Con esta muchacha era lógico que Paul Vis despertara envidias entre los hombres. No sólo era muy guapa, pese a su postura descuidada irradiaba además un erotismo tan fuerte que en seguida sentí cómo se me tensaban todos los músculos del cuerpo. El cálido clima primaveral aumentaba esta sensualidad, pues sólo llevaba una breve faldita de felpa, apenas mayor que una toalla de mano y tan corta que dejaba al descubierto gran parte de sus muslos. En la parte de arriba se había puesto una camisa de él anudada a la altura del ombligo.
Por la mueca burlona que se dibujó en la boca de Paul Vis, estaba claro que era muy consciente de la impresión que causaba su novia en los demás, sin excluirnos a nosotros. Después de lo que había oído sobre su carácter, comprendí que a sus ojos eso la hacía aún más atractiva.
Nos invitó a que nos sentáramos en el sofá y él tomó asiento enfrente, junto a su novia. Nos habíamos presentado como policías por el telefonillo y, tras un breve silencio al otro lado, le había pedido al vigilante, que estaba parapetado tras una batería de monitores, que examinara nuestra documentación. Jaap se identificó y, a continuación, nos quedó el camino expedito hacia las alturas.
A pesar de que Paul Vis ya estaba muy entrado en los cincuenta, resultaba llamativo lo bien que se conservaba. Era bastante más alto que nosotros —yo le calculé unos dos metros— y su ancho cuerpo parecía muy sano y vigoroso. De la barriga que había mencionado su ex mujer no pude percibir mucho. Según ella, estaba casi calvo pero, de ser así, había encontrado la mejor solución a la alopecia: se había rasurado por completo, lo que acentuaba aun más su aspecto atlético. Se quedó mirándonos con unos ojos muy grandes de un color azul tan claro que de inmediato llamaron mi atención. Descalzo, con un polo y unos pantalones cortos que le caían amplios, estaba tan ligeramente vestido como su novia. Comparados con ellos, Jaap y yo llevábamos un atuendo formal, como si en la calle el clima fuera menos veraniego que aquí, en este apartamento, descollando por encima del resto del mundo.
La mirada burlona con que nos había observado hacía un momento había dejado paso a una mueca divertida en su boca. Estábamos sentados frente a alguien que se había definido a sí mismo como un triunfador y que no podía imaginarse que nuestra llegada pudiera ser el presagio de malas noticias. Me sacaba de quicio esa actitud despectiva, y parecía que Paul Vis tampoco contaba con la simpatía de Jaap, quien sin mover un músculo del rostro dijo:
—Antes de empezar, quisiera saber si desea que su hija esté presente durante esta conversación.
Paul Vis guardó silencio por un instante, pero luego no pudo reprimir una sonrisa. Miré a la muchacha, pero su rostro seguía tan inexpresivo como antes, continuaba siendo sólo una mera espectadora.
—Sí, claro, ella puede oír todo lo que tengan que contarme. ¿En qué puedo ayudarles?
—¿Le dice algo el nombre de Van Berkhout?
—¿Victor van Berkhout? Sí, naturalmente. ¿A quién no?, diría yo. Le han asesinado hace poco, la noticia apareció en todos los periódicos.
—Se nos ha asignado la investigación y en el curso de ella ha aparecido su nombre.
—¿Ah, sí? —reaccionó Paul Vis sin preocupación o agitación alguna. Se puso en pie y se dirigió a la poltrona del ventanal. Tras coger los cigarrillos, volvió a sentarse junto a su novia y añadió sonriendo—: Vaya, me siento halagado. Me va relativamente bien en los negocios, pero no soy una persona que frecuente los círculos de alguien como Van Berkhout. —Colocó una de sus grandes manos sobre el muslo de la chica y le dijo—: Pásame el mechero. —Ella se lo alcanzó sin decir nada.
Se encendió el cigarrillo y le dio una profunda calada.
—¿Fuman ustedes? Cojan si quieren, no se corten. —Mientras volvía a dirigirle la mirada a Jaap, jugueteaba indiferente con el mechero pasándoselo entre los dedos con movimientos ágiles.
—No parece usted muy preocupado —constató Jaap.
Miró a Jaap con esa misma mirada burlona y preguntó:
—¿Debería estarlo?
Les miré alternativamente la cara a él y a su novia, pero ninguno de los dos parecía impresionado. Ni por nuestra visita ni por lo que tuviéramos que comunicarles y, probablemente, ni siquiera por nuestro aspecto. Por un momento me pregunté si estarían colocados, pero no percibí ningún síntoma externo de consumo de drogas. No se los veía especialmente acelerados o nerviosos y tampoco parecían narcotizados. Se daban perfecta cuenta de lo que les decíamos, pero a todas luces se lo pasaban por el forro como si no se tratara de algo en exceso preocupante. Los dos se habían instalado en este apartamento sin molestarse en decorarlo, como si con ellos mismos tuvieran ya suficiente, lo más alejados posible del resto del mundo, que aquí se hallaba literalmente en las profundidades.
Sin embargo, en ella podía comprender mejor que en él la falta de un esencial interés, pues no se estaba jugando nada, pero la actitud de Paul Vis me sorprendía. ¿Nos habría tomado el pelo Terborgh y era verdad que este hombre no sabía a qué nos referíamos? ¿O en este momento estaba preguntándose, enfebrecido, cómo habíamos llegado hasta él? ¿O simplemente no concebía que algo pudiera cruzársele en el camino sin que él pudiera resolverlo sin más?
—¿Dónde estaba usted el martes 28 de abril por la noche?
Paul Vis encogió sus anchos hombros.
—¿Fue el día en que asesinaron a Van Berkhout? Probablemente trabajando aquí al lado, en mi oficina del World Trade Center.
—¿Probablemente?
—Casi seguro, porque siempre trabajo de noche.
—¿Se pasa las noches en la oficina?
—Sí. Es cuando hago negocios con Nueva York. Otro huso horario, ¿comprende?
—¿Hay alguien que pueda confirmarlo?
—No, porque trabajo solo. ¿Tengo ahora que empezar a preocuparme? —Sonrió, seguro de sí mismo.
De repente pareció que se le había ocurrido algo.
—¡Ah, sí, el vigilante de la empresa de seguridad! Después del horario de oficina se hacen cargo de la recepción y tienen que registrar a todo el que entra y sale. Todos me conocen, así que seguro que cualquiera podrá confirmárselo. Ya no recuerdo quién estaba esa noche, pero seguro que en un abrir y cerrar de ojos ustedes podrán averiguarlo.
Así nos mostró como si nada que tenía una coartada. Lo dijo de forma tan despreocupada que era como si tampoco fuera muy importante. Podía ser cierto, pero lo mismo era la coartada que había preparado cuidadosamente por si acaso. Quizá hubiera abandonado el edificio por otra salida para más tarde, esa misma noche, regresar por el mismo camino.
Jaap no tenía pruebas tangibles de que este Paul Vis tuviera algo que ver con el asesinato de Van Berkhout, aparte de la acusación de Terborgh, quien por otra parte no podía ser considerado como un testigo fiable. Sin embargo, su declaración era muy importante, porque hasta entonces nadie había encontrado ningún motivo que explicara esta muerte. Un anciano solo que había sido asesinado sin que le robaran nada de valor. Por muchas vueltas que le diera, Terborgh nos había proporcionado un nombre y un móvil. Por otro lado, nos encontrábamos con que no teníamos pruebas y ahora mismo acabábamos de oír una coartada del hombre que era nuestro principal sospechoso.
Sin embargo, oculto tras esa cara de póquer, estaba seguro de que en este momento había una cosa que no dejaba de darle vueltas en la cabeza.
—¿No siente ninguna curiosidad por saber cómo hemos llegado hasta usted? —le pregunté cuando ya me había levantado.
—No mucha, no —respondió Paul Vis con desdén—. Si siguen mis pasos, descubrirán que yo no tengo nada que ver con este caso. Procuro evitarme el máximo de preocupaciones, ya se habrán dado ustedes cuenta. No tengo por costumbre alterarme por tonterías.
Mientras eché un vistazo hacia fuera, Jaap me relevó al instante. Evité su mirada, porque me había indicado expresamente que sólo podía acompañarle con la condición de ser él quien llevara el peso de la conversación sin intromisiones de mi parte bajo ningún concepto.
—Muy razonable —dijo con una sonrisa—. Creo que estaría bien que le contara algo más sobre el asesinato de Van Berkhout. Un poco de información que hemos ocultado a la prensa de manera consciente. La imagen que se esboza allí es la del escenario de un ladrón que entró a robar y mató a Van Berkhout al verse sorprendido. Sin embargo, me temo que es mucho más complicado. En realidad no robaron nada de la casa y creemos incluso que él dejó pasar al asesino. Por tanto, no se trata de un robo con homicidio y es muy probable que lo haya cometido algún conocido.
—Entonces yo diría que eso me excluye a mí —terció Paul Vis—. Ya le he dicho antes que no tenía el placer de conocer en persona a ese buen hombre.
—¿Es eso cierto? Usted tal vez no conociera al señor Van Berkhout en persona, pero sí de manera indirecta. Al menos eso es lo que afirma el señor Terborgh. ¿Le dice algo ese nombre?
Se produjo un breve silencio y, en ese instante, comprendió cómo habíamos llegado hasta él. Sin embargo, siguió tan imperturbable como antes, quizá ya lo hubiera descubierto y se habría mentalizado para lo que ahora estaba oyendo de boca de Jaap.
—Sí, ese nombre también me resulta familiar. Terborgh & Terborgh es una empresa famosa dedicada al comercio de obras de arte. ¿Y qué más? —sonó desafiante.
—El señor Terborgh era un viejo conocido de Van Berkhout, quien a su vez era un apasionado coleccionista. Eso también debe de haberlo leído sin duda en el periódico. Así que, llevados por los vericuetos de la investigación, fuimos a hablar también con el señor Terborgh, y así fue como llegamos hasta usted.
—Me temo que me he perdido con esto último.
—¿Ah, sí? El señor Terborgh afirma que estaba organizando la venta de una colección de pinturas muy valiosas por encargo suyo y que el señor Van Berkhout amenazaba con impedir la transacción. Según el señor Terborgh, cuando usted se enteró montó en cólera.
—¡Venga ya! —Paul Vis resopló como signo de incredulidad, pero no parecía especialmente enfadado. Volvió a encenderse otro cigarrillo y miró a su novia, que durante todo el tiempo había estado escuchando interesada, pero sin ningún viso de querer inmiscuirse en la conversación. Seguía siendo una espectadora inmutable.
—Ve por una botella de zumo de naranja, unos cuantos vasos y hielo, también para nuestros invitados. —Volvió a dirigirse a nosotros—: Por lo menos, supongo que con este calor sí que les apetecerá un zumo de naranja natural.
Se lo había pedido con amabilidad y, desde luego, no en un tono imperativo que diera a entender que debía salir corriendo para satisfacerle. Denotaba más paridad de la que yo habría esperado y tal vez estuvieran hechos de veras el uno para el otro.
Cuando ella se fue, él volvió a tomar la palabra:
—Ustedes están mezclando ficción y realidad. Terborgh, en efecto, estaba buscando compradores en mi nombre para unas cuantas pinturas. No sabría decirles si habló también con Van Berkhout. Terborgh debe procurar conseguirme el precio más alto y, si he de serles sincero, no me interesa en absoluto de quién provenga ese dinero. Ésos son los hechos y el resto es ficción. Antes de venir aquí, habrían hecho ustedes mejor en preguntarse si Terborgh no me está señalando para desviar de sí la atención. Me imagino o confío en que no reducirán su investigación a los móviles proporcionados por terceros. Lo que Terborgh afirma es una soberana tontería, y, sea como fuere, es su palabra contra la mía. ¿Debo seguir gastando más saliva inútilmente?
Antes de que Jaap pudiera reaccionar, me interpuse yo. Tal como estaba transcurriendo la conversación ahora, no iríamos a parar a ninguna parte. Vis no se dejaba derrotar tan fácilmente y nosotros no le importábamos un bledo. ¡Maldita sea! ¿Iba a resultar que habíamos venido a Róterdam en balde?
Señalé el ventanal y la elevación de mi voz sonó forzada:
—Durante todo este tiempo que he estado mirándolo me he preguntado si ese cristal era especial. Me imagino que lo será, ¿no? Si le cojo y le arrojo contra él, ¿se quedaría espachurrado y caería dentro o lo atravesaría? Es lo que he estado preguntándome durante todo este tiempo.
No sólo Jaap, Paul Vis también se quedó mirándome como si me faltara un tornillo, y en el rostro de la chica también resplandeció por primera vez algo parecido al interés.
Paul Vis fue el primero en reaccionar con esa sonrisa suya tan segura de sí misma:
—¿No es usted un poco fanfarrón?
—¿No es cierto que las pinturas que usted quiere vender no son suyas, sino de su padre?
Paul Vis parecía por primera vez enfadado y lanzó una mirada a Jaap, como si esperara de él una llamada al orden, pero Jaap también se había percatado del enfado de Vis y ahora sí que permitía que me desenvolviera a mi aire.
—¿Y eso qué tiene que ver con este asunto? —preguntó Paul Vis.
—Acaba de decir que a usted lo único que le interesa es el precio más alto. Eso suena como si hubiera que vender porque alguien necesita dinero con urgencia. A nosotros nos parece más probable que sea usted quien lo necesite antes que su padre. Y, por lo visto, es muy urgente. ¿No es usted hijo único? ¿Por qué no espera a heredar?
Durante todo ese tiempo me había mantenido en pie a cierta distancia del sofá, con la mirada vuelta hacia el ventanal. Paul Vis se levantó también ahora y se acercó a mí.
—¡Qué gilipollez!
—¿Usted cree? Suena vulgar, señor Vis, pero la mayoría de los casos de asesinato son por dinero. Precisamente alguien como usted podrá confirmar lo que se puede y no se puede comprar con dinero. —Lo dije burlón, mirando con intención a su novia. No se le escapó la insinuación, porque me agarró la camisa con ambas manos.
—¡Lárguese ahora mismo de aquí! —gritó con ira contenida.
Con sus casi dos metros de altura, su presencia física y afán de aparentar, supuse que ya en el pasado habría asustado así a más de uno, llegando quizá también a golpearle. Me tenía bien cogido y, por un momento, no supe muy bien lo que podía esperar de él, pero ya no había vuelta atrás. Yo tenía las piernas abiertas y había plantado firmemente los pies en su alfombra. Acerqué mi cara un poco más a la suya.
—Mi colega quiere saber ante todo quién asesinó a Van Berkhout. ¿Pero sabe lo que me intriga a mí? ¿Qué tienen tan de especial esas pinturas que han de venderse de manera encubierta?
Llevó hacia atrás una de sus grandes manos con la intención de descargarla después en mi rostro. La fuerza que contenía ese movimiento estaba alimentada por su ira, pero no tenía la genuina dureza de alguien que está acostumbrado a repartir y a encajar bofetadas. Sin embargo, no conseguí esquivar el golpe del todo, el puño pasó rozándome la cara y su anillo de proxeneta me abrió una herida en la mejilla. Mientras una intensa punzada de dolor me recorría el cuerpo, le golpeé fuerte en los riñones con el puño cerrado. Ya tenía pensado darle bien, pero la rabia por el dolor de la mejilla hizo que descontrolara el golpe, de modo que le dejé doblado y se derrumbó.