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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Romántico

Llámame bombón (3 page)

BOOK: Llámame bombón
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—Mira,
guapo
, yo no ceno con cualquiera, pero ¿qué te has creído tú?

Aquella negativa le hizo redoblar los esfuerzos, y haciendo uso de toda su galantería, murmuró acercándose a ella:

—Pero yo no soy cualquiera. Yo…

—¡Ah, claro! —resopló, alejándose de él—. Tú eres Nicolay Ratchenco, alias
Lobo Feroz
, un endiosado insustancial que cree que todas las mujeres deben caer rendidas a sus pies por la cantidad de ceros a su favor que tiene en la cuenta corriente, ¿verdad? —Sorprendido, no respondió, y ella prosiguió—: Pues mira, chato…, lo siento, pero no soy ninguna desvalida Caperucita Roja. Soy rubia, pero no tonta, y tampoco soy una cazafortunas atontada que correrá desmelenada para cenar contigo. ¿Y sabes por qué? —Él negó con la cabeza—. Porque tengo dignidad, me quiero a mí misma y con lo que gano con mi propio trabajo me sobra y me basta, y…

—Cuando he dicho que yo no soy cualquiera, creo que no me has entendido —cortó, molesto por cómo le hablaba—. Me refería a que yo no soy un desconocido, porque soy el
imbécil
que se ha saltado el semáforo y ha dejado a
tu Arturo
como un acordeón. Al menos, ya soy alguien para ti.

Gema, que esperaba cualquier contestación menos aquélla, sonrió, y apoyándose en su maltrecho y arrugado coche, respondió:

—Mira…, en eso te doy toda la razón. Tú…, tú siempre serás
ése
.

La sinceridad de ella lo desconcertó, aunque, en cierto modo, también le gustó. Y cuando creyó haber conseguido el efecto que él pretendía, la miró y dijo de nuevo con su indiscutible acento ruso:

—Déjame invitarte a cenar.

—Ni lo sueñes.

Él sonrió y, sin darse por vencido, volvió al ataque:

—Es Navidad,
bombón
, y en Navidad…

—Mira, Ratchenco —siseó al mismo tiempo que las piernas le fallaban—, no vuelvas a llamarme
bombón
, y haz el favor de tener respeto por mi persona. No me conoces de nada para que me llames así, ¡y no me gusta!

—Pero…

—No hay peros que valgan —cortó, llevándose la mano a la cabeza. Se estaba mareando—. Rellenemos los papeles y…, y… acabemos con esto de una vez para que pueda marcharme.

—¿Te encuentras bien? —se preocupo él.

Gema le miró con intención de asentir, pero sin previo aviso y descolocando por completo al jugador, puso los ojos en blanco y se desmayó. Nicolay la cogió entre sus brazos y gritando a los del Samur, que llegaban en aquel momento, les hizo correr hasta ellos.

Con los ojos cerrados, Gema notó cómo el calor regresaba a su cara. Empezó a mover lentamente la cabeza de un lado a otro. Estiró los brazos y las piernas; parecía que llevaba siglos encogida. Con parsimonia abrió los párpados y sus claros ojos se fijaron en la lámpara que sobre ella lucía esplendorosa. Extrañada, miró hacia un lado y sus ojos se enfrentaron a una espaciosa habitación en tonos melocotón con muebles claros y alegres.

Sin entender dónde estaba, se sentó en la cama de sábanas claras y revueltas, y casi gritó cuando se vio vestida únicamente con un top rosa y un culote.

Sin tiempo que perder, tiró de las sábanas, se puso de pie y se tapó con ellas mientras oía el silbido de alguien y el sonido de la ducha.

Lo último que recordaba era el golpe con el coche. La nieve. El guapo futbolista famoso. Pero ¿dónde estaba?

Primero se apoyó en la pared y luego comenzó a caminar hacia la ventana. Quizá asomándose al exterior entendería qué hacía allí. Pero al mirar y ver un amplio jardín desconocido para ella, murmuró:

—¿Dónde narices estoy?

—Buenas tardes, bombón —dijo alguien a sus espaldas.

Con rapidez, Gema se dio la vuelta, y su mandíbula se desencajó al ver salir del baño, vestido únicamente con una toalla blanca anudada a la cintura, a…, a…, a…¡Nicolay Ratchenco! ¡El futbolista!

Le vio caminar con soltura por la habitación mientras, sin palabras, observaba cómo las gotas de su pelo resbalaban por su espalda hasta fundirse con la toalla. Sin saber qué decir ni qué pensar, le siguió con la mirada, hasta que de pronto vio que se quitaba la toalla y se quedaba como Dios le trajo al mundo ante ella.

«¡Guau, qué cuerpazo tiene! Ésos sí que son unos increíbles oblicuos».

Tan petrificada estaba por aquella visión que no se pudo mover. Casi no podía respirar, pero disfrutó de lo que le ofrecía sin ningún pudor el futbolista, en tanto la boca se le resecaba por momentos.

—Cariño —dijo él mientras se ponía unos
boxers
negros—, ha llamado tu madre y ha dicho que llegará un poco más tarde.

—¿Mi madre?

—Sí.

—¿Que ha llamado mi madre? —preguntó de nuevo, perpleja.

Nicolay, tras sonreír, se acercó a ella, que reculó interponiendo la cama entre los dos.

—Sí —dijo—. Ha llamado mientras dormías. Por lo visto, ha salido del gimnasio y se va a tomar un café con su amiga Paqui.

Con la cabeza a mil, Gema pensó que debía de tratarse de una broma. Su madre no salía sola de casa si no era con ella, y menos iría al gimnasio. Odiaba hacer gimnasia. Pero antes de que pudiera contestarle a aquel adonis, cuya tableta de chocolate era de la mejor calidad, éste saltó por encima de la cama y, atrapándola contra la pared, dijo mientras acercaba su boca peligrosamente a la de ella:

—¿Te he dicho ya que hoy estás especialmente preciosa y apetecible?

Y sin más la besó. Le devoró la boca con tal vehemencia que Gema sintió que iba a desmayarse. Durante unos segundos perdió la noción del tiempo. Nunca la habían besado así, o mejor ¡nunca se había dejado besar así!

Nicolay era pecaminoso, caliente, morboso, y eso la excitó. Sabía que lo que hacía no estaba bien. Ella no era de ese tipo de chica. Pero su cuerpo, deseoso de ser explorado por él, simplemente se relajó y disfrutó. No obstante, cuando el calor la iba a hacer explotar, le dio tal empujón que Nicolay cayó directamente sobre la cama. A él la situación debía parecerle divertida porque sonrió y le preguntó, mirándola con morbo:

—¿Te has levantado hoy juguetona?

Asustada por cómo la miraba y por lo que aquel tórrido beso le había hecho sentir, agarró con la mano un portarretratos y gritó, dispuesta a tirárselo a la cabeza y a resolver aquello.

—¿Se puede saber qué hago yo aquí medio desnuda, y por qué me has besado así?

Sorprendido, Nicolay la miró y, echándose hacia atrás su mojado y largo pelo claro, murmuró mientras recorría con deleite aquel cuerpo digno de adoración.

—Lo de medio desnuda creo que lo voy a resolver ahora mismo, y tranquila, que te voy a besar todavía mejor. Ven aquí.

—Ni lo pienses —siseó, mirándole con gesto furioso.

Sin darle tiempo a pensar, Nicolay se levantó y de un tirón la atrajo hacia él. Dos segundos después, la tenía tumbada en la cama a su merced. A Gema le faltaba el aire. Pero ¿qué estaba haciendo aquel loco? Y sin pensárselo dos veces, mientras él la besaba con deleite el cuello, abrió la boca y le mordió la oreja.

—¡Ahhhh…! —gritó Nicolay.

La respuesta fue inmediata. El joven cesó y, quitándose de encima de ella, la miró enfadado.

—¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó—. ¡Joder, cariño, me has mordido!

Gema, al verse libre, se levantó de la cama, y entonces se dio cuenta de que todavía llevaba en la mano el portarretratos. Iba a lanzárselo a la cabeza, pero miró antes la fotografía y se quedó de piedra. Era de ella y Nicolay, besándose y ¡vestidos de novios!

—¡Oh, Diossssssssss…! ¡Oh, Diosssssssssss! —gimió, con los ojos como platos.

—Lo sé, cielo…, lo sé —sonrió él, olvidándose del mordisco—. Siempre te ha gustado esa foto de nuestra boda, y cada vez que la ves lloras.

A punto de un ataque de ansiedad, Gema fue a preguntar sobre aquello de «¡nuestra boda!» cuando de pronto se abrió la puerta del dormitorio y su sobrino, David, aquel que adoraba por encima de todo, entró corriendo y gritando, se tiró a los brazos del futbolista.

—Tito…, titooooooooooo, ¿vamos a jugar al fútbol?

Nicolay sonrió y asintió.

—Claro, maestro Pokémon. Estoy esperando a que tu tía se centre, deje de morder y termine de vestirse.

—¿La tita te ha mordido? —preguntó el crío, alucinado.

—Sí, colega. Se ha levantado con hambre de la siesta y casi me come —asintió Nicolay, haciendo reír al niño mientras le dejaba en el suelo.

Ver a su sobrino con aquella expresión de felicidad y el balón debajo del brazo a Gema le puso el mundo del revés. ¿Desde cuándo su sobrino jugaba al fútbol? Durante los últimos años había intentado que el niño jugara con ella a otra cosa que no fueran las maquinitas y nunca lo había conseguido. Pero más que eso lo que la sorprendió fue que aquel enano inseguro se tirara a los brazos de un desconocido y le llamara
tito
. ¿Qué estaba ocurriendo allí? Decidida a acabar con aquella locura, se acercó al crío y le asió de la mano.

—Vamos, David. Regresamos a casa. Esta estúpida broma se ha acabado.

—¡¿Broma?! —preguntaron al unísono Nicolay y el niño.

—Pero bueno, ¡basta ya! —protestó Gema. Y mirando a su alrededor gritó—: ¿Dónde está la cámara oculta?¿Qué hace aquí mi sobrino? ¿Y qué es eso de que te llame
tito
?

—Tita, ésta es nuestra casa y hoy tenemos una fiesta de… ¡Huy, tito, se me ha escapado! —dijo de pronto el niño con cara de susto.

—¿Nuestra casa? ¿Fiesta? ¡¿Tito?! —gritó, perdiendo la paciencia.

Nicolay, con una sonrisa que le indicó al niño que no pasaba nada, le guiñó el ojo, y volviéndose hacia su alocada mujer, dijo:

—Vale, bombón. Me has pillado. Esta noche he organizado una fiesta para celebrar que justamente hoy hace un año que me salté un semáforo en ámbar, dejé como un acordeón a tu
Arturo
y nos conocimos.

La habitación comenzó a dar vueltas, y Gema soltó al niño, que rápidamente se cobijó junto a Nicolay. La joven se sentó sobre la enorme y mullida cama bajo el atento examen del hombre y el niño, que se miraban asombrados. ¿Un año? ¿Se conocían desde hacía un año y ya se habían casado? Levantando la mano derecha se pellizcó el brazo izquierdo, y después, la cara, e incluso se tiró del pelo. Necesitaba sentir dolor para saber que estaba despierta.

Nicolay, preocupado por las extrañas cosas que hacía Gema, se acercó a ella y le retiró con mimo un mechón de la cara.

—Cariño, ¿te encuentras mal? —le preguntó.

Gema levantó la cabeza y le miró directamente a los ojos. ¿Cómo podía estar casada con aquel hombre y no recordar nada? Era Nicolay Ratchenco. Un futbolista ruso, atractivo y sexy. Finalmente, para que dejara de mirarla de aquella manera, la joven le dedicó una sonrisa y murmuró:

—Me duele un poco la cabeza. —Y levantándose de la cama, sonrió también a su sobrino, que seguía cogido de la mano de Nicolay, y dijo—: Creo que me voy a duchar. Una ducha seguro que me viene bien.

Mirando a su alrededor, Gema vio cuatro puertas. ¿Cuál sería el baño? Al fin, optó por la de su derecha, aunque no llegó a abrirla.

—¿Por qué quieres abrir la puerta del armario? —oyó que decía su sobrino.

—¿Hay algún problema por que la abra? —respondió Gema, volviéndose hacia él.

—No, tita, pero la ducha está aquí.

Y soltándose de la mano del futbolista, el crío fue hasta la puerta del baño y la abrió.

—Gracias, listillo —resopló ella, caminando hacia allí.

Nicolay, que observaba la situación, sonrió. Su vida había cambiado gratamente desde que Gema y su familia habían aparecido en su vida. Ella, su mujer, era el centro de su mundo y verla sonreír era lo que más le gustaba. Por ello, y como ya conocía sus caras, al advertir el gesto con el que miraba al niño, optó por coger al pequeño entre sus brazos mientras le decía:

—Vamos, colega. Demos unos toques al balón antes de que comiencen a llegar los invitados. —Y luego, mirando a su mujer, añadió—: Y tú, bombón, ponte guapa, aunque más de lo que eres creo que será imposible.

Entonces, el futbolista le dio un suave beso a la joven en los labios y desapareció de la habitación, dejándola sola y terriblemente desconcertada.

Diez minutos después, y tras una estupenda ducha, Gema regresó de nuevo a la habitación. Aquella estancia era de revista. Grande, espaciosa y decorada con gusto. Atraída como un imán se acercó hasta una chimenea para observar los retratos que había en la repisa. Aquéllas eran fotos de ella y el futbolista en actitud cariñosa ante la Torre Eiffel, el Big Ben y en Las Vegas. Incluso había fotos de su madre y el pequeño.

—No me lo puedo creer —susurró, sentándose en la cama con uno de los retratos en la mano.

Sonó un móvil.
Corazón latino
. «¡Mi móvil!», pensó, y lo cogió rápidamente.

—¡Holaaaaaaa, pichurra!, contigo quería hablar yo.

Gema la reconoció al instante. Era su amiga Elena. Con seguridad ella la ayudaría a aclarar todo aquello.

—Elena…, escucha, yo…

—No, escúchame tú a mí —la interrumpió la otra—: Como vuelvas a decirle al idiota de Luis dónde estoy, te juro que no te volveré a hablar el resto de tu vida. Te dije que no le quiero volver a ver. Que no le quiero oír. Le odio. Me has oído. ¡Le odio!

Sorprendida, Gema preguntó:

—¡¿Luis?! ¿Qué Luis?

—Mira, guapa, que él sea tonto y, como dice la canción de la grandísima Jurado, un estúpido engreído vale…, pero que tú te hagas la tonta me deja sin palabras. —Y sin darle tiempo a contestar, prosiguió—: Sabes que el otro día corté con él y no pienso volver a picar por mucho que me guste o le necesite. Me da igual si es el mejor amigo de tu maridito o…

—¿Mi maridito?¡ ¿Has dicho
maridito
?! —gritó Gema.

Elena, un tanto perpleja, interrumpió su retahíla y afirmó:

—Sí, tu maridito,
usease
, ese con el que te casaste hace unos seis meses, que está más bueno que un Donuts bombón y que te tiene en palmitas consiguiendo que todas tus amigas, entre las que me incluyo, te odiemos cada día más.

Cerrando los ojos, Gema gimió. Pero ¿qué estaba ocurriendo? ¿El mundo se había vuelto loco?

Elena, al oír cómo su amiga murmuraba a través del teléfono, le preguntó:

—¿Se puede saber qué te pasa ahora con tanto murmullo?

—No sé quién soy…

—Sí, claro…, y yo me llamo Beyoncé —se mofó.

—No sé quién es él… No sé qué hago aquí… No recuerdo haberme casado con él.

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