Las llanuras del tránsito (113 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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–Te agradezco la bienvenida –agregó Ayla, manteniéndose en una actitud formal–. Y si puedo, quisiera presentarte a Lobo, para que sepa que eres amigo nuestro.

Laduni frunció el entrecejo, no muy seguro de que realmente deseara conocer a un lobo, pero, en aquellas circunstancias, consideró que no tenía otra alternativa.

–Lobo, éste es Laduni de los losadunai –dijo Ayla, tomando la mano del hombre y acercándola al hocico del lobo–. Es un amigo. –Después que Lobo olfateó la mano del desconocido, impregnada con el olor de la mano de Ayla, pareció comprender que era alguien a quien debía aceptar. Olfateó las partes masculinas del hombre, para gran consternación de Laduni.

–Está bien, Lobo –dijo Ayla, indicándole con una señal que se retirara. Después, dirigiéndose a Laduni, agregó–: Ahora sabe que eres un amigo y que eres un hombre. Si deseas darle la bienvenida, te diré que le gusta que le palmeen la cabeza y le rasquen detrás de las orejas.

Aunque todavía se mostraba cauteloso, la idea de tocar a un lobo vivo le atraía. Con cierto reparo extendió la mano y tocó el áspero pelaje; al ver que se aceptaba su contacto, palmeó la cabeza del animal, y después le tocó un poco detrás de las orejas, complacido por la experiencia. No era que no hubiese tocado nunca la piel de un lobo, pero jamás en un animal vivo.

–Lamento haber amenazado a vuestro compañero –se disculpó–. Es que nunca he visto que un lobo acompañase a la gente por propia voluntad, y el caso es que tampoco he visto que sucediese eso con los caballos.

–Es comprensible –dijo Ayla–. Después te llevaré a conocer a los caballos. Tienden a mostrarse tímidos frente a los extraños y necesitan un tiempo para acostumbrarse a la gente nueva.

–¿Todos los animales del este son tan amistosos? –preguntó Laduni, insistiendo en que le respondiesen a una pregunta que podría interesar a todo cazador. Jondalar sonrió.

–No, los animales son iguales en todas partes. Éstos son especiales a causa de Ayla.

Laduni asintió luchando contra el impulso de formular nuevas preguntas, pues sabía que la caverna entera desearía escuchar el relato.

–Os doy la bienvenida y os invito a entrar para compartir el calor, el alimento y un lugar donde descansar, pero creo que primero debería ir a explicar al resto de la caverna quiénes sois.

Laduni retrocedió hacia el grupo reunido frente a una gran abertura en un costado de la pared de roca. Explicó que había conocido a Jondalar unos pocos años antes, cuando comenzaba su viaje, y que le había invitado a visitarle a su regreso. Mencionó que Jondalar estaba emparentado con Dalanar, destacó especialmente que eran personas comunes y no una especie de espíritus amenazadores y que ellos les explicarían todo lo que fuese necesario acerca de los caballos y el lobo.

–Sin duda, podrán contarnos algunas cosas interesantes –concluyó, consciente de que eso representaba una atracción para un grupo de personas que básicamente se habían mantenido encerradas en una caverna desde el comienzo del invierno y que ya comenzaban a estar hartos.

La lengua en que habló no fue el zelandoni que había empleado con los viajeros, pero después de escuchar un rato, Ayla llegó a la conclusión de que percibía algunas semejanzas. Advirtió que, si bien acentuaban y pronunciaban las palabras de distinto modo, los losadunai estaban emparentados con los zelandonii de la misma manera que los s’armunai y los sharamudoi estaban relacionados con los mamutoi. Esta lengua incluso tenía cierta relación con el s’armunai. Había entendido algunas palabras y percibido el sesgo de varios comentarios de Laduni. En unos pocos días más lo estaría hablando correctamente.

El talento que Ayla demostraba para las lenguas a ella misma no le sorprendía. No intentaba conscientemente aprenderlas, pero la agudeza de su oído para los matices y las inflexiones, y su habilidad para percibir las relaciones le facilitaban la tarea. La pérdida de su propia lengua en el trauma de la desaparición de su pueblo, cuando ella era muy pequeña, y la necesidad de aprender un modo distinto de comunicarse, pero que utilizaba las mismas áreas del cerebro que funcionaban en el lenguaje hablado, potenciaban sus cualidades verbales naturales. Su necesidad de aprender a comunicarse de nuevo cuando descubrió que no podía hacerlo, le había aportado un incentivo inconsciente aunque profundo que la llevaba a aprender todas las lenguas desconocidas. La combinación de la capacidad natural y las circunstancias le habían conferido esa habilidad.

–Losaduna dice que sois bienvenidos y que podéis permanecer en el hogar de los visitantes –dijo Laduni después de terminar su explicación.

–Ante todo, necesitamos descargar los caballos y acomodarlos –pidió Jondalar–. Este campo que se extiende frente a la caverna tiene al parecer buenos pastos de invierno. ¿Alguien se opondrá si los dejamos aquí?

–Podéis usar como queráis el campo –dijo Laduni–. Creo que a todos les llamará la atención ver tan de cerca a los caballos.

No pudo evitar una mirada a Ayla, y en su cara se manifestaba el deseo de saber qué le había hecho a los animales. Parecía evidente que dominaba a ciertos espíritus muy poderosos.

–Quiero preguntar otra cosa –agregó Ayla–. Lobo está acostumbrado a dormir cerca de nosotros. Se sentiría muy incómodo en otro lugar. Si la presencia del lobo en la caverna incomoda a tu Losaduna o a otros miembros de tu pueblo, levantaremos nuestra tienda y dormiremos fuera.

Laduni habló de nuevo a la gente, y después de intercambiar algunas palabras, retornó adonde estaban los visitantes.

–Desean que entréis, pero algunas madres temen por sus hijos –dijo.

–Comprendo lo que sienten. Puedo prometer que Lobo no atacará a nadie, pero si eso no es suficiente, permaneceremos fuera.

Hubo otra conversación, y al fin Laduni dijo:

–Dicen que podéis entrar.

Laduni les acompañó cuando Ayla y Jondalar fueron a descargar los caballos, y se sintió tan impresionado de conocer a Whinney y Corredor como antes lo había estado cuando le presentaron a Lobo. Laduni había intervenido en muchas cacerías de caballos, pero jamás había tocado uno, excepto por casualidad cuando se acercaba bastante durante la caza. Ayla percibía el goce que Laduni sentía y pensó que más tarde podía ofrecerle un paseo sobre el lomo de Whinney.

Mientras regresaban a la caverna, arrastrando las cosas depositadas en el bote redondo, Laduni preguntó a Jondalar por su hermano. Cuando vio la expresión de dolor en la cara del hombre de elevada estatura, comprendió, incluso antes de que Jondalar contestase, que había sobrevenido una tragedia.

–Thonolan murió. Le mató un león de las cavernas.

–Lamento saberlo. Yo simpatizaba con él –dijo Laduni.

–Todos simpatizaban con él.

–Deseaba profundamente seguir el curso del Río de la Gran Madre hasta el fin. ¿Consiguió llegar?

–Sí, llegó al fin del Donau antes de morir, pero a esa altura del viaje ya no tenía ánimo. Se había enamorado de una mujer y unido con ella, pero la mujer murió de parto –dijo Jondalar–. Eso lo cambió, le destrozó el corazón. Después ya no quiso vivir.

Laduni meneó la cabeza.

–¡Qué lástima! Estaba tan lleno de vida. Filonia pensó en él mucho tiempo después de que os marcharais. Siempre conservó la esperanza de que regresaría.

–¿Cómo está Filonia? –preguntó Jondalar, que recordó ahora a la bonita y joven hija del hogar de Laduni.

El hombre de más edad sonrió.

–Ahora está unida y Duna le sonríe. Tiene dos hijos. Poco después de que partierais, descubrió que había recibido la bendición. Cuando se difundió la noticia de que estaba embarazada, creo que todos los losadunai en condiciones de casarse descubrieron un motivo para visitar nuestra caverna.

–Me imagino. Según recuerdo, era una hermosa joven. Hizo un viaje, ¿verdad?

–Sí, con un primo mayor.

–¿Y tiene dos hijos? –preguntó Jondalar.

Los ojos de Laduni chispearon de gozo.

–Una hija de la primera bendición, Thonolia, pues Filonia estaba segura de que era hija del espíritu de tu hermano, y no hace mucho tiempo tuvo un varón. Está viviendo en la caverna de su compañero. Allí tenían más espacio, pero no están lejos de aquí y nosotros vemos regularmente a Filonia y a sus hijos.

Había satisfacción y alegría en la voz de Laduni.

–Ojalá Thonolia sea hija del espíritu de Thonolan. Me agradaría pensar que todavía hay un fragmento de su espíritu en este mundo – dijo Jondalar.

Jondalar se preguntó: «¿Podía suceder tan deprisa? Thonolan sólo pasó una noche con ella. ¿Su espíritu era tan potente? O, si Ayla tiene razón, ¿es posible que Thonolan hiciera que un niño comenzara a crecer en Filonia con la esencia de su virilidad esa noche que estuvimos con ellos?». Recordó a la mujer con quien él había estado.

–¿Cómo está Lanalia? –preguntó.

–Está bien. Ahora ha ido a visitar a unos parientes que viven en otra caverna. Tratan de encontrarle compañero. Un hombre perdió a su mujer y en su hogar quedaron tres niños pequeños; Lanalia nunca tuvo hijos, aunque siempre los deseó. Si ella le considera compatible, se unirá y adoptará a los niños. Puede ser un arreglo muy satisfactorio y ella está muy entusiasmada.

–Me alegro por ella y le deseo mucha felicidad –dijo Jondalar, que intentó disimular su decepción. Había abrigado la esperanza de que hubiera quedado embarazada después de compartir placeres con él. En todo caso y fuera lo que fuese, el espíritu de un hombre o la esencia de su virilidad, Thonolan ha probado la fuerza del suyo; pero, «¿qué sucede conmigo? ¿Mi esencia o mi espíritu tiene fuerza suficiente para iniciar un niño que crezca dentro de una mujer?», se preguntó Jondalar.

Cuando entraron en la caverna, Ayla miró alrededor con interés. Había visto muchas viviendas de los Otros: refugios livianos o portátiles utilizados en verano y estructuras permanentes más sólidas que podían soportar los rigores del invierno. Algunas estaban construidas con huesos de mamut y cubiertas con paja y arcilla; en otras se había empleado madera y estaban protegidas por un saliente o descansaban sobre una plataforma rodante; pero nunca había visto una caverna como ésta después de separarse del clan. Tenía una ancha entrada que miraba al sudeste, y el interior era grato y espacioso. Pensó que a Brun le habría gustado esta caverna.

Cuando los ojos de Ayla se acostumbraron a la escasa luz y vio el interior, se sorprendió. Había esperado ver varios hogares en diferentes lugares, el hogar de cada familia. Había rincones para hacer fuego en el interior de la caverna, pero estaban dentro o cerca de las entradas a unas estructuras formadas por cueros atados a estacas. Eran análogos a las tiendas, pero no tenían forma cónica y estaban abiertos arriba –no necesitaban protegerse del tiempo en el interior de la caverna–. Hasta donde podía verificar, cumplían la función de tabiques para evitar que una mirada casual se posara en el espacio interior. Ayla recordó la prohibición del clan de mirar directamente el espacio de una vivienda, definida por límites de piedra, en el hogar de otro hombre. Era una cuestión de tradición y autocontrol, pero comprendió que el propósito era el mismo: proteger la intimidad.

Laduni les condujo hacia uno de los espacios cerrados por los tabiques.

–Vuestra experiencia negativa no ha tenido que ver con una banda de pendencieros, ¿verdad? –preguntó.

–No, ¿ha habido problemas? –preguntó Jondalar–. Cuando nos encontramos antes, tú hablaste de cierto joven que había agrupado a varios seguidores. Estaban divirtiéndose con la gente del clan..., los cabezas chatas –miró a Ayla, pero comprendió que Laduni jamás comprendería la palabra «clan»–. Se dedicaban a golpear a los hombres y después a gozar de sus placeres con las mujeres. Se hablaba de gente pendenciera que andaba buscando dificultades a todos.

Cuando Ayla oyó «cabezas chatas», escuchó atentamente, deseosa de saber si en las proximidades había muchos individuos del clan.

–Sí, ésos son. Charoli y su grupo –dijo Laduni–. Es posible que hayan comenzado con simples bromas pesadas, pero la cosa ha llegado mucho más lejos.

–Había creído que a estas alturas esos jóvenes ya habían puesto fin a esa clase de comportamiento –dijo Jondalar.

–Se trata de Charoli. Imagino que cada uno por separado no es un joven perverso, pero él los alienta. Losaduna dice que Charoli desea demostrar su valor, afirmar su condición de hombre, porque creció sin la presencia de un hombre en su hogar.

–Muchas mujeres han criado ellas solas a varones, y éstos se convirtieron en hombres excelentes –dijo Jondalar.

Se habían volcado tanto en la conversación que habían dejado de andar y se detuvieron en el centro de la caverna. La gente se agrupaba alrededor.

–Sí, por supuesto. Pero el compañero de su madre desapareció cuando él era apenas un niño y ella nunca volvió a unirse. En cambio, volcó toda su atención con el niño y le consintió todo, incluso cosas que no correspondían a su edad. Cuando hubiera debido enseñarle un oficio y las obligaciones de un adulto. Ahora, todos tienen que andar tratando de ponerle freno.

–¿Qué ha sucedido? –preguntó Jondalar.

–Una muchacha de nuestra caverna estaba cerca del río poniendo trampas. Se había convertido en mujercita pocas lunas antes y aún no había pasado por sus ritos de los Primeros Placeres. Esperaba que llegase la ceremonia, en la asamblea siguiente. Charoli y su grupo la vieron sola y todos la forzaron...

–¿Todos? ¿La tomaron? ¿Por la fuerza? –preguntó Jondalar, desconcertado–. Una jovencita, que todavía no era mujer. ¡Me parece increíble!

–Todos –dijo Laduni, con una fría cólera que era peor que la irritación momentánea–. ¡Y no lo toleraremos! No sé si se han cansado de las mujeres de los cabezas chatas o qué excusa se han dado a sí mismos, pero eso ha sido ya demasiado. Le provocaron dolor y una gran hemorragia. Ella dice que no quiere saber nada más con los hombres, nunca más. Y ha rehusado pasar por los ritos de la feminidad.

–Eso es terrible, pero no podemos criticarla. No es así como una joven debe aprender lo que es el don de Doni –dijo Jondalar.

–Su madre teme que si se niega a honrar a la Madre con la ceremonia, jamás tendrá hijos.

–Quizá tenga razón, pero ¿qué puede hacerse? –preguntó Jondalar.

–Su madre quiere ver muerto a Charoli y desea que declaremos una cruzada de sangre contra su caverna –dijo Laduni–. La venganza es el derecho de esa mujer, pero una cruzada de sangre puede destruirnos a todos. Además, no ha sido la caverna de Charoli la que ha provocado estos desmanes. Se trata de su grupo, y algunos ni siquiera pertenecen a la caverna en la que nació Charoli. He enviado un mensaje a Tomasi, el jefe de cazadores de la caverna, y le sugerí una idea.

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