Las puertas de la percepción (7 page)

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Authors: Aldous Huxley

Tags: #Ciencia, Ensayo, Clásico

BOOK: Las puertas de la percepción
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Al sacramentar el uso del peyotl, los indios de la Iglesia Norteamericana Indígena han hecho una cosa que es psicológicamente acertada e históricamente respetable. En los primeros siglos del Cristianismo fueron bautizados muchos ritos y fiestas paganos, es decir, se los puso al servicio de la Iglesia. Estos jolgorios no resultaban muy edificantes, pero calmaban una especie de hambre psicológica y, en lugar de empeñarse en suprimirlos, los primeros misioneros tuvieron el buen acuerdo de aceptarlos como lo que eran -expresiones gratas al alma de impulsos fundamentales-, y de incorporarlos a la contextura de la nueva religión. Lo que han hecho los indígenas norteamericanos es esencialmente análogo. Han tomado una costumbre pagana -una costumbre dicho sea de paso, mucho más noble e inspiradora que la mayoría de las brutales francachelas y mojigangas que fueron tomadas del paganismo europeo-, y le dieron una significación cristiana.

Aunque introducidos muy recientemente en los Estados Unidos septentrionales, el hábito de tomar peyotl y la religión basada en él se han convertido en importantes símbolos del derecho del Piel Roja a la independencia espiritual. Algunos indios han reaccionado ante la, supremacía blanca norteamericanizándose y otros retirándose a un indigenismo tradicional. Pero otros más han intentado sacar el mejor partido posible de los dos mundos o, en realidad de todos los mundos: del Indigenismo, del Cristianismo y de esos Otros Mundos de experiencia trascendental, donde el alma se advierte a sí misma no condicionada y del mismo natural que lo divino. De esto ha surgido la Iglesia Norteamericana Indígena. En ella, dos grandes apetitos del alma -el afán de independencia y autodeterminación y el afán de autotrascendencia- se fusionaron con un tercero, a cuya luz fueron interpretados: el afán de adoración, de justificar los modos de Dios con el hombre, de explicar el universo por medio de una teología coherente.

Ved al indio mísero, cuya alma sin tutela

por delante tan solo le cubre con su tela.

Pero, en realidad, somos nosotros, los ricos y muy educados blancos, los que andamos con el trasero al aire. Nos cubrimos por delante con alguna filosofía -cristiana, marxista, freudiana-física-, pero por detrás andamos al aire, a merced de los vientos de las circunstancias. El mísero indio, en cambio, ha tenido el ingenio de proteger su trasero complementando la hoja de parra de una teología con el taparrabos de la experiencia trascendental.

No soy tan insensato que equipare lo que sucede bajo la influencia de la mescalina o de cualquier otra droga, preparada ya o que se prepare en lo futuro, con la realización del fin último y definitivo de la vida humana: el Esclarecimiento, la Visión Beatífica. Yo me limito a decir que la experiencia con la mescalina es lo que los teólogos católicos llaman una "gracia gratuita", no necesaria para la salvación, pero que puede ayudar a ella y debe ser aceptada con agradecimiento, si es que llegarnos a recibirla. Ser arrancados de raíz de la percepción ordinaria y ver durante unas horas sin tiempo el mundo exterior e interior, no como aparece a un animal obsesionado por la supervivencia o a un ser humano obsesionado por palabras y nociones, sino como es percibido, directa e incondicionalmente, por la Inteligencia Libre, es una experiencia de inestimable valor para cualquiera y especialmente para el intelectual. Porque el intelectual es por definición el hombre para el que, según la frase de Goethe, "la palabra es esencialmente fecunda". Es el hombre que entiende que "lo que percibimos con los ojos nos es extraño como tal y no debe impresionamos mucho". Y sin embargo, aunque él mismo es un intelectual y uno de los supremos maestros del lenguaje, Goethe no se muestra siempre de acuerdo con sus propias valoración de la palabra. En la madurez de su vida, escribió: "Hablamos demasiado. Deberíamos hablar menos y dibujar más. A mi, personalmente, me gustaría renunciar totalmente a la palabra y, como la Naturaleza orgánica, comunicar cuanto tenga que decir por medio de dibujos. Esa higuera, esa lombriz, ese capul o en el alféizar de mi ventana a la serena espera de su futuro, son firmas trascendentales. Una persona capaz de descifrar bien su significado podría dispensarse totalmente de la palabra escrita o hablada. Cuanto más pienso en ello, más me convenzo de que hay algo inútil, mediocre y hasta -siento la tentación de decirlo- afectado en la palabra. En cambio, ¡cómo impresiona la gravedad y el silencio de la Naturaleza, cuando se está cara a cara con el a, sin nada que nos distraiga, ante unas desnudas alturas o la desolación de unos viejos montes!" No podremos nunca eximirnos del lenguaje o de los otros sistemas de símbolos; porque es gracias a ellos, solamente a ellos, como hemos podido elevamos por encima de los brutos, al nivel de los seres humanos. Pero, así como somos sus beneficiarios, podemos también muy fácilmente convertirnos en sus víctimas. Debemos aprender a manejar con eficacia las palabras, pero, al mismo tiempo, debemos preservar y, en caso necesario, intensificar nuestra capacidad para mirar al mundo directamente y no a través del medio semiopaco de los conceptos, que deforman cualquier hecho determinado dentro de la semejanza familiar de alguna etiqueta genérica o alguna abstracción explicativa.

Literaria o científica, liberal o especializada, toda nuestra educación es predominantemente verbal y, en consecuencia, no cumple la función que teóricamente se le asigna. En lugar de transformar a los niños en adultos plenamente desarrol ados, produce estudiantes de ciencias naturales que nada saben de la Naturaleza como hecho primordial de la experiencia e impone al mundo estudiantes de Humanidades que nada saben de humanidad, ni de la suya ni de la ajena.

Psicólogos gestaltistas, como Samuel Renshaw, han ideado métodos para ampliar el campo de la percepciones humanas y aumentar su agudeza. Pero ¿los aplican nuestros educadores? La respuesta es un No.

Los maestros en todos los campos de la psicofísica, desde la visión hasta el tenis, desde los volatines hasta la oración, han descubierto, por eliminación, las condiciones de funcionamiento óptimo dentro de sus respectivos campos, Pero ¿se sabe que alguna de las grandes Fundaciones haya asignado fondos a cualquier proyecto de coordinación de estas comprobaciones empíricas en una teoría y una práctica generales de más altas posibilidades creadoras? De nuevo, que yo sepa, la contestación no es otra que un no.

Toda clase de sectadores y personajes raros enseñan las técnicas más diversas para alcanzar la salud, el contentamiento y la paz del alma. Y, para muchos de sus seguidores, muchas de estas técnicas resultan manifiestamente efectivas. Pero, ¿vemos a psicólogos, filósofos o sacerdotes respetables bajar valientemente a estos extraños y a veces malolientes pozos, en cuyo fondo se ve obligada a sentarse con demasiada frecuencia la pobre Verdad? Una vez más la respuesta es un no.

Y veamos ahora la historia de la investigación de la mescalina. Hace setenta años, hombres extraordinariamente capaces descubrieron las trascendentales experiencias de quienes, con buena salud, en las debidas condiciones y con el espíritu adecuado, toman la droga. ¿Cuántos filósofos, cuántos teólogos y cuántos educadores profesionales han tenido desde entonces la curiosidad de abrir esta Puerta en el Muro? La respuesta, a todos los efectos prácticos, es ninguno.

En un mundo donde la educación es predominantemente verbal, las personas muy cultas encuentran casi imposible dedicar una seria atención a lo que no sea palabras y nociones. Siempre hay dinero y doctorados para la culta necedad de lo que constituye entre los eruditos el problema más importante: ¿Quién influyó en quien para decir tal o cual cosa en tal o cual ocasión? Hasta en estos tiempos de tecnología se rinde pleitesía a las Humanidades. En cambio, apenas se hace el menor caso a las humanidades no verbales, a las artes de percibir directamente los hechos concretos de nuestra existencia. Es completamente seguro que hal arán aprobación y ayuda financiera un catálogo, una bibliografía, una edición definitiva de un versificador de tercera clase, un estupendo índice que pone fin a todos los índices. Pero si se trata de averiguar cómo usted y yo, nuestros hijos y nuestros nietos podemos hacernos más perceptivos, más intensamente conscientes de la realidad interior y exterior, más abiertos al Espíritu, menos propenso a caer, por nuestros vicios psicológicos, físicamente enfermos y más capaces de regular nuestro propio sistema nervioso; si se trata de cualquier forma de educación verbal que sea más fundamental que la Gimnasia Sueca, ninguna persona respetable ni ninguna universidad o religión que se respete hará absolutamente nada. Los verbalistas temen a los no verbales; los racionalistas temen al hecho concreto no racional; los intelectuales entienden que "lo que percibimos con el ojo (o de cualquier otro modo) nos es extraño como tal y no debe impresionarnos mucho". Además, este asunto de la educación en las Humanidades no verbales no encaja en ninguno de los casilleros establecidos. No es religión, ni es neurología, ni es gimnasia, ni es moral, ni es civismo, ni es psicología experimental. Siendo esto así, el tema, a los efectos académicos y eclesiásticos no existe y puede ser tranquilamente pasado por alto o dejado, con una sonrisa de superioridad, a quienes son llamados farsantes, curanderos, charlatanes y aficionados ineptos por los fariseos de la ortodoxia verbal.

Blake escribió con mucha amargura: "Siempre he advertido que los Ángeles tienen la vanidad de hablar de sí mismos como de los únicos sabios. Hacen esto con una confiada insolencia que brota del razonamiento sistemático."

El razonamiento sistemático es algo de lo que tal vez no podamos prescindir ni como especie ni como individuos. Pero tampoco podemos prescindir, si hemos de permanecer sanos, de la percepción directa de los mundos interior y exterior en los que hemos nacido. Esta realidad es un infinito que está más al á de toda comprensión y, sin embargo, puede ser percibida directamente, y desde cierto punto de vista, de modo total. Es una trascendencia que pertenece a un orden distinto del humano y que, sin embargo, puede estar presente en nosotros como una inmanencia sentida, corno una participación experimentada. Saber es darse cuenta, siempre, de la realidad total en su diferenciación inmanente; darse cuenta de ello y, aun así, permanecer en condiciones de sobrevivir como animal, de pensar y sentir como ser humano, de recurrir cuando convenga al razonamiento sistemático. Nuestra finalidad es descubrir que siempre hemos estado donde deberíamos estar. Por desdicha, nos hacemos muy difícil esta tarea. Bajo un sistema de educación más realista y menos exclusivamente verbal que el nuestro, todo Ángel -en el sentido que Blake le da a la palabra- tendría autorización para un banquete sabático, sería inducido y hasta, en caso necesario, obligado a hacer de cuando en cuando, por medio de alguna Puerta Química en el Muro, un viaje al mundo de la experiencia trascendental. Si esto le aterrara, sería una desdicha, sin duda, pero probablemente saludable. Si le procurara una iluminación breve, pero sin tiempo, tanto mejor. En cualquiera de los casos, el Ángel perdería algo de la confiada insolencia que brota del razonamiento sistemático y de la conciencia de haber leído todos los libros.

Cerca ya del fin de su vida, Aquino experimentó la Contemplación Infusa. Después de esto, se negó a trabajar de nuevo en su libro no terminado. Comparado con esto, cuanto había leído, discutido y escrito -Aristóteles y las Sentencias, las Cuestiones, las Proporciones, las majestuosas Summas- no era más que broza o paja. Para la mayoría de los intelectuales, una huelga de brazos cruzados así sería una equivocación y algo moralmente censurable. Pero el Doctor Angélico había hecho más razonamiento sistemático que doce Ángeles ordinarios juntos y estaba ya maduro para la muerte. Había conquistado el derecho, en esos últimos meses de su mortalidad, a pasar de la broza o paja meramente simbólica al plan del Hecho real y sustancial. Para Ángeles de un orden menor y con mejores perspectivas de longevidad, conviene que haya un retorno a la broza. Pero el hombre que regresa por la Puerta en el Muro ya no será nunca el mismo que salió por ella. Será más instruido y menos engreído, estará menos satisfecho de sí mismo, reconocerá su ignorancia humildemente, pero, al mismo tiempo, equipado para comprender la relación de las palabras con las cosas, del razonamiento sistemático con el insondable Misterio que trata, por siempre jamás, vanamente, de comprender.

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