Las amistades peligrosas (30 page)

Read Las amistades peligrosas Online

Authors: Choderclos de Laclos

Tags: #Novela epistolar

BOOK: Las amistades peligrosas
4.49Mb size Format: txt, pdf, ePub

He creído que la llave de la puerta de su cuarto que da al corredor está siempre sobre la chimenea de su madre de usted. Todo sería muy fácil teniendo esta llave, debe usted saberlo; pero a falta de ella, yo le procuraré otra enteramente igual y que la suplirá. Me bastará para ello tener ésa en mi poder una hora o dos. Le será muy fácil hallar ocasión de tomarla, y para que no se aperciba su falta; agrego aquí una mía que es parecida lo bastante para que no se conozca la diferencia si no la ensayan, lo que espero no sucederá. Será preciso únicamente que le ponga una cinta azul y deslucida como la que tiene la suya.

Es necesario tener esta llave mañana o pasado mañana a la hora del almuerzo, porque podrá dármela más fácilmente entonces, y ser vuelta a poner en su lugar para la noche, tiempo en que su madre pudiera poner más atención. Yo podré volvérsela a la hora de comer, si nos entendemos bien. Sabe usted que cuando se pasa de la sala a la pieza de comer, siempre es la señora de Rosemonde la que va la última. Yo le daré la mano, usted sólo debe dejar su bastidor lentamente o bien dejar caer alguna cosa para detenerse: entonces tomará la llave que yo tendré el cuidado de llevar en la mano, a la espalda. Es preciso que usted, luego que la haya tomado, no deje de acercarse a mi tía y hacerle algunas caricias; si por acaso dejase usted caer la llave, no se aturda; yo fingiré que es mía, y respondo de todo.

La poca confianza que le muestra su madre y su duro modo de proceder, autorizan más de lo preciso este pequeño engaño. Fuera de ello éste es el único medio de continuar recibiendo las cartas de Danceny y de enviarle las suyas; todos los demás son en realidad demasiado peligrosos, y podrían perder a ustedes dos sin recurso; por eso mi prudente amistad se echaría en cara el seguir empleándolos.

Dueños de la llave, tendremos que tomar ciertas precauciones contra el ruido de la puerta y de la cerradura, pero son muy fáciles.

Bajo el mismo armario donde puse el papel, hallará aceite y una pluma. Usted va alguna vez a su cuarto en horas en que está sola.

Es preciso aprovechar de ese tiempo para untar la cerradura y los goznes. Solamente debe cuidar de no coger manchas, porque éstas servirían para que se descubriese todo. También es necesario aguardar a la noche, porque si está hecho con la inteligencia de que usted es capaz, al día siguiente ya no se conocerá nada.

Si no obstante se nota, no dude en decir que ha sido el hombre que viene a limpiar los suelos de la casa. Será preciso, en tal caso, especificar el tiempo, y aun lo que habrá hablado con usted; como por ejemplo, que tiene éste cuidado porque el hierro no se tome en todas las cerraduras que no trabajan mucho; porque usted comprende bien que no fuera verosímil que hubiese presenciado esa obra sin preguntar con qué objeto se hacía. Estos pequeños pormenores dan un aire de verosimilitud, y con esto las mentiras son de menos consecuencia quitando el deseo de verificarlas.

Cuando haya acabado de leer esta carta, le pido vuelva a leerla, y que se ocupe de su contenido; lo primero, porque es menester saber bien lo que se quiere ejecutar bien; y lo segundo para que se asegure usted de que no he omitido nada.

Acostumbrado yo muy poco a servirme de astucias, tengo corto uso de ellas, y ha sido precisa la vivísima amistad que profeso a Danceny, y el interés que me inspira usted, para determinarme a servirme de estos medios, por más inocentes que sean. Aborrezco todo lo que tiene aire de engaño. Tal es mi carácter: pero sus desgracias me han interesado de tal manera, que soy capaz de intentarlo todo por desviarlas.

Ya ve usted que luego que se entable esta comunicación entre nosotros dos, me será mucho más fácil procurarle la entrevista que desea con Danceny. Sin embargo, no le hable aún de nada de esto; no serviría sino para aumentar su impaciencia, y el momento de satisfacerla no está todavía tan próximo. Debe usted hacer más pronto por calmarla que por excitarla, y en cuanto a ello me refiero a la delicadeza de usted. Adiós mi bella pupila; porque ahora lo es. Ame pues un poco a su tutor, y sobre todo sea dócil, y no le irá mal con serlo. Me ocupo en hacer su felicidad, esté segura de que hallaré el medio.

En…, a 24 de setiembre cíe 17…

CARTA LXXXV

LA MARQUESA DE MERTEUIL AL VIZCONDE DE VALMONT

Ya estará tranquilo y, sobre todo, me hará justicia. Escúcheme usted y no me confunda más con las demás mujeres. He llevado a buen fin mi aventura con Prevan; a buen fin: ¿entiende lo que esto quiere decir? Ahora va a juzgar quién de los dos puede vanagloriarse, él o yo. La relación no será tan divertida como la acción, pero tampoco fuera justo que, no habiendo hecho usted sino razonar bien o mal sobre este asunto, le resultase tanto placer como así, que he puesto mi cuidado y mi trabajo.

Entre tanto, si tiene que dar algún grande golpe, o intentar alguna empresa famosa en que este rival peligroso le parezca temible, venga que ahora le deja el campo libre por algún tiempo y acaso no se levantará jamás del tiro que acabo de asestarle.

¡Qué feliz es usted de que yo sea amiga suya! soy para usted una hechicera bienhechora. Usted se consume lejos de la beldad que adora: digo una palabra y se halla a su lado. Quiere vengarse de una mujer que le perjudica; yo le indico el sitio en donde debe herir y se la entrego a su discreción. En fin, para alejar del combate a un concurrente formidable, me invoca usted también y yo escucho su ruego. En realidad, sino emplea su vida en darme gracias es sólo porque es ingrato. Vuelvo a mi aventura y la tomo desde su principio.

La cita que di en alta voz el sábado al salir de la Ópera, fue oída como yo lo esperaba. Prevan fue a la casa designada, y cuando la maríscala le dijo con mucha atención que estimaba muchísimo verle ir dos veces seguidas en los días de sus tertulias, tuvo cuidado de decir, que desde el martes anterior, se había librado de muchos empeños que tenía, para poder disponer de aquella noche. Al buen entendedor buenas palabras.

Como yo quería saber, sin embargo, si era yo o no la verdadera causa de esta actitud lisonjera, quise poner al nuevo aspirante en la precisión de elegir entre mí y su pasión dominante. Declaré que no jugaría yo aquella noche; en efecto, él por su parte dio también mil pretextos para no jugar, con que el primer triunfo que obtuve fue sobre el sacanete.

Me apoderé para la conversación del obispo de *** y lo escogí precisamente a causa de su amistad estrecha con el héroe del día, para darle así mayor facilidad de acercarse a mí. También me alegraba de tener un testigo respetable que, en caso necesario, pudiese dar testimonio de mi conducta y mis palabras. Este arreglo me salió bien.

Después de las frases vagas y usuales, Prevan, haciéndose muy pronto dueño de la conversación, ensayó sucesivamente varios tonos, para ver cuál me agradaba más. Deseché el sentimental como quien no tiene fe en él; contuve con mi aire serio el tono alegre, que me pareció demasiado libre para la primera vez; cayó luego en la amistad delicada, y sobre este punto tan debatido, empezamos nuestros recíprocos ataques.

Cuando fuimos a cenar, el obispo no bajó de la sala; Prevan me dio la mano, y se halló naturalmente sentado junto a mí a la mesa. Es menester hacerle la justicia de decir que sostuvo muy bien la conversación particular conmigo, no pareciendo ocuparse sino de la general, con la que tuvo el aire de hacerse todo el gasto. Estando en los postres se habló de una comedia nueva que debía representarse el lunes siguiente en el primer teatro. Yo manifesté algún pesar de no tener un palco; él me ofreció el suyo, que desde luego rehusé, como se acostumbra, a lo que respondió de una manera bastante original que yo no le había comprendido, que ciertamente no haría este sacrificio a una persona que no conocía, pero que me prevenía solamente que la señora maríscala disponía aquel día de dicho palco. Ésta recibió bien la chanza y aceptó un asiento.

Cuando volvimos a la sala, él pidió otra como puede usted figurarse. La maríscala, que le trata con muchísima bondad, se la prometió, con tal que tuviese juicio, y él sacó motivo de esta expresión para empezar una de aquellas conversaciones de doble sentido para las cuales me ha ponderado usted un talento particular. En efecto, habiéndose sentado a sus pies, como un niño obediente, según decía y como para pedirle sus consejos y que le comunicase su prudencia, dijo muchas cosas lisonjeras y tiernas de las que me era muy fácil hacerme la aplicación. No habiendo continuado el juego muchas personas después de la cena, la conversación fue más general y menos interesante; pero nuestros ojos se hablaron mucho. Digo los nuestros y debiera decir los suyos, porque los míos sólo expresaban una cosa, la sorpresa. Debió pensar que me admiraba y que me ocupaba sucesivamente del efecto prodigioso que obraba en mí. Creo que le dejé muy satisfecho, y no lo quedé yo menos.

El lunes siguiente fui al teatro, como se había convenido. A pesar de la curiosidad de usted en cosas de literatura, nada puedo decirle de aquella representación, sino que Prevan tiene un talento maravilloso para la galantería, y que la pieza cayó; esto es todo lo que sé. Yo veía con sentimiento acabarse aquella noche, que realmente me gustaba mucho, y para prolongarla propuse a la mariscala que viniese a cenar a mi casa, lo que me procuró pretexto para proponérselo también al amable galán, que no pidió sino el tiempo preciso para ir a desempeñarse en casa de la condesa de P***. Este nombre volvió a ponerme en cólera; vi claramente que iba a comenzar sus confianzas; me recordé los prudentes consejos de usted, y me propuse firmemente… seguir la aventura, bien segura de curarle de su peligrosa indiscreción.

Siendo nuevo en mi sociedad, que aquella noche era poco numerosa, me debía todas las atenciones de uso; por eso cuando fuimos a cenar me presentó su mano. Yo tuve la malicia, al aceptarla, de fingir un leve temblor, y de llevar durante mi marcha los ojos y la respiración forzada. Tenía el aire de quien presiente su derrota, y teme a su vencedor. Él lo notó perfectamente, y por eso el traidor, mudando al instante el tono y porte del galán que era, se volvió sensible y tierno. Sus palabras eran casi las mismas, puesto que las circunstancias le obligaban a ello; pero su mirar, aunque menos vivo, era más afectuoso; la inflexión de su voz más dulce; su sonrisa no indicaba ya el artificio, sino el contento. En fin, desapareciendo el fuego de la agudeza en su lenguaje, el ingenio cedió el lugar a la sencilla y natural delicadeza. Yo le pregunto ahora: ¿lo hubiera hecho usted mejor?

Yo, por mi parte, me puse tan distraída, que fue preciso que todos se apercibiesen; y cuando me reconvinieron, tuve el talento de excusarme torpemente, y de echar una ojeada pronto, pero tímida, sobre Prevan, y propia para hacerle creer que lo que yo temía únicamente era que él adivinase la causa de mi turbación.

Después de cenar, aprovechándome del tiempo en que la maríscala contaba una de aquellas historias que cuenta siempre, me recosté en mi sofá en la postura y ademán de quien piensa distraída en algún objeto agradable. No sentía yo que me viese Prevan en aquella situación, y, en efecto, vi que me observaba con una atención particular. Ya pensará usted que con mis tímidos ojos no me atrevía a buscar los de mi vencedor; pero dirigidos hacia él de una manera más sumisa, bien pronto noté que producía el efecto que deseaba. Era menester persuadirle, además, de que yo misma le experimentaba; por eso, cuando la maríscala anunció que iba a retirarse, yo exclamé con voz tierna y sensible: "¡Ay, Dios! ¡me hallaba tan bien así!" No obstante, me levanté; pero antes de despedirla, pregunté cuáles eran sus planes, para tener un pretexto de decir los míos; y dije que dos días después pasaría la noche en mi casa. Con esto se marcharon todos.

Entonces me puse yo a reflexionar. No dudaba que Prevan aprovecharía la especie de cita que yo acababa de darle, y que vendría bastante temprano para encontrarme sola, y que el ataque sería vivo; pero también estaba segura de que, por la reputación que yo gozaba, no me trataría con aquella ligereza que, por poco uso que se tenga, no se emplea sino con mujeres de intrigas o sin ninguna experiencia; y yo veía mi logro seguro si pronunciaba la palabra amor; sobre todo si pretendía oiría de mi labio.

¡Qué cosa tan cómoda es tener que hacer con ustedes, los que tienen principios! Algunas veces un amoroso aprendía nos desconcierta con su timidez, o nos embaraza con sus transportes vehementes; es una verdadera fiebre que, como otra cualquiera, tiene su frío y su calor, y algunas veces varía en sus síntomas. Pero la marcha arreglada de ustedes se adivina fácilmente.

Su modo de entrar, su aire, su tono, sus expresiones, todo lo sabía yo desde la víspera.

No le diré, pues, nuestra conversación, que usted suplirá fácilmente. Observe sólo que en mi fingida defensa le ayudaba yo cuanto podía; turbación, para darle tiempo de hablar; frívolas razones, para que las combatiese; temor y desconfianza, para que retirase las promesas; aquella continua repetición suya, no pido a usted sino una sola palabra; y aquel silencio mío entonces, que tenía el aire de hacerla esperar, para que fuese más deseada; en medio de todo esto, una de mis manos cien veces tomada, y que se retiraba siempre, mas nunca se negaba. Podía pasarse así un día entero; nosotros pasamos así una hora bien cumplida, y acaso estaríamos en ello todavía, si no hubiésemos oído entrar un coche en el patio de mi casa. Este feliz contratiempo hizo, como era natural, más vivas sus instancias; y yo, viendo llegado el momento en que estaba al abrigo de toda sorpresa, después de haberme preparado con un prolongado suspiro, pronuncié la palabra preciosa. Al momento anunció el criado al que entraba, y al breve rato mi tertulia era ya bastante numerosa. Prevan me suplicó le permitiese venir a la mañana siguiente, y consentí; pero cuidadosa de defenderme, mandé a mi doncella que estuviese el tiempo de esta visita en mi alcoba, desde la cual sabe usted que se ve cuanto pasa en mi cuarto de vestir, en donde le recibí Libres de conversar, y teniendo ambos el mismo deseo, pronto estuvimos de acuerdo; mas era preciso desembarazarse de aquel espectador importuno; allí lo esperaba yo.

Other books

Stranger within the Gates by Hill, Grace Livingston;
The Response by Macklin, Tasha
What the Heart Takes by Kelli McCracken
The Cruel Prince by Holly Black
All Our Pretty Songs by Sarah McCarry