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Authors: Chrétien de Troyes

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Lanzarote del Lago o El Caballero de la Carreta (6 page)

BOOK: Lanzarote del Lago o El Caballero de la Carreta
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21. Lanzarote y Ginebra
(3899-4106 )

Junto con Ginebra, son liberados los demás cautivos. Entonces el rey Baudemagus conduce a Lanzarote a la presencia de la reina. Ésta le dispensa la más cruel de las acogidas: no se digna mirarle ni dirigirle la palabra. Para ella es un juego, pero Lanzarote queda completamente destruido. Después visita a Keu, convaleciente aún de su derrota ante Meleagante. Tampoco el senescal puede explicarse el desdén (aparente) de Ginebra hacia su salvador. Lanzarote, deshecho, decide partir en busca de Galván hacia el Puente bajo el Agua.

22. Las dos muertes ficticias
(4107-4400 )

Pensando obrar de acuerdo con su monarca, las gentes de Gorre prenden a Lanzarote y a sus seguidores. Se difunde la falsa noticia de que el héroe ha muerto a manos de sus enemigos. El dolor de la reina al conocer la nueva es indescriptible. Su cruel acogida —piensa ella— ha sido la única causa de la muerte de su amado. Se abstiene de comer y beber, tantos rigores se administra así misma que hay quien cree que ha exhalado su último suspiro. La noticia de su falsa muerte llega a su vez a Lanzarote, quien, tras un formidable y desesperado monólogo, intenta suicidarse. Afortunadamente, sus guardianes impiden que se quite la vida.

23. La cita
(4401-4532 )

Conducido por sus raptores, Lanzarote regresa junto a la reina. Baudemagus promete vengar cumplidamente la afrenta que sus gentes han infligido al héroe. La hora de la reconciliación entre los amantes ha llegado. Lanzarote dudó, aunque sólo fuese un instante, en subir a la carreta: por ello no había querido Ginebra hablarle ni concederle una sola mirada. El caballero se disculpa. Pero se hace preciso concertar una cita: esa noche podrán hablar a su placer en la ventana de la reina. Exultan de alegría los enamorados ante la próxima entrevista.

24. Una noche de amor
(4533-4736 )

Es la noche de amor entre Ginebra y Lanzarote. Lanzarote abandona su posada y se dirige hacia su cita. Llegado a la ventana, unos barrotes de hierro le separan de su amada. Le pide licencia para romperlos: ella se la concede muy de su grado. Lo consigue, pero no sin herirse los dedos con el filo cortante de la reja. Entra en seguida en la cámara de la reina. Lo que resta es su noche de amor, noche en extremo deleitosa, noche de «secreta alegría» (vv. 4674-4684). Al amanecer, han de separarse. La sangre que mana de las llagas digitales de Lanzarote ha manchado las sábanas de Ginebra. Ello traerá funestas consecuencias.

25. Defendiendo el honor de la reina
(4737-5043 )

Meleagante ve las manchas de sangre en el lecho de la reina. Por otra parte, las heridas de Keu, que duerme en la misma sala, se han abierto durante la noche, y también están ensangrentadas sus sábanas. El felón extrae sus propias conclusiones, acusando a Ginebra y a Keu de adulterio. El senescal lo niega, y está dispuesto, a pesar de su debilidad, a probar su inocencia con las armas en la mano. Pero la reina ha mandado llamar a Lanzarote. Él será el encargado de lavar el honor de su dama. Ambos rivales juran por las reliquias de los santos lo que pretenden evidenciar con su triunfo en el duelo. Combaten. Lanzarote obtiene la victoria una vez más. La intercesión de Baudemagus, a través de Ginebra, salva la vida del felón. Todo queda pendiente, en lo que a un definitivo arreglo de cuentas se refiere, del combate fijado para un año más tarde en la corte de Arturo.

26. La traición del enano
(5044-5236 )

Lanzarote y un nutrido grupo de caballeros se dirigen de nuevo al Puente bajo el Agua en busca de Galván. A una legua de su destino, aparece un enano que invita a Lanzarote a acompañarle, solo, a un lugar —dice— muy bueno para él. El héroe cae en la trampa: ese enano es un traidor al servicio de Meleagante. Cuando los compañeros de Lanzarote consiguen sacar a Galván del agua en que había caído, no hay rastro ya del que fuera Caballero de la Carreta.

27. El regreso de los cautivos
(5237-5358 )

Una carta engañosa recibida en la corte de Baudemagus insta a Ginebra y a sus compatriotas a regresar a Logres: según la misiva, Lanzarote les espera en la corte de Arturo. El objetivo de Meleagante con esta nueva estratagema es privar al héroe de todo socorro por parte de Galván, Keu y los demás. Los ex-cautivos regresan a su patria alborozados. Al llegar allí, la alegría se torna duelo: Lanzarote no ha sido visto en Logres desde antes del rapto de la reina.

28. Las doncellas de Logres
(5359-5574 )

Las damas y doncellas del país de Arturo organizan un torneo, con el beneplácito y la asistencia de la reina Ginebra, en Noauz. Es hora de que las más jóvenes contraigan matrimonio con los más valientes de entre los justadores, la noticia del torneo se expande por todas partes: llega por fin a casa del senescal de Meleagante donde está prisionero Lanzarote. Éste suplica a la esposa del senescal que le permita asistir a tan apetecible certamen. La dueña, después de requerir de su cautivo trato amoroso sin resultado, le concede permiso, a condición de que regrese nada más finalizar la reunión. Él lo promete así, y parte hacia Noauz con las armas bermejas y el caballo que le proporciona la dama, propiedad de su marido ausente. Llegando a su destino, logra pasar inadvertido de la multitud. Sólo un heraldo le reconoce, mientras descansa en su posada. Lanzarote le ordena guardar silencio respecto a su identidad. El heraldo grita entusiasmado por todas partes:
Or est venuz qui l'aunera
! (cf. nota
ad loc.
de nuestra traducción).

29. El torneo
(5575-6056 )

En la primera jornada, el Caballero de las Armas Bermejas[Lanzarote] obtiene un triunfo señalado sobre los demás. La reina, deseando comprobar si se trata de su enamorado, ordena que le diga de su parte:
au noauz
(«lo peor posible»). Lanzarote obedece y rehuye el combate desde ese momento. Las gentes, enardecidas por su anterior comportamiento, no ven en su actitud sino cobardía. Al término de la jornada, todos se mofan de él. A la mañana siguiente, numerosos caballeros que no tomaban parte en el torneo describen brillantemente ante la reina los blasones de los justadores
[39]
. Comienza la segunda jornada: también en ella sigue Ginebra experimentando sumisiones extremas con su caballero, manejando sus hilos a placer, como si se tratara de un títere
[40]
. Todavía le ordena:
au noauz
. Pero más tarde:
au mialz
(«lo mejor posible»), y Lanzarote obtiene una rotunda victoria en el torneo. Por su parte, el heraldo no cesa de gritar, ebrio de júbilo:
Or est venuz qui l'aunera
!, y las doncellas hacen votos de no desposar a nadie en un año, si no es al bravo Caballero de las Armas Bermejas. Aprovechando la confusión reinante, Lanzarote se va. Debe regresar a su prisión: lo ha prometido a la mujer del senescal de Gorre.

30. La torre junto al mar
(6057-6146 )

A la vuelta de Lanzarote, Meleagante es informado de su participación en el torneo de Noauz. Su ka no conoce límites. Para evitar que pueda escaparse de nuevo hace construir una torre a la orilla del mar, sin otro vano que una pequeña ventana por donde deslizar una comida escasa. Allí manda encerrar a su enemigo.

31. Meleagante en la corte del rey Arturo
(6147-6373 )

Llega el felón a Logres a reclamar el duelo concertado con Lanzarote. Galván responde a sus insolencias, ofreciéndose a tomar el lugar de su amigo, en caso de que el héroe no estuviese presente la fecha del combate. Vuelve Meleagante a la ciudad de Baudemagus. Allí discute con su padre (éste ignora que tiene cautivo a Lanzarote), quien le echa en cara su orgullo desmedido y su locura. Hay que advertir que, aproximadamente a partir del v. 6150, Godefroi de Leigni —como arriba dijimos— ha tomado el relevo de la historia.

32. En busca del héroe cautivo
(6374-6706 )

Pero una hermana de Meleagante ha oído la discusión entre padre e hijo. No es otra que la doncella de la muía, a la que Lanzarote entregó (cf. § 17) la cabeza de su enemigo, el caballero orgulloso. A lomos de una veloz mula (parece su medio habitual de desplazamiento) la joven parte en busca de Lanzarote: no cesará hasta encontrarle. Ha buscado por todo el país, y llega por fin a la torre junto al mar donde está el héroe prisionero. Después de asegurarse que es él quien está dentro, le procura un sólido pico para que ensanche la única abertura de la torre, por donde logra salir. Libre de nuevo, la doncella conduce a Lanzarote a una mansión, donde repone fuerzas el héroe. Allí le baña, le viste y le proporciona un magnífico caballo: su deuda, pues, ha sido saldada.

33. El combate final
(6707-7097 )

Se ha cumplido el año de plazo, y Meleagante se presenta de nuevo en la corte de Arturo. Ni rastro hay de Lanzarote. Galván empieza a armarse para el encuentro decisivo. Pero he aquí que, en el último instante, llega Lanzarote. La alegría desborda por todas partes. En esta ocasión el héroe, que da a conocer a todos los presentes la traición de Meleagante, no perdona al felón: su cabeza rueda por tierra. Así termina el relato propiamente dicho.

34. Epílogo
(7098-7112 )

Godefroi de Leigni se confiesa responsable de El Caballero de la Carreta a partir de que Lanzarote fuese encerrado en la torre. En todo momento obró de acuerdo en su redacción con las prescripciones de Chrétien, su maestro. Fin de la novela.

Nota de los traductores

Hemos seguido en nuestra traducción el texto fijado por Mario Roques sobre la copia del escriba Guiot (manuscrito fr. 794 de la Biblioteca Nacional de París). La edición que hemos manejado (París, Champion, núm. 86 de los
Classiques Français du Moyen Age
) es una reimpresión de 1972. También nos ha sido útil la versión de Jean Frappier al francés moderno (París, Champion), de la que hemos tenido delante la 2ª edición revisada de 1971. La traducción de Frappier es muy correcta en cuanto al contenido, pero excesivamente «moderna» en cuanto a la forma. Nosotros hemos preferido conservar íntegro a Chrétien, incluso en sus monotonías. De cualquier forma, Frappier nos ha dado la clave en algunos pasajes especialmente complicados, y, a veces (verso 4232, por ejemplo) hemos optado por vertir siguiendo el texto que él aconseja (en págs. 19 a 25 anota cuidadosamente sus divergencias en la copia de Guiot, remitiendo casi siempre a las lecturas de Wendelin Foerster, en su edición del
Lancelot
, Halle, Max Niemeyer, 1899). Existe otra versión al francés moderno de esta novela, la de Fourrier, difundida en la ed. de «Livres de Poche» (1970) y reimpresa en la col. «Folio» (1975), traducción recortada y libérrima, que no hemos tenido en cuenta. Para facilidad del lector interesado en cotejar nuestra versión con el texto original, hemos numerado marginalmente cada cincuenta versos
[*]
, según la numeración de Roques en la edición anteriormente citada.

C. G. G.

L. A. de C.

EL CABALLERO DE LA CARRETA

Ya que mi señora de Champaña quiere que emprenda una narración novelesca, lo intentaré con mucho gusto; como quien es enteramente suyo para cuanto pueda hacer en este mundo. Sin que esto sea un pretexto de adulación. En verdad que algún otro podría hacerlo, quien quisiera halagarla, y decir así —y yo podría confirmarlo— que es la dama que aventaja a todas las de este tiempo; tanto como el céfiro sobrepasa a todos los vientos que soplan en mayo o en abril. ¡Por mi fe, que no soy yo el que desea adular a su dama! ¿Voy a decir: «Tantos carbunclos y jaspes vale un diamante como reinas vale la condesa?». No, en verdad. Nada de eso diré, por más que, a pesar de mi silencio, sea cierto. Sin embargo voy a decir simplemente que en esta obra actúan más sus requerimientos que mi talento y mi esfuerzo.

Empieza Chrétien su libro sobre El Caballero de la Carreta. Temática y sentido se los brinda y ofrece la condesa; y él cuida de exponerlos, que no pone otra cosa más que su trabajo y su atención.

Así que en una fiesta de la Ascensión había reunido el rey Arturo su corte, tan rica y hermosa como le gustaba, tan espléndida como a un rey convenía. Después de la comida quedóse el rey entre sus compañeros. En la sala había muchos nobles barones, y con ellos también estaba la reina. Además había, a lo que me parece, muchas damas bellas y corteses que hablaban con refinamiento la lengua francesa.

En tanto Keu, que había dirigido el servicio de las mesas, comía con los condestables. Mientras Keu estaba sentado ante su comida, he aquí que se presentó un caballero ante la corte, muy pertrechado para el combate, vestido con todas sus armas. El caballero con tales arreos se llegó ante el rey, adonde estaba Arturo sentado entre sus barones, y sin saludarle, así dijo:

[50]
«¡Rey Arturo, retengo en mi prisión a caballeros, damas y doncellas de tu tierra y tu mesnada! Pero no te digo tales nuevas porque piense devolvértelos. Por el contrario te quiero advertir y hacer saber que no tienes poder ni haberes con los que puedas recobrarlos. ¡Sábete bien que morirás sin poderlos ayudar!».

El rey responde que se resignará a sufrir, si no puede remediarlo; pero muy fuerte le pesa tal penar.

Entonces el caballero hace ademán de querer partir. Se da la vuelta, sin detenerse ante el rey y viene hasta la puerta de la sala. Pero no traspone los peldaños. Se detiene de pronto y dice desde allí:

«Rey, si en tu corte hay caballero, siquiera uno, en quien fiaras a tal punto de atreverte a confiarle a la reina para conducirla en pos de mí, a ese bosque, adonde yo me dirijo, allí lo aguardaré con la promesa de devolverte todos los prisioneros que están en cautividad en mi tierra; con tal que pueda defenderla frente a mí y reconducirla aquí por su propio mérito».

Esto oyó todo el palacio, y toda la corte quedóse pasmada y conmovida.

La noticia llegó a oídos de Keu, que estaba comiendo con los mayordomos. Deja su yantar y acude con premura junto al rey y comienza a decirle con aspecto airado:

«Rey, te he servido bien, con clara fidelidad y lealmente. Ahora me despido y voy a irme, así que no te serviré más. No tengo deseo ni intención de servirte de ahora en adelante».

Apenóse el rey de lo que sucedía, y apenas se repuso para contestarle, le dijo bruscamente:

«¿Es eso verdad o chanza?».

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