El dorso de la puerta que habían cerrado emitía un brillo verde y convertía la habitación en una terrible y escalofriante prisión. Habría llorado a mares, moqueado y gimoteado como un bebé si no le hubiera dolido tanto la cabeza. El dolor le perforaba el cráneo y tenía los ojos como si estuvieran hirviendo en lava. Pero incluso entonces, y tras pasar por todo aquello, el dolor aún más terrible de perder a Teresa le consumía. No podía quedarse allí llorando.
Perdió la noción del tiempo mientras estuvo allí tumbado. Era como si quienquiera que fuese el que estaba detrás de aquello quisiera darle la oportunidad de reflexionar sobre lo sucedido mientras esperaba el final. Sobre que el mensaje de Teresa de que confiara en ella había terminado siendo un truco cruel que tan sólo aumentaba su falsa traición.
Pasó una hora. Quizá dos o tres. Quizá sólo treinta minutos. No tenía ni idea.
Y entonces empezó el silbido.
La luz débil de la puerta resplandeciente reveló una niebla que salía de los agujeros que salpicaban las paredes metálicas delante de él. Giró la cabeza, lo que le provocó una nueva oleada de dolor en el cráneo, y vio que todas las aberturas expulsaban chorros similares de niebla. Y silbaban como un nido de víboras venenosas retorciéndose.
«¿Y ya está?», pensó.
¿Después de todo por lo que había pasado, después de todos los misterios, las luchas y los breves instantes de esperanza, iban a matarle con algún tipo de gas venenoso? Ridículo, eso era. Ridículo. Se había enfrentado a los laceradores y a los raros, había sobrevivido a un disparo y una infección. CRUEL. ¡Ellos eran los que le habían salvado! ¿Y ahora iban a matarle con un gas?
Se sentó y gritó por el dolor que le provocó. Miró a su alrededor para buscar algo que le permitiera…
Estaba cansado. Muy cansado.
Algo en su pecho iba mal. Se encontraba mal.
El gas.
Cansado. Herido. El cuerpo agotado.
Respiró el gas.
No pudo evitarlo.
Tan… cansado…
Dentro de él. Algo iba mal.
Teresa. ¿Por qué tenía que acabar así?
Cansado…
En algún lugar del límite de su conciencia, supo cuándo su cabeza golpeó contra el suelo.
Traición.
Tan…
Cansado…
Thomas no sabía si estaba muerto o vivo, pero parecía hallarse dormido. Consciente de sí mismo, pero aturdido, se deslizó en otro sueño-recuerdo.
Thomas tiene dieciséis años. Está delante de Teresa y de otra chica que no reconoce.
Y Aris.
¿Aris?
Los tres le están mirando con expresión adusta. Teresa está llorando.
—Tengo que irme —dice Thomas.
Aris asiente.
—Al Golpe y luego al Laberinto.
Teresa no hace más que secarse algunas lágrimas. Thomas extiende una mano y Aris se la estrecha. Luego Thomas hace lo mismo con la chica que no conoce. Entonces Teresa se acerca a él corriendo y le da un abrazo. Está sollozando y Thomas se da cuenta de que también él llora. Sus lágrimas le humedecen el pelo mientras la abraza con fuerza.
—Tienes que irte ya —dice Aris.
Thomas le mira. Espera. Intenta disfrutar de aquel momento con Teresa, su último instante de plena memoria. Nada volverá a ser igual en mucho tiempo.
Teresa le observa.
—Va a funcionar. Todo va a funcionar.
—Lo sé —asiente Thomas. Siente una tristeza que le afecta hasta el último rincón de su ser.
Aris abre la puerta para que Thomas le siga. Thomas así lo hace, pero se las arregla para mirar a Teresa una última vez. Intenta parecer optimista.
—Hasta mañana —dice.
Lo que es cierto, y duele.
• • •
Susurros en la oscuridad.
Eso fue lo que Thomas oyó cuando empezó a recuperar el conocimiento. Bajos, pero ásperos, como un papel de lija rozando sus tímpanos. No entendía nada. Estaba tan oscuro que tardó un segundo en darse cuenta de que tenía los ojos abiertos.
Algo frío y duro le apretaba la cara. El suelo. No se había movido desde que el gas le había dejado sin sentido. Parecía increíble, pero ya no le dolía la cabeza. De hecho, no le dolía nada. En su lugar, le invadió una sensación de renovada euforia, que casi le mareaba. A lo mejor tan sólo estaba contento de estar vivo.
Se apoyó sobre las manos y se sentó. Mirar a su alrededor no le sirvió de nada, ni siquiera el más mínimo destello de luz rompía la oscuridad total. Se preguntó qué habría pasado con el resplandor verde de la puerta que Teresa había cerrado.
Teresa.
La exaltación mermó al recordar lo que le había hecho. Pero entonces…
No estaba muerto. A menos que la vida después de la muerte fuera una porquería de habitación oscura.
Descansó unos minutos, dejó que su mente se despertara y se asentara antes de ponerse de pie y empezar a andar a tientas. Tres paredes metálicas con agujeros a la misma distancia unos de otros, en la parte superior. Una pared lisa que parecía estar hecha de plástico. Sin duda, estaba en la misma habitación.
Golpeó la puerta.
—¡Eh! ¿Hay alguien ahí fuera?
Su mente empezó a divagar. Ya había tenido varios sueños-recuerdos. Tenía mucho que procesar, muchas preguntas. Lo primero que le había vuelto a la memoria al pasar por el Cambio en el Laberinto empezaba a verse con claridad, a solidificarse. Había sido parte de los planes de CRUEL, parte de todo aquello. Teresa y él habían estado unidos, incluso eran muy amigos. Todo aquello le parecía bien. Hacerlo por el bien supremo.
Aunque Thomas no se sentía tan bien ahora. Lo único que sentía era rabia y vergüenza. ¿Cómo podía justificarse lo que habían hecho? ¿Lo que CRUEL —ellos mismos— estaba haciendo? Aunque era evidente que no pensaba eso de sí mismo, él y los demás eran unos críos. ¡Críos! Había empezado a detestarse a sí mismo. No estaba seguro de cuándo había llegado a aquel extremo, pero algo se había roto en su interior.
Y luego estaba Teresa. ¿Cómo podía haber tenido aquellos sentimientos por ella?
Algo se partió, silbó e interrumpió el curso de sus pensamientos.
La puerta empezó a abrirse despacio, hacia fuera. Teresa estaba allí, bajo la pálida luz de la primera hora de la mañana, con la cara surcada de lágrimas. En cuanto hubo suficiente espacio, se lanzó sobre él para rodearle con los brazos, apretando el rostro contra su cuello.
—Lo siento muchísimo, Tom —dijo mientras las lágrimas le mojaban el rostro—. Lo siento tanto… Dijeron que te matarían si no hacíamos todo lo que nos habían ordenado, sin importar lo horrible que fuera. ¡Lo siento, Tom!
Thomas no podía responder, no pudo devolverle el abrazo. Traición. El letrero en la puerta de Teresa, la conversación entre las personas de sus sueños. Las piezas comenzaban a encajar. Por lo que sabía, tan sólo estaba intentando engañarle de nuevo. La traición significaba que ya no podía confiar en ella y su corazón le decía que no podía perdonarla.
En cierto modo, se dio cuenta de que Teresa había mantenido su promesa inicial después de todo. Había hecho aquellas cosas horribles en contra de su voluntad. Lo que le había dicho en la choza era verdad. Pero también sabía que nada volvería a ser igual entre ellos.
Finalmente, apartó a la chica. La sinceridad en sus ojos azules no ayudó mucho a reducir su duda persistente.
—Eh… quizá deberías contarme qué ha pasado.
—Te dije que confiaras en mí —respondió—. Te dije que iban a ocurrirte cosas muy malas. Pero lo malo no era más que un engaño.
Entonces esbozó una sonrisa tan bonita que Thomas deseó encontrar un modo de olvidar lo que había hecho.
—Sí, pero no pareciste contenerte demasiado cuando me pegaste aquella paliza con la lanza y me arrojaste a la cámara de gas.
No podía ocultar la desconfianza que ardía en su corazón. Miró a Aris, que parecía avergonzado, como si se hubiera metido en una conversación privada.
—Lo siento —dijo el chico.
—¿Por qué no me habías dicho que ya nos conocíamos? ¿Qué…? —no sabía qué decir.
—Era todo falso, Tom —insistió Teresa—; tienes que creernos. Nos prometieron desde el principio que no morirías. Que esa cámara tenía un propósito y luego todo terminaría. Lo siento mucho.
Thomas se dio la vuelta hacia la puerta, que seguía abierta.
—Creo que necesito un tiempo para procesar todo esto.
Teresa quería que la perdonara para que todo volviera a ser como antes de inmediato. Y el instinto le decía que ocultara sus amargos sentimientos, pero le costaba mucho.
—¿Qué es lo que ha pasado ahí dentro? —preguntó Teresa.
Thomas volvió a mirarla.
—¿Y si hablas tú primero? Luego hablaré yo. Creo que me lo he ganado.
Teresa intentó cogerle de la mano, pero él la movió, fingiendo que le picaba el cuello. Al ver que una expresión de dolor atravesaba su rostro, sintió unas ligeras ganas de justificarse.
—Mira —dijo ella—, tienes razón. Te mereces una explicación. Creo que podemos contártelo todo ahora, aunque no sabemos muy bien por qué.
Aris se aclaró la garganta, una obvia interjección.
—Pero, ummm, será mejor que lo hagamos mientras caminamos. O corremos. Tan sólo nos quedan unas horas. Hoy es el día.
Aquellas palabras sacaron a Thomas por completo de su estupor. Bajó la vista hacia su reloj. Tan sólo quedaban cinco horas y media si Aris tenía razón en que habían llegado al final de las dos semanas. Thomas había perdido la noción del tiempo, no sabía cuánto rato había estado en la cámara. Nada de aquello importaba si no conseguía llegar al refugio seguro. Tenía la esperanza de que Minho y los demás ya lo hubieran encontrado.
—Muy bien. Olvidémonos de esto por ahora —dijo, y cambió de tema—. ¿Hay algo distinto ahí fuera? Bueno, lo he visto a oscuras, pero…
—Lo sabemos —interrumpió Teresa—. No se ve ningún edificio. Nada. A la luz del día es incluso peor. La tierra yerma se extiende hasta el infinito. No hay ni un árbol ni una colina, y mucho menos un refugio seguro.
Thomas observó a Aris y luego volvió a mirar a Teresa.
—Entonces, ¿qué se supone que debemos hacer? ¿Adónde vamos? —pensó en Minho y Newt, en los clarianos, en Brenda y Jorge—. ¿Habéis visto a alguno de los otros?
Aris respondió:
—Todas las chicas de mi grupo están ahí abajo, caminando hacia el norte como se suponía que debíamos hacer; ya llevan unos tres kilómetros. Vimos a tus amigos al pie de la montaña a dos o tres kilómetros al oeste de aquí. No lo sé seguro, pero me parece que no falta nadie y se dirigen en la misma dirección que las chicas.
El alivio inundó a Thomas. Sus amigos lo habían conseguido, esperaba que todos ellos.
—Tenemos que marcharnos —dijo Teresa—. Que no lo veamos no significa nada. ¿Quién sabe lo que trama CRUEL? Tenemos que limitarnos a hacer lo que nos han dicho. Vamos.
Thomas experimentó un breve instante de rendición; quería sentarse y olvidarlo todo, que pasara lo que tuviera que pasar. Pero casi tan rápido como vino, desapareció.
—Vale, vamos. Pero será mejor que me cuentes todo lo que sabes.
—Sí —respondió Teresa—. Chicos, ¿estáis listos para empezar a correr en cuanto salgamos de estos árboles muertos?
Aris asintió, pero Thomas puso los ojos en blanco.
—Por favor, soy un corredor.
Ella enarcó las cejas.
—Bueno, entonces tan sólo nos queda ver quién se para antes.
Como respuesta, Thomas salió el primero del pequeño claro hacia el bosque sin vida y se negó a pensar demasiado en la tormenta de recuerdos y emociones que intentaba agobiarle.
• • •
El cielo apenas se iluminó cuando llegó la mañana. Aparecieron unas nubes grises y espesas, tan densas que Thomas no habría tenido ni idea de la hora que era de no ser por su reloj.
Nubes. La última vez que había ocurrido…
A lo mejor aquella tormenta no era tan mala. A lo mejor.
En cuanto dejaron el compacto grupo de árboles muertos, no se detuvieron. Un sendero les llevaba hacia el valle, zigzagueaba como una cicatriz irregular en la pared de la montaña. Thomas calculaba que tardarían un par de horas en llegar al final. Correr por las empinadas cuestas resbaladizas parecía una buena manera de romperse un tobillo o una pierna. Y si eso ocurría, nunca lo conseguirían.
Los tres estuvieron de acuerdo en bajar rápido pero seguros y en correr una vez que llegaran a suelo llano. Empezaron a avanzar. Aris, luego Thomas y después Teresa. Las oscuras nubes se arremolinaban sobre sus cabezas mientras el viento soplaba en todas las direcciones. Justo como Aris había dicho, Thomas veía dos grupos de personas separados, abajo, en el desierto. Sus amigos clarianos, no muy lejos de la base de la montaña; y luego el Grupo B, tal vez dos o tres kilómetros más adelante.