Authors: Schätzing Frank
«Yo no estaría tan seguro de eso», pensó Jericho.
—Necesitaría una lista de los participantes oficiales en esa cumbre —dijo el detective—. Si es que existe.
—Se la enviaré. Dígame su dirección de correo electrónico.
Jericho le proporcionó sus datos al hombre y luego le dio las gracias y prometió que lo mantendría al corriente de las novedades. Entonces puso fin a la conversación y miró a Yoyo.
—¿Qué opinas?
—Un encuentro en el que participan representantes de alto rango de diversas empresas petroleras —dijo ella en tono pensativo—. Y de forma no oficial. Ruiz no se queda hasta el final. ¿Por qué se marcha?
—Puede que se sintiera indispuesto. Ésa sería la explicación inofensiva.
—Y ésa nosotros no nos la tragamos.
—Por supuesto que no. Se marchó porque llegó a la conclusión de que todo aquello no conducía a ninguna parte, o porque no quería ser corresponsable de lo que allí se acordaba.
—Pero si hubiera estado furioso, se lo habría comentado a su gente o a su mujer, y en lugar de ello, guardó silencio.
—Se sentía amenazado.
—Temía que pudieran acallarlo debido a que no quería tirar con ellos de esa cuerda.
—Y eso fue lo que ellos hicieron, por lo que parece.
—¿Y quiénes son ellos?
—Sí —dijo Jericho, frunciendo los labios—. Nosotros pensamos lo mismo, ¿no?
Esa noche, Yoyo se quedó en su casa, aunque no sucedió nada más allá de que bebieron juntos una botella de vino y de que él la abrazó sorprendido de querer tan sólo consolarla: un chica que veía superadas sus fuerzas en el proceso de hacerse adulta, una mujer inteligente, con talento, preciosa, una mujer que, ya a sus veinticinco años, había metido algunas cuñas en el blindaje del Partido que habían hecho que este último se sintiera inseguro, pero que, al mismo tiempo, había conservado el comportamiento de una adolescente, un fatigoso e inmaduro espíritu de mocosa que era tan poco erótico como cualquier esfuerzo concentrado en contra de la biología para no crecer. A Jericho le parecía que Yoyo quería seguir viviendo eternamente en la adolescencia, todo lo que fuera necesario hasta que las circunstancias se acomodaran para garantizarle una juventud más apacible de la que había tenido. Él, sin embargo, no quería nada más que borrar esa fase de su vida, los tristes años del tránsito de la niñez a la adultez. No era de extrañar que ninguno de los dos sintiera lo que deberían sentir, tal y como lo había expresado Yoyo.
Él reflexionó sobre ello, y de repente, de manera totalmente inesperada, se sintió más ligero.
Había alguien más con ellos en la habitación. Ese alguien levantó la vista y, de pronto, el chico tímido y tantas veces herido se vio agazapado en la luz crepuscular del loft, vio sus dedos deslizándose por el cabello de Yoyo. Atontada por el vino tinto y la preocupación, ella tenía la vista perdida al frente, mientras que al chico le afloraban a los ojos unas lágrimas de decepción por el hecho de que las chicas como ella sólo abusaran de los que eran como él únicamente para charlar. Su nariz, que se había hinchado prematuramente como avanzadilla de una pubertad rezagada, siempre había sido demasiado grande para su cara todavía aniñada. Sus cabellos habrían necesitado un buen lavado, y, por supuesto, seguía llevando la ropa que llevaba todos los días, un hombre que amaba a todos y todo más que a sí mismo. Cuánto detestaba Jericho a aquel pequeño gilipollas que no entendía por qué el hombre adulto no le hacía ninguna declaración amorosa a la chica que estaba ahora en sus brazos y que podría tener para sí, que no entendía por qué ya no la deseaba. Porque la había deseado alguna vez, ¿no?
¿La había deseado?
Jericho vio al chico sentado allí, sintió su miedo paralizador, ese miedo que lo corroía, miedo a no dar la talla, a fracasar, a ser rechazado. Y de repente dejó de odiarlo. En su lugar, decidió abrazarlo también a él, al chico, le dio su absolución y le aseguró que él no tenía la culpa de nada, de nada. Al mismo tiempo, le dio fe de su compasión. Lo familiarizó con la necesidad de que desapareciera de una vez por todas de su vida, ya que, físicamente, hacía rato que lo había hecho, y le prometió que en algún momento ambos hallarían el sosiego.
El chico palideció.
Regresaría, eso estaba claro, pero al menos se habían reconciliado por esa noche. El mundo se volvió entonces más palpable y colorido. Hacia el amanecer, cuando Yoyo roncaba ligeramente sobre su barriga, con un sonido melodioso y conciliador, él no había podido dormir ni un segundo, pero, así y todo, no estaba en absoluto cansado. Con cuidado, alzó un poco el torso, se deslizó fuera del sofá y se dejó caer de nuevo en él. Ella refunfuñó, se volvió hacia un lado y se acurrucó. Jericho la contempló. Tenso, se preguntó quién sería la persona que saldría a la luz el día que ella se quitara el atuendo de la eterna adolescente. Alguien muy excitante, supuso. Yoyo se convertiría en una mujer adulta y sería muy feliz. Sólo que aún no lo sabía. Sería capaz de sentirlo todo, no lo que debía, no lo que quería, sino, simple y llanamente, lo que sintiera en cada momento.
Faltaba poco para las nueve. Jericho sacó su teléfono móvil, fue hasta la cocina y preparó un café bien cargado. Ahora sabía lo que tenían que hacer para pillar a esos cerdos.
Era hora de hacer una llamada.
—He pensado en tu oferta —dijo el detective.
—Oh. —Patrice Ho parecía sorprendido—. No contaba con saber de ti tan pronto.
—Algunas decisiones se toman de forma rápida.
—Owen, antes de que digas nada... —Ho vaciló—. Perdona si me he comportado de manera inapropiada. No quería ponerte bajo presión; tienes que creer que no doy abasto.
—Y yo quiero creer que no lo das —dijo Jericho—. En interés de la causa. De modo que seguiré ayudándote en el tema de la pederastia.
—¡Eres un...! —Una breve pausa—. ¡Eres un amigo! ¡Un verdadero amigo! Estoy más en deuda contigo que nunca.
—Bien, pues en estos momentos necesito retirar cierta cantidad de mi cuenta de buen crédito, el que me dará tu informe.
—¡Y yo estaré encantado de poder ayudarte!
—Espera. Tal vez no te guste mucho.
—Cuento con eso de antemano —dijo Ho secamente.
—Bien, presta atención. En la última semana de agosto de 2022 tuvo lugar en Pekín, o más bien en el centro de congresos de Sinopec, en el distrito de Chaoyang, un encuentro de multinacionales petroleras. La lista de los participantes te la haré llegar de inmediato. El último día de la cumbre, la noche del 1 de septiembre, algunas de esas personas se reunieron de forma no oficial en el distrito de Shunyi. No sé quién participó en el encuentro, pero parece ser que fue un círculo muy ilustre. Tampoco sé dónde tuvo lugar ese encuentro.
—Y eso es lo que debo averiguar. Entiendo —dijo Ho, e hizo una pausa—. Suena a investigación de rutina. ¿Qué es lo que puede no gustarme del asunto?
—La segunda parte de mi ruego.
—¿Y cuál es?
—Eso puedo decírtelo cuando tenga la respuesta a la primera parte.
—De acuerdo. Me ocuparé de ello.
Jericho sintió que la sangre volvía a fluir por sus venas. ¡El perseguido se había convertido en perseguidor! Con una tensa expectación, echó una ojeada a sus correos electrónicos y vio que el hombre de Repsol le había enviado un programa completo de la cumbre. Comprobó que, en efecto, todos los que se habían reunido en Pekín, representantes de casi todos los grupos empresariales que desempeñaban o habrían desempeñado algún papel en el negocio del petróleo y el gas, eran casi todos directores estratégicos.
El detective repasó la lista y se quedó perplejo.
¡Por supuesto! Era de esperar. Y no obstante...
Rápidamente reenvió los documentos a Ho, echó un vistazo hacia donde estaba Yoyo, que dormía profundamente, se sentó de nuevo en la banqueta de la cocina y empezó a elucubrar teorías.
De repente, todo encajaba.
A última hora de la tarde Yoyo ya se había marchado, soñolienta, pero no sin antes obligarlo a que la pusiera al corriente de las últimas noticias, Patrice Ho lo llamó de nuevo.
—Tres años es mucho tiempo —dijo el policía, esforzándose por añadirle un poco de suspense a sus palabras—, pero posiblemente haya encontrado algo. Aún no puedo decirte quiénes participaron en el encuentro, pero sí, con toda seguridad, dónde se desarrolló el mismo y quién fue el anfitrión.
—¿Fue en una casa particular?
—Correcto. En Shunyi no hay ninguna institución perteneciente a Sinopec, pero el director estratégico del consorcio vive allí, en una gran propiedad. Para divertirnos, le hemos hecho una radiografía, y averiguado que vive claramente por encima de sus posibilidades. Pero, en fin, son muchos los que lo hacen. Su nombre es Joe Song. Él representó a Sinopec durante la cumbre. ¿Puedes hacer algo con esa información?
—Creo que sí. —¡Un nombre, otro nombre! Ahora todo dependía de que tuviera razón o no—. ¡Gracias! Eso está muy bien.
—Entiendo. Y ahora viene el asunto que no me va a gustar.
—Sí. Tenéis que colaros en el ordenador de Song.
—Hum...
—Puede ser que me equivoque y que ese hombre no tenga nada que ocultar, pero si no es así...
—Presta atención, Owen: lo prometido es deuda, ¿de acuerdo? Pero antes de que lo haga, necesito más información. Tengo que saber hacia dónde nos conducen esas averiguaciones tuyas.
Jericho vaciló.
—Posiblemente conduzcan a salvar el honor del gobierno chino.
—Ajá.
—¿Prometes ayudarme como sea?
—Ya te lo he dicho...
—Bueno, escucha. Voy a darte los antecedentes. Luego te diré qué es lo que tienes que buscar.
Veinte minutos después, cuando estuvo seguro de que el hombre de Repsol se habría tomado su primer café con leche, telefoneó una vez más a Madrid.
—¿Puedo importunarlo un poco más?
—Sí, claro.
—Usted dijo que la por entonces planeada empresa mixta entre Sinopec, Repsol y EMCO había surgido gracias a la iniciativa de alguien. ¿Recuerda quién fue el iniciador?
—Claro. —El tipo le dijo el nombre—. Y también fue él, por cierto, quien organizó la cumbre y propuso reunirse para hablar del asunto en Pekín. A Sinopec le encantó aquello. A los chinos les gusta que el mundo haga negocios en su territorio.
—Gracias. Me ha sido usted de gran ayuda.
El iniciador...
Jericho sonrió con cierto mal humor. Veía a la Hydra estirar sus cuellos, lanzar hacia adelante sus cabezas, mostrar sus garras. El monstruo le siseaba, amenazador, pero aquel imponente cuerpo de serpiente empezaba a retorcerse y a retirarse lentamente.
Esa noche durmió de manera plácida, sin pesadillas.
Al día siguiente hubo un receso en las transmisiones hasta la hora del mediodía. Entonces lo llamó Ho, que, por el sonido de su voz, parecía tan excitado como hacía dos semanas y media, cuando Jericho le comunicó la noticia de que habían capturado a Animal Ma Liping.
—Increíble —exclamó el policía—. Tenías razón.
Los latidos del corazón de Jericho dejaron oír un redoble de tambores.
—¿Qué es lo que habéis encontrado exactamente?
—El símbolo, ese chirimbolo con la serpiente. ¿Cómo se llama el bicharraco?
—Hydra.
—¡Estaba en el ordenador de la empresa de Song! Oculto entre otros programas. Para visualizar sus correos borrados tenemos que acceder al disco duro.
—No hay ningún problema. Tenéis razones suficientes para arrestarlo de manera oficial.
—Owen, eso podría... —Ho tomó aire—. Eso podría perjudicar mis comienzos en Pekín...
—Lo sé —sonrió Jericho—. Pues investigad a fondo al tipo. Os toparéis con datos que parecen ser ruido blanco, pero con la ayuda del símbolo podréis obtener rápidamente un mensaje.
—Te llamaré. ¡Te llamaré!
—¡Espera! —Jericho comenzó a caminar de un lado para el otro, la adrenalina manteniéndolo en movimiento—. Necesitamos a los demás participantes en el encuentro. Se trata, sólo en apariencia, de un complot del ramo, pero en realidad es la conspiración de unos pocos. Y es a ésos a los que debemos pillar. Debemos hacerlo de manera encauzada y rápida, para que nadie tenga la posibilidad de huir. Tal vez consigas sacarle una confesión a nuestro amigo proponiéndole algún trato que rebaje su condena.
—Como que no lo decapiten, por ejemplo —gruñó Ho.
—Qué dices. Pensé que la pena de muerte la habían abolido en el año 2021.
—Y así fue, pero podría amenazarlo con introducirla de nuevo sólo para él. Pronto sabremos quiénes fueron los demás participantes, ¡eso puedes apostarlo!
—Muy bien. Si no habla, entonces debemos corroborar cada coartada individual. Y sé que ésa es una labor ardua.
—En realidad, no. Imagino que a los grupos empresariales les interesa que la verdad salga a la luz. En épocas como ésta, nadie quiere manchar su prestigio.
—Bueno, como sea. Debe ser una acción concertada. Es decir, debéis recabar la participación del MI6 y del servicio secreto de Estados Unidos, así como de los servicios de inteligencia de todos los países afectados. A continuación hablaré con Orley Enterprises, así que prométeme que la policía china no me lo impedirá. Vosotros también os llevaréis vuestra parte de gloria.
—
¡Tú
te llenarás de gloria, Owen!
Jericho guardó silencio.
¿Era lo que quería? ¿Llenarse de gloria? Estaría un poco orgulloso, como había sugerido Yoyo, eso sí. Eso se lo habían ganado, tanto la chica y Tian como él. Pero, aparte de eso, le bastaría con poder dormir tan bien otra noche como la noche anterior.
A primera hora de la tarde, el estratega petrolero Joe Song fue detenido en su oficina, fingiendo no tener ni idea de lo que estaba pasando, al tiempo que los rastreadores de datos iniciaban su trabajo. Del mismo modo que los restauradores iban trabajando a través de las distintas capas de pintura a fin de sacar a la luz el arte más antiguo, fueron sacando ellos del olvido los correos electrónicos borrados de Song, supuesto ruido blanco que, aplicando con pericia el programa descodificador adecuado, daba lugar a un documento cuyo contenido bastaba para mantener en prisión a Song durante el resto de su vida.
No obstante, el directivo lo negó todo. Durante toda una tarde y una noche negó tener nada que ver con los ataques, y afirmó no saber absolutamente nada de una organización llamada Hydra ni de cómo habían llegado al ordenador de Sinopec el símbolo y el mensaje. Mientras tanto, un equipo de la policía estaba en su casa, registrándola bajo los ojos petrificados de la esposa de Song, y allí encontró, en el ordenador privado del empresario, otra Hydra pequeña y pulsante, aunque él siguió negando saber nada del asunto. Tuvo que transcurrir una noche en prisión preventiva, así como dos consultas de Song a sus abogados, para que Patrice Ho, la tarde del 6 de junio, en una habitación insonorizada, le describiera con lujo de detalles al detenido lo miserable que sería su existencia en el futuro, aunque dejándole siempre una puerta abierta en el caso de que lo confesara todo.