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Authors: Clive Barker

Tags: #Terror

Libros de Sangre Vol. 1 (42 page)

BOOK: Libros de Sangre Vol. 1
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¿Qué me hizo saber que me hablaba de Jacqueline? A lo mejor el que me hubiera reconocido entre el gentío, como si ella estuviera en alguna ventana ordenando que le llevaran hasta allí a sus admiradores, igual que un comensal escogiendo su langosta del acuario. A lo mejor también la forma en que le brillaron los ojos, sin miedo, al encontrarse con los míos, porque el miedo, como el éxtasis, sólo lo sentía en presencia de una criatura en este mundo cruel. ¿No pudo ocurrir también que yo me viera reflejado en su aspecto de delincuente? Conocía a Jacqueline sin duda alguna.

Sabía que yo estaba fascinado, porque en cuanto vacilé se dio la vuelta con un ligero encogimiento de hombros como diciendo: perdiste tu oportunidad. «¿Dónde está?» inquirí cogiéndolo por un brazo tan delgado como una ramita. Señaló con la cabeza calle abajo y lo seguí, tan estúpido de repente como cualquier idiota del tropel. La calle se vaciaba a medida que avanzábamos, y las luces rojas dieron paso a la penumbra primero y luego a la oscuridad. Si no le pregunté una vez a dónde nos encaminábamos, se lo pregunté una docena, pero prefirió no contestar hasta que llegamos a una puerta estrecha de una casa estrecha de una callejuela de la anchura de una cuchilla de afeitar. «Aquí estamos», anunció, como si aquel tugurio fuera el palacio de Versalles.

En la casa, que por lo demás estaba vacía, había una habitación con una puerta negra en lo alto de dos tramos de escaleras. Me empujó hacia ella. Estaba cerrada.

—Mire —me propuso—. Está dentro.

—Está cerrada —repliqué.

Tenía el corazón a punto de estallar: estaba cerca; seguro, sabía que ella estaba cerca.

—Mire —volvió a decir, y me indicó un pequeño agujero en el entrepaño de la puerta.

Devoré la luz que salía por él, apretando el ojo para verla por el agujerito. El pequeño cuarto estaba vacío, salvo un colchón y Jacqueline. Yacía con los miembros extendidos, las muñecas y los tobillos atados a gruesos postes clavados en el suelo en las cuatro esquinas del colchón.

—¿Quién hizo eso? —pregunté sin apartar los ojos de su desnudez.

—Ella lo quiere —replicó—. Es deseo suyo, eso quiere.

Había oído mi voz; irguió la cabeza con cierta dificultad y miró directamente a la puerta. Al mirarme ella, todos los pelos de la cabeza se me erizaron, lo juro, en señal de bienvenida, y ondularon a su voluntad.

—Oliver —llamó.

—Jacqueline.

Pronuncié su nombre dándole un beso a la madera. Todo su cuerpo hervía; su sexo afeitado se abría y cerraba como una planta exquisita, púrpura, lila y rosa.

—Déjeme entrar —le pedí a Koos.

—No sobrevivirá a una noche con ella.

—Déjeme entrar.

—Es cara —me previno.

—¿Cuánto quiere?

—Todo lo que tiene. La camisa que lleva puesta, el dinero, las joyas; luego será suya.

Quería echar la puerta abajo o romperle uno a uno los dedos manchados de nicotina hasta que me diera la llave. Él adivinó mis pensamientos.

—La llave está escondida —advirtió— y la puerta es resistente. Tiene que pagar, señor Vassi. Además, usted quiere pagar.

Era cierto. Quería pagar.

—Quiere darme todo lo que ha tenido alguna vez, todo lo que ha sido. Quiere irse con ella sin que nada lo retenga. Ya lo sé. Así es como van todos a ella.

—¿Todos? ¿Son muchos?

—Es insaciable —dijo sin entusiasmo. No era presunción de chulo; por el contrario, constituía un sufrimiento para él, según comprendí claramente—. No paro de traérselos y de enterrarlos.

Enterrarlos.

Ésa, supongo, es la tarea de Koos: deshacerse de los muertos. Y después de esta noche me pondrá encima sus manos de uñas esmaltadas; me arrancará del lado de Jacqueline cuando esté reseco y le sea inútil y encontrará algún pozo, canal u horno en el que echarme. La idea no resulta demasiado atractiva.

Y sin embargo, aquí estoy. Todo el dinero que he sacado de la venta de lo poco que me quedaba, lo he puesto en la mesa que tengo delante, sin dignidad, con la vida pendiendo de un hilo, esperando a un chulo y una llave.

La noche ya está avanzada y no ha sido puntual. Pero creo que está obligado a venir. No por el dinero; probablemente tenga pocas necesidades al margen del rimel y la heroína. Vendrá a negociar conmigo porque ella lo exige y lo tiene tan aterrorizado como a mí. Sí, vendrá. Por supuesto que vendrá.

Bueno, creo que ya es suficiente.

Éste es mi testimonio. No tengo tiempo de volver a leerlo. Ya se oyen sus pasos en la escalera (cojea) y debo irme con él. Dejo esto a quien lo encuentre para que lo use como crea conveniente. Por la mañana estaré muerto y seré feliz. Créanme.

«¡Dios mío —pensó—, Koos me ha engañado!»

Vassi había estado al otro lado de la puerta, había notado mentalmente la presencia de su carne y ella lo había abrazado. Pero Koos no le permitió entrar, pese a sus órdenes explícitas. Entre todos los hombres sólo Vassi debía tener acceso libre, y Koos lo sabía. Pero la había engañado, igual que todos, salvo Vassi. Con él (tal vez) había habido amor.

Se pasaba toda la noche tumbada en la cama, sin dormir jamás. Raramente dormía más de unos pocos minutos, y sólo cuando Koos la vigilaba. Se hería mientras dormía; se mutilaba sin darse cuenta, se despertaba sangrando y chillando, con agujas clavadas por todas partes, agujas que había fabricado con su propia piel y sus propios músculos; parecía un cacto de carne.

Supuso que sería de noche otra vez, aunque resultaba difícil estar segura. En aquel cuarto de cortinas opacas y una sola bombilla por toda iluminación, siempre era de día para los sentidos, y una noche perpetua para el alma. Moriría con dolores en la espalda y en las nalgas, escuchando los lejanos sonidos de la calle, a veces dormitando un poco, otras comiendo de la mano de Koos, siendo lavada, aseada y utilizada.

Una llave giró en la cerradura. Se encorvó sobre el colchón para ver quién era. La puerta se estaba abriendo… Se abría… Se abrió del todo.

Vassi. ¡Dios, era Vassi, por fin! Lo vio cruzar el cuarto y dirigirse hacia ella.

«Esperemos que no sea otro recuerdo —imploró—; por favor, que sea él esta vez, en carne y hueso.»

—Jacqueline.

Pronunció el nombre de su carne, el nombre entero.

—Jacqueline.

Era
él. Detrás, Koos le miraba la entrepierna, fascinado por la danza de sus labios.

—Koos… —llamó intentando sonreír.

—Lo traje —le dijo con una sonrisa, pero sin apartar los ojos de su sexo.

—Un día —susurró ella—. He esperado un día, Koos. Me has hecho esperar…

—¿Qué es un día para ti? —objetó sin dejar de sonreír.

Ya no necesitaba más al chulo, aunque éste lo ignoraba. En su inocencia, creyó que Vassi era sólo un hombre más de los que había seducido en su camino; un hombre a quien esquilmar y despachar, como el resto. Koos estaba convencido de que al otro día seguiría siendo necesario; por eso jugaba limpiamente aquel juego mortal.

—Cierra la puerta —le pidió ella—. Quédate si quieres.

—¿Quedarme? —Su tono era impúdico—. ¿De verdad? ¿Y mirando? Miraba de todas formas. Ella sabía que la observaba por el agujero que había hecho en la puerta; a veces lo oía jadear. Pero esta vez dejó que se quedara para siempre.

Cuidadosamente, Koos sacó la llave, cerró la puerta, deslizó la llave en la cerradura interior y la hizo girar. Lo mató en cuanto se cerró el pestillo, antes de que pudiera darse la vuelta y mirarla de nuevo. No hubo nada espectacular en la ejecución; se limitó a meterse en su pecho de paloma y a aplastarle los pulmones. Koos se desplomó contra la puerta y se deslizó hasta el suelo, manchando la madera con la cara.

Vassi ni siquiera se volvió para verlo morir; ella era todo lo que quería ver.

Se acercó al colchón, se acuclilló y empezó a desatarle los tobillos. Tenía la piel rasgada; la cuerda estaba llena de costras de sangre vieja. Le deshizo los nudos con parsimonia, encontrando una calma que creía haber perdido, la sencilla alegría de estar por fin allí, incapaz de volver, y sabiendo que el camino que tenía delante le conducía hacia ella.

Cuando hubo liberado los tobillos empezó con las muñecas, tapándole la vista del techo al inclinarse sobre ella. Su voz era suave.

—¿Por qué le dejaste que te hiciera esto?

—Tenía miedo…

—¿De qué?

—De moverme. Hasta de vivir. Cada día era una agonía.

—Sí.

Él comprendió perfectamente aquella incapacidad total de existir. Notó que estaba a su lado, desnudándose, y luego depositando un beso en la piel cetrina del estómago del cuerpo que ocupaba. Llevaba la impronta de sus sufrimientos; la piel había sido tensada más de lo que daba de sí y se quedó cubierta de estrías para siempre.

Se tumbó al lado de ella, y la sensación de pegar su cuerpo al de la mujer no le resultó desagradable.

Ella le tocó la cabeza. Tenía las articulaciones rígidas, sus movimientos eran dolorosos, pero quería atraerle la cara hacia la suya. Él entró sonriente en su campo de visión y se besaron.

«¡Dios mío —pensó ella—, estamos juntos!»

Y pensando que estaban juntos, su voluntad se materializó. Bajo los labios de Oliver se disolvieron los rasgos de Jacqueline, que se convirtió en el mar rojo en que él había soñado y se estrelló contra su rostro, que también se estaba disolviendo en el caudal común, hecho de voluntad y de huesos.

Ella lo atravesó con sus pequeños pechos como flechas; él, con la erección agudizada por voluntad de la mujer, la mató con su solo empuje. Revueltos en una sola ola de amor, pensaron en su extinción y, en efecto, se extinguieron.

Afuera, el mundo cruel seguía lamentándose, y la charla de compradores y vendedores se prolongó toda la noche. Finalmente, la indiferencia y la fatiga hicieron presa del más ávido de los mercaderes. Dentro y fuera de las casas reinaba un silencio reparador: era el fin de los encuentros y las despedidas.

Nota acerca del autor

Clive Barker nació el 5 de octubre de 1952 cerca de Penny Lane, Liverpool. Después de ir a la escuela en esa ciudad, entró en la Universidad de Liverpool para estudiar Literatura inglesa y Filosofía. A la edad de veintiún años, se mudó a Londres, donde formó una compañía de teatro para representar las obras que estaba escribiendo y trabajó en ese medio como escritor, director y actor. Muchas de estas primeras obras contenían los elementos oníricos, fantásticos, eróticos y terroríficos que se convertirían más tarde en parte de su obra literaria. Las obras que representó fueron
History of the Devil, Frankenstein in Love, Subtle Bodies, The Secret Life of Cartoons
, y una obra sobre su pintor favorito, Goya, titulada
Colossus
. La editorial HarperPrism publicó en un solo volumen titulado
Incarnations
las obras
The History of the Devil, Frankenstein In Love
, y
Colossus
.

Las cualidades imaginativas que eran parte fundamental del trabajo teatral de Clive Barker encontraron su plasmación literaria en forma de historias cortas, a las que empezó a dedicarse al final de sus años veinte. Los primeros relatos publicados forman los tres primeros volúmenes de los
Books of Blood
. Tuvieron un éxito modesto en el Reino Unido, pero con la publicación del libro en los Estados Unidos y la aparición de su primera novela,
The Damnation Game
, empezó a ganarse el favor tanto de los lectores como de los críticos.

Tres volúmenes más de los
Books of Blood
siguieron a los anteriores, publicados en el Reino Unido como
Book of Blood
, Volumes 4-6, y retitulados en Estados Unidos como T
he Inhuman Condition, In the Flesh
, y
Cabal
. En este punto muchos de sus libros estaban empezando a ser traducidos, y actualmente cuentan ya con publicaciones en más de quince idiomas.

En 1987, tras la adaptación de dos de sus historias al cine (
Rawhead Rex
y
Transmutations
), cuyo resultado no le agradó mucho, decidió dirigir una película él mismo. El resultado fue
Hellraiser
, basada en la novela corta
The Hellbound Heart
. La película desarrolló todo un culto a su alrededor y desde entonces ha dado lugar a varios cómics y a tres secuelas:
Hellbound: Hellraiser 2
, dirigida por Tony Randal,
Hellraiser III: Hell on Earth
, dirigida por Tony Hickox, y
Hellraiser: Bloodline
. Clive Barker adaptó también su relato
Cabal
en
Nightbreed (Razas de noche)
, que dirigió él mismo.

Tras la publicación de las novelas
Weaveworld
y
The Great and Secret Show
, aparecieron varias publicaciones relacionadas con su obra: adaptaciones gráficas de su relato
Tapping the Vein
y dos libros de gran formato sobre su trabajo artístico titulados
Clive Barker: Illustrator, Volume I and II
.

Sus siguientes obras fueron la fantasía épica Imajica y una fábula infantil ilustrada titulada
The Thief of Always
, una línea de comics de superhéroes para Marvel llamada
Razorline
, y una exposición personal en la Bess Cutler Gallery de New York. Clive fue productor ejecutivo del conocido film
Candyman
, dirigido por Bernard Rose, basado en su relato
The Forbidden
, y de
Candyman 2: Farewell to the Flesh
, dirigida por Bill Condon. Recientemente, ha publicado
Galilee, Everville
, la secuela de
The Great and Secret Show
, el
Second Book of the Art
, y
Sacrament
, una fantasía oscura para todas las edades. Su proyecto cinematográfico más reciente es
Lord of Illusions
, que escribió, dirigió y coprodujo. Entre los últimos proyectos en los que ha participado se encuentra una animación basada en
The Thief of Always
, una miniserie sobre
Weaveworld
; un juego para pc titulado
Extosphere
y una fantasía para niños titulada
Abarat
, cuyos derechos cinematográficos ha adquirido Walt Disney.

Aunque Clive se ha mudado a Los Angeles y está actualmente implicado en varios proyectos para la pequeña y la gran pantalla, su pasión siguen siendo los libros. Entre sus influencias literarias menciona las obras de Edgar Allan Poe, Ray Bradbury, Herman Meville, William Blake, Will Burroughs, Arthur Machen y tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. Acerca de sí mismo, Clive afirma que su entusiasmo como artista no radica en ningún medio en particular, si no en el acto de imaginar. Sus libros, películas, pinturas y obras de teatro, aunque pueden parecer muy dispares en contenido, muestran diferentes partes del mismo paisaje, el mundo sus dos orejas, y la motivación que le mueve a escribir y a dibujar son las imágenes y escenas que se elevan desde su subconsciente, sin avisar, dramatizando elementos de su yo más profundo.

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