Legado (27 page)

Read Legado Online

Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Legado
8.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

El capitán estaba dividido entre la euforia científica, la preocupación por la tormenta, como correspondía a un marino, y algo que parecía incredulidad.

—Notable descubrimiento —concedió—, pero creo que me sentiré más seguro cuando todos estemos a bordo.

El capitán regresó a bordo antes del anochecer, llevándose a Salap para ordenar el equipo y los especímenes que había en el Vigilante. Shatro había esperado aquel momento, y cuando Randall se perdió de vista —para digerir la cena que Salap había preparado, un dudoso festín de extraños trozos de «paño» de la pradera— los tres investigadores se reunieron conmigo en la playa, observando la inmóvil pero cambiante imponencia de la tormenta.

—Tenemos algunas preguntas —dijo afablemente Thornwheel. Llevaba una barba bien recortada, lo que infundía cierta madurez a su frente alta y sus mejillas mofletudas.

Se sentaron junto a mí en la arena oscura, jugando con los guijarros de cuarzo y granito.

—Matthew dice que tienes cierta preparación académica —dijo Cassir. Me miró con severidad—. Querríamos saber cuánta.

—La suficiente para apañármelas —dije. Sus expresiones adustas presagiaban algún problema.

—Sólo sentimos curiosidad —dijo Cassir—. Nos gustaría saber con quién estamos trabajando. De qué eres capaz.

—Soy autodidacta. Escuela Lenk, pero no hice la secundaria.

—Shatro dice que estuviste perdido en Liz durante dos años —dijo Thornwheel.

—Perdido, no.

—Liz ya es vieja y conocida —dijo Shatro.

—Yo nunca llegué a conocer a Liz.

Thornwheel rió entre dientes.

—Nuestros amores científicos, ¿eh? Las concubinas del erudito... los libros y sus sueños con reinas.

Shatro no desistió.

—¿Qué esperabas aprender? Sin equipo, sin formación... a nosotros nos han formado Salap y Keyser-Bach. No hay mejores maestros en Lamarckia.

—Yo no tuve esa suerte —admití, tratando de eludir la confrontación que Shatro buscaba—. Pasé casi todo el tiempo tratando de estudiar la conducta de los vástagos móviles. Sombreros blancos, vérmidos, pero sobre todo las serpientes portadoras de agua.

En la biblioteca de Randall había leído bastante sobre esos tubos de kilómetros de longitud que llevaban fluidos, parte de lo cual había visto fuera de Claro de Luna, así que me sentía capaz de afrontar una pequeña discusión.

—Yo estudié una cuando era segundo en la escuela Lenk —dijo Thornwheel—. Nunca encontré el principio, y nunca encontré el final.

—Yo estudié una que tenía tres kilómetros de longitud, por lo menos. Un extremo se sumergía en el Terra Nova...

—¿Y qué hay de las conchas rosadas? —pregunté, tratando de desviar la conversación—. Nunca he sabido de dónde proceden. ¿Crees que son restos de vástagos?

Cassir se interesó en el tema.

—De sombreros blancos —dijo.

—No lo sabemos —comentó desdeñosamente Thornwheel—. No te fíes de las habladurías. Nunca hemos visto criaturas vivas dentro de las conchas.

—Salap dice estar seguro de que los sombreros blancos las depositan para enriquecer el suelo.

Thornwheel sacudió la cabeza.

—Son restos de vérmidos.

Shatro sacudió la cabeza a su vez, con más vigor. Había evitado el enfrentamiento, al menos por ahora. Lanzó una última provocación.

—¿Qué aprendiste que nosotros no sepamos? Pasaste dos años allí... ¿No viste depositar conchas rosadas? ¿Viste serpientes portadoras de agua conectándose para alimentar otro vástago, o irrigando un cauce de la silva?

—No.

—Nadie ha visto esas cosas —dijo Thornwheel—. No somos suficientes, y hay demasiados misterios.

Randall se acercó por la playa y se reunió con nosotros mientras la última franja de luz se disipaba al oeste.

—Me gustaría tratar de comunicarme con Athenai por radio, ahora que es de noche —dijo—. Parece que la tormenta no quiere arrojar muchos rayos, ¿verdad?

—No, ser —dijo Shatro.

—Quizá tengamos suerte.

Cassir se levantó y nos metimos en la pequeña cabaña donde estaba la radio. Pero no tuvimos suerte. La radio sólo emitía siseos y voces distorsionadas.

—El capitán podría hacer lo que quisiera, en estas condiciones —soltó Shatro.

Randall lo miró con cara de pocos amigos, pero no dijo nada.

Antes del alba desperté de un vivido sueño sobre Ciudad Thistledown. La ciudad estaba casi desierta, y los edificios parecían globos desinflados. El mensaje era bastante claro: una ciudad no era nada sin su gente.

¿Pero qué era la gente sin su ciudad?

Caminé por el linde de la pradera, saboreando su extraordinaria monotonía, preguntándome qué podía ofrecer Lamarckia que reemplazara una ciudad, o todos los elementos de la civilización.

Salap y sus ayudantes parecían bastante satisfechos. El capitán y Randall encontraban retos suficientes para mantenerse entretenidos. Pero ¿y yo qué? Me preguntaba qué echaría más de menos.

Ya echaba de menos Thistledown. Echaba de menos los coqueteos y cortejos directos para los que yo era tan hábil. Nada constreñía ni menguaba mis necesidades físicas salvo el poder de la voluntad; eso me frustraba, me sentía incapaz de responder a los sencillos gestos de Shirla.

Cassir y Shatro me salieron al encuentro cuando regresaba.

—Sigue adelante —gritó Cassir—. Camina sobre ella. Es como madera esponjosa.

El linde de la pradera parecía una cerca sarmentosa derretida que cubriera la playa de guijarros. Cassir subió a ella de un brinco y se irguió sobre nosotros a un metro de altura, estirando las manos, sonriendo.

—La mayor criatura de Lamarckia, ¿qué apuestas?

—Salap dijo que estaba compuesta de cinco vástagos —objetó Shatro.

—Todos fusionados. Sólo los grandes investigadores como Salap y un servidor podrían descubrir los componentes. Vamos. —Cassir caminó tierra adentro. Shatro se me adelantó y ambos lo seguimos. La textura de la pradera recordaba el corcho, mullida y agradable. No dejábamos huella. Cassir corría feliz en círculos—. Ha sido magnífico estar aquí, trabajando con ser Salap, pero me alegro de irme. ¿Cómo son las mujeres del barco?

—Trabajadoras —le respondió Shatro.

—El segundo oficial y una marinera nos mantienen a raya —añadí.

Cassir hizo una mueca.

—Qué lástima que no podamos ir directamente a Jakarta. Me gustaría pasar tiempo en una ciudad. Una oportunidad de tener contacto... incluso aceptaría unirme a una tríada, si fuera necesario.

—Quién sabe adonde iremos —comentó sombríamente Shatro—. Tal vez terminemos secuestrados y trabajando para Brion.

—Matthew dice que estuvisteis en una aldea que saquearon los brionistas —dijo Cassir.

—Fue bastante espantoso —dije.

—¿Estáis seguros de que no eran piratas? Hemos visto naves sin bandera. Alguna vez tenía que ocurrir. Otra cosa en la que el Buen Lenk no pensó cuando nos trajo aquí.

—¿Qué? —exclamó Shatro—. ¿Debió esperar piratas?

—No —rió Cassir. Parecía dispuesto a reírse de todo, tan contento estaba de ver caras nuevas—. Por el Hado, me causa vértigo simplemente tener compañía. Nos hemos pasado la noche hablando, ¿verdad, Shatro?

—Y bebiendo —dijo Shatro.

—Solvente de la pradera. —Cassir se sacó del bolsillo una botella de vidrio llena de un líquido lechoso y me la ofreció. Bebí un sorbo. Fuego puro, y aun así dejaba ese regusto amargo de todas las bebidas alcohólicas de Lamarckia—. Tomamos tres membranas de vástagos de una parte de la pradera, las reorganizamos de una manera que Lamarckia y Petain no se proponían, añadimos alcohol etílico... y sin levadura. Salap dice que podemos preparar toda clase de cosas con los vástagos que hemos descubierto. Haremos este planeta más agradable, si nos dan la oportunidad... Y espero que Lenk nos dé esa oportunidad.

—Dicen que está enfermo —dijo Shatro—. Más viejo.

Cassir se calmó de pronto, miró la botella, la guardó.

—Todos envejecemos. Querámoslo o no.

Irguió los hombros, aspiró profundamente y extendió el brazo hacia la pradera.

—Cuánta quietud, por Dios, hasta que cae la lluvia; entonces es como un tambor húmedo y opaco. ¿Crees que se preocupa?

—Nunca he visto una reina ni nada que pareciera inteligente —dijo Shatro—. Me gusta pensar que es una criatura viva y pensante.

—Oh, lo es —dijo Cassir—. Muy viva y pensante... En lo más hondo de sí. En comparación con Petain, Liz es una dulzura. Petain me parece, a decir verdad, un avaro rígido y conservador, salvo cuando se adentra en el mar... Entonces se vuelve generoso. Si tenemos tiempo antes de que llegue el bote, deberíamos ir a nadar con máscara y mirar los arrecifes de bejucos. Allí hay una gran fábrica de nutrientes. Membranas gigantes que burbujean ancladas como redes y gran variedad de píscidos, todos con un sabor espantoso. Petain es espectacular allí, pero todo está escondido bajo el agua. Pero así es Petain. Rico y mezquino con sus bellas hijas. Por el Hado, estoy bebiendo demasiado. —Cassir se tambaleó, recuperó el equilibrio con una sonrisa, estampó el pie en la tersa superficie de la pradera—. Creo que lloverá dentro de unos minutos. —Miró el mar. Un frente bajo de nubes aceitosas se aproximaba rápidamente—. Salgamos de aquí o quedaremos como esponjas, varados hasta que la pradera absorba el agua y los nutrientes. No puedes caminar con los pies hundidos en el limo.

Cassir corrió rápidamente hacia el linde de la pradera. Lo seguimos brincando sobre aquella superficie, esquivando los profundos hoyuelos.

—¿El capitán obliga a los investigadores a hacer trabajo de marinero? —preguntó Cassir mientras saltábamos del borde, aterrizando en la arena desierta y los guijarros.

—Sólo a ser Olmy —dijo Shatro—. Pero él todavía no es investigador.

—Claro —dijo Cassir, como si no importara—. Me gusta trepar a los mástiles de cuando en cuando... pero no cuando me lo ordenan.

Las nubes se deslizaban rápidamente sobre la playa; empujaban mantos de niebla fina que giraban en la luz de la mañana como remolinos de polvo de oro. Cayeron algunos discos pardos que se me pegaron a las manos y la cara. Me los quité de encima con una sacudida, al igual que Shatro, pero Cassir se los desprendió de los brazos desnudos y se los comió.

—Muy buenos. Los llamamos «monedas». Saben a pan, y no causan problemas inmunológicos.

Probé una, partiéndola en dos. Sabía a pan, rancio.

—¿Qué contienen? —pregunté.

—Lo que necesita la pradera —dijo Cassir. Mientras las nubes volaban tierra adentro, vi una bruma de monedas cayendo sobre la ancha superficie parda—. Las engulle. La tormenta, esa gran tormenta que preocupa tanto a nuestro capitán, alimenta la pradera.

—Salap nos los dijo —puntualizó Shatro, pestañeando en medio de la niebla y la lluvia de discos pardos.

—Sí, pero hay algo más. Fabrica gran cantidad de comida, que podemos aprovechar en parte. Petain hace criaturas marinas bastante indigestas, pero parece alimentar la pradera... si la tormenta está realmente viva, y pertenece a Petain, como cree Salap.

—¿Cómo podría estar viva? —preguntó Shatro.

La lluvia se convirtió en diluvio.

—¡Corramos a cubrirnos! —gritó Cassir.

Nos reunimos con Randall y Thornwheel en la cabaña, escuchando la lluvia, que sonaba como una estampida de animales. Thornwheel preparó una especie de té con piel de la pradera recogida cerca de la playa. Explicó el proceso mientras el agua hervía.

—La desollamos con cuchillos, cortamos una lámina del tamaño de una manta, nos la llevamos, la troceamos y dejamos secar los trozos. Aquí fuera nada se seca. Un retazo similar crece en la pradera al día siguiente. Asombrosos complejos de polisacáridos, y duplicación rápida. —Echó el agua sobre las «hojas» de piel y me entregó una taza—. Adelante —dijo inexpresivamente. Thornwheel parecía lo opuesto de Cassir. Apuesto, un poco adusto y triste.

Las mujeres del Vigilante tendrían ahora más donde escoger, y ofrecerían sus golosinas y dedicarían sus atenciones médicas a los nuevos hombres.

Sobre todo Shirla. ¿Qué me importaba?

Bebí el té cautelosamente. Era lodoso y espeso, como un caldo con levadura.

—Si metes dentro unas monedas, ya tienes almuerzo —comentó Cassir con entusiasmo—. Cuando vayamos a Jakarta a presentar nuestros informes, seremos famosos. En Petain hay comida para alimentar a millones.

—Si Lenk lo permite —dijo Shatro.

—No le vendría mal un condimento —comentó Randall.

El chubasco cesó a los veinte minutos, y las nubes se retiraron descubriendo la brillante luz del sol. La tormenta había desaparecido de nuevo, como siguiendo un camino habitual.

10

El Vigilante zarpó al anochecer del día siguiente. El capitán se alegró de alejarse de Wallace. Caminaba por cubierta mientras conversaba con Salap, en ocasiones acompañado por Thornwheel o Cassir. Mi ascenso a ayudante de investigación aún no contaba con la aprobación de Salap. El segundo oficial seguía dándome órdenes, y yo permanecía con la guardia de estribor, trabajando duramente de sol a sol.

Al atardecer la mayoría de los tripulantes descansaban antes de la cena. Los vientos eran leves, y la tormenta que preocupaba al capitán, y que según Salap estaba viva, parecía haberse desvanecido para siempre. El aire era fresco, y un mar que parecía espuma de cerveza acompañaba nuestras palabras con un susurro. Reflexioné sobre la descripción que había hecho Cassir de las membranas de mar, que burbujeaban extrayendo oxígeno del agua, completando un ciclo respiratorio de dos fases.

Shirla estaba junto a la borda, procurando no estorbar a los de la guardia nocturna de babor, que reparaban una grieta en la cangreja de popa. La xyla de los árboles-catedral se rajaba al cabo de varios años en el mar. El Vigilante tenía diez años, y muchos de sus mástiles y vergas estaban ceñidos con sogas para impedir que las grietas se abrieran más.

Me senté junto a Shirla, la espalda contra la borda. Ella no se alejó, como yo había temido. Me sonrió, al parecer reconciliada conmigo.

—Ya ha comenzado —dijo.

—¿Qué? —pregunté.

—La formación de parejas.

—No se lo digas a Soterio.

—Es un juego. No puedes detener la vida, ni siquiera en el mar.

—Supongo que no.

—Talya siente atracción por el velero, pero es un hombre casado. Aunque eso no los detendrá si pasamos más de un día en tierra. A ella le gusta su voz. Hacen buena música juntos.

Other books

The Devil Has Dimples by Phillips, Pepper
A Captive's Submission by Liliana Rhodes
The Haunting by Joan Lowery Nixon
In Pieces by Nick Hopton
Code 61 by Donald Harstad
A Knight of Honor by O'Donnell, Laurel
Deadly Justice by Kathy Ivan
Othello Station by Rachael Wade