La zapatera prodigiosa (2 page)

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Authors: Federico García Lorca

Tags: #teatro

BOOK: La zapatera prodigiosa
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Z
APATERO. Pero, mujer, ¿no estás viendo?…

Z
APATERA.
(Interrumpiéndole.)
También tuve otro pretendiente…
(El Zapatero golpea fuertemente el zapato.)
Aquél era medio señorito… tendría dieciocho años, ¡se dice muy pronto! ¡Dieciocho años!
(El Zapatero se revuelve inquieto.)

Z
APATERO. También los tuve yo.

Z
APATERA. Tú no has tenido en tu vida dieciocho años… Aquél sí que los tenía y me decía unas cosas… Verás…

Z
APATERO.
(Golpeando furioso.)
¿Te quieres callar? Eres mi mujer, quieras o no quieras, y yo soy tu esposo. Estabas pereciendo, sin camisa, ni hogar. ¿Por qué me has querido? ¡Fantasiosa, fantasiosa, fantasiosa!

Z
APATERA.
(Levantándose.)
¡Cállate! No me hagas hablar más de lo prudente y ponte a tu obligación. ¡Parece mentira!
(Dos Vecinas con mantilla cruzan la ventana sonrien
do.) ¿Quién me lo iba a decir, viejo pellejo, que me ibas a dar tal pago? ¡Pégame, si te parece, anda, tírame el martillo!

Z
APATERO. Ay, mujer… no me des escándalos, ¡mira que viene la gente! ¡Ay, Dios mío!
(Las dos Vecinas vuelven a cruzar.)

Z
APATERA. Yo me he rebajado. ¡Tonta, tonta, tonta! Maldito sea mi compadre Manuel, malditos sean los vecinos, tonta, tonta, tonta.
(Sale golpeándose la cabexa.)

E
SCENA
IV

Zapatero, Vecina Roja y Niño.

Z
APATERO.
(Mirándose en un espejo y contándose las arrugas.)
Una, dos, tres, cuatro… y mil.
(Guarda el espejo.)
Pero me está muy bien empleado, sí señor. Porque vamos a ver: ¿por qué me habré casado? Yo debí haber comprendido, después de leer tantas novelas, que las mujeres les gustan a todos los hombres, pero todos los hombres no les gustan a todas las mujeres. ¡Con lo bien que yo estaba! Mi hermana, mi hermana tiene la culpa, mi hermana que se empeñó: ¡«que si te vas a quedar solo», que si qué sé yo! Y esto es mi ruina. ¡Mal rayo parta a mi hermana, que en paz descanse!
(Fuera se oyen voces.)
¿Qué será?

V
ECINA
R
OJA.
(En la ventana y con gran brío. La acompañan sus Hijas vestidas del mismo color.)
Buenas tardes.

Z
APATERO.
(Rascándose la cabeza.)
Buenas tardes.

V
ECINA. Dile a tu mujer que salga. Niñas, ¿queréis no llorar más? ¡Qué salga, a ver si por delante de mí casca tanto como por detrás!

Z
APATERO. ¡Ay, vecina de mi alma, no me dé usted escándalos, por los clavitos de Nuestro Señor! ¿Qué quiere usted que yo le haga? Pero comprenda mi situación: toda la vida temiendo casarme… porque casarse es una cosa muy seria, y, a última hora, ya lo está usted viendo.

V
ECINA. ¡Qué lástima de hombre! ¡Cuánto mejor le hubiera ido a usted casado con gente de su clase!… estas niñas, pongo por caso, a otras del pueblo…

Z
APATERO. Y mi casa no es casa. ¡Es un guirigay!

V
ECINA. ¡Se arranca el alma! Tan buenísima sombra como ha tenido usted toda su vida.

Z
APATERO.
(Mira por si viene su Mujer.)
Anteayer… despedazó el jamón que teníamos guardado para estas Pascuas y nos lo comimos entero. Ayer estuvimos todo el día con unas sopas de huevo y perejil: bueno, pues porque protesté de esto, me hizo beber tres vasos seguidos de leche sin hervir.

V
ECINA. ¡Qué fiera!

Z
APATERO. Así es, vecinita de mi corazón, que le agradecería en el alma que se retirase.

V
ECINA. ¡Ay, si viviera su hermana! Aquélla sí que era…

Z
APATERO. Ya ves… y de camino llévate tus zapatos que están arreglados.
(Por la puerta de la izquierda asoma la Zapatera, que detrás de la cortina espía la escena sin ser vista.)

V
ECINA.
(Mimosa.)
¿Cuánto me vas a llevar por ellos?… Los tiempos van cada vez peor.

Z
APATERO. Lo que tú quieras… Ni que tire por allí ni que tire por aquí…

V
ECINA.
(Dando en el codo a sus Hijas.)
¿Están bien en dos pesetas?

Z
APATERO. ¡Tú dirás!

V
ECINA. Vaya… te daré una…

Z
APATERA.
(Saliendo furiosa.)
¡Ladrona!
(Las Mujeres chillan y se asustan.)
¿Tienes valor de robar a este hombre de esa manera?
(A su Marido.)
Y t
ú, ¿dejarte robar? Vengan los zapatos. Mientras no des por ellos diez pesetas, aquí se quedan.

V
ECINA. ¡Lagarta, lagarta!

Z
APATERA. ¡Mucho cuidado con lo que estás diciendo!

N
IÑAS. ¡Ay, vámonos, vámonos, por Dios!

VECINA. Bien despachado vas de mujer, ¡que te aproveche!
(Se van rápidamente. El Zapatero cierra la ventana y la puerta.)

E
SCENA
V

Zapatero y Zapatera.

Z
APATERO. Escúchame un momento…

Z
APATERA.
(Recordando.)
Lagarta… lagarta… qué, qué, qué… ¿qué me vas a decir?

Z
APATERO. Mira, hija mía. Toda mi vida ha sido en mí una verdadera preocupación evitar el escándalo.
(El Zapatero traga constantemente saliva.)

Z
APATERA. ¿Pero tienes el valor de llamarme escandalosa, cuando he salido a defender tu dinero?

Z
APATERO. Yo no te digo más, que he huido de los escándalos, como las salamanquesas del agua fría.

Z
APATERA.
(Rápida.)
¡Salamanquesas! ¡Huy, qué asco!

Z
APATERO.
(Armado de paciencia.)
Me han provocado, me han, a veces, hasta insultado, y no teniendo ni tanto así de cobarde he quedado con mi alma en mi almario, por el miedo de verme rodeado de gentes y llevado y traído por comadres y desocupados. De modo que ya lo sabes. ¿He hablado bien? Ésta es mi última palabra.

Z
APATERA. Pero vamos a ver: ¿a mí qué me importa todo eso? Me casé contigo, ¿no tienes la casa limpia? ¿No comes? ¿No te pones cuellos y puños que en tu vida te los habías puesto? ¿No llevas tu reloj, tan hermoso, con cadena de plata y venturinas, al que doy cuerda toda las noches? ¿Qué más quieres? Porque, yo, todo; menos esclava. Quiero hacer siempre mi santa voluntad.

Z
APATERO. No me digas… tres meses llevamos casados, yo, queriéndote… y tú, poniéndome verde. ¿No ves que ya no estoy para bromas?

Z
APATERA.
(Seria y como soñando.)
Queriéndome, queriéndome… Pero
(Brusca.)
¿qué es eso de queriéndome? ¿Qué es queriéndome?

Z
APATERO. Tú te creerás que yo no tengo vista y tengo. Sé lo que haces y lo que no haces, y ya estoy colmado, ¡hasta aquí!

Z
APATERA.
(Fiera.)
Pues lo mismo se me da a mí que estés colmado como que no estés, porque tú me importas tres pitos, ¡ya lo sabes!
(Llora.)

Z
APATERO. ¿No puedes hablarme un poquito más bajo?

Z
APATERA. Merecías, por tonto, que colgara la calle a gritos.

Z
APATERO. Afortunadamente creo que esto se acabará pronto; porque yo no sé cómo tengo paciencia.

Z
APATERA. Hoy no comemos… de manera que ya te puedes buscar la comida por otro sitio.
(La Zapatera sale rápidamente hecha una furia.)

Z
APATERO. Mañana
(Sonriendo.)
quizá la tengas que buscar tú también.
(Se va al banquillo.)

E
SCENA
VI

Por la puerta central aparece el Alcalde. Viste de azul oscuro, gran capa y larga vara de mando rematada con cabos de plata. Habla despacio y con gran sorna.

A
LCALDE. ¿En el trabajo?

Z
APATERO. En el trabajo, señor Alcalde.

A
LCALDE. ¿Mucho dinero?

Z
APATERO. El suficiente.
(El Zapatero sigue trabajando. El Alcalde mira curiosamente a todos lados.)

A
LCALDE. Tú no estás bueno.

Z
APATERO.
(Sin levantar la vista.)
No.

A
LCALDE. ¿La mujer?

Z
APATERO.
(Asintiendo.)
¡La mujer!

A
LCALDE.
(Sentándose.)
Eso tiene casarse a tu edad… A tu edad se debe ya estar viudo… de una, como mínimum… Yo estoy de cuatro: Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez, que ha sido la última: buenas mozas todas, aficionadas al baile y al agua limpia. Todas, sin excepción, han probado esta vara repetidas veces. En mi casa… en mi casa, coser y cantar.

Z
APATERO. Pues ya está usted viendo qué vida la mía. Mi mujer… no me quiere. Habla por la ventana con todos. Hasta con don Mirlo, y a mí se me está encendiendo la sangre.

A
LCALDE.
(Riendo.)
Es que ella es una chiquilla alegre, eso es natural.

Z
APATERO. ¡Ca! Estoy convencido… yo creo que esto lo hace por atormentarme; porque, estoy seguro…, ella me odia. Al principio creí que la dominaría con mi carácter dulzón y mis regalillos: collares de coral, cintillos, peinetas de concha… ¡hasta unas ligas! Pero ella… ¡es siempre ella!

A
LCALDE. Y tú, siempre tú; ¡qué demonio! Vamos, lo estoy viendo y me parece mentira cómo un hombre, lo que se dice un hombre, no puede meter en cintura, no una, sino ochenta hembras. Si tu mujer habla por la ventana con todos, si tu mujer se pone agria contigo, es porque tú quieres, porque tú no tienes arranque. A las mujeres, buenos apretones en la cintura, pisadas fuertes y la voz siempre en alto, y si con esto se atreven a hacer quiquiriquí, la vara, no hay otro remedio. Rosa, Manuela, Visitación y Enriqueta Gómez, que ha sido la última, te lo pueden decir desde la otra vida, si es que por casualidad están allí.

Z
APATERO. Pero si el caso es que no me atrevo a decirle una cosa.
(Mira con recelo.)

A
LCALDE.
(Autoritario.)
Dímela.

Z
APATERO. Comprendo que es una barbaridad… pero yo no estoy enamorado de mi mujer.

A
LCALDE. ¡Demonio!

Z
APATERO. Sí, señor, ¡demonio!

A
LCALDE. Entonces, grandísimo tunante, ¿por qué te has casado?

Z
APATERO. Ahí lo tiene usted. Yo no me to explico tampoco. Mi hermana, mi hermana tiene la culpa. Que si te vas a quedar solo, que si qué sé yo, que si qué sé yo cuánto… Yo tenía dinerillos, salud, y dije: ¡allá voy! Pero, benditísima soledad antigua. ¡Mal rayo parta a mi hermana, que en paz descanse!

A
LCALDE. ¡Pues te has lucido!

Z
APATERO. Sí, señor, me he lucido… Ahora, que yo no aguanto más. Yo no sabía lo que era una mujer. Digo, ¡usted, cuatro! Yo no tengo edad para resistir este jaleo.

Z
APATERA.
(Cantando dentro, fuerte.)

¡Ay, jaleo, jaleo,

ya se acabó el alboroto

y vamos al tiroteo!

Z
APATERO. Ya lo está usted oyendo.

A
LCALDE. ¿Y qué piensas hacer?

Z
APATERO. Cuca silvana.
(Hace el ademán.)

A
LCALDE. ¿Se te ha vuelto el juicio?

Z
APATERO.
(Excitado.)
El zapatero a tus zapatos se acabó para mí. Yo soy un hombre pacífico. Yo no estoy acostumbrado a estos voceríos y a estar en lenguas de todos.

A
LCALDE.
(Riéndose.)
Recapacita lo que has dicho que vas a hacer; que tú eres capaz de hacerlo, y no seas tonto. Es una lástima que un hombre como tú no tenga el carácter que debías tener.
(Por la puerta de la izquierda aparece la Zapatera echándose polvos con una polvera rosa y limpiándose las cejas.)

E
SCENA
VII

Dichos y Zapatera.

Z
APATERA. Buenas tardes.

A
LCALDE. Muy buenas.
(Al Zapatero.)
¡Como guapa, es guapísima!

Z
APATERO. ¿Usted cree?

A
LCALDE. ¡Qué rosas tan bien puestas lleva usted en el pelo y qué bien huelen!

Z
APATERA. Muchas que tiene usted en los balcones de su casa.

A
LCALDE. Efectivamente. ¿Le gustan a usted las flores?

Z
APATERA. ¿A mí…? ¡Ay, me encantan! Hasta en el tejado tendría yo macetas, en la puerta, por las paredes. Pero a éste… a ése… no le gustan. Claro, toda la vida haciendo botas, ¡qué quiere usted!
(Se sienta en la ventana.)
Y
buenas tardes.
(Mira a la calle y coquetea.)

Z
APATERO. ¿Lo ve usted?

A
LCALDE. Un poco brusca… pero es una mujer guapísima. ¡Qué cintura tan ideal!

Z
APATERO. No la conoce usted.

A
LCALDE. ¡Psch!
(Saliendo majestuosamente.)
¡Hasta mañana! Y a ver si se despeja esa cabeza. ¡A descansar, niña! ¡Qué lástima de talle!
(Vase mirando a la Zapatera.)
¡Porque, vamos! ¡Y hay que ver qué ondas en el pelo!
(Sale.)

E
SCENA
VIII

Zapatero y Zapatera.

Z
APATERA.
(Cantando.)

Si tu madre tiene un rey,

la baraja tiene cuatro:

rey de oros, rey de copas,

rey de espadas, rey de bastos.

(La Zapatera coge una silla y sentada en la ventana empieza a darle vueltas.)

Z
APATERO.
(Cogiendo otra silla y dándole vueltas en sentido contrario.)
Si
sabes que tengo esa superstición, y para mí esto es como si me dieras un tiro, ¿por qué lo haces?

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