Proctor
: Mira, Elizabeth...
Elizabeth
: Veo lo que veo, John.
Proctor
(amonestándola severamente)
: No has de juzgarme más, Elizabeth. Tengo buenas razones para pensarlo antes de acusar de fraude a Abigail, y voy a pensarlo. Atiende a tu propio perfeccionamiento antes de seguir juzgando a tu marido. Yo he olvidado a Abigail y...
Elizabeth
: También yo.
Proctor
: ¡Apiádate de mí! No olvidas nada y no perdonas nada. Aprende a ser generosa, mujer. Ando en punta de pies por esta casa desde que ella se fue, hace siete meses. No me he movido de aquí a allá sin antes pensar si te agradaría, y, sin embargo, un eterno funeral gira alrededor de tu corazón. ¡No puedo hablar sin ser sospechado a cada momento, sin ser juzgado de mentiroso, como si cada vez que entro en esta casa entrase en una corte de justicia!
Elizabeth
: John, no eres franco conmigo. Dijiste que la habías visto entre otra gente. Ahora dices...
Proctor
: Elizabeth, no haré más protestas de honestidad.
Elizabeth
(queriendo justificarse, ahora)
: John, sólo soy...
Proctor
: ¡No más! Debí haberte aplastado a gritos, cuando me hablaste de tu sospecha por primera vez. Pero me humillé y como buen cristiano confesé. ¡Confesé! Aquel día, por culpa de algún sueño, debo haberte confundido con Dios. Pero no lo eres, no lo eres, ¡y tenlo bien presente! Mira alguna vez la bondad en mí y no me juzgues.
Elizabeth
: Yo no te juzgo. El magistrado que te está juzgando reside en tu propio corazón. Nunca he creído sino que eres un buen hombre, John,
(con una sonrisa)
sólo que algo desorientado.
Proctor
(riendo amargamente)
: Oh, Elizabeth, tu justicia podría servir para helar cerveza.
(Se vuelve bruscamente al oír un ruido del exterior. Va hacia la puerta en el momento en que entra Mary Warren. Tan pronto como la ve, va directamente hasta ella y la aferra por la capa, furioso)
: ¿Cómo es que vas a Salem cuando yo te lo prohibo? ¿Te burlas de mí?
(Sacudiéndola)
¡Te daré de azotes si te atreves a salir otra vez de esta casa!
(Extrañamente, ella no se resiste sino que cuelga inerte de su férreo puño.)
Mary
: Estoy enferma, estoy enferma, señor Proctor. Por favor, por favor no me lastiméis.
(Su extraña actitud, así como su debilidad y palidez, lo desarman. La suelta.)
Estoy toda temblorosa por dentro; me pasé todo el día en el proceso, señor.
Proctor
(con desvanecido enojo... su curiosidad desvanece su ira)
: ¿Y qué tiene que ver ese proceso, aquí? ¿Cuándo procederás a limpiar esta casa, por lo que se te paga nueve libras por año... y mi mujer que no está nada bien?
(Como si fuera para compensarla, Mary Warren va hacia Elizabeth con una pequeña muñeca de trapo.)
Mary
: Señora Proctor, hoy hice este obsequio para vos. Tuve que estar sentada en una silla durante largas horas, y pasé el tiempo cosiendo.
Elizabeth
(perpleja, mirando la muñeca)
: Oh, gracias, es un lindo muñeco.
Mary
(con voz decaída, temblorosa)
: Señora Proctor, ahora todos debemos amarnos los unos a los otros.
Elizabeth
(aturdida ante su actitud)
: Sí, ciertamente, debemos amarnos.
Mary
(ojeando la habitación)
: Me levantaré temprano por la mañana y limpiaré la casa. Ahora necesito dormir.
(Se vuelve para salir.)
Proctor
: Mary.
(Ella se detiene.)
¿Es verdad? ¿Hay catorce mujeres arrestadas?
Mary
: No, señor. Ahora hay treinta y nueve...
(Repentinamente estalla y llora; exhausta, se sienta.)
Elizabeth
: ¡Mira, está llorando! ¿Qué te duele, criatura?
Mary
: ¡La señora Osborn... será ahorcada!
(Hay una pausa de sobrecogimiento, mientras ella llora.)
Proctor
: ¡Ahorcada!
(Gritándole en la cara)
: ¿Ahorcada, dices?
Mary
(llorando)
: Sí.
Proctor
: ¿El Comisionado del Gobernador va a permitir eso?
Mary
: El la sentenció. Debe hacerlo.
(Para suavizarlo)
: Pero Sarah Good no. Porque Sarah Good confesó, comprendéis.
Proctor
: ¡Confesó! ¿Qué confesó?
Mary
: Que ella...
(horrorizada al recordarlo)
...a veces pactó con Lucifer, y también inscribió su nombre en su Libro Negro... con sangre... y se comprometió a torturar cristianos hasta que Dios fuera arrojado... y todos nosotros deberíamos adorar el Infierno para siempre...
(Pausa.)
Proctor
: Pero... tú sabes lo charlatana que es ella. ¿Les dijiste eso?
Mary
: Señor Proctor, en plena corte casi nos sofoca y nos mata a todos.
Proctor
: Cómo... ¿te sofocó a ti?
Mary
: Soltó su espíritu sobre nosotros.
Elizabeth
: Oh, Mary, Mary, no dirás que...
Mary
(con un dejo de indignación)
: ¡Ella trató de matarme muchas veces, señora Proctor!
Elizabeth
: Pero... nunca te lo oí mencionar antes.
Mary
: Nunca lo supe antes. Antes nunca supe nada. Cuando ella llega a la corte yo me digo a mí misma: no debo acusar a esta mujer porque duerme en las zanjas y es tan vieja y pobre. Pero entonces... entonces la veo ahí sentada, negando y negando, y siento un frío húmedo que me sube por la espalda, y la piel de la cabeza se me empieza a encoger y siento una tenaza en el cuello y no puedo respirar; y entonces...
(en trance)
siento una voz, una voz gritando... y es mi voz ¡...y de golpe me acordé de todo lo que ella me había hecho!
Proctor
: ¿Por qué? ¿Qué te hizo?
Mary
(como quien despierta a un maravilloso secreto íntimo)
: Tantas veces, señor Proctor, tantas veces vino a esta misma puerta, limosneando pan y un vaso de sidra... y fijaos: cuando no le daba nada, ella murmuraba.
Elizabeth
: ¡Murmuraba! Puede murmurar si tiene hambre.
Mary
: Pero,
¿qué
es lo que murmura? Vos debéis recordar, señora Proctor. El mes pasado, un lunes creo..., ella se marchó y yo anduve durante dos días como si se me desgarrasen las entrañas. ¿Lo recordáis?
Elizabeth
: Bueno... recuerdo, creo, pero...
Mary
: Así que yo se lo dije al juez Hathorne y él le preguntó eso. «Sara Good", le dice, «qué maldición farfullas como para que esta chica se enferme en cuanto te alejas?» y entonces ella replica
(imitando a una vieja achacosa)
: «Ninguna maldición, Vuestra Excelencia. Sólo digo mis mandamientos; ¡supongo que puedo decir mis mandamientos", dice!
Elizabeth
: Y ésa es una respuesta correcta.
Mary
: Sí, pero entonces el Juez Hathorne dice: ¡"Recítanos tus mandamientos!»
(inclinándose ávidamente hacia ellos)
: y de los diez no pudo decir ni uno solo. Nunca supo ningún mandamiento ¡y ellos la pescaron en una mentira!
Proctor
: ¿Y así la condenaron?
Mary
(algo tensa al notar su obstinada duda)
: Claro..., tenían que hacerlo al haberse condenado ella misma.
Proctor
: ¡Pero la prueba, la prueba!
Mary
(más impaciente con él)
: ¡Ya os dije cuál es la prueba! Prueba sólida, sólida como una roca, dijeron los jueces.
Proctor
(después de una breve pausa)
: No volverás a la corte, Mary Warren.
Mary
: Debo deciros, señor, que tendré que ir todos los días ahora. Me sorprende que no veáis el importante trabajo que hacemos.
Proctor
: ¡Qué trabajo hacéis! ¡Extraña tarea para una muchacha cristiana colgar a mujeres ancianas!
Mary
: Pero no las van a ahorcar si confiesan, señor Proctor. Sarah Good sólo estará en la cárcel por algún tiempo
(recordando)
: y aquí tenéis un milagro; pensad en esto: ¡la vieja Good está encinta!
Elizabeth
: ¡Encinta! ¿Están locos? ¡Esa mujer anda por los sesenta!
Mary
: Trajeron al doctor Griggs para que la examinara y está llena hasta el borde. ¡Y todos estos años fumando en pipa y sin marido siquiera! Pero, gracias a Dios, está a salvo porque no van a tocarle al inocente niño. ¿No es un milagro? Debéis verlo, señor, estamos cumpliendo la obra de Dios. De modo que por algún tiempo iré todos los días. yo soy... soy un funcionario de la corte, dicen y yo...
(se ha ido acercando a la salida.)
Proctor
: ¡Yo te voy a dar funcionarios!
(A trancos se acerca a la chimenea y toma el látigo que cuelga sobre ella.)
Mary
(aterrorizada, pero adelantándose erguida, aferrándose a su pretendida autoridad)
: ¡No toleraré más azotes!
Elizabeth
(urgiéndola, mientras Proctor se aproxima)
: Mary, promete que te quedarás en casa...
Mary
(retrocediendo ante él pero manteniéndose erguida, insistiendo en su actitud)
: ¡El Diablo anda suelto por Salem, señor Proctor; debemos descubrir dónde se esconde!
Proctor
: ¡A latigazos voy a sacarte el Diablo del cuerpo!
(Con el látigo en alto la alcanza, pero ella se aparta gritando.)
Mary
(señalando a Elizabeth)
: ¡Hoy le salvé la vida!
(Silencio. El baja el látigo.)
Elizabeth
(quietamente)
: ¿Estoy acusada?
Mary
(temblando)
: Un tanto mencionada. Pero yo les dije que nunca vi ninguna señal de que vuestro espíritu saliese para lastimar a nadie, y viendo que yo vivo tan cerca de vos, lo rechazaron.
Elizabeth
: ¿Quién me acusó?
Mary
: Me debo a la ley, no puedo decirlo.
(A Proctor)
: Solamente espero que no volveréis a ser tan sarcástico. Cuatro jueces y el representante del Rey se han sentado a comer con nosotros hace apenas una hora. De ahora en adelante... os dirigiréis a mí con compostura.
Proctor
(horrorizado, le gruñe enojado)
: Vete a la cama.
Mary
(dando una patadita)
: ¡Ya no se me mandará más a la cama, señor Proctor! ¡Tengo diez y ocho años y soy una mujer, aunque sea soltera!
Proctor
: ¿Quieres quedarte levantada? ¡Pues quédate levantada!
Mary
: ¡Quiero irme a la cama!
Proctor
(enojado)
: ¡Pues buenas noches!
Mary
: ¡Buenas noches!
(Descontenta, insegura de sí misma, sale. Proctor y Elizabeth permanecen con los ojos dilatados, la mirada extraviada, inmóviles.)
Elizabeth
(con calma.)
: ¡Oh, la trampa, la trampa está abierta!
Proctor
: No habrá trampa.
Elizabeth
: Ella me quiere muerta. Toda la semana pensé que llegaríamos a esto.
Proctor
(sin convicción)
: Lo rechazaron. Se lo oíste decir.
Elizabeth
: Y mañana, ¿qué? Me acusará a gritos hasta que me agarren.
Proctor
: Siéntate.
Elizabeth
: ¡Ella me quiere muerta, John, tú lo sabes!
Proctor
: ¡Siéntate, he dicho!
(Ella se sienta, temblando. Él habla con calma, tratando de conservar su serenidad)
: Ahora debemos ser sensatos, Elizabeth.
Elizabeth
(con sarcasmo, sintiéndose perdida)
: ¡Ah, ciertamente, ciertamente!
Proctor
: Nada temas. Encontraré a Ezekiel Cheever. Le diré que ella dijo que todo era un juego.
Elizabeth
: John, con tantos en la cárcel, creo que ahora se necesita algo más que la ayuda de Cheever. ¿Quieres hacerme este favor? Ve a lo de Abigail.
Proctor
(endureciéndose al presentir...)
: ¿Qué tengo yo que decirle a Abigail?
Elizabeth
(delicadamente)
: John... concédeme esto. Tú no comprendes a las muchachas jóvenes. Hay una promesa que se hace en todo lecho...
Proctor
(luchando con su enojo)
: ¡Qué promesa!
Elizabeth
: Dicha o callada, siempre queda hecha una promesa. Y ella puede estar obsesionada con eso, ahora... estoy segura de que lo está... y piensa matarme, y luego ocupar mi lugar.
(Proctor no puede hablar; su enojo crece.)
Es su más cara esperanza, lo sé, John. Hay mil nombres; ¿por qué menciona el mío? Hay cierto peligro en mencionar un nombre así...; yo no soy ninguna Sarah Good que duerme en zanjas, ni una Osborn borracha y medio idiota. No se atrevería a mencionar a la mujer de un agricultor si no fuese porque en ello ve un monstruoso beneficio. John, ella piensa ocupar mi lugar.
Proctor
(aunque sabe que es verdad)
: ¡Ella no puede pensarlo!
Elizabeth
("razonablemente")
: John, ¿alguna vez le demostraste cierto desprecio? No puede cruzarse contigo en la iglesia sin que te ruborices...
Proctor
: Tal vez me ruborizo por mi pecado.
Elizabeth
: Creo que ella ve otra cosa en tu rubor.
Proctor
: ¿Y qué es lo que ves tú? ¿Qué ves tú, Elizabeth?
Elizabeth
("concediendo")
: Creo que te avergüenzas un poco, porque yo estoy presente y ella tan cerca.
Proctor
: ¿Cuándo me conocerás, mujer? ¡Si yo fuese de piedra, en estos siete meses me hubiera partido de vergüenza!
Elizabeth
: ¡Ve, entonces, y dile que es una ramera! Cualquiera sea la promesa que ella se imagina... rómpela. John, rómpela.
Proctor
(entre dientes)
: Bien, pues. Iré.
(Va hacia su rifle.)
Elizabeth
(temblando, temerosa.)
¡Oh, con qué pocas ganas!
Proctor
(volviéndose a ella, con el rifle en las manos)
: La insultaré hasta dejarla más encendida que la más roja brasa del Infierno. ¡Pero, te imploro, no menosprecies mi cólera!
Elizabeth
: ¡Tu cólera! Sólo te pido...
Proctor
: Mujer, ¿soy tan ruin? ¿Me crees ruin, verdaderamente?