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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

Latidos mortales (25 page)

BOOK: Latidos mortales
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Glup. La magia mental es una zona muy, muy, muy oscura de este arte. Todos los magos del Consejo Blanco que la practican han sido entrenados para defenderse de asaltos mentales. Este entrenamiento, en el mejor de los casos, ha alcanzado resultados superficiales. Después de todo, el Consejo lo convirtió en una especie de criba para ir borrando del mapa a todos los magos que violaran el santuario de otra mente. Es una de las reglas de la magia. Si los centinelas descubriesen a alguien practicándolo lo matarían y fin de la historia. No existía nada parecido a un experto en ese tipo de magia en el Consejo Blanco y, por lo tanto, el entrenamiento de defensa lo impartían auténticos principiantes.

Algo me decía que Alicia, la habitacadáveres, no era una principiante.

—Estás demasiado cerca —señalé con voz gélida.

Siguió acercándose, muy despacio, parecía divertirse con cada zancada.

—Es tu última oportunidad.

—¡Te lo estoy diciendo! —exclamé—. ¡Mantente alej…!

Antes de que pudiera terminar la palabra, tensó como un látigo los dedos de la mano izquierda, que seguían iluminados.

Sentí cómo me mareaba y de repente me encontré dentro de una tormenta. Un torbellino me atraía hacia aquella mujer. Mis pies empezaron a resbalar por el suelo. Me eché hacia atrás y di un grito. Levanté mí brazalete escudo y desprendió una llamarada azulada con forma de cúpula enfrente de mí. No conseguí nada. Nada en absoluto. El despiadado ciclón seguía tirando de mí hacia su mano extendida.

Entré en pánico y tardé en darme cuenta de lo que estaba pasando. No había nada de viento. Al menos no físicamente. Los libros de las estanterías no se movían, ni siquiera mi guardapolvo. El escudo no podía ofrecerme protección sobre una amenaza que no era física en absoluto, así que dejé de sostenerlo para ahorrar energía.

Aquel vacío tan espeluznante no estaba dirigido a mi cuerpo. Estaba atacando mis pensamientos.

—Eso es —dijo Alicia.

Joder. Escuchaba lo que estaba pensando.

—Por supuesto, jovencito. Dame lo que quiero de una vez y te dejaré una buena parte de tu mente, suficiente como para que puedas alimentarte.

Apreté los dientes, ordenando mis pensamientos, mis defensas.

—Es demasiado tarde para eso, chico.

Y una mierda. Mis pensamientos se fusionaron en uno solo, una única imagen de una pared de granito lisa y gris. Construí la imagen de la pared en mi mente y luego la llené con toda la energía que había estado almacenando. Sentí un desconcierto repugnante durante un segundo y después la tormenta mental cesó tan abruptamente como había comenzado.

La cabeza de Alicia sufrió un tirón, como si alguien le hubiese dado una bofetada.

Me quedé mirándola, apretando los dientes y le pregunté:

—¿Es todo lo que tienes?

La habitacadáveres farfulló una perversa maldición, levantando la mano izquierda, y retorció los dedos como si su mano fuese una garra.

Sentí una aterradora presión contra la imagen de la pared que tenía en la mente. No era un simple soplo categórico ni una buena paliza psicológica, como había practicado en mis entrenamientos; en lugar de eso, era un peso gigantesco y firme, como si una marea repentina hubiese inundado todo y estuviese empujando la pared para echarla abajo.

Pensé que aquella presión se calmaría en un momento, pero se fue volviendo más y más difícil de soportar. Luché por mantener la imagen de la pared en su sitio, pero, a pesar de todo lo que lo intenté, unas grietas oscuras empezaron a aparecer y a extenderse. Mis defensas se estaban desmoronando.

—Delicioso —dijo la habítacadáveres y su voz no desveló nada de tensión—. Un siglo después y les siguen enseñando a los jóvenes las mismas chorradas.

Vi movimiento detrás de la habitacadáveres y Li Xian apareció entre los restos que quedaban de la puerta de contrachapado. Tenía la mitad de la cara llena de bultos y mora tones, y parecía que un hombro se le había roto o dislocado. Le caía un chorro de sangre, fina y marrón verdosa, y se movía como sí sintiese mucho dolor. Pero había llegado hasta allí por sus propios medios y tenía la mirada alerta.

—Majestad —dijo Xian—, ¿se encuentra bien?

—Perfectamente —musitó la habitacadáveres—. En cuanto obtenga su mente, el resto es tuyo.

Su cara deforme dio paso a una sonrisa que se extendió más de lo que darían de sí las facciones humanas.

—Gracias, majestad.

Mierda. Era el momento de largarme.

Pero mis pies no se movían.

—Ni te molestes, joven hechicero —dijo la habitacadáveres—. Si centras la atención en mover los pies, tu pared se caerá. Ábremela y ya está, pequeño. Sentirás menos dolor.

Ignoré a la nigromante e intenté pensar en otras opciones. Mis defensas mental se estaban viniendo abajo de verdad. Cualquier golpe de fuerza que invirtiese en mover mis piernas me colapsaría por completo las defensas. Tenía que quitarme encima aquella presión durante un momento, el tiempo suficiente para distraer a la habitacadáveres y poder salir de allí pitando. Pero teniendo en cuenta que apenas podía moverme, mis opciones eran bastante limitadas.

Una parte del muro empezó a resquebrajarse. Sentí cómo la habitacadáveres empezaba a colarse, era como el primer hilo de una marea negra.

Si quería vivir, tenía pocas alternativas.

Llevé mis pensamientos hacia las ardientes llamaradas de energía Hellfire, que salían de las runas de mi bastón, e intenté atraerlo al muro de mi mente para protegerme. Las grietas del sólido granito se rellenaron con lava encarnada. En el punto donde la marea negra presionaba, comenzó a oírse un silbido de agua hirviendo que fue convirtiendo la marea heladora en una nube de vapor.

La habitacadáveres dejó salir un grito ahogado y la presión en mis pensamientos desapareció.

Me di la vuelta tambaleándome, recuperé el equilibrio y corrí hacia la puerta de atrás.

—¡Atrápalo! —rugió la habitacadáveres a mi espalda—. ¡Tiene el libro y la Palabra!

Se oyó un virulento crujido desgarrador y la bestia de Li Xian aulló de forma inhumana.

Salí zumbando hacia la parte del fondo de la librería para escapar por la puerta de atrás. Abrí la tranca de un golpazo y huí por el callejón de la parte trasera de la tienda. Oí dos pares de piernas corriendo detrás de mí y la habitacadáveres comenzó a corear en voz baja. La apocalíptica presión volvió a golpear mis pensamientos, pero esta vez ya estaba preparado y mis defensas se pusieron en sus puestos con más rapidez y con más seguridad. Pude seguir corriendo.

Corrí unos trescientos metros calle abajo cuando una bola de fuego explotó en mi gemelo derecho. Me caí al suelo controlando a duras penas mis defensas mentales. Solté el bastón y me agarré el gemelo, sentí como si algo de metal, muy afilado, se me hubiese clavado. Me corté un poco los dedos y aparté las manos. No veía nada bien, pero distinguí el reflejo del acero y mucha sangre. La habitacadáveres y el necrófago venían hacia mí.

No había ninguna manera de que pudiese utilizar algo de magia para detenerlos. No con toda mi energía concentrada en mantener a la habitacadáveres alejada de mi mente. No podría reducir al necrófago físicamente ya que, incluso herido, Xian era más rápido que yo.

Saqué mi 44 y disparé tres veces hacia el callejón. La habitacadáveres se echó a un lado, pero el necrófago ni siquiera bajó la marcha. Extendió uno de sus brazos extra largos y surgió un destello metálico en el sombrío callejón. Algo me golpeó en las costillas, tan fuerte como para dejarme fuera de combate, pero el conjuro cubierto de piel que había en mi guardapolvo impidió que me atravesara. Un triángulo de acero cayó al suelo. En todas las esquinas tenía una afilada cuchilla.

—Lo que me faltaba… —murmuré—. Necrófagos ninjas.

Vacié el revólver apuntando a Xian. Cuando disparé por última vez, no estaba ni a treinta metros de distancia, debería haberle dado. Se inclinó rápidamente hacia atrás V se tropezó, sin embargo estuvo muy lejos de caerse.

La habitacadáveres iba a seguir erosionando mis defensas. Tenía que alejarme de ella o me abriría la mente como si fuera una lata de sardinas, y luego Xian se las comería.

El proyectil ninja seguía en mi gemelo. Intenté ponerme de pie, pero me moría de dolor. Alcancé el bastón, cojeando de verdad esta vez, y me esforcé por alcanzar el final del callejón. Mi única oportunidad era llegar a la calle, coger un taxi, esperar que cualquier coche me recogiese o incluso pedir ayuda. No tenía muchas esperanzas de que fuese a pasar ninguna de esas tres cosas, pero era todo cuanto tenía.

Cuando casi había llegado al final del callejón, el dolor de mi pierna empezó a aumentar y de repente perdí la noción de lo que estaba haciendo.

Sabía que estaba agobiado haciendo algo pero, de pronto, simplemente estaba allí, luchando para mantenerme en pie. No sabía lo que estaba haciendo pero lo tenía en la punta de la lengua. Sabía que si pudiera concentrarme aunque fuera solo un momento, sería capaz de recordarlo y volvería a lo que estaba haciendo. Me dolía la pierna, eso lo sabía. Y tenía la cabeza como un bombo. Los pensamientos estaban allí, pero desorganizados; parecía como si los hubiese metido todos en un cajón de ropa limpia y doblada, hubiese cogido algo del fondo, y luego hubiese cerrado el cajón sin colocar nada.

Oí un gruñido detrás de mí y me di cuenta de que se me había hecho tarde para volver a meterme en el lío en el que estaba hasta ese momento. Intenté darme la vuelta, pero por alguna razón no recordaba cómo hacerlo.

—¡Lo tengo! —gritó una mujer—. Números. Son solo… ¡Solo tiene números!

—Majestad —rugió una voz ronca y deforme—. ¿Cuáles son sus órdenes?

—No sabe dónde está la Palabra. Para mí es inútil. El libro lo tiene en el bolsillo derecho de su abrigo. Cógelo, Xian. Y luego mátalo.

18

Estaba segurísimo de que la habitacadáveres estaba hablando sobre mí y tenía muy claro que eso de que me matasen no era nada bueno. Pero no podía pensar en cómo hacer algo para frenarlos. Había algo en mi mente, algo que no funcionaba.

Un hombre apaleado entró en mi campo de visión, podía girar la cabeza lo suficiente como para mirarlo. Mierda, era Li Xian, el necrófago. Tenía la sensación de que me iba a hacer algo desagradable, pero simplemente metió la mano en el bolsillo de mi abrigo y sacó el fino ejemplar de Der
Erlking
.

El necrófago me dio la espalda y le entregó el libro a alguien que estaba fuera de mi campo de visión.

Oí cómo pasaban las páginas.

—Excelente —dijo la habitacadáveres—. Llévatelo de la calle y termina con él. Date prisa. Es más fuerte que la mayoría. Preferiría no aguantarlo durante todo el día.

Eso era. La habitacadáveres tenía mi mente prisionera. Significaba que estaba en mi cabeza. Y eso quería decir que había despedazado mis defensas. Llegar a esas conclusiones me hizo sentir más fuerte. Mis pensamientos empezaron a esclarecerse y mientras lo hacían, el dolor de mi pierna herida aumentaba.

—Date prisa —dijo ella y su voz parecía más tensa.

Sentí unas manos muy duras agarrándome por detrás. Quería correr, pero todavía no conseguía que mi organismo me respondiese. Tuve un momento de inspiración. Si la habitacadáveres estaba en mi cabeza quería decir que podía sentir todo lo que yo estaba sintiendo, como el terrible dolor de mi pierna.

Cuando el necrófago empezó a arrastrarme no pude resistirme, pero intenté torcer un poco la cadera y doblar la rodilla buena. Me caí en la acera sobre la pierna herida. La caída clavó el triángulo ninja un poco más en mi gemelo y el dolor me nubló la vista.

La habitacadáveres gritó de dolor y escuché un ruido metálico, como si hubiese tropezado con un contenedor de basura. Sentí que mis brazos y mis piernas volvían a estar bajo mis órdenes. El necrófago tropezó con su pierna destrozada. Golpeó la pared y se acercó a mí. Me giré sobre mi espalda y le propiné un golpe fuerte y directo en su rodilla buena.

Era una técnica de defensa muy peligrosa que Murphy me había enseñado, una que no depende de la fuerza física. Sufrió un estallido de dolor que le hizo soltar un grito angustioso.

Conseguí zafarme de él con una pierna y con las palmas de las manos. Distinguí mi sangre por el suelo del callejón: dibujaba el camino por donde había pasado mi piema herida. Vi las estrellas y me sentí tan débil como un gatito famélico. Se movía todo tanto que ni siquiera intenté ponerme de pie. Gateé atravesando las zonas sombrías del callejón y me subí a la acera hasta llegar a la luz del día.

Oí que alguien gritaba algo. Había sirenas de policía a dos manzanas. No tenía ninguna duda de que se estarían dirigiendo a la tienda de Bock, alguien tenía que haberme visto lanzar al necrófago a través de la puerta de contrachapado. Solo necesitarían dos minutos para darse cuenta de lo que estaba pasando y enseguida estaría rodeado de hombres con placas plateadas deseosos de hablar con los asistentes del profesor asesinado.

Por supuesto, para cuando eso pasara yo ya podría llevar muerto un minuto y medio.

El necrófago herido torció su expresión y con las mandíbulas tan abiertas como para dejar a la vista sus colmillos amarillentos, se acercó hacia mí cojeando.

Oí el grito de una mujer. Sonaba agudo, furioso y para nada temeroso. Se escuchó un zumbido, un giro y luego un hacha, una puta hacha de doble filo, que se clavó en el necrófago, atravesando su costado. En cuanto recibió la estocada un destello salió de la hoja. La luz que desprendió fue tan brillante que dejó una marca roja con forma de runa ardiendo a la vista. Se oyó una especie de ladrido cuando el hacha golpeó al necrófago. La criatura salió disparada hacia la acera y un líquido fino marrón verdoso se desparramó por todos lados, salpicando y convirtiéndose en una ducha asquerosa.

Una mujer vestida con traje oscuro entró en mi campo de visión. Medía algo más de un metro ochenta, era rubia y fríamente bella. Sus ojos azules brillaban con la lujuria de la batalla mientras desenvainaba una espada, con una cuchilla de casi un metro, de la funda que llevaba a la cintura. La miré mientras se colocaba entre el necrófago y yo. Luego lo señaló con la punta de la espada y gruñó:

—¡Avante, carroña!

El necrófago se arrancó el hacha que tenía clavada y se tambaleó en cuclillas. Sostuvo el arma con las dos manos, aterrorizado y desesperado. Dio un par de pasos atrás.

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