Las amistades peligrosas (18 page)

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Authors: Choderclos de Laclos

Tags: #Novela epistolar

BOOK: Las amistades peligrosas
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que ofrecer, y, a lo menos, no la será sospechosa; ésta es usted misma. No quiero sino que se pregunte a sí misma de buena fe. Si no cree mi amor, si duda un instante, de que reina únicamente en mi alma, si no está segura de haber fijado este corazón, hasta ahora en efecto demasiado inconstante, consiento en sufrir el castigo de este error; lloraré, mas no apelaré de él: pero si, al contrario, haciéndonos justicia a los dos, se ve forzada a convenir en que no tiene ni tendrá jamás rival para conmigo, entonces no me obligue, se lo suplico, a combatir ilusiones, y déjeme, a lo menos, el consuelo de ver que no duda de la sinceridad de un sentimiento que, en realidad, no acabará ni puede acabar sino con mi vida. Permítame, señora, que le ruegue que me responda categóricamente a este artículo de mi carta.

Si abandono, sin embargo, esta época de mi vida, que parece serme tan perjudicial para con usted, no es decir, que si fuese preciso defenderla, me faltarían las razones.

¿Qué he hecho, en suma, sino resistir al torbellino en que me había metido? Introducido y presentado en la sociedad, joven todavía, y sin experiencia; pasado, por decirlo así, de mano en mano, por una multitud de mujeres, que todas se apresuraban con su facilidad, a no dejar lugar a una reflexión, que conocían debía serles poco favorable, ¿tocaba a mí dar el ejemplo de una resistencia que no hallaba en parte alguna? ¿O debía castigarme de un momento de error, que a menudo había sido provocado, empleando una constancia inútil, y en la que no se hubiera visto sino una ridiculez? ¿Qué otro medio, sino un pronto rompimiento, puede justificar una vergonzosa elección?

Pero, puedo asegurarle que en este devaneo de mis sentidos, y tal vez en este delirio de mi vanidad, no ha tomado parte mi corazón. Nacido para amar, las intrigas amorosas podían distraerle, pero no llenarle; cercado de objetos seductores, pero despreciables, ninguno llegaba a poseer mi alma; me ofrecían placeres, y yo buscaba virtudes; yo mismo, en fin, me reputé inconstante, porque era delicado y sensible.

Sólo al ver a usted, se ha rasgado el velo que cubría mis ojos: bien pronto he reconocido que el encanto del amor dimana de las cualidades del alma; que ellas solo pueden producir su exceso y justificarle. Conocí, en fin, que me era igualmente imposible no amar a usted y poder amar a otra.

Vea, pues, señora, cuál es este corazón a quien teme usted entregarse, y de cuya suerte debe decidir; pero sea lo que fuere, la que usted le reserve, no cambiará nada dos sentimientos que le profesa. Éstos son inalterables como las virtudes que los han hecho nacer.

En…, a 3 de setiembre de 17…

CARTA LIII

EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL

He visto a Danceny, pero no he logrado de él sino una media confianza; sobre todo, se ha obstinado en callarme el nombre de la jovencita Volanges, hablándome de ella como de una muchacha muy juiciosa y un poco devota; excepto esto, me ha contado con bastante exactitud su aventura, principalmente el último lance. He procurado acalorarle cuanto he podido, y me he chanceado mucho sobre sus escrúpulos y delicadezas; me parece firme en su sistema, y no puedo responder de él; por lo demás, podré decirle más pasado mañana. Lo llevo mañana a Versailles, y me ocuparé de sondearle durante el camino.

La entrevista que debe tener hoy me da también algunas esperanzas; es posible que su efecto sea el que los dos deseamos, y acaso en este momento nos falta sólo obligarlo a que lo confiese, y recoger las pruebas. Esto será más fácil a usted que a mí, porque la niña es más confiada, o lo que viene a ser lo mismo, más parlanchina, que su discreto amante. Sin embargo, haré lo que pueda.

Adiós, mi bella amiga; estoy muy de prisa, y no veré a usted ni esta noche ni mañana. Si ha sabido algo por su parte, escríbame una palabra para mi vuelta; vendré seguramente a dormir a París.

En…, 3 de setiembre de 17…

CARTA LIV

LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT

¡Oh! si, ciertamente tendremos mucho que saber de Danceny. Si ha dicho a usted algo, se ha jactado de ello: pues no conozco hombre más tonto en cosas de amor, y me arrepiento cada día más de las bondades que con él tenemos. ¿Sabe usted que por loco me veo comprometida por causa suya? Y todo en pura pérdida. ¡Oh! yo me vengaré, lo juro.

Cuando fui ayer a casa de la señora de Volanges, no quería salir, sintiéndose algo indispuesta; fue necesaria toda mi elocuencia para decidirla: y vi el momento en que Danceny iba a llegar antes que partiésemos; lo que hubiera sido tanta mayor torpeza cuanto la señora de Volanges le había dicho la víspera, que al día siguiente no estaría en su casa. Su hija y yo estábamos en un brete. En fin, salimos, y la niña me apretó la mano tan afectuosamente al decirme adiós que, a pesar de su plan de rompimiento, me prometí maravillas de aquella cita.

No habían terminado aún los acasos inquietantes. Media hora hacía apenas que estábamos en casa de la señora D… cuando la de Volanges se sintió mal, pero seriamente mal; y como era natural y justo, quiso ser conducida a su casa; yo lo quería tanto menos que, si como era de apostar, sorprendíamos juntos a los jóvenes, temía que las instancias que yo había hecho a la madre para salir, llegaran a darle sospechas. Tomé el partido de meterle miedo con su salud delicada, lo que felizmente no es difícil, y la detuve allí hora y media antes de volverla a su casa, fingiendo temer mucho el efecto del movimiento del coche. En fin, no volvimos hasta la hora convenida.

Por el aspecto de vergüenza que noté cuando entramos, confieso que esperé que al menos mi trabajo no había sido perdido.

Las ganas que tenía de saber lo ocurrido, me hicieron quedar con la señora de Volanges, que se acostó al instante. Después de haber cenado junto a su cama, la dejamos en seguida, con pretexto de que necesitaba descanso, y pasamos al cuarto de su hija. Ésta ha hecho de su parte cuanto yo esperaba de ella; escrúpulos a un lado, nuevos juramentos de amar toda la vida, etc., etc.: en fin, se ha entregado con toda la gracia posible; pero el tonto de Danceny no ha pasado ni una línea el punto mismo en que antes se encontraba. ¡Oh! bien se puede reñir con él; las reconciliaciones no son peligrosas.

Asegura la niña, sin embargo, que él quería más, pero que ella ha sabido defenderse. Apostaría que es por jactarse o excusarle y casi estoy seguro de ello.

En efecto, me vino el capricho de saber a qué atenerme sobre la defensa de que era capaz, exaltando su imaginación, a punto que… créame usted, amigo, no hay muchacha cuyos sentidos sean más fáciles a una sorpresa. Cierto que es amabilísima esta criatura. Merecía un amante de otra especie; pero, a lo menos, tendrá un amiga, porque yo me aficiono a ella con toda sinceridad. Le he prometido formar su corazón y creo que cumpliré mi palabra. Muchas veces he sentido la necesidad de tener una mujer por confidente, y la preferiría para esto a cualquiera otra; pero no puedo hacer nada hasta que esté ya… lo que es preciso que esté; razón de más para enfadarnos con Danceny.

Adiós, mi vizconde; no venga mañana a verme si no es por la mañana. He cedido a las instancias del caballero, concediéndole pasar la noche en mi casita consabida.

En…, a 4 de setiembre de 17…

CARTA LV

CECILIA VOLANGES A SOFIA CARNAY

Tenías razón, mi querida Sofía; tus profecías salen mejor que tus consejos. Danceny, como lo habías predicho, ha podido más que el confesor, que tú, y que yo misma; ya estamos absolutamente como antes. ¡Ah! no me arrepiento de ello, y si tú me riñes, es porque no sabes cuánto placer hay en amar a Danceny. Te es bien fácil decir lo que se debe hacer; nada te lo impide: pero si hubieses conocido como yo, qué pena causa el mal que sufre aquel que se ama; cómo cuando se alegra, nos alegramos también, y cómo es difícil decir no, cuando lo que se quiere decir es sí, no te admirarías de nada. Yo misma lo he experimentado, y bien vivamente, no puedo comprender cómo esto puede suceder. ¿Crees, por ejemplo, que pueda yo no llorar cuando veo llorar a Danceny? Te aseguro firmemente que es imposible, y que cuando está contento, soy dichosa como él. Di lo que quieras, lo que se dice, no impide lo que es en realidad, y esto es así.

Ponte en mi lugar, es decir, mi puesto no lo cedería a nadie… pero quisiera que tú también amases a alguno, no sólo porque me escuchases mejor y me riñeses menos, sino porque fueras más dichosa, o mejor dicho, porque empezaras a serlo.

Nuestras distracciones, nuestras alegrías, no son más que juegos de niños, de que nada queda cuando han pasado; pero el amor, ¡oh, el amor! con una palabra, con una mirada, ya eres feliz. Cuando yo veo a Danceny, ya no deseo nada; cuando no le veo, no deseo sino a él sólo. No sé cómo, pero se dijera que todo cuanto me gusta se le parece. Cuando no está conmigo, pienso en él, y cuando pienso libremente en él, sin distracción, por ejemplo, estando sola, cierro los ojos, y al instante creo verle; recuerdo sus palabras, y creo oirle; esto me hace suspirar, y luego siento un fuego, una agitación… No puedo estar tranquila en un paraje; es como un tormento, y este tormento causa un placer indecible.

Creo también que una vez que sentimos amor, éste influye también en la amistad. La que yo te profeso, no ha mudado; es siempre la misma que cuando estaba en el convento; pero lo que te digo me sucede con la señora de Merteuil. Me parece que la amo más a la manera con que amo a Danceny y que algunas veces quisiera que ella fuese él. Tal vez consiste en que no es un amistad de niños como la nuestra; o bien en que los veo juntos tantas veces que esto hace que me engañe. En fin, lo cierto es que entre los dos me hacen bien dichosa; y, en definitiva, no creo que hay gran mal en lo que hago. Así que, por mí, quisiera quedarme siempre como estoy; y sólo la idea de mi boda me apena, pues si el señor Gercourt es como me han dicho, y no lo dudo, no sé lo qué será de mí. Adiós, mi Sofía: te amo siempre con la misma ternura.

En…, a 4 de setiembre de 17…

CARTA LVI

LA PRESIDENTA DE TOURVEL AL VIZCONDE DE VALMONT

¿De qué le serviría, señor, la respuesta que me pide? ¿El creer sinceros sus sentimientos, no sería razón de más para temerlos? y, sin averiguar su sinceridad ¿no basta en sí, y no debe bastar a usted mismo, que yo no quiera ni deba corresponder a ellos?

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