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Authors: Nieves Hidalgo

Tags: #Fantástico, Romántico

Lo que dure la eternidad (32 page)

BOOK: Lo que dure la eternidad
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Dargo la había tomado sin siquiera llegar a la cama, en medio de la habitación, sobre la alfombra. Una cópula irrefrenable, un aquelarre de pasión desbordada, un dique de siglos que ahora rebosaba. Ella se había entregado, arañando su carne como una loba celosa. Abrigarlo dentro la llevó de inmediato al climax, y se quedó momentáneamente desmadejada en sus brazos.

Dargo no la dejó reponerse. La levantó del suelo, mordisqueó sus pezones, volvió a besarla. Su lengua, áspera y exigente, se entrelazó con la suya, en un engranaje de saliva y fuego.

No llegaron al lecho. A medio camino, Dargo se arrimó a la pared, tomó las muñecas de Cristina para cruzarle los brazos por encima de la cabeza y obligarla luego a que elevara las piernas ciñéndolas alrededor de sus magras caderas. La penetró con furia, con apetito voraz. Cristina gritó su nombre en la cúspide de un segundo orgasmo, y Dargo se derramó mientras aún la sacudían espasmos de gloria, susurrando en gaélico como si elevara una oración.

Luego, como un demente, la había arrastrado hasta la cama para colmarla de besos en el cuello, en los hombros, en la parte interna de los codos. Besó los dedos de sus manos uno a uno mientras sus ojos, como los de un felino, la devoraban. Sus dientes se cerraron suavemente sobre sus pezones, henchidos como puntas de acero, y ella gimió y se arqueó hacia él pidiendo más, con el deseo percutiendo sus entrañas.

Los labios de Dargo quemaban todo cuanto tocaban, sembrando de besos su vientre, descendiendo sin remisión hasta el mismo centro del placer.

Cristina lo deseaba de un modo feroz. Anhelaba sentirlo y que él la sintiese, compartir y hacer realidad los momentos que, hasta entonces, habían sido simples quimeras.

Sintió el fuego de la boca de Dargo sobre los rizos de su pubis y se abrió para él. Sólo para él. Para su amado fantasma. Irreverente y pagana, le ofreció su cuerpo porque le pertenecía.

La lengua de Dargo rozó los pliegues que flanqueaban la entrada del cáliz perenne. Sacudiendo el hinchado botón con suaves golpecitos, succionaba, lamía y bebía, y ella subió a la cresta de la excitación, volviéndose loca. Se convulsionó en un placer incontrolable en la plenitud con la que antes la había saciado su miembro. El cuerpo de Cristina pareció sacudido por la ondas de un terremoto en un delirio tan exquisito e inconcebible que se encontró al límite del sentido.

Dargo se irguió sobre sus fuertes brazos y besó sus ojos entreabiertos. Sin pronunciar una sola palabra se dijeron todo, se prometieron todo.

Luego, él se acostó boca arriba y, con la misma facilidad con que se levanta a un niño, la colocó sobre su musculoso cuerpo. Cristina se estiró sobre él. Su sedoso cuerpo de mujer se ajustó perfectamente a los duros músculos masculinos, como si se hubieran moldeado juntos y se hubieran dividido en dos mitades que ahora volvían a acoplarse. La piel de Dargo era cálida y suave. Cristina se arqueó sobre él para acercarle a la boca sus pechos, henchidos y anhelantes. Ofreció sus frutos y él los tomó golosamente, saboreándolos de nuevo. Dedicó atención a uno y a otro, centrado en sus puntas, mientras su lengua jugueteaba con las aureolas rosadas y sensibles. Las manos de Dargo, para nada ociosas, amasaron sus nalgas, acariciaron la hendidura entre ambas, pellizcaron y se esforzaron en una carrera que subía hasta su cuello y bajaba de nuevo hasta su sexo empapado.

Sin dejar de excitarle los pechos, la mano derecha de él se perdió entre la unión de los dos cuerpos para agasajarla justamente en el punto en el que se juntaban. El palpitante miembro de Dargo, erguido, orgulloso y apremiante, se apoyaba entre las nalgas de Cristina desencadenando un insoportable apetito de volver a tenerlo dentro. El roce del vello masculino suavizaba su ardor, pero a un tiempo la empujaba a frotarse contra los muslos de Dargo, provocando vaivenes a su excitación. Su humedad caliente y pegajosa y sus apagados gemidos aumentaban la ya dolorosa erección del miembro.

Cristina inclinó su torso y lo besó en la boca. Sus labios se fundieron, aprisionando y libando. Le mordió el labio inferior a Dargo, que dejó escapar un gruñido, a punto ya de derramarse. En un solo movimiento la hizo girar para colocarse de nuevo encima de ella. La besó, loco de pasión, reteniendo su rostro entre sus manos mientras su pene la atormentaba friccionándose contra la vagina.

—Por favor… —suplicó Cris.

A horcajadas, él acarició una vez más el valle ensortijado, guardián silencioso de la cueva húmeda y caliente en la que deseaba perderse de nuevo y habitar el resto de su existencia. Introdujo dos dedos y los impulsó en el interior, con el pulgar acariciando el peciolo rosado.

—Por Dios, Dargo… —sollozó ella, alzando las caderas hacia su mano, como si quisiera empujar aún más, acercándose a un nuevo climax—. Por favor…

Con el torbellino de sus espasmos bajo su cuerpo, Dargo cabalgó sobre su vientre y la poseyó de nuevo. Sus furiosas embestidas la hicieron boquear, al sentirlo tan dentro, tan posesivo y tan duro.


Acushla
—lo oyó jadear en tanto su savia masculina la inundaba—.
Acushla

Sometidos y saciados se abandonaron al fin, soldados de una batalla que nunca se acaba de ganar.

Dargo, tumbado de espaldas, la tendió sobre él. La abrazó con fuerza y se quedaron así, en un silencio interrumpido tan sólo por el ulular del viento. Escuchando el latir de sus corazones al unísono. Escuchando el canto de la vida.

—Te amo —dijo Dargo, atrayéndola aún más hacia sí, casi impidiéndole respirar.

Cristina lo besó en el pecho y enredó sus dedos en su cabello.

—Tienes el pelo más corto.

—Ya crecerá.

Asintiendo, ella trepó sobre su imponente cuerpo de guerrero y apoyándose sobre sus codos lo miró a los ojos. Era él, sin lugar a dudas. Era su fantasma. Nadie podía mirar como él lo hacía. Nadie tenía el poder de hipnotizarla, salvo él. El rostro satisfecho de Cristina, como el de una niña ante el regalo esperado, provocó en él un amago de erección. Ella notó que el miembro cobraba vida de nuevo y se apretaba contra su vientre.

—Parece que quieras recuperar el tiempo perdido —bromeó Cris.

Dargo dejó escapar una larga carcajada. Luego acarició su cabello, serio, mirándola fijamente a los ojos.

—Te amo. Toda una vida no será suficiente para agradecer este milagro.

La besó en la barbilla y la envolvió de nuevo entre sus brazos. Parecía no saciarse de ella. Seguramente no se saciaría en toda la eternidad.

—Se me ha regalado una segunda oportunidad,
acushla
.

No sé el motivo, ni siquiera si lo merezco, pero juro por Dios que dedicaré mi nueva existencia a adorarte.

Cristina se dejó mecer por su ternura y asintió en silencio. Tampoco ella creía merecer la gracia que le había sido otorgada.

—Mañana pensaremos en todo esto, Dargo, buscaremos las respuestas, si las hay —le dijo, saliendo al encuentro de la boca masculina—. Mañana. Esta noche, sólo ámame. Por favor, ámame.

Nota a las lectoras

Los personajes y localizaciones de esta novela son fruto únicamente de mi imaginación.

Así pues, ni existe el castillo de Killmarnock (no confundir con la ciudad del oeste de Escocia de idéntica pronunciación), ni el fantasma de Dargo Alasdair, sexto conde de Killmar.

Claro que… ¿hay alguien que pueda asegurarnos que no queda, en alguna parte, otro espíritu errante demandando nuestra ayuda?

A mí me encantaría que así fuera.

¿Y a vosotras?

NIEVES HIDALGO DE LA CALLE, nació un 26 de enero en Madrid, donde cursó sus estudios. Desde niña tenía un montón de historias bullendo en su cabeza, y se confiesa una devoradora impenitente de todo tipo de lecturas.

A los 15 años leyó «El Caballero de los Brezos» de
Marisa Villardefrancos
, que logró cautivarla, pero fue «Shanna» de
Kathleen E. Woodiwiss
, la que la impulsó a empezar a escribir en serio. Lleva escribiendo novelas románticas desde principios de los 80, compaginándolo con su trabajo, pero sólo para el disfrute de sus amigas y colegas. Durante unos veinte años, ella no pensó si quiera en publicar sus novelas, así que no enviaba sus manuscritos a ninguna editorial, pero por insistencia de su mejor amiga, Lola, finalmente lo hizo en 2007. Ediciones B, una de las editoriales más importantes de novela romántica de España, se mostró interesada.

En marzo de 2008, publicaron «Lo que dure la eternidad» bajo su sello Vergara. Desde entonces ha continuado publicando novelas, y algunas de ellas ya están disponibles en otros países de Hispanoamérica. En diciembre del 2009, fue galardonada con dos Premios Dama: «Premio a la mejor escritora nacional de novela romántica» y «Premio a la mejor novela romántica nacional» por «Amaneceres cautivos».

Desde la publicación de su primera novela, ha alcanzado un gran éxito, que le ha permitido dejar su trabajo y centrarse en la escritura. Nieves está casada con Carlos, y tiene un hijo, Christian.

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