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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

Las Brigadas Fantasma (23 page)

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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Jared se puso a pensar.

—Mi última misión —dijo—. Alguien muy importante para mí murió. Y la hija de Boutin está también muerta.

Jared no le mencionó a Cainen el asesinato de Vyut Ser, ni cómo se desmoronó al empuñar el cuchillo que habría de matarla, pero eso también estaba en su mente.

Cainen asintió, demostrando que su comprensión del lenguaje humano incluía los signos no verbales.

—En efecto, ése podría haber sido el momento.

—¿Pero por qué no regresaron los recuerdos entonces? —preguntó Jared—. Sucedió cuando volví a la Estación Fénix y comí las gominolas negras.


Recordando tiempos pasados —
dijo Wilson.

Jared lo miró.

—¿Qué?

—En realidad,
En busca del tiempo perdido
es una traducción mejor del título original —dijo Wilson—. Es una novela de Marcel Proust. El libro empieza cuando el personaje principal experimenta un tropel de recuerdos de la infancia, provocados por haber comido una magdalena que mojaba en el té. Los recuerdos y los sentidos están muy unidos en los humanos. Comer esas gominolas pudo haber disparado esos recuerdos, sobre todo si las gominolas fueron significativas en algún sentido.

—Recuerdo haber dicho que eran las favoritas de Zoe —dijo Jared—. La hija de Boutin. Se llamaba Zoe.

—Puede que eso fuera suficiente —dijo Cainen.

—Tal vez deberías comer más gominolas —bromeó Wilson.

—Lo hice —respondió Jared, con seriedad. Le había pedido al coronel Robbins que le trajera una bolsa nueva; se sentía demasiado avergonzado por su vómito anterior para ir a comprarlas él mismo. Jared se sentó en su nueva vivienda, con la bolsa en la mano, y estuvo comiendo gominolas lentamente durante una hora.

—¿Y? —preguntó Wilson.

Jared tan sólo negó con la cabeza.

—Déjame que te enseñe algo, soldado —dijo Cainen, y pulsó un botón en su teclado. En la zona de exposición de su mesa, aparecieron tres pequeñas gráficas de luces. Cainen señaló una—. Esto es una representación de la conciencia de Charles Boutin, una copia de la cual, gracias a esta tecnología industrial, tenemos archivada. Esta otra es una representación de tu propia conciencia, tomada durante tu período de instrucción.

Jared pareció sorprendido.

—Sí, soldado, te han estado siguiendo la pista. Has sido su experimento científico desde que naciste. Pero esto es sólo una representación. Contrariamente a la conciencia de Boutin, no tienen la tuya archivada. La tercera imagen es tu conciencia ahora mismo. No tienes formación para leer estas representaciones, pero incluso para un ojo no informado es claramente distinta a las otras dos representaciones. Pensamos que es el primer incidente de tu cerebro intentando unir lo que recibió de la conciencia de Boutin con la tuya. El incidente de ayer te cambió, probablemente de manera permanente. ¿Puedes sentirlo?

Jared reflexionó al respecto.

—No me siento distinto —dijo, por fin—. Tengo nuevos recuerdos, pero no creo estar actuando de forma distinta a como suelo hacerlo.

—Excepto que vas por ahí golpeando a generales —recalcó Wilson.

—Fue un accidente —dijo Jared.

—No, no lo fue —respondió Cainen, súbitamente animado—. Ése es mi argumento, soldado. Naciste para ser una persona. Te convertiste en otra. Y ahora te estás convirtiendo en una tercera…, una combinación de las otras dos. Si continuamos, si tenemos éxito, más cosas de Boutin saldrán a flote. Cambiarás. Tu personalidad podría cambiar, quizá dramáticamente. Te convertirás en alguien distinto de quien eres ahora. Quiero asegurarme de que lo comprendes, porque quiero que seas tú quien decida si quieres que suceda.

—¿Que lo decida? —preguntó Jared.

—Sí, soldado, que lo
decidas —
dijo Cainen—. Cosa que rara vez haces —señaló a Wilson—. El teniente Wilson, aquí presente, eligió esta vida: se enroló por propia voluntad en las Fuerzas de Defensa Coloniales. Tú, y todos los de las Fuerzas Especiales, no tuvisteis esa opción. ¿Te das cuenta, soldado, de que los miembros de las Fuerzas Especiales son esclavos? No tienes nada que decir en el combate. No se os permite negaros. Ni siquiera se os permite saber que negarse es posible.

Jared se sintió incómodo con ese razonamiento.

—Nosotros no lo vemos de esa forma. Nos sentimos orgullosos de servir.

—Por supuesto. Para eso os han acondicionado desde que nacisteis, cuando vuestro cerebro fue conectado y vuestro CerebroAmigo pensó por vosotros y eligió unas ramas particulares del árbol de la decisión en vez de otras. Para cuando vuestro cerebro fue capaz de pensar por su cuenta, los caminos que van en contra de la libre opción ya habían sido trazados.

—Yo tomo decisiones todo el tiempo —replicó Jared.

—No muy importantes —dijo Cainen—. A través del condicionamiento y la vida militar, han tomado las decisiones por ti durante toda tu vida, soldado. Otra persona decidió crearte…, en eso no eres distinto a los demás. Pero luego eligieron imprimir la conciencia de otro en tu cerebro. Decidieron convertirte en guerrero. Decidieron a qué batallas te destinarían. Decidieron entregarte a nosotros cuando les resultó conveniente. Y por ellos decidirían que otra persona te abriera el cerebro como un huevo y dejara correr la conciencia de Charles Boutin sobre la tuya. Pero jo decido que tú decidas.

—¿Por qué? —preguntó Jared.

—Porque puedo. Y porque tú deberías. Y porque al parecer nadie más te lo permitirá. Es tu vida, soldado. Si decides continuar, te diremos cómo creemos que puedes recuperar más recuerdos y la personalidad de Boutin.

—¿Y si no quiero? —dijo Jared—. ¿Qué sucederá entonces?

—Entonces le diremos a Investigación Militar que nos negamos a seguir trabajando contigo.

—Podrían encontrar a otra gente que lo hiciera.

—Casi con toda certeza lo harán —dijo Cainen—. Pero tú habrás tomado tu decisión, y nosotros también habremos tomado la nuestra.

Jared comprendió el razonamiento de Cainen: a lo largo de su vida, todas las decisiones importantes que le habían afectado habían sido tomadas por otros. Su toma de decisiones se limitaba a cosas intrascendentes o a situaciones militares donde no elegir algo habría provocado su muerte. No se consideraba a sí mismo un esclavo, pero se vio forzado a admitir que nunca había pensado no formar parte de las Fuerzas Especiales. Grabiel Brahe le había dicho a su escuadrón de instrucción que después de sus diez años de servicio podrían colonizar, y ninguno cuestionó jamás por qué se les obligaba a servir aquellos diez años. Todo el entrenamiento y el desarrollo de las Fuerzas Especiales sometía la decisión individual a las necesidades del escuadrón o el pelotón; incluso la integración (la gran ventaja militar de las Fuerzas Especiales) difuminaba la sensación del yo fuera de lo individual y la lanzaba hacia el grupo.

(Al pensar en la integración, Jared sintió un intenso retortijón de soledad. Cuando llegaron sus nuevas órdenes, la integración de Jared con el Segundo Pelotón quedó cortada. El constante zumbido de fondo de los pensamientos y las emociones de sus compañeros de pelotón era cavernoso en su ausencia. Si no hubiera podido recurrir a sus primeras experiencias de conciencia aisladas, se habría vuelto un poco loco en el momento en que advirtió que ya no podía sentir a su pelotón. De cualquier manera, Jared se había pasado casi todo el día anterior sumido en una fuerte depresión. Era una amputación, sangrienta y burda, y únicamente saber que tal vez sólo sería provisional la hacía soportable.)

Jared advirtió con creciente intranquilidad cuánto de su vida había sido dictado, elegido, ordenado y mandado. Se dio cuenta de lo mal preparado que estaba para tomar la decisión que Cainen le planteaba. Su inclinación inmediata fue decir que sí, que quería continuar: saber más cosas sobre Charles Boutin, el hombre que se suponía que era, y convertirse en él, en cierto modo. Pero no sabía si eso era algo que realmente quisiera, o meramente algo que se esperaba de él. Jared sintió resentimiento, no hacia la Unión Colonial o las Fuerzas Especiales, sino hacia Cainen…, por ponerlo en posición de cuestionarse a sí mismo y sus decisiones, o su falta de decisiones.

—¿Qué harías tú? —le preguntó a Cainen.

—Yo no soy tú —respondió Cainen, y se negó a hablar más sobre el tema. Wilson se mostró igualmente poco colaborador. Ambos se pusieron a trabajar en su laboratorio mientras Jared pensaba, contemplando las tres representaciones de la conciencia que eran él, de un modo u otro.

—He tomado mi decisión —dijo Jared, más de dos horas después—. Quiero continuar.

—¿Puedes decirme por qué? —preguntó Cainen.

—Porque quiero saber más de todo esto —respondió Jared. Señaló la imagen de la tercera conciencia—. Me has dicho que estoy cambiando. Me estoy convirtiendo en otra persona. Lo creo. Pero sigo sintiendo que soy yo. Creo que seguiré siendo yo, no importa lo que pase. Y quiero saberlo.

Jared señaló a Cainen.

»Dices que en las Fuerzas Especiales somos esclavos. Tienes razón. No puedo discutir eso. Pero también nos dijeron que somos los únicos seres humanos que nacimos con un propósito: mantener a salvo a los otros humanos. No me dieron la oportunidad de escoger ese propósito antes, pero lo elijo ahora. Elijo esto.

—Eliges ser esclavo —dijo Cainen.

—No —dijo Jared—. Dejé de ser esclavo cuando tomé esta decisión.

—Pero eliges el camino que te habrían obligado a seguir aquellos que te hicieron esclavo —dijo Cainen.

—Es mi decisión. Si Boutin quiere hacernos daño, quiero detenerlo.

—Eso significa que podrías volverte como él —dijo Wilson.

—Se suponía que iba a ser él —respondió Jared—. Ser como él sigue dejándome espacio para ser yo.

—Así que ésa es tu decisión —dijo Cainen.

—Así es.

—Bien, gracias a Dios —dijo Wilson, claramente aliviado. Cainen también pareció relajarse.

Jared los miró a los dos, extrañado.

—No comprendo —le dijo a Cainen.

—Nos ordenaron que sacáramos de ti cuanto fuera posible de Charles Boutin —dijo Cainen—. Si hubieras dicho que no, y nos hubiéramos negado a seguir nuestras órdenes, probablemente habría significado la pena de muerte para mí. Soy prisionero de guerra, soldado. El único motivo por el que me conceden un poco de libertad es porque me he permitido ser útil. En el momento en que deje de ser útil, las FDC retirarán la medicina que me mantiene con vida. O decidirán matarme de otra manera. El teniente Wilson no es probable que sea fusilado por desobedecer la orden, pero por lo que tengo entendido las prisiones de las FDC no son lugares muy agradables.

—Los insubordinados entran, pero no salen —dijo Wilson.

—¿Por qué no me lo dijeron?

—Porque no habría sido una decisión libre por tu parte —dijo Wilson.

—Acordamos que te ofreceríamos esta opción y aceptaríamos las consecuencias —dijo Cainen—. Cuando tomamos nuestra propia decisión sobre el tema, quisimos asegurarnos de que tú tendrías la misma libertad que nosotros para hacer tu elección.

—Así que gracias por elegir continuar —dijo Wilson—. Casi me cagué encima esperando que te decidieras de una puñetera vez.

—Lo siento.

—No pienses más en ello, porque ahora tienes otra decisión que tomar.

—Hemos elaborado dos opciones que creo que provocarán una cascada de recuerdos mayor de tu conciencia de Boutin —dijo Cainen—. La primera es una variación del protocolo de transferencia de conciencia que usaron para meter a Boutin en tu cerebro. Podemos repetir de nuevo el protocolo e imbuir la conciencia por segunda vez. Ahora que tu cerebro es más maduro, existen excelentes posibilidades de que la conciencia prenda. Pero existe la posibilidad de que eso tenga serias consecuencias.

—¿Como cuáles? —preguntó Jared.

—Como que tu conciencia quede borrada por completo cuando se introduzca la nueva —dijo Wilson.

—Ah.

—Ya ves que es problemático —dijo Cainen.

—Creo que no quiero esa opción.

—Nos lo esperábamos —dijo Cainen—. Por eso, tenemos un plan B mucho menos invasivo.

—¿Cuál es?

—Un viaje por la memoria —dijo Wilson—. Las gominolas fueron sólo el principio.

9

El coronel James Robbins contemplaba Fénix flotando sobre él en el cielo. «Aquí estoy otra vez», pensó.

El general Szilard advirtió la incomodidad de Robbins.

—No le gusta mucho el comedor de generales, ¿verdad, coronel? —preguntó, y se metió más filete en la boca.

—Lo odio —dijo Robbins, antes de darse cuenta de lo que decía—. Señor —añadió rápidamente.

—No puedo decir que se lo reproche —dijo Szilard, mientras masticaba el filete—. Todo este asunto de impedir que los que no son generales coman aquí es una auténtica estupidez. ¿Cómo está su agua, por cierto?

Robbins miró el vaso que tenía delante.

—Deliciosamente refrescante, señor.

Szilard hizo un gesto con el tenedor para abarcar todo el comedor de generales.

—Es culpa nuestra, ¿sabe? De las Fuerzas Especiales, quiero decir.

—¿Y eso? —preguntó Robbins.

—Los generales de las Fuerzas Especiales solían traer aquí a cualquiera de su estructura de mando…, no sólo a los oficiales, sino a los soldados también. Porque fuera de las situaciones de combate, a nadie en las Fuerzas Especiales les importa una mierda el rango. Así que aquí estaban todos esos soldados de las Fuerzas Especiales, comiendo esos buenos filetes y contemplando Fénix en lo alto. Eso puso nerviosos a los otros generales…, no que aquí hubiera soldados, sino que fueran soldados de la «Brigadas Fantasma». Eso fue en los primeros días, cuando la idea de que existieran soldados de menos de un año de edad provocaba escalofríos a los realnacidos.

—Todavía lo hace —dijo Robbins—. A veces.

—Sí, lo sé —dijo Szilard—. Pero ahora ustedes lo ocultan mejor. De cualquier manera, con el paso del tiempo los generales realnacidos hicieron saber que éste era su coto privado. Y ahora todos los que entran aquí lo único que reciben son esos vasos de agua deliciosamente refrescantes que tiene usted delante, coronel. Así que de parte de las Fuerzas Especiales, le pido disculpas por la molestia.

—Gracias, general —dijo Robbins—. No tengo hambre de todas formas.

—Me alegro por usted —dijo Szilard, y siguió comiendo su filete.

El coronel Robbins miró la comida del general. En realidad, sí que tenía hambre, pero no habría sido educado manifestarlo. Robbins tomó nota mentalmente para la próxima vez que lo convocaran allí: comer algo primero.

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