Lo que no te mata te hace más fuerte (27 page)

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Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
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Sonja sacó el chocolate, partió un trozo de la tableta y se lo ofreció a Bublanski, quien lo saboreó con una devoción absoluta.

—Exquisito —sentenció.

—¿A que sí?

—Imagínate que la vida pudiera ser así a veces —dijo mientras señalaba la fotografía de Axel lanzando gritos de júbilo tras marcar el gol.

—¿Qué quieres decir?

—Que ojalá la felicidad se manifestara con la misma intensidad que el dolor —continuó.

—Sí, ojalá.

—¿Qué tal el hijo de Balder? August se llamaba, ¿no? —inquirió Bublanski.

—Sí, August. Bueno, no sabría qué decirte —contestó Sonja Modig—. Ahora se encuentra con su madre. Un psicólogo ha pasado a examinarlo.

—Y por lo demás, ¿qué tenemos?

—Me temo que no mucho aún. Hemos conseguido confirmar el tipo de arma. Se trata de una Remington 1911 R1 Carry, adquirida con toda probabilidad hace muy poco tiempo. Seguimos trabajando en averiguar a quién pertenece, aunque estoy bastante segura de que no vamos a lograr saberlo. Tenemos las grabaciones de las cámaras de vigilancia y las estamos analizando. Y a pesar de estar estudiándolas desde todos los ángulos posibles no se puede ver el rostro del hombre, y tampoco hemos detectado ninguna característica particular, ni lunares ni nada, tan sólo un reloj de pulsera que se adivina en una de las secuencias y que parece caro. Va vestido de negro. La gorra es gris, sin texto ni logotipo. Jerker dice que se mueve como un viejo yonqui. En una de las imágenes se le ve sosteniendo una pequeña caja negra, quizá un ordenador o una estación GSM. Sin duda fue así como pudo entrar en el sistema de alarmas.

—Sí, ya lo había oído. ¿Y eso cómo se hace?

—Jerker también lo ha estado viendo, y aunque no es fácil, especialmente con una alarma así de sofisticada, se puede hacer. El sistema estaba conectado a Internet y a la red de telefonía móvil, y enviaba señales continuamente a las oficinas de Milton Security de Slussen. Puede que ese tipo grabara una frecuencia de la alarma que le sirvió para meterse en el sistema. O que se cruzara en la calle con Balder alguna vez y, electrónicamente, le robara información de su NFC.

—¿De su qué?


Near Field Communication
, una función del móvil de Balder con la que podía activar la alarma.

—Era más fácil cuando los ladrones usaban ganzúas —comentó Bublanski—. ¿Ningún coche por la zona?

—Un vehículo oscuro se hallaba aparcado en el arcén, a unos cien metros de distancia, y de vez en cuando encendía y apagaba el motor, pero la única persona que lo vio es una señora mayor llamada Birgitta Roos, y ella no tiene ni idea de qué modelo era. Quizá un Volvo, dice; o uno como el de su hijo. Su hijo conduce un BMW.

—¡Ufff!

—Pues sí. El horizonte se presenta bastante negro —continuó Sonja Modig—. Los malhechores aprovecharon la noche y el mal tiempo para moverse libremente por la zona. Y, aparte del testimonio de Mikael Blomkvist, en realidad sólo contamos con un dato. Procede de un chico de trece años llamado Ivan Grede. Es pequeño y delgado, un personaje un poco peculiar que de niño padeció leucemia y que ha amueblado su habitación de arriba abajo al estilo japonés. Además, se expresa de forma algo redicha. Ivan fue al cuarto de baño por la noche y, desde la ventana, divisó a un individuo corpulento en la orilla. El hombre miraba en dirección al mar mientras hacía la señal de la cruz con los puños. Nos ha dicho Ivan que se le antojó religioso y agresivo al mismo tiempo.

—Una combinación nada buena.

—Desde luego que no, la religión y la violencia juntas no suelen presagiar nada bueno. Aunque Ivan tampoco estaba del todo seguro de que se tratara de la señal de la cruz. Dice que se parecía, pero que le hizo como un añadido. O que quizá fuera un juramento militar. Por un momento, Ivan temió que el hombre estuviera pensando en tirarse al agua para quitarse la vida. Había algo solemne, explicó Ivan, y también algo violento.

—Pero no se suicidó.

—No, el tipo salió corriendo hacia la casa de Balder. Llevaba una mochila y ropa oscura, pantalones posiblemente de camuflaje. Se le veía fuerte y en buena forma. Ivan dijo que le había recordado a sus viejos juguetes, a los guerreros ninja.

—Nada bueno eso tampoco.

—En absoluto. Quizá ese individuo fuera el mismo que le disparó a Mikael Blomkvist.

—¿Y Blomkvist no vio su rostro?

—No, ya se había tirado al suelo cuando el hombre se dio la vuelta y disparó. Además, todo ocurrió muy rápido. Pero, según Blomkvist, el tipo parecía tener preparación militar, lo que casa a la perfección con las observaciones de Ivan Grede. Y yo creo que están en lo cierto. La velocidad y la eficacia con que se llevó a cabo la operación apunta en la misma dirección.

—¿Y tenéis alguna idea de por qué diablos Blomkvist se hallaba allí?

—Sí, eso ha quedado claro. Si algo se hizo bien anoche fue tomarle declaración a Mikael Blomkvist. Mira aquí. —Sonja le pasó unas hojas impresas—. Uno de los antiguos ayudantes de Balder se puso en contacto con Blomkvist y le comentó que el profesor había sido víctima de una intrusión informática y que le habían robado su tecnología; y esa historia le interesó a Blomkvist. Intentó localizar a Balder, pero éste no le devolvió la llamada. No tenía la costumbre de hacerlo. Últimamente llevaba una vida muy aislada, sin apenas contacto con el mundo. Todas las compras y demás gestiones las realizaba la asistenta, que se llama… a ver, Lottie Rask. La señora Rask, además, había recibido instrucciones estrictas de no mencionarle a nadie que el hijo se encontraba en la casa. Ahora hablaremos de eso. Pero anoche ocurrió algo; supongo que Balder estaba nervioso y preocupado, y quería desahogarse, liberar esa presión que sentía. No olvides que le acababan de informar de que existía una seria amenaza contra él. Además, el sistema de alarmas se había activado y dos policías vigilaban su casa. Quizá intuyera que tenía los días contados. No lo sé. En cualquier caso, en mitad de la noche telefonea a Mikael Blomkvist diciendo que le quiere contar algo.

—Antiguamente, en una situación así, recurrías a un cura.

—Hoy en día, al parecer, llamas a un periodista. Bueno, no son más que meras especulaciones. Lo único que sabemos es lo que Balder dejó en el buzón de voz de Blomkvist. Por lo demás, no tenemos ni idea de lo que quería contarle. Blomkvist afirma que también lo desconoce, y yo le creo. Pero debo de ser la única. Richard Ekström, que, dicho sea de paso, se ha mostrado más pesado que nunca, se ha empeñado en decir que Blomkvist se calla cosas para poder publicarlas en exclusiva en su revista. Sin embargo, a mí me cuesta creerlo. Blomkvist es un tío de lo más astuto —no estoy descubriendo nada nuevo—, pero no es una persona que, conscientemente, sabotee una investigación policial.

—No, ahí tienes razón.

—Lo que pasa es que el idiota de Ekström no para, se ha emperrado en que lo detengamos por perjurio y desacato a la autoridad y Dios sabe qué. «Tiene más información, seguro», va soltando por ahí. Me da que va a actuar.

—Eso no conducirá a nada bueno.

—No, y conociendo las habilidades de Blomkvist, creo que es mejor que sigamos siendo amigos.

—Supongo que habrá que volver a tomarle declaración.

—Sí, yo también.

—¿Y ese Lasse Westman?

—Acabamos de tomársela, y no ayuda demasiado que digamos. Había estado en los bares KB, y en Teatergrillen, y en Operabaren, y en Riche —y él sabrá en cuáles más—, dando voces y maldiciendo a Balder sin cesar. Sacaba de quicio a sus amigos. Cuanto más bebía y más dinero quemaba, más se obsesionaba con el tema.

—¿Por qué era tan importante para él?

—Supongo que, por una parte, era una simple manía, una de esas obsesiones que se les meten en la cabeza a los alcohólicos; yo lo sé por mi tío, porque cada vez que se emborrachaba se obcecaba con algún asunto. Sin embargo, allí había algo más: en un principio, Westman hablaba siempre de la sentencia de la custodia del niño. Si hubiera sido otra persona más empática, quizá ese hecho nos habría permitido comprender bastantes más detalles y nos habría convencido de que en verdad se preocupaba por el bienestar del pequeño. Pero, claro, tratándose de este tipo… ¿Sabes que Lasse Westman ha sido condenado por maltrato?

—No, no lo sabía.

—Hace unos años fue el novio de Renata Kapusinski, la famosa bloguera. Le daba unas palizas tremendas. Creo que en una ocasión incluso le destrozó la mejilla a mordiscos.

—Mal asunto.

—Además…

—¿Sí?

—Balder había redactado una serie de denuncias en las que queda claro que sospechaba que Lasse Westman maltrataba también al niño, pero al final no llegó a ponerlas, tal vez por la situación legal de la custodia.

—¿Qué me estás diciendo?

—Balder había descubierto unos misteriosos moratones en el cuerpo del chico, y en eso, de hecho, le apoya un psicólogo del Centro de Autismo. Así que no creo que haya sido…

—… amor y preocupación por el bienestar del niño lo que condujo a Lasse Westman hasta Saltsjöbaden.

—No, más bien el dinero. Tras llevarse al niño, Balder dejó de pasar la pensión alimentaria que se había comprometido a dar, si no toda al menos una parte.

—¿Y Westman no le denunció por eso?

—No se atrevería teniendo en cuenta las circunstancias.

—¿Qué más pone en esa sentencia de custodia? —preguntó Bublanski.

—Que Balder era un desastre de padre.

—¿Y lo era?

—Hombre, en cualquier caso, no era una mala persona; no era como Westman. Pero un día hubo un incidente. Tras el divorcio, Balder tenía al niño cada dos fines de semana. Por aquel entonces vivía en el barrio de Östermalm, en un piso atestado de libros. Uno de esos fines de semana, August, que tenía seis años, se encontraba en el salón mientras Balder, como era habitual, se hallaba en la habitación contigua absorto frente al ordenador. No sabemos con exactitud lo que ocurrió, pero había una pequeña escalera de mano apoyada en una de las librerías. August se subió a ella para coger algunos de los libros de arriba y entonces se cayó. Del impacto se rompió el codo y, además, se quedó inconsciente. Pero Frans no se enteró de nada. Siguió trabajando, y hasta varias horas después no descubrió a August tirado en el suelo, gimiendo junto a esos libros. Frans se puso histérico y llevó al chico a urgencias.

—¿Y luego perdió la custodia por completo?

—No sólo eso. Se constató que era emocionalmente inmaduro e incapaz de ocuparse de su hijo. Ya no podría quedarse a solas con August. Pero si te soy sincero, no le doy mucho valor a la sentencia.

—¿Por qué?

—Porque fue un proceso sin defensa. El abogado de la exmujer salió a matar, mientras que Balder se limitó a agachar la cabeza y a reconocer que era un inútil y un irresponsable, y que no tenía derecho a vivir y no sé cuántas incoherencias más. El tribunal dictó de forma malévola y tendenciosa, a mi juicio, que Balder nunca había podido relacionarse con otras personas y que siempre se había refugiado en las máquinas. Ahora que he podido enterarme un poco de su vida no me creo una mierda. El tribunal dio por ciertas lo que en realidad no era más que una retahíla de letanías oprimidas por la culpa, un discurso autoinculpatorio. En cualquier caso, Balder se mostró en todo momento muy dispuesto a colaborar. Accedió a pagar una pensión alimentaria muy sustanciosa, cuarenta mil coronas al mes, creo, más una suma inicial de unas novecientas mil para gastos imprevistos. Poco tiempo después se marchó a Estados Unidos.

—Pero luego regresó.

—Sí, y quizá tuviera muchos motivos para ello. Le habían robado su tecnología, y hasta era posible que se hubiese enterado de quién lo había hecho. Se encontraba en medio de un grave conflicto con su jefe. Pero creo que su retorno también tuvo que ver con su hijo. La mujer del Centro de Autismo que he mencionado, que, por cierto, se llama Hilda Melin, se había mostrado en una primera fase muy optimista con respecto al desarrollo del chico. No obstante, nada fue como ella esperaba. Además, había llegado a sus oídos que Hanna y Lasse Westman no habían cumplido con su obligación de escolarizar al niño. Según lo acordado, August recibiría enseñanza en casa. Sin embargo, al parecer, se enfrentaron a los pedagogos especiales responsables de su educación, e incluso es probable que hubiera fraudes con las ayudas escolares y que se inventaran nombres falsos de profesores. En fin, toda la mierda que te puedas imaginar. Pero ésa es otra historia; aunque alguien tendría que investigarla algún día.

—Estabas hablando de la mujer del Centro de Autismo.

—Sí, Hilda Melin sospechaba que allí había gato encerrado, así que llamó a Hanna y a Lasse, quienes le comunicaron que todo iba a las mil maravillas. Pero algo le decía que no era verdad. Por eso, en contra de la práctica habitual, les hizo una visita sin previo aviso. Y cuando finalmente la dejaron pasar tuvo el fuerte presentimiento de que el chico no se encontraba bien y de que su desarrollo se había estancado. Por si fuera poco le descubrió los moratones, razón por la que llamó a Frans Balder a San Francisco y mantuvo con él una larga conversación. Poco tiempo después, él regresó a Suecia y se llevó al niño a su nueva casa de Saltsjöbaden, desafiando la sentencia de la custodia.

—¿Cómo lo haría, teniendo en cuenta que Lasse Westman estaba tan preocupado por su sustento?

—Sí, es una buena pregunta. Según Westman, Balder raptó, más o menos, al niño, aunque Hanna tiene otra versión de los hechos. Ella dice que Frans se presentó allí y que parecía haber cambiado, y que fue ella la que le dejó llevarse al chico. Pensó incluso que August estaría mejor con él.

—¿Y Westman?

—Según ella, Westman estaba borracho y acababa de conseguir un papel importante en una nueva serie de televisión, motivo por el que llevaba unos días mostrándose arrogante y soberbio. Y que él también lo aceptó. Aunque ahora no deje de darnos la lata sobre lo mucho que le preocupa el bienestar del niño, yo creo que en el fondo se quedó muy contento cuando se libró de él.

—¿Y luego?

—Luego se arrepintió y, para colmo, lo echaron de la serie porque no era capaz de mantenerse sobrio. Y entonces, de repente, quiso recuperar a August, o mejor dicho…

—La pensión alimentaria.

—Exacto. Cosa que también hemos podido corroborar con sus compañeros de juerga, entre otros ese Rindevall, el que organiza las fiestas de los famosos. Fue al quedarse su tarjeta de crédito con el límite agotado cuando empezó a darle la tabarra y a calentarle la cabeza a todo el mundo con lo del niño. Y tras conseguir sacarle un billete de quinientas coronas a una chica que había en la barra se largó en plena noche a Saltsjöbaden.

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