—Este vestido te sienta maravillosamente bien.
Aquella voz. Aquel acento. Aquella intimidad hizo que se pusiera como un tomate. Él sonrió. Le encantaba ver cómo su mujercita, aun habiendo pasado algo de tiempo, seguía sonrojándose en ocasiones cuando se acercaba a ella. Y dispuesto a ganarse uno de sus besos, la tomó por la cintura y susurró:
—No veo el momento de estar solos tú y yo, bombón.
Incapaz de respirar, Gema parpadeó, y tras dejarse besar, algo que le gustó mucho, preguntó:
—¿Por qué te empeñas en llamarme continuamente
bombón
?
La miró, ufano, y susurró en su oído:
—Porque eres dulce, tentadora y tienes un sabor maravilloso. Además, porque siempre te ha gustado que te llamara así, ¿lo has olvidado?
Al sentir el cosquilleo de su voz y su ardiente mirada asintió, y mientras notaba que un extraño calor, llamado
excitación
, se apoderaba de ella, murmuró:
—¡Oh, sí…!, lo recuerdo.
A partir de ese momento, Gema se dejó llevar y no fue difícil. Cenó rodeada de su familia y amigos, y todos parecían estar felices. Sentada junto a Nicolay, observó que éste se desvivía por su sobrino y hacía sonreír a su madre. Eso le agradó, aunque más le gustó ver cómo la miraba y que cada vez que se cruzaba con ella la besaba con amor.
Aquella noche, cuando todos los invitados se marcharon, Gema estaba nerviosa. Estar a solas con Nicolay significaba sexo, y eso a ella la tenía en un sinvivir. Cuando él entró en la habitación, se sintió chiquitita, y cuando él la abrazó y la besó, se sintió especial. Incapaz de parar el arrebato de pasión que Nicolay le hacía sentir, decidió no pensar y disfrutar del momento. Ambos cayeron sobre la cama y sonrieron, y cuando ella notó que él metía las manos bajo el vestido de raso y se lo subía creyó explotar. Dispuesta a jugar, acercó su boca a la de él y le mordió el labio inferior, algo que a éste le encantó. Cuando las manos de él llegaron hasta el tanga, de pronto se oyó una voz:
—Tita…, tito…, voy a vomitar.
Ambos se paralizaron, y al mirar hacia la puerta vieron al niño allí parado y con la cara de un tono verde. Sin tiempo que perder, los dos se levantaron y le llevaron hasta el baño.
Una vez el niño vomitó, Nicolay llamó al médico de urgencias, y Gema le puso el termómetro. Le conocía muy bien y sabía que el vómito siempre iba acompañado de placas en la garganta y fiebre. Y así fue. Después de ponerle varias veces el termómetro digital, éste indicó que David tenía 39 de fiebre, y el doctor, después de visitarlo, diagnosticó placas en la garganta.
A las cuatro de la madrugada, una vez que el doctor se hubo marchado y tras haberle dado el Dalsy a David, los tres descansaban sobre la enorme cama mientras Nicolay le contaba al pequeño un cuento sobre una bruja de su tierra llamada Matriuska.
—Pero tito, las brujas siempre son malas.
—No necesariamente, maestro Pokémon —dijo riendo el futbolista, lo que hizo sonreír a Gema—. Nadia cree en la magia de la Navidad. Además, si te fijas, Matriuska, aunque es la bruja de la Navidad, es buena. Ella ayuda a la pequeña Nadia a superar sus temores. Gracias a ella, Nadia empieza a ir al colegio sin miedo a que nadie la llame fea por tener el pelo azul.
—Es verdad… —Y mirándole con ojos somnolientos, el pequeño susurró—: Ella ayuda a Nadia como tú me has ayudado a mí a no preocuparme por no poder correr tan de prisa como los otros niños. Y también me has ayudado a aprender a dar toques con el balón.
—Claro —rió Nicolay, divertido—. ¿Y recuerdas qué había que pensar para lograr los propósitos?
El niño asintió.
—Yo creo y lo deseo. Yo creo que lo voy a conseguir.
—¡Exacto! —aplaudió el futbolista.
Al escuchar aquello a Gema se le encogió el corazón. Ése era un tema tabú. David siempre se había sentido inferior al resto de los niños por la cojera que le había quedado a consecuencia del accidente que tuvo con sus padres siendo un bebé. Nicolay, sin percatarse de que a ella se le llenaban los ojos de lágrimas, prosiguió:
—Te recuerdo, maestro Pokémon, que tú me ayudaste a mí a conseguir una cita con tu tita y a aprender a jugar a la PlayStation. —Sorprendida al enterarse de eso, Gema sonrió, y él, tras guiñarle un ojo, continuó—: Todos, seamos mayores o pequeños, tenemos la obligación de ayudar a quien lo necesita. Tú necesitabas creer en ti para saber que puedes hacer lo mismo que los demás niños, y tú me ayudaste a mí en lo que yo necesitaba. ¿O acaso has olvidado que me chivaste lo de las flores aquel día?
—Es verdad. A la tita le gustan las margaritas blanquitas —sonrió el peque, bostezando.
Diez minutos después, y tras una charla en la que Gema se limitó a escuchar al pequeño, éste se durmió, y Nicolay la vio bostezar. El futbolista, con cariño, le posó una mano sobre la cabeza, la enredó en su pelo y comenzó a masajearle el cuero cabelludo con delicadeza.
—¡Oh Dios!, me encanta.
—Lo sé. ¿Por qué te crees que lo hago? —dijo él, riendo. Y viendo su gesto de placer, murmuró—: Tenía otros planes más placenteros contigo, pero… con el pequeño aquí….
—Mejor durmamos —cortó, asustada, y se acercó a su sobrino.
—Sí…, es lo mejor, cielo. Mañana tengo un día de locos.
—¿Qué pasa mañana? —le preguntó, y se acaloró al imaginar los planes de Nicolay.
—Por la mañana tengo que ir con el equipo al hospital La Milagrosa a entregar regalos a los niños, ¿no lo recuerdas?
—¡Ay Dios!, es verdad —mintió ella.
—A las dos tenemos comida en el club y a las cinco entrega de premios de las peñas. Creo que estaré aquí sobre las ocho. ¡Justo para la cena de Nochebuena!
—¿Mañana es Nochebuena?
—Y viene Papá Noel. ¿También lo has olvidado?
Al ver su melosa y cariñosa sonrisa, finalmente ella sonrió.
—No, no lo he olvidado.
—Por cierto, bombón —dijo riendo a modo de provocación—, ¿has sido buena este año? Ya sabes que Papá Noel mira mucho eso antes de dejar los regalos.
—Pues… creo que sí. Pero eso más que yo lo tienes que decir tú.
—Has sido perfecta, mi amor —murmuró con su particular acento—. Perfecta.
Ella le miró y sonrió. Y sin saber por qué, preguntó:
—Nicolay, ¿eres feliz?
El futbolista asintió y la besó con la mirada desde la distancia.
—Como nunca lo he sido en mi vida, bombón.
—¿De verdad?
—De verdad —afirmó él—. Tú fuiste el año pasado mi mejor regalo de Navidad. Es más, sin ti mi vida ya no tendría sentido.
Con el vello de punta por aquella respuesta, Gema se incorporó, se acercó a él y le besó.
—Gracias, Nicolay —susurró.
Él sonrió, y segundos después, en tanto seguía mirándole aún a los ojos, se durmió.
A la mañana siguiente, cuando Gema se despertó, estaba sola en la cama. Rápidamente buscó una bata o algo que ponerse, se lavó los dientes, se peinó y bajó al comedor. Al entrar en la sala vio a su sobrino tirado sobre la alfombra jugando a la PlayStation, mientras su madre leía con tranquilidad un libro sentada en el sillón.
Disfrutó de la compañía de ellos en un ambiente distendido, y cuando llegó la noche y Nicolay apareció, se sorprendió al ver que ella, gustosa, se tiraba a sus brazos. Felices y dichosos, los cuatro disfrutaron de una maravillosa cena de Nochebuena. Soledad se había preocupado de hacer su riquísimo cordero, y todos se rechuparon los dedos.
Alrededor de las once convencieron a David para que se marchara a la cama. Papá Noel podía aparecer en cualquier momento, y si le pillaba despierto, se iría y no dejaría regalos. Al principio, el niño se resistió, pero finalmente Soledad, decidida a dejar a su hija y a su yerno a solas, lo cogió en brazos y se lo llevó. Cuando se hubieron marchado, Nicolay miró a su preciosa mujer.
—Sígueme —le dijo.
Divertida, le siguió, y ambos fueron hasta el garaje. Al encender la luz, Gema se sorprendió al ver un rincón lleno de paquetes de vistosos colores y lazos plateados.
—¿No me digas que todo eso es para David? —preguntó, atónita.
Nicolay, feliz por el efecto causado en ella, la besó y respondió:
—Para él, para mi maravillosa suegra y para mi preciosa mujer.
De pronto, un ruidito atrajo la atención de Gema, y Nicolay, con una sonrisa de oreja a oreja, abrió el todoterreno oscuro y de él sacó un cachorro de terrier. Al verlo, Gema murmuró, emocionada:
—¡Oh, Dios…! Cuando David lo vea le va a dar algo. Lleva toda su vida queriendo tener un perrito.
—Lo sé, cielo…, lo sé.
Sobrecogida, acarició al animal, que le lamió las manos en agradecimiento a que lo mimara.
—Yo nunca le pude comprar un perrito. No tenía tiempo para ocuparme de uno más y…
—¡Chisss…!, no pienses en el pasado, cariño —susurró, abrazándola—. Piensa en el presente. Y el presente y lo que importa es ahora, ¿de acuerdo?
Sonriendo por lo que él decía, asintió. Nicolay tenía razón. En ese momento, importaba el presente y no quería pensar en otra cosa.
—Vamos —dijo Nicolay al notar que ella tenía escalofríos— . Llevemos los regalos al salón para que cuando se levante el maestro Pokémon sea terriblemente feliz.
—Creo que nos mimas demasiado —le comentó cargada ya con paquetes y mirándole.
Encantado y emocionado, Nicolay primero metió el perrito dentro de su caja y luego la besó.
—Me encanta mimaros —dijo.
Durante un par de horas los dos se divirtieron de lo lindo en el comedor colocando todos los paquetes para la mañana del día siguiente. Había regalos para todos, y Gema se sorprendió al ver su letra en algunos envoltorios. Tras montar la bicicleta de David y la cueva de los Gormiti, Gema comía un trozo de turrón de chocolate cuando Nicolay se tumbó sobre ella y la besó.
—¡Hummm, sabes dulce! —exclamó riendo él, y durante un rato disfrutaron de una intimidad que querían y necesitaban.
Cuando el ambiente se caldeó y desearon hacer algo más que besarse con pasión, Gema enroscó sus piernas alrededor de las caderas de él, y éste, divertido, susurró:
—Señora Ratchenco, creo que ha llegado el momento de irnos a nuestra habitación, o no respondo de mí ni de mis actos.
—¡Hummm…!, estoy deseando que no respondas de tus actos.
Nicolay, levantándose con una agilidad increíble del suelo con ella encima, comenzó a subir las escaleras entre besos y risas. Una vez que llegaron a la habitación, Gema le miró a los ojos y, tras darle un ardoroso beso, le dijo:
—Tengo que ir al baño.
—¡¿Ahora?!
—Sí…, ahora —afirmó riendo ella.
Sin querer soltarla, le pasó la lengua por el cuello.
—¿Te acompaño?
—¡Nooooo! ¡Ni lo sueñes! —respondió entre más risas.
Sin muchas ganas, la soltó, y repanchingándose en la enorme cama, Nicolay se echó hacia atrás su cabello claro y murmuró con una peligrosa sonrisa:
—No tardes, bombón.
Al percibir la sensualidad que transmitían el tono de su voz y sus palabras, Gema se lanzó sobre él y le besó como si le fuera la vida en ello.
—Cariño, antes de que me eches de menos, ya estaré aquí.
Después de varios besos calientes, ella escapó de sus brazos y se alejó. Entró en el espacioso baño, cerró la puerta y, con las pulsaciones a mil, se dijo a sí misma en voz alta:
—¡Madre mía, cómo le deseo!
Estaba nerviosa, histérica, sudada y excitada. Deseaba hacer el amor con el hombre que la hacía tan feliz y lo iba a hacer. No le cabía la menor duda. Al echarse agua en la cara notó una pequeña sacudida. Asustada, se agarró a la encimera del baño ¿Qué le ocurría? Dos segundos después y algo temblorosa, decidió darse una ducha rápida. Eso le vendría bien. Tras quitarse la camiseta de Nicolay y olerla, abrió la cabina y se metió. Pero al abrir la ducha y sentir el agua caer sobre su rostro, de nuevo todo su cuerpo se estremeció y…
—Señorita…, señorita —oyó de pronto.
Intentó abrir los ojos, pero éstos parecían no querer responder. Sintió frío, mucho frío, mientras cientos de diminutas gotas caían sobre su cara.
—Señorita, ¿puede oírme?
Como pudo, asintió, y segundos después, fue capaz de abrir los ojos. Pero la visión la sorprendió. ¿Quiénes eran aquellos hombres con chalecos amarillos que la observaban? Aturdida y algo confundida, miró a su alrededor. Estaba en el interior de lo que parecía una ambulancia, sobre una camilla, cuando lo último que recordaba era el baño de Nicolay. ¡Nicolay! ¿Dónde estaba él?
—¿Está usted bien, señorita? —volvió a preguntar a su lado el chico del Samur que la observaba.
—Sí —asintió—. ¿Qué ha pasado?
El joven, tras guardar varios artilugios en una especie de maletín, respondió mientras su compañero salía de la ambulancia:
—La nieve ha originado un choque entre varios coches y usted viajaba en uno de ellos, ¿lo recuerda?
En ese momento, lo recordó todo. Cerró los ojos con fuerza, intentando regresar al lugar que deseaba, pero al abrirlos comprobó que seguía allí. Todo había sido un sueño.
—No se preocupe. La magia de la Navidad la ha protegido —bromeó el del Samur.
—Sí, claro…, no lo dudo.
Una voz atrajo la mirada del personal del Samur, y el muchacho, tras asentir con la cabeza, miró a Gema y dijo:
—Espere aquí unos minutos; en seguida vuelvo.
Cerrando los ojos, Gema suspiró con resignación, y por primera vez en mucho tiempo, quiso creer en la magia de la Navidad. Con lágrimas en los ojos, recordó a Nicolay, a ese hombre que en sus sueños la adoraba y le había hecho creer que existía un mundo mejor para ella y su familia. Conteniendo un sollozo, se tapó la cara y rememoró el cuento sobre la bruja Matriuska que él le había contado a su sobrino.
—Yo también creo y lo deseo —susurró sin que pudiera remediarlo— . Yo también creo que lo voy a conseguir.
Y cuando creía que aquella magia nunca regresaría, sintió que alguien enredaba una mano en su pelo.
—¡Eh…, hola!, ¿estás mejor?
Esa voz. Ese acento. Ese olor. Ese tacto. A punto del infarto, abrió los ojos. Nicolay, el hombre que en su sueño era el hombre ideal, estaba allí, observándola con cara de preocupación. Quiso gritar de satisfacción. Quiso chillar de gozo. Su deseo de Navidad se había hecho realidad. Incapaz de dejarle marchar, Gema le agarró de la mano y murmuró:
—Siento haber sido antes tan borde contigo.