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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Yihad Butleriana (73 page)

BOOK: La Yihad Butleriana
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Bajo la luz de la luna, las dunas cremosas parecían manchadas de sangre, con la especia esparcida en todas direcciones como por el capricho de un demonio enfurecido. Nunca había visto tanta en su vida.

Lejos de su refugio, Selim empezó a caminar por la arena. Registró el suelo hasta encontrar su equipo, una lanza de metal y un extensor medio enterrado en la arena. Si aparecía otro gusano, tenía que estar preparado para montarlo.

Mientras andaba, experimentó la sensación de que la especia impregnaba su cuerpo a cada paso que daba. Sus ojos ya se habían teñido del azul de la adicción (lo había visto en los paneles reflectantes de la estación botánica), pero ahora la melange le envolvía. Su cabeza empezó a dar vueltas.

Selim llegó por fin a la cumbre de la duna, pero ni siquiera se dio cuenta hasta que resbaló pendiente abajo. El mundo que le rodeaba cambió, se abrió… y reveló sus asombrosos misterios.

—¿Qué es esto? —preguntó en voz alta, y las palabras resonaron en su mente.

Las dunas cambiaban de forma como olas en un mar olvidado, que se alzaban hasta transformarse en polvo. Nadaban gusanos por el océano reseco, enormes habitantes similares a gigantescos peces depredadores. Venas de especia flotaban con la sangre del desierto, ocultas bajo la superficie, enriqueciendo los estratos, al cuidado de un complejo ecosistema: plancton de arena, truchas de arena gelatinosas…, y por supuesto gusanos, conocidos colectivamente como
Shai-Hulud
. El nombre martilleaba dentro de su cráneo, y le pareció adecuado. No Shaitan, sino Shai-Hulud. No era un término que designara a un animal, ni una descripción, sino el nombre de un ser. Un dios. Una manifestación de Budalá.

¡Shai-Hulud!

Entonces, en su alucinación vio que la especia se agotaba, desaparecía, era robada por parásitos que parecían… las naves que había visto en el espaciopuerto de Arrakis City. Obreros (forasteros e incluso zensunni) peinaban las dunas, robaban la melange, se apoderaban del tesoro de Shai-Hulud y dejaban que se ahogara en un mar seco y sin vida. Despegaban naves cargadas hasta los topes, se llevaban los últimos granos de especia, dejaban a la gente del desierto con las manos extendidas, suplicantes. Al poco, inmensos gusanos recorrían la tierra, arrojaban arena al cielo que se desplomaba como una inundación sobre la gente y los cadáveres de los gusanos. Ya nada vivía en el planeta. Arrakis se convertía en un cuenco de arena, muerto y estéril.

Sin gusanos, sin gente…, sin melange…

Selim se descubrió sentado con las piernas cruzadas sobre una duna, bajo el sol abrasador del mediodía. Tenía la piel roja y quemada a causa de la insolación. Sus labios estaban agrietados. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Experimentó la terrible sospecha de que había transcurrido más de un día.

Se puso en pie con un gran esfuerzo. Tenía los brazos y piernas entumecidos como goznes oxidados. Todavía había polvo de especia pegado a su ropa y cara, pero ya no parecía afectarle. Había visto demasiadas cosas en su alucinación, y las espantosas posibilidades habían eliminado casi toda la melange de su sistema.

Selim se tambaleó, pero conservó el equilibrio. El viento susurraba a su alrededor, levantaba nubes de arena de las cumbres de las dunas. Vacío y silencioso…, pero no muerto. Al contrario que en su visión.

La melange contenía la clave de Arrakis, de los gusanos, de la propia vida. Ni siquiera los zensunni conocían todas las redes interconectadas, pero Budalá había revelado el secreto a Selim. ¿Era este su destino?

Había visto a forasteros que se llevaban la especia, lejos de Arrakis, y secaban el desierto. Tal vez había tenido una verdadera visión del futuro, o tan solo una advertencia. El naib Dhartha le había expulsado a las arenas para que muriera, pero Budalá le había salvado por algún motivo… ¿Por esto?

¿Para proteger el desierto y los gusanos? ¿Para servir a Shai-Hulud? ¿Para encontrar a los forasteros que querían robar la melange de Arrakis?

No tenía alternativa, ahora que Dios le había tocado. Debía encontrar a esa gente…, y detenerles.

113

No existe lugar en el universo más invitador que el hogar y las confortables relaciones que se viven en él.

S
ERENA
B
UTLER

Cuando el
Viajero onírico
se acercó al sistema de Gamma Waiping y a Salusa Secundus, Serena estaba ansiosa y aliviada al mismo tiempo por regresar a casa, desgarrada entre su profundo deseo de volver a ver a Xavier y su temor a lo que debía decirle.

De repente, un robot de mantenimiento preprogramado salió de su nicho para realizar comprobaciones rutinarias y se agachó bajo los paneles de control, indiferente a los nuevos amos de la nave. Serena vio al pequeño robot y concentró su ira en él. Agarró a la máquina por una pierna y la arrojó contra la cubierta metálica.

El robot rojo se revolvió para evitar más daños, pero Serena lo golpeó hasta que su revestimiento se partió y derramó el líquido de los circuitos gelificados. Sus componentes se inmovilizaron con un estertor final.

—Ojalá fuera tan sencillo destruir a todas las máquinas pensantes —dijo con aire sombrío, imaginando que había destruido a Erasmo, en lugar del pequeño robot.

—Será fácil, si conseguimos movilizar a la raza humana —dijo Iblis Ginjo.

Aunque Iblis había intentado consolarla durante el largo periplo, Serena confiaba más en Vorian. Hacía varias semanas que intentaba curar su dolor, y sus conversaciones con el joven habían contribuido en cierta manera. Vor sabía escuchar. Iblis hacía muchas preguntas sobre los nobles, los planetas de la liga, los políticos, en tanto Vor prestaba más atención a la gente de la que Serena deseaba hablar: su hijo, sus padres, su hermana Octa, y en especial Xavier.

Cuando Serena habló de Xavier Harkonnen, Vor comprendió que Xavier había sido el oficial de la liga que había atacado al
Viajero onírico
cuando Seurat y él intentaron volcar la actualización de Omnius en Giedi Prime.

—Ardo en deseos de… conocerle —dijo Vor sin el menor entusiasmo.

Serena le había hablado de su impetuoso e imprudente plan para poner en funcionamiento las torres de transmisión de Giedi Prime, cuando la política de la liga había provocado retrasos y excusas.

—Al menos, las máquinas pensantes desconocen la burocracia —dijo Iblis—. Corriste un gran riesgo, sabiendo lo conservador que debe ser tu gobierno.

Serena sonrió con nostalgia, y mostró una insinuación de su energía perdida.

—Sabía que Xavier vendría.

Si bien era doloroso para Vor, escuchaba mientras ella hablaba de lo mucho que amaba a Xavier, describía la celebración de su compromiso en la propiedad de los Butler, la caza del erizón, su trabajo humanitario en la liga. Le contó historias acerca de las proezas militares de Xavier, su trabajo de fortalecimiento de las defensas humanas en otros planetas humanos, y su acción desesperada durante el ataque cimek contra Zimia, que había salvado a Salusa Secundus.

Vor, incómodo, recordó las versiones tan diferentes de las mismas historias que había oído de labios de su padre. Agamenón no recordaba la derrota de la misma manera, pero ahora Vor sabía que el cimek era proclive a la mentira, o al menos a la exageración. Ya no podía creer en las palabras de su padre.

—De todos modos —dijo Serena, al tiempo que inclinaba la cabeza—, dejé que Barbarroja me capturara y matara a mi tripulación. Soy la única culpable de haberme expuesto al peligro en Giedi Prime, sin saber que estaba embarazada de Xavier. Tampoco tendría que haber desafiado a Erasmo. —Se estremeció—. Subestimé su capacidad de crueldad. No sé si Xavier podrá perdonarme algún día. Nuestro hijo ha muerto.

Iblis intentó consolarla.

—Vorian Atreides y yo contaremos a la Liga de Nobles cómo tratan las máquinas a sus esclavos. Nadie te echará la culpa.

—Yo sí —replicó ella—. Es inútil negarlo.

Vor quería ayudarla, pero no sabía muy bien qué decir o hacer. Cuando tocó su brazo con suavidad, la joven volvió la cabeza. Al fin y al cabo, Vor no era el hombre que ella deseaba tener a su lado en este momento.

Envidiaba al misterioso Xavier Harkonnen y quería conquistar un lugar en el corazón de Serena. Había abandonado a su padre, dado la espalda a todo cuanto había conocido en los Planetas Sincronizados, traicionado a los titanes y a Omnius. Aun así, no tenía derecho a pedir ninguna recompensa que se tradujera en sentimientos.

—Si tu Xavier es el hombre que crees, te dará la bienvenida con compasión y perdón.

—Sí —dijo Serena, al ver la expresión de Vor—, es capaz de eso, pero ¿soy yo la persona que él creía?

Sí, y más,
pensó Vor, pero no lo dijo en voz alta.

—Pronto estarás en casa —dijo, y vio que el rostro de Serena se iluminaba—. Estoy seguro de que todo irá bien, en cuanto te reúnas con él. Y si alguna vez necesitas hablar con alguien, yo…

Calló, y se produjo un incómodo silencio.

Cuando la nave se acercó a Salusa Secundus, el planeta que simbolizaba a la humanidad libre, Vor contempló los continentes verdes, los mares azules, las tenues nubes de la atmósfera… Sus dudas se desvanecieron, y pese al dolor de su corazón, se sintió más esperanzado. Parecía un paraíso.

Iblis Ginjo miró por una ventanilla. Daba la impresión de que las ideas se agolpaban en su mente, pero se incorporó de repente, alarmado.

—¡Nos espera un comité de recepción! ¡Naves de combate ligeras!

—La línea defensiva nos habrá detectado cuando entramos en el sistema —dijo Serena—. Son kindjals con base terrestre en Zimia.

Mientras los cazas de la Armada rodeaban el
Viajero onírico
, bombardearon a la nave con amenazas e instrucciones.

—Nave enemiga, ríndete y prepárate para ser abordada.

Varias explosiones de advertencia rozaron su proa.

Vor no hizo el menor gesto amenazador, cuando recordó que naves similares habían dañado al
Viajero onírico
en Giedi Prime.

—Somos humanos que escapamos de Omnius, y deseamos aterrizar en paz —transmitió—. Hemos robado esta nave en la Tierra.

—Cuéntanos otra —replicó un piloto. Vor se dio cuenta de que él había utilizado la misma estratagema—. ¿Qué nos impide convertiros en una nube de polvo?

Los kindjals se acercaron más y apuntaron sus armas.

—Tal vez os interese saber que Serena Butler, la hija del virrey de la liga, viaja a bordo. —Vor sonrió sin humor—. A su padre no le gustaría descubrir que la convertisteis en una nube de polvo. Ni tampoco a Xavier Harkonnen, teniendo en cuenta lo mucho que ha sufrido su prometida para volver con él.

Serena tomó los controles de comunicación con determinación.

—Es cierto. Soy Serena Butler. Como esto es una nave robot, haced el favor de desactivar los escudos de descodificación para que podamos pasar, y después escoltadnos hasta Zimia. Avisad al virrey y al tercero Harkonnen de que nos reciban en el espaciopuerto.

El largo silencio que siguió informó a Vor de que un furioso debate se debía estar desarrollando entre las líneas privadas.

—El segundo Harkonnen ha salido a patrullar y no volverá hasta dentro de dos días —dijo por fin el comandante del escuadrón—. El virrey Butler ya va de camino con una guardia de honor. Seguidme, y no se os ocurra desviaros.

Vor obedeció, y luego respiró hondo. Ahora, tenía que volar sin la ayuda de los ordenadores. Los sistemas automáticos de la nave siempre le habían ayudado en caso de emergencia.

—Serena, Iblis, abrochaos los cinturones de seguridad.

—¿Algún problema? —preguntó Iblis, al percibir la inquietud de Vor.

—Sólo que nunca había hecho esto.

El
Viajero onírico
se estremeció violentamente hasta que atravesó una capa de nubes delgadas y salió a cielo abierto. Los kindjals les seguían muy de cerca. La luz del sol se filtró por las ventanillas del techo, y proyectó sombras distorsionadas sobre las cubiertas y mamparos.

Vor condujo el
Viajero onírico
hacia la zona designada del abarrotado espaciopuerto. Pese a la dificultad de la maniobra, se posó con absoluta perfección. Seurat se habría sentido orgulloso de él.

Iblis Ginjo, emocionado, se puso en pie de un salto cuando los motores enmudecieron.

—¡Por fin! Salusa Secundus. —Miró a Vor—. Por rescatar a la hija del virrey, nos darán la bienvenida con alfombras rojas y flores.

Cuando abrió la escotilla y respiró el aire salusano por primera vez, Vor Atreides intentó identificar la diferencia, se preguntó si podría percibir un tenue aroma a libertad.

—Aún no esperes alfombras o similares —dijo.

Vio que un escuadrón militar se acercaba a la nave con las armas desenfundadas. Los soldados, vestidos con los uniformes oro y plata de la liga, formaron filas al pie de la rampa. Detrás de ellos venían dos mujeres de aspecto intimidante, de pelo blanco, piel pálida y largo hábito negro.

Serena se irguió entre los dos antiguos servidores de las máquinas pensantes, cuyos brazos enlazaba con aire protector. Los tres salieron al sol cegador.

Los soldados de la milicia, con las armas dispuestas, dejaron paso a las mujeres. La hechicera miró a los recién llegados con unos ojos tan intensos y aterradores que Vorian se acordó de los titanes.

—¿Sois espías de Omnius? —preguntó la mujer, al tiempo que se aproximaba aún más.

Serena reconoció a la hechicera de Rossak, pero era consciente de que debía de haber cambiado mucho durante su año y medio de cautividad.

—Zufa Cenva, éramos camaradas. —Casi le costaba hablar—. He vuelto a casa. ¿No me reconoces?

La hechicera la miró con escepticismo, y después una expresión de estupefacción se dibujó en su cara de alabastro.

—¡En verdad eres tú, Serena Butler! Pensábamos que habías muerto en Giedi Prime, junto con Ort Wibsen y Pinquer Jibb. Analizamos el ADN de las muestras de sangre encontradas en los restos de tu forzador de bloqueos.

Zufa examinaba a la joven sin hacer caso de los dos hombres. Serena se esforzó con valentía en dejar a un lado su tristeza.

—Wibsen y Jibb murieron luchando contra los cimeks. Yo fui herida… y capturada.

Vor, conmovido, habló por ella.

—Fue retenida en la Tierra como prisionera de un robot llamado Erasmo.

La expresión eléctrica de la hechicera se concentró en él. —¿Y tú quién eres?

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