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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas

BOOK: Las seis piedras sagradas
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Tras cumplir una misión de diez años y conseguir el piramidión de oro que corona la Gran Pirámide de Gizeh, Jack West se retira a un remoto lugar de Australia para criar y educar a su hija adoptiva, Lily.Mientras tanto, en China, el arqueólogo Max Epper, amigo de West, descubre un grabado que representa diez planetas girando en torno al Sol y un extraño punto negro situado fuera de sus órbitas. Investigando, descubre que el agujero negro tiene una potencia idéntica a la del astro rey, y que amenaza con absorber el sistema solar dentro de un año. El único modo de salvar a la humanidad es creando lo que llaman «La Máquina». Para ello, hay que localizar y situar en seis puntos de la Tierra los seis pilares, o piedras sagradas, que deberán sostener seis enormes diamantes. Hay que activar cada pilar en una fecha determinada según la posición de los planetas en el grabado, y para el primero sólo falta una semana. El único capaz de localizar los pilares y detener el agujero negro es Jack West. La carrera ha empezado.

Matthew Reilly

Las seis piedras sagradas

ePUB v1.0

NitoStrad
24.03.13

Título original:
The Six Sacred Stones

Autor: Matthew Reilly

Fecha de publicación del original: enero de 2007

Traducción: Alberto Coscarelli Guaschino

Editor original: NitoStrad (v1.0)

ePub base v2.0

Para John Schrooten, un gran y leal amigo

Una batalla mortal

entre padre e hijo,

uno combate por todos,

y el otro para uno.

Anónimo

Cualquier tecnología lo suficientemente

avanzada es indistinguible de la magia.

Arthur C. Clarke

El fin de todas las cosas está cerca.

1 Pedro 4, 7

INTRODUCCIÓN

LA CEREMONIA OSCURA

MEDIANOCHE

20 de agosto de 2007

LUGAR: DESCONOCIDO

En una cámara oscura bajo una gran isla en el rincón más distante del mundo tenía lugar una antigua ceremonia.

Una piedra de oro de un valor incalculable —de forma piramidal, con un cristal en la punta— fue puesta en su lugar.

Luego, una antigua invocación que no se había escuchado en miles de años fue pronunciada.

Tan pronto como se hubieron dicho las palabras, un gran rayo azul cayó desde el cielo poblado de estrellas e iluminó la piedra piramidal.

Los únicos testigos de esa ceremonia eran cinco hombres furiosos.

Cuando terminó, el líder del grupo habló por una radio vía satélite: «El ritual ha sido realizado. En teoría, el poder de Tártaro ha sido roto. Esto debe ser comprobado. Matad a uno de ellos mañana en Iraq.»

Al día siguiente, al otro lado del mundo, en Iraq, destrozado por la guerra, un soldado de las fuerzas especiales australianas llamado Stephen Oakes fue muerto a tiros por los insurgentes. Emboscado en su jeep en un puesto de control, fue destrozado por los abrumadores disparos de seis atacantes enmascarados. Su cuerpo quedó atravesado con más de doscientas balas. Nunca encontraron a sus agresores.

Que un soldado aliado resultara muerto durante la ocupación de Iraq no era nada nuevo. Más de tres mil doscientos soldados norteamericanos habían muerto allí.

Lo que resultaba extraño en esa muerte era que la víctima fuese un australiano.

Porque, curiosamente, desde marzo de 2006 no había muerto en combate ni un solo australiano en ningún conflicto alrededor del mundo.

Era un hecho bien conocido entre las tropas aliadas en Iraq que los soldados australianos tenían una suerte increíble. Durante los últimos cinco meses, habían sobrevivido a toda clase de ataques y emboscadas; en algunos casos casi milagrosamente.

Esta capacidad para sobrevivir prácticamente a cualquier clase de ataque era tan bien conocida que sus colegas norteamericanos creían que era prudente permanecer junto a un australiano en una batalla.

Pero, con la muerte del especialista Stephen Oakes, el 21 de agosto de 2007, esa increíble suerte había llegado a un sangriento y definitivo final.

Al día siguiente, un mensaje cifrado fue entregado a uno de los hombres más poderosos del mundo. Decía así:

TRANSCRIPCIÓN SEGURA 061-7332/1ª

NIVEL DE CLASIFICACIÓN: ALFA-SUPER

SÓLO PARA LOS OJOS DE A-l

22-AGOSTO-07

COMIENZO DEL MENSAJE SEGURO:

Observe muerte de especialista australiano Oakes en Iraq. El poder de Tártaro ha sido anulado. Alguien tiene la otra piedra piramidal.

El juego se reinicia.

Ahora debemos encontrar las piedras.

FIN DEL MENSAJE SEGURO

PRÓLOGO

LA MONTAÑA DEL MAGO

MONTAÑA DEL MAGO

CERCA DE LA GARGANTA WU,

REGIÓN DE LAS TRES GARGANTAS

PROVINCIA DE SICHUAN, CHINA CENTRAL

1 de diciembre de 2007

Sentado en un arnés suspendido de una larga cuerda y colgado en la casi total oscuridad, el profesor Max Epper rompió la bengala para iluminar la cámara subterránea a su alrededor.

—Oh… —susurró—. Ooohhh.

La cámara era impresionante.

Era un cubo perfecto, de ancho y alto, abierto en la roca viva, de unos dieciséis metros de lado. Cada centímetro cuadrado de las paredes estaba cubierto con inscripciones talladas: caracteres, símbolos, imágenes y figuras.

Debía tener cuidado.

La luz ámbar de la bengala le mostró que en el suelo, debajo mismo de sus pies, había un hueco que encajaba a la perfección con la abertura en el techo. Un agujero como una gran boca oscura de una profundidad indeterminada.

En algunos círculos, Max Epper era conocido como el Mago, un sobrenombre que no podía ser más adecuado.

Con una larga barba blanca y unos lagrimosos ojos azules que resplandecían con afecto e inteligencia, a sus sesenta y siete años parecía un Merlín moderno. Profesor de arqueología en el Trinity College de Dublín, se decía que, entre otras hazañas, había sido una vez parte de un equipo internacional secreto que había encontrado —y reinstalado— el piramidión dorado de la Gran Pirámide de Gizeh.

El Mago pisó el suelo de la cámara, desenganchó el arnés y contempló con asombro y admiración las paredes cubiertas de textos.

Reconoció algunos de los símbolos, los caracteres chinos e incluso unos cuantos jeroglíficos egipcios. Eso no era nada sorprendente: muchos siglos antes, el diseñador y propietario de ese sistema de túneles había sido el gran filósofo chino Lao-Tsé. Además de ser un gran pensador, Lao-Tsé había sido un extraordinario viajero y se sabía que había llegado hasta Egipto en el siglo IV a. J.C.

En el lugar de honor situado en el centro exacto de la pared había una gran imagen en relieve que el Mago había visto anteriormente:

Conocido como el Misterio de los Círculos, aún no había sido descifrado. Los observadores modernos sostenían que era una representación de nuestro sistema solar, pero había un problema con este análisis: había demasiados planetas que se movían alrededor del Sol central.

El Mago había visto el Misterio de los Círculos quizá una docena de veces por todo el mundo: en México, Egipto, e incluso en Gales e Irlanda, y en diversas formas: desde burdas representaciones en las paredes de piedra desnuda a artísticas tallas en viejos dinteles, pero ninguna de aquéllas era, ni de lejos, tan hermosa y trabajada como ésa.

Ésa era espectacular.

Incrustada con rubíes, zafiros y jade, cada uno de los círculos concéntricos tenía el borde de oro. Resplandecía con la luz de la poderosa linterna del Mago.

Debajo mismo del Misterio de los Círculos había algo que parecía un pequeño portal: de unos sesenta centímetros de ancho y un metro ochenta de altura pero poco profundo, hundido unos sesenta centímetros en la piedra. Al Mago le recordó un ataúd puesto de pie, incrustado en la pared. Lo curioso era el fondo curvo.

Tallado encima había un pequeño símbolo que hizo que los ojos del Mago se abrieran con deleite:

—El símbolo de la piedra de Lao-Tsé… —susurró—. La Piedra Filosofal. Señor, la hemos encontrado.

Rodeado por ese depósito de antiguos conocimientos e incalculables tesoros, el Mago sacó una radio UHF de la marca Motorola y habló a través de ella:

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