Authors: Schätzing Frank
—Lynn, ¿va todo bien?
Ella negó con la cabeza, sin fuerzas.
—¿Dónde estás?
—En la nave. Yo... he puesto en marcha el
Charon.
—¿Qué tienes ahí?
—Me voy... Me llevo... la bomba lejos de aquí. —Julian vio revolotear los párpados de su hija y su cabeza caer hacia adelante—. Ella consiguió subir a bordo una segunda bomba, ella o... Carl, no lo sé.
—¡Lynn!
Las manos de Julian se crisparon en torno a la consola. Con el retraso de un veneno de serpiente, se fue filtrando en su consciencia el conocimiento sobre lo que estaba sucediendo en esos segundos. El lugar donde se ocultaba la segunda bomba. ¡Por supuesto! De una forma espantosa, tenía perfecto sentido. Aquello no era sólo un golpe contra los estadounidenses, ¡era un ataque contra la navegación espacial!
—¡Lynn, no puedes hacer eso! —la apremió él—. ¡Trae el
Charon
de vuelta! ¡No puedes hacerlo!
—Tienes que detenerla —susurró ella—. Dana..., es Dana Lawrence. Ella es la... cómplice de... Han...
—¡Lynn! ¡No!
—Lo siento, papá. —Sus palabras apenas se entendían, eran como un último aliento—. Lo siento muchísimo.
La nave espacial se desacopló. Las poderosas garras de acero que unían a la nave con la esclusa se abrieron y liberaron el
Charon.
Poco a poco, la nave se dirigió al espacio abierto.
La voz de Julian penetraba en su oído. Pronunciaba su nombre una y otra vez, como fuera de sí.
Lynn se tumbó de espaldas.
«Ah, esto no tiene sentido, de espaldas.» Estaba en la ingravidez. Todo era una cuestión de perspectiva, tal vez sí que estuviera tumbada de espaldas, o boca abajo. Tal vez estuviera de costado, claro que estaba de costado, todo al mismo tiempo, pero desde ese ángulo podía ver la bomba, que flotaba sobre ella y giraba lentamente.
El monitor se borró ante sus ojos.
8.47.
No, no era un ocho. ¿No era un cero? ¿0.47?
0.46.
¿Cuarenta y seis minutos? Minutos, claro, ¿qué otra cosa podía ser? ¿O serían segundos?
¡Muy poco tiempo! Tenía que darle más impulso a la nave.
¡Impulso!
Ante sus ojos pasaron flotando unas bolitas rojas, algunas muy pequeñas, otras un poco más grandes, como canicas. Cogió una, la frotó entre los dedos y de repente se dio cuenta de que aquella ristra de cuentas salía de su pecho. Sentía en él cierta pesadez que devoraba su fuerza y limitaba sus movimientos; se sentía, además, terriblemente cansada, pero no podía dejarse vencer por el desmayo. Tenía que acelerar la nave para poner distancia entre ella y la OSS. Y luego, cuando estuviera a una distancia segura, soltaría la bomba. De algún modo lo haría. La tiraría por la borda. O se protegería en el módulo de aterrizaje y desacoplaría la unidad de vivienda con la
mini-nuke.
Luego regresaría.
Algo por el estilo.
Como las agallas de un pez, se abrían y se cerraban sus mandíbulas. Angustiada, bombeó aire dentro de sus pulmones y se dio la vuelta.
—¡Haskin! —exclamó Julian.
Había marcado el número de la terminal, pero no recibía respuesta alguna. Ahora hablaba con el jefe general de la sección de tecnología. En realidad, Haskin tenía la noche libre, pero, dadas las circunstancias, se había mostrado dispuesto a asumir la gestión del equipo de emergencia. Desafortunadamente, estaba en el Torus 5, en la última planta de la OSS, lejos del puerto espacial.
—Dios mío, Julian, ¿qué...?
—¡Peine toda la estación! Busque a Dana Lawrence y arréstela. ¡Tal vez esté en la terminal!
—Un momento. No entiendo...
—¡No me importa si lo entiende o no! Busque a Lawrence, esa mujer es una terrorista. En la terminal nadie responde. Y detenga el
Charon.
¡Deténgalo!
Julian dejó la cara perpleja y alarmada de Haskin en la pantalla y regresó a la escotilla de la cabina.
—¡Ábrete!
Lawrence se quedó mirando los controles, oprimiendo el cañón del arma contra la sien del astronauta, al tiempo que escuchaba la comunicación por radio. Lo había escuchado todo, hasta la última palabra. La conmovedora conversación entre Lynn y su padre, los gritos patriarcales de Julian. Lynn parecía estar herida, le había acertado a aquella miserable aguafiestas. Por lo menos, un mínimo consuelo, aunque muy pronto llegarían los hombres de Haskin.
—Cierra los accesos al Torus —ordenó la mujer.
—No es posible —jadeó el astronauta.
—¡Claro que lo es! Sé que es posible.
—Usted no sabe una mierda. Puedo cerrar los accesos, pero no sellarlos. Ellos llegarán aquí, le venga a usted bien o no.
—¿Qué pasa con el deslizador?
—El
Charon
está todavía demasiado cerca. ¡Se lo juro, es la verdad!
Entonces había que hacer las cosas de un modo diferente. No necesitaba la esclusa exterior. El deslizador contaba con escaleras de emergencia, no importaba dónde estuvieran aparcados esos chismes, sólo tenía que conseguir llegar, de algún modo, al anillo exterior y echar mano de uno de ellos. Aquel pedazo de carne tembloroso ya no podía ayudarla, pero tal vez necesitara al tipo en otro momento. Lawrence lo golpeó nuevamente con el arma en la cabeza y dejó aquel cuerpo que caía hacia adelante a merced de sí mismo, mientras ella se dirigía a los armarios donde se almacenaban los cascos.
Julian estaba nervioso y preocupado. Se golpeó en la cabeza y en los hombros cuando entró disparado a través del Torus 1, en dirección al pasillo que conducía hasta la terminal; trataba de ganarse a sí mismo la carrera, y eso no era bueno. Nunca antes había percibido como largos los trayectos a través de la estación espacial, pero ahora le parecía como si no se moviera del lugar, y constantemente chocaba con algo.
Sentía un miedo espantoso.
Era como si la vida se le escapara del cuerpo. Su voz se había vuelto cada vez más entrecortada y débil, debía de estar herida, herida de gravedad. Pero lo peor era que había pocas posibilidades de que Haskin pudiera hacer retornar el
Charon.
Aquello no era un astronauta a la deriva, sino una nave espacial enorme, y si Lynn...
«Oh, no —pensó—. Por favor, no. No enciendas los motores de ignición.»
«¡Lynn! Por favor, no enciendas los...»
...motores de ignición.
Una y otra vez tuvo que luchar contra la oscuridad que se le venía encima, por oleadas, mientras sus dedos lo palpaban todo, pero, dado que no veía nada, tampoco había mucho en la pantalla táctil que se pudiera accionar. Sabía que aún estaba demasiado cerca de la OSS. El margen de seguridad debía ser considerablemente mayor, de lo contrario se corría el peligro de que la salida de los gases de combustión dañara partes de la estructura. Aun con la mejor voluntad, ya no recordaba qué tiempo restante le había indicado la pantalla de la
mini-nuke,
sólo sabía que era muy poco, ¡demasiado poco!
Lynn tosió. A su alrededor, hermosas y exóticas, flotaban las centelleantes y rojas perlas de su sangre. La ingravidez tenía la ventaja de que una, en realidad, jamás se desplomaba al suelo, no se necesitaba energía alguna para mantenerse en pie, de modo que, en esos segundos, su organismo movilizó una última e imposible reserva de fuerza. Su visión se despejó. Decididos, sus dedos, hasta el momento tan vacilantes y extraviados, se pusieron en marcha, se estiraron y se doblaron. Unas indicaciones se iluminaron, una voz suave y automática comenzó a hablar. Lynn forzó su cuerpo a sentarse en el sillón del piloto, pero ya no tuvo fuerzas para fijar el cinturón. Sólo consiguió iniciar el proceso de aceleración.
La hija de Julian extendió el brazo derecho. La punta de su dedo índice aterrizó suavemente sobre la superficie lisa de la pantalla táctil, y entonces las turbinas se encendieron y desarrollaron el máximo de impulso. Lynn fue comprimida contra el asiento y perdió el conocimiento.
El
Charon
salió disparado.
Salir del Torus. A través de una de las pasarelas interiores. Avanzar hasta uno de los enormes pilares de barrotes que formaban la columna vertebral de la OSS, trepar por él hasta el puerto espacial y luego dejar listo para el despegue uno de aquellos deslizadores, desacoplarlo y poner rumbo a la Tierra. Aquellos aparatos funcionaban más o menos como los viejos transbordadores espaciales, a los que se asemejaban por su aspecto exterior, sólo que tenían, a diferencia de sus predecesores ya retirados de circulación, una amplia reserva de combustible, por lo que, una vez entrara en la atmósfera terrestre con el vehículo secuestrado, podría dirigirlo hacia cualquier parte del mundo y aterrizar allí donde no pudieran encontrarla.
Ése era el plan.
Lawrence se dirigió flotando hacia una de las dos pasarelas, mientras su traje comprobaba los sistemas de soporte vital y verificaba la correcta colocación del casco. Detrás de la escotilla cerrada había un túnel de cortas dimensiones, una esclusa móvil cuyos segmentos estaban recogidos en sí mismos. En cuanto el ascensor llegara al interior del Torus, ella haría que desplegaran toda su longitud y acoplaría el Torus con la cabina, de modo que los tripulantes pudieran pasar de allí a la estación, tal y como había sucedido a su llegada. Rápidamente abrió la escotilla. También el extremo opuesto de la esclusa estaba cerrado herméticamente y provisto de una ventana redonda empotrada en el centro, a través de la cual, gracias al resplandor de la iluminación exterior, podía verse el centelleo de los cables del ascensor.
Ella había sido más rápida que Haskin. Ya no necesitaba al astronauta inconsciente. Sólo le faltaba bombear el aire fuera de la esclusa, abrirla y salir, sin que ninguno de aquellos idiotas pudiera detenerla. Con el arma lista en su funda, entró en el túnel.
Julian salió volando del pasillo, se golpeó contra el techo e, ignorando el dolor, miró con expresión frenética en todas direcciones. Una persona pasó por debajo de él. Sus ojos abiertos miraban a la nada, algo de líquido se perlaba al salir a través de un agujerito en su frente. Allí donde el vientre del Torus se curvaba ligeramente, circulaba con lentitud un segundo cuerpo, pero era imposible decir si estaba muerto o inconsciente. Julian tomó impulso, se deslizó muy pegado al techo y miró hacia el interior, donde vio, justo debajo de él, una escotilla abierta.
Desde allí partía una de las pasarelas.
¿Lawrence?
La ira, el odio, el miedo, todo se mezclaba en él. Julian se colocó de cabeza, salió disparado hacia el interior de la esclusa y entonces tropezó con alguien vestido con traje espacial, alguien que estaba a punto de pulsar el mecanismo de bloqueo. Orley la apartó bruscamente de los controles y la lanzó al interior de la esclusa. Reconoció claramente el rostro de Dana, su expresión de madona sorprendida. Llevaba todavía levantado el visor de protección frente a los rayos UVA. A continuación, sus cuerpos chocaron contra la escotilla exterior, fueron lanzados hacia atrás y dieron vueltas en dirección al Torus. Lawrence manoteaba en busca de algo a lo que agarrarse, pero fue a estrellarse contra la pared del túnel; luego se impulsó y partió en dirección a él. Julian vio su puño acercarse volando y trató de evadirlo, pero fue en vano. Una galaxia explotó en su cabeza. Fue lanzado a la deriva, remó con los brazos y luchó por recuperar el control. Lawrence lo siguió. El segundo golpe le rompió el tabique nasal. «Deberías haberte puesto un casco, maldito idiota.» Pero ahora era demasiado tarde. Una neblina roja y negra se formó ante sus ojos. Con gran dificultad, consiguió aferrarse a una de las manijas y pateó a ciegas, golpeó el casco de Lawrence e hizo que la mujer empezara a girar vertiginosamente.
—¿Qué has hecho con Lynn? —gritó Orley—. ¿Qué has hecho con mi hija?
Su odio explotó. Una vez más, le propinó una patada, esta vez con la mano aferrada a la manija. Lawrence salió despedida, alejándose en un torbellino, quedó de cabeza, se recuperó, se abalanzó de nuevo sobre él y lo agarró por los hombros. Pero un instante después Julian se alejó volando. Como la bola de un
pinball,
fue rebotando contra las paredes del túnel y finalmente fue arrastrado fuera de la esclusa.
¿Dónde estaba Haskin? ¿Dónde estaba el maldito dispositivo de prevención?
Lawrence se acercó al panel de control. Pretendía cerrar la esclusa, dejarlo encerrado allí. ¿Qué se traía entre manos? ¿Quería salir? ¿Para qué? ¿Qué haría allí fuera?
¿Largarse?
La sangre se estancaba en su nariz, la cabeza le vibraba como una campana cuando, en el último segundo, logró pasar de vuelta a la esclusa y agarrar el brazo de Dana Lawrence. Los dedos de la mujer no consiguieron alcanzar el mecanismo de cierre. Sin soltarla, expuesto a un bombardeo de golpes que ella le lanzaba con su mano libre, la arrastró de vuelta atrás. Ambos comenzaron a girar y chocaron contra la escotilla exterior. Julian miró brevemente a través de la ventana redonda las luces brillantes del lado opuesto del enorme módulo en forma de anillo, los cables que pasaban por el centro. Y cuando faltaban pocos minutos para que llegaran las cabinas, Lawrence le clavó una rodilla en el estómago.
De repente se sintió mal. Le faltaba el aire. Soltó el brazo de la mujer y recibió un golpe que lo lanzó contra la pared. Julian se aferró a las barandillas. Dana Lawrence se alejaba erguida de la escotilla exterior, y entonces se volvió hacia él. Su diestra se desplazó en dirección al muslo y sacó algo de una funda, algo similar a una pistola plana.
Había perdido.
Aturdido, Julian ladeó la cabeza. No era posible que aquello terminara así..., de ningún modo. Su mirada se posó en una compuerta que estaba oculta en la pared situada justo a su lado. Necesitó un segundo para recordar su función o, más exactamente, lo que había detrás de ella. Y entonces sintió el escalofrío del conocimiento.
Manual de la OSS, letra V: «Voladura de los pernos: En caso de emergencia puede que sea necesario volar la escotilla exterior de una esclusa, independientemente de que en su interior se haya creado o no un vacío. Esta medida podría ser necesaria si se atascara o quedaran aprisionadas la cubierta de la escotilla o su manto exterior en el cuerpo de la cabina del ascensor espacial o en el de una nave en plena maniobra de atraque, con lo que impediría el despegue o el aterrizaje. Sobre todo debe hacerse cuando haya vidas humanas en juego. En caso de una voladura, se debe prestar atención a que la parte del canal de la esclusa que da a la zona habitacional esté cerrada y la persona encargada de detonar la carga lleve su traje espacial y esté asegurada a la pared de la esclusa.»