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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

Las pruebas (28 page)

BOOK: Las pruebas
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—Me llamo Thomas —en cuanto lo dijo, Rubiales torció el gesto, enfadado. Thomas se dio cuenta de su estúpido error y se apresuró a continuar—. Eso ya lo sabéis. Bueno, cómo llegué aquí es una historia muy extraña y dudo que os la creáis. Pero juro que digo la verdad.

—¿No llegaste en un iceberg como la mayoría de nosotros? —preguntó Coleta.

—¿En un iceberg? —Thomas no sabía qué significaba aquello, pero negó con la cabeza y prosiguió—. No. Salimos de un túnel subterráneo a unos cincuenta kilómetros al sur de aquí. Antes de eso atravesamos algo llamado Trans Plano. Antes de eso…

—Espera, espera, espera —le interrumpió Rubiales, con una mano alzada—. ¿Un Trans Plano? Te dispararía ahora mismo, pero no es posible que te hayas inventado eso.

Thomas frunció el ceño por la confusión.

—¿Por qué?

—Serías estúpido si intentaras zafarte con una mentira tan obvia como esa. ¿Llegaste por un Trans Plano?

La sorpresa de aquel hombre era evidente. Thomas miró a los otros raros; ambos tenían la misma expresión atónita.

—Sí. ¿Por qué es tan difícil de creer?

—¿Sabes lo caro que es el Transporte Plano? Lo acababan de hacer público justo antes de las erupciones solares. Tan sólo los gobiernos y los multimillonarios podían permitirse usarlo.

Thomas se encogió de hombros.

—Bueno, sé que tienen mucho dinero y así lo llamó aquel tío. Un Trans Plano. Una especie de pared gris que arde como el hielo cuando la atraviesas.

—¿Qué tío? —preguntó Coleta.

Thomas apenas había comenzado y ya le daba vueltas la cabeza. ¿Cómo se contaba una historia como aquella?

—Creo que era de CRUEL. Nos están haciendo pasar por un experimento o una prueba. No conozco los detalles. Nos… nos borraron los recuerdos. Algunos vuelven a mi mente, pero no todos.

Rubiales no reaccionó durante un segundo, tan sólo se quedó allí mirándole fijamente. Casi como si le atravesara y clavara los ojos en la pared de atrás. Al final, dijo:

—Era abogado. Antes de que las erupciones y esta enfermedad lo arruinaran todo. Sé cuándo alguien está mintiendo. Era muy bueno en mi trabajo.

Curiosamente, Thomas se relajó.

—Entonces sabes que no estoy…

—Sí, lo sé. Quiero oírlo todo. Empieza a hablar.

Así lo hizo Thomas. No supo por qué, pero le parecía bien. Su instinto le decía que aquellos raros eran como todos los demás, que les habían enviado allí para pasar el resto de sus últimos horribles años sometidos al Destello. Tan sólo intentaban tener una oportunidad para salir, como cualquiera. Y el hecho de conocer a un chico que tenía carteles especiales por toda la ciudad era un primer paso excelente. Si Thomas hubiera estado en su piel, probablemente habría hecho lo mismo. Sin apuntar con una pistola ni atar a nadie… o eso esperaba.

Le había contado a Brenda la mayor parte de la historia el día anterior y así la relataba ahora. El Laberinto, la huida, los dormitorios. La misión de cruzar la Quemadura. Puso especial énfasis en que sonara muy importante, haciendo hincapié en la cura que les esperaba al final. Puesto que había perdido la ocasión de que Jorge le ayudara a atravesar la ciudad, quizá podría empezar de nuevo con esa gente. También expresó su preocupación por los demás clarianos, pero cuando les preguntó si los habían visto, a ellos o a un grupo grande de chicas, la respuesta fue negativa.

Una vez más, no habló mucho de Teresa. No quería arriesgarse a ponerla en peligro de ninguna manera, aunque no tenía ni idea de cómo podría provocar esa situación. También mintió un poco sobre Brenda. Bueno, no mintió directamente. Tan sólo hizo como si llevara con él desde el principio.

Cuando terminó, justo en el momento en que se encontraron con aquellos tres en el callejón, respiró hondo y se colocó bien en la silla.

—Por favor, ¿podéis quitarme ahora esta cinta adhesiva?

Un movimiento en la mano de Alto y Feo atrajo su atención y vio un cuchillo muy afilado y brillante.

—¿Qué opinas? —le preguntó a Rubiales.

—Sí, por qué no.

Había mantenido una expresión estoica durante la narración, sin darle ninguna pista acerca de si se la creía o no.

Alto y Feo se encogió de hombros y se levantó para acercarse a Thomas. Se estaba agachando, con el cuchillo extendido, cuando arriba se oyó un alboroto. Unos fuertes golpes en el techo, seguidos de un par de gritos. Entonces sonó como si un centenar de personas echara a correr. Pasos desesperados, saltos, más golpes. Más gritos.

—Debe de habernos encontrado otro grupo —dijo Rubiales, de pronto muy pálido.

Se levantó y les hizo una señal a los otros dos para que le siguieran. Unos segundos más tarde, ya no estaban, habían desaparecido por las escaleras hacia las sombras. Una puerta se abrió y se cerró. El caos continuaba arriba.

Todo aquello le dio a Thomas un susto de muerte. Miró a Brenda, que estaba sentada, totalmente quieta, escuchando. Sus ojos por fin se encontraron con los suyos. Aún llevaba la mordaza, así que lo único que pudo hacer fue enarcar las cejas.

No le gustaba que las cosas hubieran terminado así, atado a una silla. Los raros que habían conocido aquella noche no tenían nada que hacer contra el señor Nariz.

—¿Y si ahí arriba hay un grupo de raros totalmente idos? —preguntó.

Brenda farfulló algo a través de la cinta adhesiva.

Thomas tensó todos los músculos de su cuerpo y empezó a saltar en la silla para avanzar poco a poco hacia donde ella estaba sentada. Había recorrido un metro cuando de pronto cesaron los ruidos de la pelea. Se quedó helado, mirando al techo.

No sonó nada durante varios segundos. Luego se oyeron unos pasos, tal vez dos, de pies arrastrándose en la planta de arriba. Un golpazo. Otro. Luego, otro más. Thomas imaginó que lanzaban cuerpos al suelo.

La puerta del final de las escaleras se abrió. Se oyeron unos pasos, fuertes y pesados, que corrían hacia abajo. Todavía estaba todo en penumbra y un frío pánico invadió el cuerpo de Thomas mientras esperaba a ver quién bajaba.

Por fin, alguien entró en la zona iluminada.

Minho. Sucio y ensangrentado, con marcas de quemaduras en la cara y cuchillos en ambas manos. Minho.

—Tíos, parecéis muy cómodos —dijo.

Capítulo 39

A pesar de todo por lo que habían pasado, Thomas no recordaba la última vez que se había quedado sin palabras.

—¿Qué… cómo…? —tartamudeó, tratando de expresar algo.

Minho sonrió, una grata visión, sobre todo teniendo en cuenta su horrible aspecto.

—Os acabábamos de encontrar. ¿Creías que íbamos a permitir que un puñado de cara fucos os hiciera nada? Me la debes. Esta es muy gorda —se adelantó y empezó a cortar la cinta adhesiva de Thomas.

—¿A qué te refieres con que acababais de encontrarnos? —Thomas estaba tan contento que quería reír como un tonto. No sólo les había rescatado, sino que sus amigos estaban vivos. ¡Estaban vivos!

Minho siguió cortando.

—Jorge nos ha estado guiando por la ciudad, evitando a los raros, buscando comida —al terminar con Thomas fue a liberar a Brenda, aunque continuaba hablando por encima del hombro—. Ayer por la mañana nos desplegamos para espiar aquí y allá. Fritanga estaba asomado por una esquina que daba al callejón de ahí arriba justo cuando esos pingajos te apuntaron con la pistola. Regresó, nos pusimos como locos y empezamos a planificar nuestra emboscada. La mayoría de esos fucos estaban agotados o dormidos.

Brenda se levantó de la silla y pasó junto a Minho en cuanto este terminó de cortar la cinta adhesiva. Se acercó a Thomas, pero vaciló; el chico no supo si estaba enfadada o sólo preocupada. Entonces recorrió el resto del camino y se arrancó la cinta de la boca al llegar a su lado. Thomas se levantó, pero la cabeza volvió a estallarle; la habitación se tambaleaba y él se mareaba. Cayó de nuevo en la silla.

—Jo, macho. ¿Alguien tiene una aspirina?

Minho se limitó a reírse. Brenda había ido hasta el principio de las escaleras, donde estaba cruzada de brazos. Algo en sus gestos le hacía parecer enfadada. Entonces Thomas recordó lo que le había dicho justo antes de desmayarse por la droga. «Oh, mierda», pensó. Le había dicho que nunca podría ser Teresa.

—¿Brenda? —preguntó tímidamente—. ¿Estás bien?

No iba a sacar el tema de su extraño baile y aquella conversación delante de Minho.

La chica asintió, pero se volvió para mirarle.

—Estoy bien. Vamos. Quiero ver a Jorge.

Breves palabras. Sin emociones.

Thomas emitió un quejido, contento de tener el dolor de cabeza como excusa. Sí, estaba enfadada con él. De hecho, «enfadada» no era la palabra. Parecía más bien dolida. O quizás estaba suponiendo demasiado y a ella en realidad no le importaba en absoluto.

Minho se acercó a él y le ofreció la mano.

—Vamos, tío. Tengas dolor de cabeza o no, debemos marcharnos. No sé cuánto tiempo podremos mantener quietos y callados a esos fucos prisioneros de ahí arriba.

—¿Prisioneros? —repitió Thomas.

—Llámalos como quieras, no podemos arriesgarnos a que se vayan antes de que salgamos nosotros. Tenemos a una docena vigilando a más de veinte. Y no están muy contentos. A lo mejor empiezan a pensar que pueden con nosotros… en cuanto se les pase la resaca.

Thomas volvió a ponerse de pie, esta vez mucho más despacio. El dolor sacudía y hacía vibrar su cabeza como un tambor constante, como si le empujara los globos oculares desde atrás con cada golpe. Cerró los ojos hasta que todo dejó de dar vueltas a su alrededor. Respiró hondo y miró a Minho.

—Me pondré bien.

Minho le dedicó una sonrisa.

—Estás hecho un hombretón. Vamos.

Thomas siguió a su amigo hacia las escaleras y se detuvo junto a Brenda, pero no dijo nada. Minho le echó un vistazo con una expresión que decía: «¿Qué le pasa a esta tía?». Thomas se limitó a negar ligeramente con la cabeza.

Minho se encogió de hombros y subió a zancadas para salir de la habitación, pero Thomas se quedó con Brenda un segundo. La chica no parecía querer moverse y se negaba a mirarle a los ojos.

—Lo siento —se disculpó. Lamentaba las duras palabras justo antes de desmayarse—. Creo que te dije algo un poco mezquino…

De pronto, ella le miró a los ojos.

—¿Crees que me importáis una mierda tú y tu novia? Tan sólo estaba bailando, intentando divertirme un poco antes de que la situación empeorara. ¿Qué, piensas que estoy enamorada de ti o algo parecido? ¿Que me muero por que me pidas ser tu novia rara? Creído.

Sus palabras estaban tan llenas de rabia que Thomas retrocedió un paso, como si le hubiera dado una bofetada. Antes de que pudiera responder, la chica desapareció escaleras arriba, con pisotones y suspiros. Nunca había echado de menos a Teresa con tanta intensidad como en aquel momento. La llamó con la mente, pero seguía sin estar allí.

• • •

El olor le llegó antes incluso de entrar en la sala donde habían bailado. A sudor y vómito.

Los cuerpos llenaban el suelo; algunos dormían, otros se agazapaban juntos, acurrucados, temblorosos; unos cuantos incluso parecían muertos. Jorge, Newt y Aris estaban allí, vigilando, y giraban en círculo, apuntándoles con cuchillos. Thomas también vio a Fritanga y a otros clarianos. Aunque aún le martilleaba la cabeza, sintió alivio y entusiasmo.

—¿Qué os ha pasado, tíos? ¿Dónde habéis estado?

—¡Eh, es Thomas! —rugió Fritanga—. ¡Tan feo y vivo como siempre!

Newt se acercó a él y le dedicó una sonrisa sincera.

—Me alegro de que no seas un maldito cadáver, Tommy. Estoy muy, muy contento.

—Yo también —Thomas se dio cuenta con una extraña insensibilidad de que en aquello se había convertido su vida. Así se saludaba a la gente después de uno o dos días separados—. ¿Seguís todos vivos? ¿Adónde vais? ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?

Newt asintió.

—Todavía seguimos siendo siete. Aparte de Jorge.

Thomas hacía tan rápido las preguntas que a los demás no les daba tiempo a contestarlas:

—¿Ha habido señal de Barkley y los otros? ¿Fueron ellos los que provocaron la explosión?

Jorge contestó. Thomas vio que estaba cerca de la puerta, sujetando una espada con muy mal aspecto que en aquel instante se hallaba apoyada en el hombro del propio Alto y Feo. Coleta estaba junto a él y ambos se acurrucaban en el suelo.

—No los he visto desde entonces. Salimos bastante rápido y les da demasiado miedo adentrarse en la ciudad.

A Thomas se le disparó una alarma en su interior al ver a Alto y Feo. Rubiales. ¿Dónde estaba Rubiales? ¿Cómo habían podido enfrentarse Minho y los otros a su pistola? Miró a su alrededor, pero no le encontró por ninguna parte de la sala.

—Minho —susurró Thomas y le hizo una señal para que se acercara. Cuando Newt y él estuvieron a su lado, se inclinó—. El tipo del pelo rubio y muy corto parecía ser el líder. ¿Qué ha pasado con él?

Minho se encogió de hombros y miró a Newt buscando una respuesta.

—Debe de haberse largado —contestó Newt—. Un puñado se escapó. No podíamos con todos.

—¿Por qué? —preguntó Minho—. ¿Te preocupa?

Thomas echó un vistazo y bajó un poco más la voz.

—Tiene una pistola. Es el único al que he visto con algo peor que un cuchillo. Y no era muy amable.

—¿A quién le importa una clonc? —exclamó Minho—. Estaremos fuera de esta ciudad en una hora. Y deberíamos marcharnos ya.

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