult pareció pensárselo, pero finalmente negó con la cabeza—. Luego está...
—¡Un momento! Villem dan Robb... —el Archilector chasqueó los dedos—. Su hermano, Kiral, es uno de los caballeros del séquito de la Reina. Me desairó en una recepción —Sult sonrió—. Sí. Traiga a Villem dan Robb.
Empezamos a profundizar.
—Sirvo y obedezco a Vuestra Eminencia. ¿Hay algún nombre en concreto que deba ser mencionado? —Glokta depositó en la mesa su copa vacía.
—No —el Archilector se volvió y agitó con impaciencia la mano—. Cualquiera de ellos, todos ellos, me es igual.
La superficie del lago, plana, gris y salpicada por la lluvia, se extendía entre empinadas rocas y húmeda vegetación hasta donde alcanzaba la vista. Aunque, a decir verdad, con el tiempo que hacía, la vista de Logen tampoco alcanzaba demasiado lejos. La otra orilla no debía de encontrarse a más de doscientos pasos, pero las aguas, pese a su aspecto apacible, parecían profundas. Muy profundas.