Read Lo que no te mata te hace más fuerte Online
Authors: David Lagercrantz
Tags: #Novela, #Policial
—Espera —interrumpió Mikael—. A ver si lo he entendido bien: ¿me estás diciendo que aceptó irse a trabajar a Solifon para averiguar cómo y por qué le habían robado?
—Si algo he aprendido a lo largo de los años es que no siempre es fácil entender los motivos que se esconden tras las actuaciones de la gente. Es probable que el salario, la libertad y los enormes recursos también contribuyeran. Pero respondiendo a tu pregunta: ¡sí! Sin duda fue así. Antes de que ella examinara sus ordenadores Frans ya había entendido que Solifon estaba implicada en el robo. Pero la tía le proporcionó información más específica, y fue entonces cuando empezó a investigar en serio toda aquella mierda. Resultó, claro está, mucho más difícil de lo que había imaginado. Creó un montón de sospechas y mal rollo a su alrededor, y en poquísimo tiempo se convirtió en una persona asombrosamente poco querida, de modo que se mantuvo cada vez más apartado del resto. Pero es que encontró algo.
—¿Qué?
—Aquí es donde todo se pone muy delicado, y lo cierto es que no debería contártelo.
—Y sin embargo aquí estamos.
—Sí, es verdad, aquí estamos. Y no sólo porque siempre haya tenido un gran respeto por tu periodismo. Esta mañana se me ha ocurrido que quizá no fuera una casualidad que anoche Frans te llamara a ti en lugar de a los del grupo de protección industrial de la Säpo, con los que también estuvo en contacto. Creo que empezó a sospechar que allí había un infiltrado. O fue simple paranoia, que también podría ser. Frans manifestaba todos los síntomas posibles de la manía persecutoria. Pero fue a ti a quien llamó, y ahora espero poder, con un poco de suerte, cumplir su voluntad.
—Entiendo.
—En Solifon hay un departamento que se llama «Y», simplemente «Y», así, mondo y lirondo —continuó Farah—. La idea la han cogido de Google X, la sección de Google donde se dedican a las
moonshots
, como las llaman, es decir, a ideas salvajes y rebuscadísimas como, por ejemplo, perseguir la vida eterna o intentar conectar los buscadores informáticos con las neuronas del cerebro. Si en algún sitio se consigue la AGI o la ASI supongo que será precisamente ahí, en el departamento Y. Y fue allí donde se integró Frans, algo no muy inteligente por parte de Solifon.
—¿Por qué?
—Porque Frans, gracias a su amiga la
hacker
, había sabido que en Y existía un grupo secreto de analistas internacionales dirigido por una persona llamada Zigmund Eckerwald.
—¿Zigmund Eckerwald?
—Exacto, pero lo llaman Zeke.
—¿Y quién es?
—La mismísima persona que se había comunicado con el traidor que estaba entre los ayudantes de Frans.
—O sea, que Eckerwald era el ladrón.
—Es una manera de decirlo, sí. Un ladrón de muy alto nivel. De puertas para afuera, lo que hacían en el grupo de Eckerwald era cien por cien legítimo. Se recababa información de destacados investigadores y de prometedores proyectos. Todas las grandes empresas de alta tecnología tienen actividades parecidas; hay que estar al tanto de lo que se hace en el mundo y de las personas que merecen ser reclutadas. Pero Balder comprendió que ese grupo iba más allá. No sólo recopilaban y analizaban datos, también robaban: mediante ciberataques, espionaje, topos y sobornos.
—¿Y por qué no los denunció?
—Porque resultaba difícil demostrarlo. Como es lógico, tomaron muchas precauciones. Pero al final, pese a todo, Frans se dirigió al propietario, Nicolas Grant. Éste se indignó muchísimo y, según Balder, puso en marcha una investigación interna. Sin embargo no encontró nada, bien porque Eckerwald había podido eliminar todas las huellas, bien porque esa investigación no era más que un teatro de cara a la galería. Una situación muy jodida para Frans. Todo se volvió contra él. Creo que Eckerwald fue el impulsor del acoso, pero es probable que no resultara demasiado complicado convencer a los demás para que se unieran contra Frans, pues ya por aquel entonces lo consideraban un paranoico y un desconfiado. De modo que le hicieron el vacío y él se quedó cada vez más aislado. Me lo imagino a la perfección, sentado allí, cada vez más malhumorado y rebelde, negándose a decirle nada a nadie.
—¿Así que no tenía ninguna prueba concreta?
—Sí, una, la que le había dado su amiga
hacker
: que Eckerwald había robado su tecnología y la había vendido.
—¿Y eso lo sabía a ciencia cierta?
—Al parecer, sí, sin ninguna duda. Además, se había dado cuenta de que el grupo de Eckerwald no trabajaba solo. Tenían apoyo y
backup
desde fuera, es muy probable que de los servicios de inteligencia estadounidenses, y también…
Farah se detuvo.
—¿Sí?
—En ese tema se mostraba más misterioso, quizá no supiera gran cosa en realidad. En cualquier caso lo que dijo fue que se había topado con una palabra codificada con la que se denominaba al verdadero líder de todo el tinglado, que era ajeno a Solifon. La palabra era «Thanos».
—¿Thanos?
—Sí. Un personaje que, por lo visto, les infundía un manifiesto terror, explicó. Pero no quiso seguir hablando. Necesitaba un seguro de vida, afirmó, para cuando los abogados fueran a por él.
—Has dicho que no sabes cuál de sus ayudantes le traicionó. Pero supongo que le habrás dado muchas vueltas al asunto —comentó Mikael.
—Claro que sí. Y a veces, no sé…
—¿Qué?
—A veces me pregunto si no le traicionarían todos.
—¿Por qué dices eso?
—Cuando empezaron a colaborar con Frans eran jóvenes, talentosos y muy trabajadores. Cuando dejaron de hacerlo se encontraban cansados de la vida y atacados de los nervios. Quizá Frans los exprimiera hasta la extenuación, o tal vez hubiera algo que los atormentaba.
—¿Y tienes sus nombres?
—Sí, claro; son mis chicos. Por desgracia, hay más. Linus Brandell, por ejemplo, al que he mencionado antes: veinticuatro años y no hace nada, sólo vaga a la deriva; se pasa el día jugando en el ordenador y bebe demasiado. Durante un tiempo tuvo un buen empleo como desarrollador de juegos en Crossfire. Pero lo perdió al empezar a cogerse la baja cada dos por tres y a acusar a sus colegas de espiarle. Luego está Arvid Wrange, quizá hayas oído hablar de él: en su día fue toda una promesa del ajedrez. Su padre le presionaba de una manera bastante inhumana y al final Arvid no pudo más: dejó el ajedrez y se puso a estudiar conmigo. Esperaba que a estas alturas ya llevara tiempo con la tesis doctoral leída, y sin embargo se pasa la vida en los garitos de moda de Stureplan. Lo veo desarraigado por completo, aunque con Frans hubo una época en la que recuperó parte de su viejo espíritu. Pero entre los chicos también había una enorme y absurda rivalidad, tanta que Arvid y Basim, que es como se llama el tercero, llegaron incluso a odiarse…, bueno, más bien Arvid a Basim. Basim Malik tal vez no presente mucha predisposición hacia sentimientos como el odio; es un chaval sensible, muy inteligente, y fue empleado por Solifon Escandinavia hará un año más o menos. Pero duró poco allí; en la actualidad está ingresado por depresión en el hospital de Ersta. Esta mañana, por cierto, me ha llamado su madre, a la que conozco un poco, para contarme que lo han tenido que dormir porque cuando se ha enterado de lo que le había pasado a Frans ha intentado cortarse las venas. Y eso me duele. Aunque al mismo tiempo no puedo dejar de preguntarme si sólo se trataba de tristeza por la muerte de Frans o si también se debía a un sentimiento de culpa.
—¿Y cómo se encuentra ahora?
—Está fuera de peligro, al menos físicamente. Y luego tenemos a Niklas Lagerstedt, y ese chico…, bueno, ¿qué decir de él? En cualquier caso, que no es como los demás, al menos de puertas para fuera. No es un tipo que salga por ahí a coger cogorzas de campeonato un día sí y otro también, ni una persona a la que se le ocurriría infligirse daño. Se trata de un joven que presenta grandes objeciones morales contra la mayoría de las cosas, incluso contra los juegos de ordenador violentos y la pornografía. Es miembro activo de la Iglesia evangélica de Los Misioneros. Su mujer es pediatra y tienen un hijo que se llama Jesper. Además, es asesor de la Brigada Nacional de Homicidios, responsable de un nuevo sistema informático que se pondrá en marcha el año que viene, lo que por supuesto quiere decir que ya le han realizado un informe de seguridad, aunque no sé hasta qué punto habrá sido exhaustivo.
—¿Por qué dices eso?
—Pues porque detrás de esa fachada impoluta y moralista hay un tipo de cuidado, mezquino y avaro. Da la casualidad de que sé que el tío ha desfalcado grandes partes de la fortuna de su suegro y de su mujer. Es un hipócrita.
—¿Y les tomaron declaración a los chicos?
—La Säpo habló con ellos, pero no sacaron nada en claro. Y es que en esa época se creía que Frans había sido víctima de una intrusión informática.
—Supongo que después de esto tendrán que volver a prestar declaración.
—Imagino.
—Por cierto, ¿sabes si Balder se dedicaba a dibujar en su tiempo libre?
—¿A dibujar?
—Sí, si le gustaba copiar paisajes o lo que fuera hasta el más minímo detalle.
—No, ni idea —respondió ella—. ¿Por qué me lo preguntas?
—Vi un dibujo fantástico en su casa, un dibujo que representaba el semáforo que hay aquí arriba, en el cruce de Hornsgatan con Ringvägen. Era perfecto, una especie de instantánea en la oscuridad.
—Me parece muy raro. Frans no solía pasar por ahí.
—Qué extraño.
—Sí.
—Hay algo en ese dibujo que me inquieta mucho —dijo Mikael. Y entonces, para su sorpresa, advirtió que Farah le cogía la mano.
Él le acarició el pelo. Luego se levantó con la sensación de que estaba sobre la pista de algo. Acto seguido, se despidió y salió a la calle.
Subiendo por Zinkens väg, de vuelta a casa, llamó a Erika y le pidió que escribiera una nueva pregunta en
El cajón de Lisbeth
.
Capítulo 14
21 de noviembre
Ove Levin estaba sentado en su despacho, que tenía vistas a Slussen y a la bahía de Riddarfjärden, sin hacer nada en especial, aparte de poner su nombre en Google con la esperanza de encontrar algo que le alegrara el día. Pero en vez de eso, lo que pudo leer fue que era una persona asquerosa, fofa y que había vendido sus ideales; todo ello en un blog escrito por una joven —para más inri— de la facultad de Periodismo. Aquello le alteró tanto que ni siquiera fue capaz de tranquilizarse para anotar el nombre de esa chica en su libro negro, donde apuntaba a aquellos que nunca conseguirían empleo en el Grupo Serner.
Se negaba a obsesionarse con idiotas que no habían captado ni jota de lo que se exigía para salir adelante en este mundo y que nunca harían nada que no fuera, como mucho, escribir artículos mal pagados en insignificantes revistas culturales de nula tirada. Para evitar quedarse atrapado en semejantes pensamientos destructivos entró en su banco, vía Internet, para comprobar su cartera de acciones, lo que le calmó un poco, al menos al principio. Era un buen día para el mercado: tanto Nasdaq como Dow Jones habían subido la noche anterior, y el índice de la bolsa de Estocolmo registraba un ascenso del 1,1 por ciento. El dólar, por el que había apostado fuerte, también había subido, y su cartera, después de la última actualización, tenía un valor de 12.161.389 coronas.
Nada mal para un chico que, en su día, se había dedicado a cubrir incendios y reyertas callejeras en el turno de noche del diario
Expressen
. ¡Doce millones, más su piso del lujoso barrio de Villastaden y la casa de Cannes! Podían escribir lo que les diera la gana en sus blogs: él tenía el culo a salvo. Volvió a comprobar el valor una vez más: 12.149.101. ¡Joder!, ¿ya estaba bajando? 12.131.737. Torció el gesto. No había ningún motivo para que la bolsa empezara a caer, ¿no? Las estadísticas de empleo que se acababan de publicar estaban bien. Tomó ese descenso prácticamente como una ofensa personal y, en contra de su voluntad, pensó en
Millennium
de nuevo, por muy insignificante que fuera el asunto en la visión conjunta del Grupo. Pese a todo, volvió a alterarse y, por mucho que intentara apartarlo de su pensamiento, le vino de nuevo la imagen de cómo la bella cara de Erika Berger se había tensado el día anterior de pura hostilidad. Aunque no era que esa mañana las cosas hubieran mejorado mucho.
Casi le da un infarto. Mikael Blomkvist había aparecido en las webs de todos los medios, y eso le dolió mucho. Sin embargo Ove, con una enorme alegría, terminó de constatar que la joven generación apenas sabía quién era Blomkvist, y al mismo tiempo odió esa lógica mediática que, automáticamente, convertía en estrellas a todo el mundo —periodistas estrella, actores estrella y lo que coño fuera— tan sólo porque se habían visto implicados en algún lío. «Periodista acabado», si acaso, era lo que deberían haberle puesto, el reportero que ni siquiera podría seguir en su propia revista si Ove y Serner Media tenían algo que decir al respecto. Y lo peor de todo: Frans Balder. ¿Por qué él de entre todos los malditos hombres del mundo?
¿Por qué habían tenido que matarlo ante los mismísimos ojos de Mikael Blomkvist? Es que era tan típico. Desesperante. Aunque todos esos estúpidos periodistas aún no se habían enterado, Ove sabía que Frans Balder era un pez gordo. En una de las revistas del Grupo Serner,
Dagens Affärsliv
, en un suplemento especial dedicado a la investigación en Suecia, hasta le habían puesto precio: cuatro mil millones de coronas; ¿cómo se calculaba eso? En cualquier caso, Balder, sin duda, era una estrella y, como la Garbo, no concedía entrevistas, algo que como es natural no hacía más que aumentar su esplendor.
¿Cuántas peticiones habría recibido sólo de los propios periodistas de Serner? Pues las mismas que había denegado, o, mejor dicho, ni siquiera denegado sino sencillamente ignorado. Allí fuera había muchos compañeros de profesión —eso lo sabía Ove— que decían que el tipo debía de hallarse en posesión de una historia fantástica, y por eso Ove odiaba el hecho de que Balder, según se había publicado, hubiera querido hablar con Blomkvist en plena noche. «¿Será posible? ¿Habrá conseguido un
scoop
?». Sería terrible; justo ahora, en medio de aquella situación… De nuevo, de forma casi obsesiva, Ove entró en la web de
Aftonbladet
, donde se encontró con el siguiente titular: