Las amistades peligrosas (60 page)

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Authors: Choderclos de Laclos

Tags: #Novela epistolar

BOOK: Las amistades peligrosas
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Sea de esto lo que fuere, yo espero que usted podrá, de aquí aI regreso de madame de Merteuil, hacerme aclaraciones que han de serme muy útiles; porque estas odiosas historias se fundan en circunstancias de la muerte de monsieur de Valmont, de las cuales debe usted de estar enterada, si son verdaderas, o le será fácil, por lo menos, enterarse, lo que por favor le pido. He aquí lo que se dice, o por mejor decir, lo que todavía se murmura; pero que no tardará, seguramente, en hacerse más público.

Se dice que el lance surgido entre monsieur de Valmont y el caballero Danceny, es obra de madame de Merteuil, que engañaba igualmente a ambos; que, como casi siempre acontece, los dos rivales han empezarlo por batirse, y no han obtenido aclaraciones, sino después del encuentro; que estas aclaraciones dieron lugar a una reconciliación sincera; y que para desenmascarar a madame de Merteuil a los ojos del caballero Danceny, así como para justificarse él mismo, monsieur de Valmont unió a sus declaraciones una multitud de cartas, que forman una correspondencia regular que con ella sostenía, y en la cual se muestra madame de Merteuil, en el estilo más libre, protagonista de las anécdotas más escandalosas.

Se añade que Danceny, en sus primeros momentos de indignación, ha entregado estas cartas a todo el que ha querido leerlas, y que ahora corren por París. Se citan, especialmente, dos
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: una en que hace la historia completa de su vida y de sus principios, y en que se dice el colmo del horror; otra que justifica plenamente a monsieur de Prevan, cuya historia usted recuerda, por la prueba que allí se encuentra, de que él no hizo más que ceder a los avances más descarnados de madame de Merteuil, y que la cita estaba convenida con ella.

Tengo, afortunadamente, las más poderosas razones para creer que estás imputaciones son tan falsas como odiosas. Por de pronto, ambas sabemos que monsieur de Valmont no se ocupaba, seguramente, de madame de Merteuil; y tengo motivos para creer, que Danceny no se ocupaba más de ella. Así, pues, me parece que no pudo ser ni el motivo, ni el autor del lance. No comprendo tampoco qué interés hubiera podido tener madame de Merteuil en que se la supusiera de acuerdo con monsieur de Prevan, para hacer una escena, que no podía sino ser desagradable por su resonancia, y podía ser peligrosa para ella, puesto que le creaba un enemigo irreconciliable en un hombre que conocía una parte de su secreto, y que tenía muchos partidarios entonces. Sin embargo, es de notar que, desde esta aventura, no se ha elevado ni una sola voz a favor de Prevan, y que, ni por parte de él mismo, ha habido una sola reclamación.

Estas reflexiones me inducen a sospecharle autor de los rumores que corren hoy, y a mirar estas tenebrosidades como obra del odio y de la venganza de un hombre que, viéndose perdido, espera, por este medio, sembrar, al menos, dudas, y procurar, tal vez, una diversión útil. Pero vengan de quien vinieren estas infamias, urge el destruirlas. Caería por su base, si se averiguase que, como es verosímil, monsieur de Valmont y monsieur Danceny no se hablaron después de su desgraciado encuentro, ni hubo entrega de cartas.

En mi impaciencia por comprobar estos hechos, he enviado esta mañana a preguntar por monsieur Danceny. Tampoco está en París. Sus criados han dicho a mi lacayo que había partido esta noche, a consecuencia de un aviso que había recibido ayer; y que era un secreto el lugar donde se hallaba. Indudablemente teme las consecuencias de su lance. Únicamente por usted, mi querida y digna amiga, puedo yo saber los detalles que me interesan, y que pueden ser tan necesarios a madame de Merteuil. Reitero a usted la súplica de que los proporcione lo antes posible.

P. D. —La indisposición de mi hija no ha tenido consecuencia alguna; y me encarga que le presente sus respetos.

París, 11 de diciembre de 17…

CARTA CLXIX

EL CABALLERO DANCENY A LA SEÑORA DE ROSEMONDE

Señora: quizás encuentre usted muy extraño el paso que voy a dar; pero le ruego que me escuche antes de juzgarme, y que no vea ni audacia, ni temeridad, donde no hay más que respeto y confianza. No se me ocultan las desfavorables circunstancias en que, con relación a usted, me encuentro; y no me perdonaría en la vida mi desgracia, si pudiese pensar un solo instante que me había sido posible evitarla. Esté, señora, bien persuadida de que, no por estar exento de reproches, dejo de estarlo de pena; y aun puedo añadir, con sinceridad, que la que le causo, contribuye a agravar mucho las que yo siento. Para creer en los sentimientos, que me atrevo a manifestarle, debe bastarle con hacerse justicia a sí misma, y con saber que, sin tener la suerte de que usted me conozca, yo tengo, sin embargo, la de conocerla.

No obstante, al deplorar la fatalidad que ha causado sus desgracias y las mías, se me quiere hacer temer que, entregada usted a la venganza por completo, busque los medios de conseguirla hasta en la severidad de las leyes.

Permítame, ante todo, que le haga observar, a este propósito, que su dolor le ofusca, porque mi interés en este asunto está íntimamente ligado al de monsieur de Valmont; y que él se encontraría envuelto en la condenación que usted provocará contra mí. Yo creía, señora, poder contar, por lo que a usted se refiere, más con ayuda que con obstáculos en las gestiones que yo me viese obligado a emprender para que este desgraciado acontecimiento quedase enterrado en el silencio.

Pero este recurso de complicidad, que conviene igualmente al inocente y al culpable, no basta a mi delicadeza; deseoso de descartar a usted como parte, la reclamo como juez. La estimación de las personas que se respetan es demasiado preciosa para que yo deje perder la suya sin defenderla; y creo tener los medios para ello.

En efecto, si usted conviene en que la venganza es permitida, mejor dicho, que es debida cuando se ha sido traicionado en el amor, en la amistad, y, sobre todo, en la confianza; si conviene en esto, mis extravíos van a desaparecer ante sus ojos. No crea en mis razonamientos; pero lea, si tiene valor para ello, la correspondencia que en sus manos deposito
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Las cartas originales que en ella se encuentran, comprueban la autenticidad de aquellas de las que sólo existen copias. Por lo demás he recibido estos papeles, tal y como tengo la honra de remitírselos, de manos del mismo monsieur de Valmont. No he añadido nada; y he hecho uso tan sólo de dos cartas, que he hecho publicar.

Una era necesaria a la venganza común de monsieur de Valmont y mía, a la cual teníamos ambos derecho; y de la cual él me había encargado expresamente. He creído, además, que prestaba un servicio a la sociedad, desenmascarando a una mujer tan peligrosa como madame de Merteuil, y que, como usted podrá ver, es la única, la verdadera causa de cuanto entre monsieur de Valmont y yo ha sucedido.

Un sentimiento de justicia me ha llevado también a publicar la segunda, para la justificación de monsieur de Prevan, que apenas conozco; pero quien de ningún modo merece el riguroso tratamiento que acaba de padecer, ni la severidad de los juicios del público, más inexorable todavía, y bajo la cual se halla hace tiempo, sin tener medios de defensa.

De estas dos cartas no encontrará usted más que copias, porque yo guardo los originales. Por lo que a las demás se refiere, no creo poder confiar a manos más seguras un depósito que acaso me importe que no sea destruido; pero del cual me avergonzaría de hacer mal uso. Creo, señora, que al entregarle estos papeles, sirvo mejor los intereses de las personas a quienes pueda importarles, que remitiéndoselos a ellas mismas; les libro de la violenta situación en que se hallarían al recibirlos de mis propias manos, y al saber que conozco aventuras que, indudablemente, desean que todo el mundo ignore.

Creo deber advertirle, a este propósito, que la correspondencia adjunta no es más que una parte de otra más voluminosa, de la cual la entresacó monsieur de Valmont en mi presencia, y que usted debe encontrar, al levantar los sellos, bajo el título, que he visto, de Cuenta abierta entre la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont. Vuestra merced adoptará, sobre este punto, el partido que su prudencia le sugiera.

Soy con el mayor respeto, señora, etc.

P. D. —Algunos avisos que he recibido y los consejos de mis amigos, me han obligarlo a ausentarme de París por algún tiempo; pero el lugar de mi retirada, secreto para todo el mundo, no lo será para usted. Si me honra con una respuesta, le ruego que la dirija a la Encomienda de… para P… y en el sobre: Señor Comendador de… Desde la casa de este señor tengo la honra de escribir a usted.

París, 12 de diciembre de 17…

CARTA CLXX

LA SEÑORA DE VOLANGES A LA SEÑORA DE ROSEMONDE

Voy, querida amiga, de sorpresa en sorpresa y de disgusto en disgusto. Es preciso ser madre para tener idea de lo que he sufrido toda la mañana de ayer; y si se han calmado luego mis más crueles inquietudes, aún me queda una viva aflicción, de la que no preveo el fin.

Ayer, a eso de las diez de la mañana, extrañada de no haber visto aún a mi hija, envié a mi doncella a averiguar cuál era la causa del retraso. Volvió a poco sobrecogida, y a mí me sobrecogió aún más, diciendo que mi hija no estaba en su cuarto, y que desde la mañana su doncella no había vuelto a verla. Juzgue usted de mi situación. Llamé a todos mis criados, y especialmente al portero; todos me juraron que no sabían nada y que nada podían decirme acerca del suceso. Fui en seguida al cuarto de mi hija. El desorden que en él reinaba me convenció de que había evidentemente salido por la mañana; pero no encontré nada que me diese más luz. Registré sus armarios, su secrétaire; encontré todo en su lugar, y todos sus vestidos, a excepción del traje con que había salido. Ni siquiera había tomado el poco dinero que tenía.

Como no supo hasta ayer lo que se cuenta de madame de Merteuil, a quien aprecia mucho, y había llorado por eso toda la noche; y como me acordé que ella ignoraba que madame de Merteuil estaba en el campo, mi primera idea fue que había querido ver a su amiga y había hecho la locura de ir a verla sola. Pero el tiempo transcurrió sin que volviese y se renovaron mis inquietudes. Mi pena se aumentaba por momentos y ardía en deseos de descifrar el enigma, pero no me atrevía a tomar informes de ninguna especie, temerosa de dar resonancia a un incidente que quizás pudiera después ocultar a todo el mundo. En mi vida he sufrido tanto.

Por fin, a más de las dos de la tarde recibí, a un mismo tiempo, una carta de mi hija y otra de la superiora de… La carta de mi hija decía únicamente que había temido que yo me opusiera a su vocación de hacerse religiosa y no se había atrevido a hablarme del asunto; el resto de la carta no eran más que excusas por haber tomado una resolución semejante sin mi permiso, aunque yo no la desaprobaría seguramente si conociese los motivos, sobre los cuales me rogaba, sin embargo, que nada le preguntase.

La superiora me decía que, habiendo visto llegar a una joven sola, se había por un momento negado a recibirla; pero habiéndola interrogado y sabido quién era, había creído hacerme un servicio, empezando por dar asilo a mi hija para no exponerla a nuevas correrías, a las cuales parecía determinada. La superiora, ofreciéndome muy razonablemente enviarme a mi hija, si así lo exigía yo, me aconsejaba, como cumple a persona de su condición, no oponerme a una vocación que ella califica de muy decidida; me decía también que no había podido participarme antes de este acontecimiento, por el trabajo que le había costado el conseguir que mi hija me escribiera, porque su proyecto era que nadie supiese a qué lugar se había retirado. Es una cosa terrible el atolondramiento de los niños.

He estado, en seguida en el convento, y después de ver a la superiora, le pedí ver a mi hija. esta vino muy apenada y temblorosa. Le hablé delante de las monjas y también a solas. Todo lo que he podido sacarle, en medio de muchas lágrimas, es que no podía ser feliz más que en el convento; he adoptado la resolución de permitirle permanecer allí, pero sin entrar aún con el carácter de postulanta como ella me pedía. Temo que la muerte de madame de Tourvel y la de monsieur de Valmont hayan afectado excesivamente a su pueril imaginación. Por mucho respeto que me inspire la vocación religiosa, no vería sin pena y sin temor a mi hija abrazar tal estado. Me parece que tenemos bastantes deberes que cumplir para que tratemos de crearnos otros nuevos, y sobre todo que no es su edad la más a propósito para saber lo que nos conviene.

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