Las esferas de sueños (17 page)

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Authors: Elaine Cunningham

BOOK: Las esferas de sueños
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—Siempre y cuando le resulte conveniente. —Arilyn se desplomó sobre el asiento y estiró las piernas. La mirada que lanzó a Danilo era casi de súplica—. Al menos, considera la posibilidad de que pueda estar en lo cierto.

—Eso haré. —Danilo golpeó el panel de madera e informó al risueño cochero—:

Cambio de planes: condúcenos a El Pasado Curioso, en la calle de las Sedas.

Arilyn se incorporó por la sorpresa de oírlo nombrar el barrio que agrupaba los establecimientos más exclusivos de la ciudad.

—¿A qué viene eso? —inquirió.

—Estoy convencido de que las esferas de sueños son parte de la solución de este rompecabezas. Tal vez Elaith esté más implicado de lo que admite. Voy a hacer que alguien lo siga para averiguarlo.

Arilyn asintió. Eso era más de lo que esperaba obtener.

—¿Un arpista? —preguntó.

—Uno de los agentes que tenía a mi cargo y que recientemente ha abandonado la organización para atender sus propios negocios —le explicó—. No creo que la conozcas. Bronwyn es experta en encontrar objetos perdidos. Podríamos decir que es una erudita, aunque no se asusta fácilmente. Posee vastos conocimientos acerca de tesoros tanto antiguos como modernos y tiene tratos frecuentes con los comerciantes de gemas y cristales. Esas esferas de sueños deben ser extraídas, cortadas y pulidas.

Bronwyn averiguará quién lo hace, al igual que lo averiguará Elaith si sigue ese mismo camino.

Arilyn asintió en señal de conformidad, tras lo cual volvió a recostarse en el asiento para contemplar desde el carruaje la ciudad que desfilaba ante la ventana. El vehículo se dirigió con un leve balanceo hacia el este, donde confluían elegantes tiendas y tabernas. A medida que se acercaban, el olor marino se hacía cada vez más penetrante y se mezclaba con los deliciosos aromas que se escapaban de posadas, tahonas y pastelerías, que ofrecían descanso a los viandantes que paseaban por las anchas avenidas.

Hacía buen tiempo, y las tiendas estaban atestadas de personas ansiosas de disfrutar de los últimos días apacibles. Antes de que la luna menguara y creciera el doble, muchos de los compradores abandonarían la ciudad en busca de climas más suaves. Pero ese día se habían lanzado a las calles para gozar de la última jornada de festividad y ajetreo en las tiendas.

Era tanta la gente que el carruaje no pudo seguir. Después de pagar al conductor halfling, Danilo condujo a Arilyn entre la multitud hacia un elegante edificio de madera oscura.

La semielfa se fijó en un decorativo reloj de arena y en un cartel grabado y pintado, que proclamaba que se trataba de El Pasado Curioso en tres idiomas distintos:

el lenguaje del comercio, que se conocía como el común; élfico, escrito en hermosos caracteres, y lengua enana, en enfáticas y achaparradas runas. Detrás de las ventanas de pequeñas hojas, todas ellas grabadas con el mismo dibujo del reloj de arena, se veía un agradable revoltijo de baratijas y tesoros.

Arilyn simpatizó con Bronwyn al primer golpe de vista. La arpista era de estatura mediana para tratarse de una humana —la semielfa le sacaba casi una cabeza—, y aunque no llevaba armas ni sus modales eran los de alguien ducho en la lucha, no

mostraba ni pizca de debilidad. Era esbelta y nervuda, e iba cómodamente ataviada con una túnica y unos pantalones de un tono rojizo a juego. Una mirada de inteligencia animaba sus grandes ojos color chocolate, que transmitían a la vez calidez y franqueza.

Después de que Dan hiciera las presentaciones, tendió a Arilyn una mano menuda, tan sólo adornada con manchas de tinta y callos.

—Encantada de conocerte —dijo Bronwyn con sinceridad—. Dan me ha hablado de ti.

—También a mí me ha hablado de ti. Te ha definido como erudita y aventurera — respondió la semielfa, comprobando que Danilo no se había equivocado.

La mujer se echó a reír.

—¡Vaya cumplido! Eso significa que quiere pedirme un favor.

—Confieso —admitió Dan con una sonrisa, y rápidamente le describió la situación.

—He oído hablar de Elaith Craulnober —murmuró Bronwyn, que dirigió una mordaz sonrisa a su amigo—. O me tienes en muy alto concepto, o en muy bajo.

—Para tratar con Elaith, se necesita lo mejor de ambas maneras de ser.

—Bueno, ésa es la razón por la que estás aquí —replicó ella sin darle mayor importancia—. Por casualidad, resulta que tengo entre manos un encargo legítimo.

Bueno, en realidad, de legítimo tiene poco.

La mujer se dirigió a un estuche y sacó de él una cascada de relumbrantes piedras de un verde pálido, ingeniosamente ensartadas para formar un collar.

—Las piedras son peridotos. Aunque en el norte solamente se consideran semipreciosas, en Mulhorand y las tierras de los Antiguos Imperios están muy valoradas y se tienen por dignas de la realeza. Hermosas, ¿no crees?

Arilyn se encogió de hombros. Sí, las joyas eran bonitas, pero completamente irrelevantes.

—Tienes buen ojo —la alabó Bronwyn, malinterpretando su falta de entusiasmo—. En todo el collar, sólo hay dos peridotos verdaderos; el resto son cristales. El comerciante de gemas que me ha contratado quiere más como éste. Si Elaith se dedica a husmear entre los comerciantes del ramo, tendré una razón para seguirlo o, al menos, para codearme con él.

—Espléndido —convino Danilo alegremente, y se levantó para marcharse.

—Pero si acabáis de llegar —le riñó la mujer—. Quizás a Arilyn le gustaría ver algunas de las piezas elfas que poseo.

Danilo fingió una mueca de disgusto y, con grandes aspavientos, se buscó el monedero.

—Me olvidé de mencionar que es una comerciante de primera —comentó a Arilyn.

—No están a la venta —replicó Bronwyn, haciendo gala de un fresco buen humor mientras conducía a la semielfa hacia una caja larga con cubierta de cristal—. Son piezas que recuperé para los elfos del templo del Panteón. Para ser totalmente sincera, espero que tú seas capaz de arrojar un poco de luz sobre ellas. Me gusta conocer la historia de las piezas que colecciono. A mí me parecen objetos personales, aunque percibo que para ellos son algo así como sagrados.

El corazón de Arilyn latía aceleradamente mientras inspeccionaba los objetos de la caja. Había una pequeña flauta de cristal verde, un colgante esmeralda, así como un brazalete de cuero teñido de color verde y labrado con hermosos símbolos místicos.

Asimismo, contenía una estilizada figurilla de Hannali Celanil —la diosa elfa de la belleza— esculpida en mármol con vetas verdes.

—El color tiene un significado, ¿verdad? —preguntó Bronwyn.

—Sí. —Arilyn carraspeó antes de añadir—: Se trata de regalos que se entregan en las festividades del solsticio de verano. Como tú misma has dicho, son personales. Y también sagrados, aunque no en el sentido de dioses y templos.

—¡Qué fascinante! Cuéntame más cosas sobre esas festividades.

—Imposible —se disculpó la semielfa con una leve sonrisa—. Lo siento, pero no puedo explicártelo. No está permitido desvelar algunos rituales elfos a los humanos, y aun en caso contrario, serían incapaces de comprenderlos y mucho menos de experimentarlos.

Bronwyn no se ofendió. Echó un vistazo a Danilo, el cual estaba muy entretenido hojeando unos viejos tomos en el otro extremo de la tienda.

—Los humanos usan el Tejido —dijo refiriéndose a la fuerza mística de la que surgía toda magia—, pero los elfos forman parte de ella. Asimismo, son uno con la tierra, con el mar y con las pautas del sol y las estrellas. Eso lo sé, aunque jamás podré vivirlo del mismo modo que lo vives tú. He oído que los elfos consideran sagrados los solsticios y equinoccios, y sé que en muchas civilizaciones humanas antiguas se celebraban con rituales de fertilidad. No pretendía ofenderte dando a entender que los festivales elfos no son más que eso.

—Comprendes mucho más de lo que imaginaba —replicó Arilyn. Para su sorpresa descubrió que no sólo no le resultaba difícil hablar de ello, sino que también era consolador—. No me he ofendido. Sí, para los elfos son momentos de jolgorio; se celebran muchas bodas y se consuman amistades íntimas. No obstante, todo ello forma parte de una conexión mística mayor con todos los elfos, con el Tejido de la magia y con el mismo círculo de la vida.

—Y solamente se aceptan elfos —apostilló la mujer con una suave sonrisa—. Con excepciones, por lo que tengo entendido. Tal vez Dan te ha explicado algo acerca de mi vida. Me pasé la mayor parte de ella buscando a mi familia, tratando de desentrañar mi pasado; eso lo era todo para mí. En el curso de unas pocas horas, encontré a mi padre y lo perdí. No obstante, después de eso, me sentí por primera vez en la vida una persona completa. No puedo ni imaginarme lo que debe de significar para una semielfa ser invitada a participar en uno de sus festejos.

Al mirar a Bronwyn a los ojos, Arilyn vio calidez y simpatía. Entonces, se sacó del bolsillo de los pantalones un pequeño cuchillo de piedra, afilado como el acero y con el dibujo de una pluma grabado, y se lo entregó.

—Añádelo al tesoro del templo. Merece figurar allí.

Bronwyn vaciló, lo cual demostró por primera vez que pensaba como una humana y no como una elfa.

—¿Estás segura de que quieres desprenderte de él?

—Los regalos del solsticio de verano también forman parte del todo. La rueda gira, y muchas veces suelen darse de nuevo al verano siguiente.

Bronwyn se lo agradeció con una inclinación de cabeza. Arilyn le hizo entrega del cuchillo de piedra, un regalo de Foxfire, el primer miembro del pueblo de su madre que realmente la había aceptado como elfa y que le había cambiado la vida. De no haber sido por él, Arilyn no se habría reconciliado con su propia naturaleza dual, ni habría sabido que, aunque su alma era elfa, su corazón pertenecía a un hombre humano.

Un súbito ruido sordo le llamó la atención. Echó una mirada hacia Danilo y le vio inclinarse a toda prisa para recoger el grueso tomo que le había caído de las manos, pero se dio cuenta de que los ojos del hombre habían saltado del cuchillo que aún sostenía hasta los tesoros verdes que guardaba Bronwyn. Por su expresión perpleja, Arilyn supo que había comprendido.

—¿No lo sabía? —preguntó Bronwyn, compungida, pues también se había fijado

en la reacción de Danilo.

—No.

En realidad, Arilyn nunca había considerado necesario hablarle de aquella noche de verano. En la alegría inicial del reencuentro con él se había olvidado por completo de todo lo demás. Poco tiempo después, había tenido que partir de nuevo para acudir en ayuda de los elfos del bosque. Desde aquel momento, la vida apenas le había dado un respiro para recordar la sagrada celebración del solsticio de verano.

En esos instantes, trató de verlo con los ojos de Danilo. Pocos humanos eran capaces de comprender la verdadera naturaleza de los festejos elfos. Ellos interpretarían que Arilyn simplemente se había entregado al placer, sin más.

No obstante, Dan sabía más acerca de los elfos que la mayor parte de sus semejantes y tenía ese conocimiento en alta estima.

Ello podría ser más bien un problema que una bendición. La noche anterior había preferido renunciar a ella antes que separarla de la magia de la espada elfa. Arilyn no estaba segura de cómo reaccionaría al saber que había conocido el amor entre elfos.

—No pasará nada —la tranquilizó Bronwyn con urgencia no exenta de calma—.

Dan sabe por propia experiencia que dos amantes pueden convertirse en buenos amigos olvidando el pasado.

Arilyn la miró y súbitamente comprendió. Sin embargo, no sintió ni asomo de celos. Y si hubiesen surgido, los habría ahogado por considerarlos una respuesta indigna ante la sincera buena voluntad de Bronwyn.

—¿Por qué me dices eso?

—Por su propio bien —contestó la mujer, tomando la mano de Arilyn con gesto fraternal—. Si es necesario, recuérdaselo. No permitas que haga nada noble y estúpido.

La semielfa dirigió a su nueva amiga una sonrisa levemente irónica.

—Creo que sabes que eso es más fácil decirlo que hacerlo.

—¿Y qué más da? Los hombres no fueron creados para hacernos la vida más fácil.

Simplemente están ahí.

Pese a la situación, Arilyn encontró divertido el comentario.

—¿Algún consejo más?

—Sí. —Bronwyn señaló con la cabeza a Dan, que tenía la vista clavada en la pared y jugueteaba distraídamente con frágiles joyas de coral colocadas sobre una bandeja—. Llévatelo de aquí antes de que me rompa algo.

6

El zumbido y el ajetreo de las calles envolvió a Danilo y a Arilyn al salir de El Pasado Curioso. La tienda de Bronwyn no estaba lejos del bazar, un vasto mercado al aire libre que ocupaba buena parte del extremo septentrional del distrito del castillo de Aguas Profundas.

Caminaban en silencio, serpenteando entre la muchedumbre. Normalmente, Danilo disfrutaba mucho con las imágenes y los sonidos de aquel pintoresco barrio, pero ese día se sentía como si caminara en un sueño. Sus sentidos captaban los sonoros y musicales gritos de los vendedores callejeros, y el aroma cálido y salado de las galletas que un muchacho con un rostro tachonado de pecas y la cabeza rematada por una desenfadada gorra color púrpura llevaba en la parte interior del brazo flexionado.

Asimismo, oía cómo desde una ventana del primer piso dos pilluelos alardeaban con fuertes susurros de ser capaces de pescar alguna de las galletas con ganchos de madera atados al extremo de un cordel.

Dan se abría paso entre el laberinto de tiendas con la seguridad que le daba la experiencia. A lo largo de los años, el joven noble había pasado mucho tiempo en ese mercado. En él podía adquirirse casi cualquier cosa que alguien de fortuna pudiera desear. Mercaderes procedentes de todos los puntos de la costa de las Espadas llevaban mercancías de todos los rincones de Faerun y de las exóticas tierras de más allá.

Artesanos del distrito de los mercaderes cargaban sus traqueteantes carros con mercancías sencillas pero necesarias y se dirigían al norte de la ciudad para ofrecer toneles, arreos y sillas de montar, utensilios de hierro para atizar los fuegos y ollas.

Herreros, toneleros, cerveceros y zapateros exhibían sus mercancías en el mercado, junto a sedas y gemas de remotas tierras. El fragante humo procedía de los fuegos que vendedores y taberneros avivaban a medida que el sol se alzaba, en previsión del almuerzo.

Sólo faltaba lo único que Danilo deseaba en esos momentos: intimidad. Sabía que las respuestas que buscaba serían duras de escuchar en cualquier circunstancia, aunque no se imaginaba vociferando preguntas de carácter tan privado para hacerse oír por encima del ajetreo del comercio matutino.

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