Las llanuras del tránsito (110 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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Las mesetas del norte estaban formadas por la roca cristalina básica de un inmenso macizo, constituido por los vestigios redondeados y suavizados de antiguas montañas que se habían desgastado en el transcurso de eones. Se habían formado sobre la tierra en la época más temprana y estaban unidas al lecho de rocas más profundo. Contra ese cimiento inconmovible, la fuerza irresistible de los continentes, que se desplazaban lenta e inexorablemente desde el sur, había aplastado y plegado la corteza de roca dura de la Tierra, formando el imponente sistema de montañas que se extendía atravesando la región.

Pero el antiguo macizo no había salido indemne de las grandes fuerzas que crearon las montañas de altas cumbres. La inclinación, el resquebrajamiento y la ruptura de la roca, que se manifestaban en la destrucción de su estructura cristalina solidificada, relataban en la piedra la historia de los movimientos y los plegamientos violentos que había soportado mientras se mantenía firme frente a las presiones inconcebibles originadas en el sur. En la misma época, no sólo existía ya la alta cadena occidental a la izquierda de los dos viajeros, y otra también hacia el este, todavía más lejos, formada por el movimiento de los continentes que presionaban contra el inconmovible lecho de piedra, sino que también existía la larga y arqueada cadena oriental que ellos habían rodeado, y la serie completa de formaciones montañosas continuaba hacia el este, elevándose hasta los picos más altos de la tierra.

Más tarde, durante la edad del hielo, cuando las temperaturas anuales eran más bajas, el casquete helado se extendía hasta un nivel mucho más bajo en los flancos de las macizas cadenas montañosas, cubriendo incluso las alturas moderadas con una brillante corteza de cristal. Colmando y ampliando los valles y los barrancos mientras se desplazaba lentamente, el hielo glaciar dejaba detrás láminas desbordadas y terrazas de grava, y tallaba afiladas y altas torres de piedra en las cumbres más jóvenes toscamente recortadas. La nieve y el hielo también cubrían las mesetas septentrionales en invierno. Pero sólo la elevación más alta, cerca de las montañas heladas, alimentaba un verdadero glaciar, una capa duradera de hielo que persistía en verano y en invierno.

Con las estribaciones redondeadas de las montañas erosionadas que hacia el norte se extendían para formar mesetas y terrazas relativamente llanas, el curso superior de los ríos que corrían a través del antiguo territorio tenía valles poco profundos y suaves pendientes, aunque éstos cobraban un carácter más accidentado en el curso medio de las corrientes de agua. Excepto los que caían directamente por la cara del macizo, los ríos que descendían por las pendientes más acentuadas del lado meridional fluían con mayor velocidad. La demarcación entre la suave meseta septentrional y el sur montañoso era la tierra fértil de fecundo loess a través de la cual corría el Río de la Madre.

Ayla y Jondalar se dirigieron casi al oeste al continuar su viaje, y se desplazaron junto a la orilla norte del curso de agua, atravesando las llanuras abiertas y el valle fluvial. Aunque ya no era la enorme y voluminosa madre de ríos que había sido en su curso anterior, el Río de la Gran Madre todavía era importante, y al cabo de unos días, fiel a su naturaleza, volvió a dividirse en varios canales.

Medio día de viaje después, alcanzaron otro importante afluente, y la encrespada confluencia cuyas aguas procedían de terrenos más altos aparecía formidable, con carámbanos que se extendían en cortinas heladas y montículos de hielo quebrado que revestían las dos orillas. Los ríos que se unían al norte ya no venían de las tierras altas y las estribaciones de las conocidas montañas que dejaban atrás. Estas aguas provenían del terreno casi desconocido que se extendía al oeste. En vez de cruzar el peligroso río, o intentar seguirlo hasta su curso superior, Jondalar decidió volver y cruzar, en cambio, los diferentes ramales de la Gran Madre.

En definitiva, fue una decisión acertada. Aunque algunos canales eran anchos y estaban atestados de hielo en las orillas, en general el agua helada apenas llegaba a los flancos de los caballos. No les preocupó mucho hasta más avanzada la tarde, pero Ayla y Jondalar, los dos caballos y el lobo consiguieron por fin terminar de cruzar el Río de la Gran Madre. Después de sus peligrosas y traumáticas experiencias en otros ríos, cruzaron las corrientes de agua con tan escasos incidentes que resultó casi decepcionante; aunque a decir verdad, no lo lamentaron.

En el frío intenso del invierno, el mero hecho de viajar ya era de por sí bastante peligroso. La mayoría de la gente se mantenía encerrada y abrigada en viviendas cálidas, y amigos y parientes salían a buscar a todo el que permaneciera demasiado tiempo al aire libre. Ayla y Jondalar dependían exclusivamente de ellos mismos. Si sucedía algo, sólo contaban cada uno con el otro y con sus acompañantes, los animales.

El terreno ascendió gradualmente y comenzaron a advertir un cambio sutil en la vegetación. Abetos y alerces aparecieron entre los diferentes tipos de pino que crecían en las riberas. La temperatura de las llanuras de los valles fluviales era extremadamente fría a causa de las inversiones atmosféricas, con frecuencia más fría de cuanto lo era a mayor altura en las montañas circundantes. Aunque la nieve y el hielo blanqueaban las tierras altas que se extendían en los flancos, en el valle fluvial rara vez nevaba. Las escasas ventiscas, moderadas y secas, que se producían, provocaban escasa acumulación en el suelo helado, excepto en los huecos y las depresiones, y a veces ni siquiera allí. Cuando no había nieve, el único modo de conseguir agua para beber ellos y los animales era echar mano de las hachas de piedra, cortar hielo del río helado y derretirlo.

La situación determinó que Ayla prestara mayor atención a los animales que recorrían las llanuras en el valle de la Madre. Pertenecían a las mismas variedades que habían visto en las estepas durante el viaje, pero predominaban las criaturas amantes del frío. Ayla sabía que aquellos animales podían alimentarse con la vegetación seca que era fácil obtener en las planicies heladas, aunque esencialmente sin nieve. Se preguntó, no obstante, cómo obtendrían el agua.

Pensó que los lobos y otros carnívoros probablemente satisfacían parte de sus necesidades de líquido con la sangre de sus presas y que, como recorrían un territorio dilatado, podían hallar depósitos de nieve o pedazos sueltos de hielo que masticarían. Pero ¿qué podía decirse de los caballos y otros animales que pastaban y ramoneaban? ¿Cómo podían hallar agua en una región que en invierno era un desierto helado? Había bastante nieve en ciertas zonas, pero otras eran regiones áridas de piedra y hielo. Sin embargo, por seco que fuera el territorio, si existía en él algún forraje, sin duda estaba habitado por animales.

Aunque todavía escaseaban, Ayla observó que había más rinocerontes lanudos de los que jamás había visto en un solo lugar, y si bien no formaban rebaños, aparecían por todas partes. También vio bastantes bueyes almizcleros. Ambas especies gustaban del territorio abierto, ventoso y seco, pero los rinocerontes preferían las hierbas y los juncos, en tanto que los bueyes almizcleros, fieles a su naturaleza de criaturas caprinas, ramoneaban los arbustos más leñosos. Los grandes renos y los gigantescos megaceros de enormes cornamentas compartían asimismo la tierra helada, al igual que los caballos, con su espeso pelaje invernal, pero si había un animal que destacaba entre las demás especies del valle del curso alto del Río de la Gran Madre, éste era sin duda el mamut.

Ayla no se cansaba jamás de observar a las enormes bestias. Aunque en ocasiones eran acosadas y cazadas, manifestaban tal ausencia de temor que casi parecían domesticadas. A menudo permitían que el hombre y la mujer se les acercaran mucho, pues no veían peligro en ellos. El peligro existía, en todo caso, para los humanos. Aunque los mamuts lanudos no eran los ejemplares más gigantescos de su especie, desde luego eran los más grandes que los humanos habían visto nunca –o que la mayoría de la gente probablemente vería– y con su desgreñado pelaje, aún más abundante en invierno, y sus inmensos colmillos curvos, de cerca parecían todavía más voluminosos de lo que Ayla recordaba.

Los enormes colmillos comenzaban, en los becerros, con puntas de unos cuatro centímetros de longitud, es decir, unos incisivos superiores agrandados. Un año después, desaparecían esos colmillos de leche, reemplazados por colmillos permanentes que seguían creciendo siempre. Si bien los colmillos de los mamuts eran adornos sociales, importantes en las relaciones con ejemplares de su propia especie, también cumplían una función más práctica. Los usaban para quebrar el hielo, y en este sentido las habilidades de los mamuts eran extraordinarias.

La primera vez que Ayla observó tal práctica, había estado mirando un rebaño de hembras que se acercaba al río helado. Algunas utilizaron sus colmillos, un poco más pequeños y más rectos que los colmillos de marfil de los machos, para apoderarse del hielo retenido en las grietas de las rocas. Al principio semejante actividad desconcertó a Ayla, hasta que se dio cuenta de que un animal pequeño cogía un trozo con su trompa de reducido tamaño y se lo llevaba a la boca.

–¡Agua! –dijo Ayla–. Jondalar, es así como consiguen agua. Me preguntaba precisamente cómo lo harían.

–Tienes razón. Antes nunca me paré a pensar en el asunto, pero ahora que lo mencionas, creo que Dalanar dijo algo al respecto. Por otra parte, hay muchos proverbios acerca de los mamuts. El único que recuerdo es éste: «Nunca vayas hacia el norte cuando los mamuts van hacia el norte». Aunque podría decirse lo mismo en relación con los rinocerontes.

–No comprendo ese proverbio –contestó Ayla.

–Significa que se aproxima una tormenta de nieve –dijo Jondalar–. Por lo visto ellos siempre lo presienten. A esos grandes animales lanudos no les gusta mucho la nieve. Cubre las plantas que son su alimento. Pueden usar los colmillos y las trompas para apartar un poco la nieve, pero no cuando es realmente profunda; además, se atascan en la nieve. Y la cosa es especialmente grave cuando se derrite la nieve para helarse a las pocas horas. Se acuestan de noche, cuando todavía el terreno está blando a causa del sol de la tarde, y por la mañana su pelaje está helado y sujeto al suelo. No pueden moverse. En esos casos es fácil cazarlos, pero si no hay cazadores cerca y no deshiela, pueden llegar a morir lentamente de hambre. Se han dado casos en los que algunos mamuts han perecido congelados, y eso les sucede de manera especial a los más pequeños.

–¿Qué tiene que ver todo eso con la marcha hacia el norte?

–Cuanto más cerca se está del hielo, hay menos nieve. ¿Recuerdas cómo era cuando fuimos a cazar mamuts con los mamutoi? No había otra agua en los alrededores que la del arroyo procedente del propio glaciar, y estábamos en verano. En invierno, todo está congelado.

–¿Por eso hay aquí tan poca nieve?

–Sí, esta región siempre es fría y seca, sobre todo en invierno. Todos dicen que es así por la proximidad de los glaciares. Se encuentran en las montañas del sur, y el Gran Hielo no está demasiado lejos hacia el norte. La mayor parte del territorio que nos separa de ese lugar es el país de los cabezas chatas..., quiero decir el país del clan. Comienza un poco al oeste de aquí. –Jondalar advirtió la expresión de Ayla ante su error verbal, y se sintió avergonzado–. De todos modos, hay otro dicho acerca de los mamuts y el agua, pero no puedo recordar exactamente cómo es. Se trata de algo así como «Si no puedes encontrar agua, busca a un mamut».

–Entiendo lo que quiere decir ese proverbio –dijo Ayla, apartando los ojos de Jondalar para mirar un poco más lejos. El hombre la imitó.

Los mamuts hembras se habían desplazado río arriba, uniéndose a unos pocos machos. Varias hembras trabajaban sobre un banco de hielo estrecho y casi vertical que se había formado en la orilla del río. Los machos más grandes, incluso un veterano de porte muy digno, con mechones de pelos grises, cuyos colmillos impresionantes, aunque menos útiles, habían crecido tanto que se le cruzaban por delante, estaban raspando y horadando enormes pedazos de hielo depositados en las orillas. Después, los alzaban con las trompas arrojándolos al suelo con gran estrépito para convertirlos en pedazos más manejables, todo ello acompañado de mugidos, rezongos, patadas y trompeteos. Las enormes criaturas lanudas parecían convertir el asunto en un juego.

La ruidosa actividad de romper hielo era una práctica que todos los mamuts aprendían. Incluso los jóvenes que sólo contaban dos o tres años y que habían perdido poco antes sus colmillos infantiles, mostraban cierto desgaste en los bordes externos del extremo de sus minúsculas defensas de cinco centímetros; era el resultado de raspar el hielo. En cuanto a las puntas de los colmillos de setenta centímetros de los animales de diez años, aparecían muy gastados como consecuencia de la práctica de elevar y bajar la cabeza contra las superficies verticales. Cuando los jóvenes mamuts alcanzaban la edad de veinticinco años, sus colmillos comenzaban a crecer hacia delante, hacia arriba y hacia dentro, y la forma de utilizarlos cambiaba. Las superficies interiores comenzaban a mostrar parte del desgaste determinado por el raspado del hielo y la maniobra que consistía en separar la nieve que caía sobre la hierba seca y las plantas de las estepas. Sin embargo, quebrar el hielo podía ser una actividad peligrosa, pues los colmillos a menudo se rompían al mismo tiempo que el hielo. No obstante, los extremos quebrados volvían a afilarse en ocasiones debido a ulteriores maniobras de raspar y horadar el hielo.

Ayla advirtió que otros animales se habían reunido alrededor. Los rebaños de animales lanudos, con sus poderosos colmillos, quebraban el hielo suficiente para ellos mismos, incluidos los animales jóvenes y los viejos, así como para una comunidad de seguidores. Otros muchos animales sacaban provecho de esta actividad y seguían de cerca a los mamuts migratorios. Los grandes animales lanudos no sólo formaban en invierno pilas de trozos de hielo masticados por otros animales para aprovechar la humedad, sino que en verano a veces usaban sus colmillos y sus patas para abrir pozos en los lechos secos de los ríos; después, esos pozos se llenaban de agua y eran utilizados por diversos animales para saciar su sed.

Mientras seguían el curso de agua helada, la mujer y el hombre cabalgaban, y a menudo caminaban, bastante cerca de las orillas del Río de la Gran Madre. Como la nieve escaseaba tanto, no existía ninguna engañosa capa blanca que cubriera y disimulase el suelo, y la vegetación adormecida revelaba su grisáceo aspecto invernal. Los altos tallos de los juncos estivales y las plantas de espadaña se alzaban valerosos saliendo de su lecho helado en el suelo pantanoso, mientras los helechos y los juncos muertos yacían junto al hielo amontonado a lo largo de las orillas. Los líquenes se aferraban a las rocas como las escaras a las heridas que cicatrizan, y los musgos se habían mustiado para formar quebradizos y secos colchones.

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