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Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

Lo que no te mata te hace más fuerte (53 page)

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
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—¿Y qué pudo averiguar?

—En un principio, nada. Ella había eliminado cualquier rastro de sí misma. Era como perseguir una sombra, a un fantasma; ya no sé cuántos miles y miles de coronas me gasté en detectives privados y otras personas semejantes de más que dudosa fiabilidad que prometieron ayudarme. No llegué a ningún lado, y eso me sacó de mis casillas. Me obsesioné con el tema. Apenas dormía y mis amigas ya no me aguantaban. Fue una época terrible. Me consideraban una paranoica, decían que veía conspiraciones por doquier, y es posible que siga siendo así. No sé lo que Holger Palmgren le habrá dicho. Pero de pronto…

—¿Sí?

—Se publicó su reportaje sobre Zalachenko y, como es obvio, el nombre no me decía nada. Pero empecé a sumar dos y dos. Leí lo de su identidad sueca, Karl Axel Bodin, y lo de su colaboración con los moteros de Svavelsjö MC, y de pronto me vinieron a la mente todas aquellas terribles noches, casi al final, cuando ya hacía tiempo que Camilla nos había dado la espalda. Recordé entonces que a menudo me despertaba el ruido de unas motos y que desde la ventana de mi cuarto podía ver esos chalecos de cuero con su horrible emblema. Lo cierto es que no me había sorprendido demasiado que Camilla hubiera empezado a relacionarse con esa clase de gente. Ya no me quedaba ni la menor ilusión con respecto a ella. Pero en ningún momento pude sospechar que estuvieran relacionados con sus orígenes, con las actividades de su padre, ni tampoco, por descontado, que Camilla pretendiera hacerse cargo de ellas y asumir el mando.

—¿Ah, sí?

—Sí, ya lo creo, porque a pesar de todo, en su sucio mundo, ella luchaba por los derechos de la mujer, o al menos por los suyos, y sé que eso significaba mucho para las chicas del club, sobre todo para Kajsa Falk.

—¿Quién?

—Una chica muy guapa y algo chula que salía con uno de los líderes del club. Durante aquel último año vino a casa alguna que otra vez; recuerdo que me caía bien. Tenía unos grandes ojos azules, algo bizcos. Pero por detrás de esa dura fachada estaba el rostro de una persona, vulnerable, así que, tras leer su reportaje, volví a contactar con ella. Por supuesto, no me dijo ni media palabra de Camilla. No se mostró antipática, en absoluto, y me di cuenta de que había cambiado de estilo. Aquella motera se había convertido en una mujer de negocios. Pero se calló, por lo que pensé que era otro callejón sin salida.

—¿Y no lo era?

—No; no hace mucho Kajsa contactó conmigo por iniciativa propia, y cuando la vi pude constatar que se había transformado por completo una vez más. Ya no quedaba ni rastro de aquel aire frío y distante, más bien se la veía atormentada y nerviosa. Poco tiempo después encontraron su cuerpo, sin vida, en el polideportivo Stora Mossen de Bromma. La habían matado a tiros. En aquel último encuentro me contó que la herencia de Zalachenko había sido repartida y que la hermana de Camilla, Lisbeth, se había quedado más o menos sin nada; aunque, bueno, por lo visto, según me dijo Kajsa, Lisbeth ni siquiera quiso lo poco que le había correspondido. Los bienes verdaderamente importantes recayeron en los dos chicos que quedaban, que vivían en Berlín, y en Camilla. Ésta heredó parte de la red de
trafficking
que Zalachenko tenía y sobre la que usted escribió de tal forma que se me hizo un nudo en el corazón. Dudo mucho que a Camilla le importasen las mujeres ni que se preocupara lo más mínimo por ellas. Pero aun así no quería tener nada que ver con esa actividad. Sólo los perdedores se dedicaban a esa mierda, le había dicho a Kajsa. Tenía una visión muy diferente, más moderna, respecto a lo que la organización debería hacer, y tras unas duras negociaciones consiguió que uno de sus hermanastros comprara su parte. Luego se marchó a Moscú con todo su capital y con algunos de sus colaboradores, entre ellos Kajsa Falk.

—¿Y sabe qué era lo que pensaba hacer Camilla?

—Kajsa nunca contó con la suficiente información, pero teníamos nuestras sospechas. Creo que era algo relacionado con esos secretos industriales de Ericsson. Hoy en día estoy bastante convencida de que Camilla realmente consiguió que Kjell robase y vendiera algo valioso de Ericsson, seguro que chantajeándolo. También me enteré de que durante los primeros años que pasó con nosotros sedujo a unos frikis de la informática que iban a su colegio para que entraran en mi ordenador. Según Kajsa, Camilla estaba obsesionada con el ciberataque, pero no para aprender ella, en absoluto. Sin embargo, hablaba sin cesar de lo que se podía ganar entrando en cuentas bancarias y en servidores para robar sus datos, y no sé qué más. Creo que anda metida en algo por el estilo.

—Sí, es probable que así sea.

—Sí, y sin duda en un nivel muy alto. Ella nunca se contentaría con menos. Según Kajsa, Camilla logró introducirse en muy poco tiempo en los círculos más influyentes de Moscú y se convirtió, entre otras cosas, en la amante de un diputado de la Duma, un tipo rico y poderoso, y con su ayuda empezó a rodearse de una extraña banda de ingenieros de élite y criminales. Al parecer, los manejaba a su antojo y sabía a la perfección cuál era el punto débil del poder económico.

—¿Y cuál era?

—El hecho de que Rusia no sea mucho más que una gasolinera con una banderita clavada encima. Se exporta petróleo y gas, pero no se fabrica nada que merezca la pena. Rusia necesita tecnología avanzada.

—¿Y eso se lo quería proporcionar ella?

—Al menos eso era lo que fingía que pretendía hacer. Pero, como es natural, sus intenciones eran otras, y sé que Kajsa estaba muy impresionada por la manera que tenía Camilla de atraer a la gente y de procurarse protección política. Sin lugar a dudas, habría continuado guardándole lealtad a ésta si no se hubiera asustado.

—¿Qué pasó?

—Kajsa conoció a un viejo soldado de élite, un comandante, creo, y a partir de ahí fue como si perdiera el control de su vida. Ese hombre, según informaciones confidenciales del amante de Camilla, había llevado a cabo misiones clandestinas para el gobierno ruso… Asesinatos, hablando en plata. Entre otras misiones había matado a una periodista muy famosa, supongo que sabe quién es: Irina Azarova. Llevaba años dirigiendo mordaces críticas contra el régimen en una serie de libros y reportajes.

—Sí, claro. Una verdadera heroína. Fue una historia terrible.

—Sí. Algo salió mal. Irina Azarova se iba a encontrar con un crítico del régimen en un piso situado en un apartado callejón de un suburbio del sureste de Moscú y, según lo previsto, el comandante tenía que pegarle un tiro a la periodista en la puerta de su domicilio. Pero nadie se había enterado de que la hermana de la periodista había cogido una pulmonía y de que Irina se había tenido que ocupar de sus dos sobrinas, de ocho y diez años de edad, así que cuando ella y las niñas aparecieron en el portal el tipo las mató a las tres. Les disparó en la cara, tras lo cual cayó en desgracia, y no porque nadie sintiera pena por las niñas sino porque ya no se pudo controlar la opinión pública, y entonces temieron que toda la operación se conociera y dejase en evidencia al gobierno. Creo que el militar tenía miedo de que su nombre saliera a la luz. Además, por la misma época surgieron un montón de problemas personales en su vida: la mujer le dejó y se quedó solo con una hija adolescente, y creo que incluso estuvo a punto de ser desahuciado de su casa. Desde la perspectiva de Camilla era indudable que se trataba de una situación perfecta: una persona despiadada que se hallaba en una situación crítica en su vida y a la que podía explotar a su antojo.

—Es decir, que a él también lo reclutó…

—Sí, quedaron para hablar. Kajsa estuvo presente, y lo raro es que se encariñó enseguida de él. No era en absoluto como se lo había imaginado, no se parecía en nada a esos hombres del club de moteros de Svavelsjö capaces de matar. Estaba en buena forma, claro, y tenía pinta de duro, es verdad, pero también se mostró muy educado y culto, dijo Kajsa, y en cierto sentido vulnerable y sensible. Kajsa pensó que realmente se sentía mal por haberse visto obligado a matar a esas niñas. Ahora bien, sin lugar a dudas era un asesino, un hombre que se había especializado en torturas durante la guerra de Chechenia, pero que aun así tenía sus límites y sus normas morales, según Kajsa. Por eso ella se quedó tan mal cuando Camilla le echó las garras. Sí, nunca mejor dicho; al parecer lo hizo de forma literal: le arañó pasándole las uñas sobre el pecho, como una gata, mientras le susurraba «Quiero que mates por mí». Cargaba sus palabras de sexo, de poder erótico. Despertó el instinto sádico del hombre con una habilidad infernal, y cuanto más terribles eran los detalles que él contaba acerca de sus crímenes más se excitaba Camilla, algo así, aunque no sé si lo entendí muy bien. En cualquier caso, fue eso y nada más lo que le metió a Kajsa un miedo descomunal en el cuerpo. No el asesino, sino Camilla, la manera como logró, con su belleza y fuerza de atracción, hacer revivir la bestia que había en él y que su mirada, algo triste ya de por sí, empezara a brillar como la de un loco depredador.

—¿Nunca informó a la policía de todo eso?

—Se lo comenté a Kajsa una y otra vez. Le dije que parecía asustada y que debería pedir protección. Me respondió que ya la tenía. Pero me prohibió hablar con la policía, y yo fui tan tonta que la obedecí. Después de su muerte les dije a los investigadores lo que ella me había contado, pero no sé si me creyeron, lo más probable es que no. La verdad es que, a pesar de todo, lo único que pude ofrecerles fueron unos rumores sobre un hombre extranjero sin nombre, y a Camilla no se la pudo encontrar en ningún registro, y yo tampoco había conseguido averiguar su nueva identidad. Así que lo que les conté no les llevó a ninguna parte. El asesinato de Kajsa sigue sin esclarecerse.

—Menuda historia. Ahora lo entiendo todo —dijo Mikael.

—¿De verdad que lo entiende?

—Creo que sí —respondió él al tiempo que hacía ademán de poner una mano en el brazo de Margareta Dahlgren para mostrarle su simpatía.

Pero le interrumpió el sonido del móvil, que vibraba en su bolsillo. Esperaba que fuera Andrei. Sin embargo, era un tal Stefan Molde. Pasaron unos segundos hasta que Mikael lo identificó como esa persona de la FRA que había estado en contacto con Linus Brandell.

—¿De qué se trata? —preguntó Mikael.

—Se trata de una reunión con un funcionario de alto nivel que está llegando a Suecia y que te quiere ver lo más pronto posible, mañana por la mañana, en el Grand Hôtel.

Mikael hizo un gesto de disculpa hacia Margareta Dahlgren.

—Tengo una agenda muy apretada —contestó—, de modo que, si tu intención es que vea a alguien, al menos quiero un nombre y un asunto.

—La persona en cuestión se llama Edwin Needham, y el asunto concierne a un tal Wasp, alias de un ciberdelincuente sospechoso de haber violado la ley gravemente.

Mikael sintió cómo una ola de pánico le recorría todo el cuerpo.

—De acuerdo —asintió—. ¿A qué hora?

—A las 05.00 horas le iría bien.

—¡Estarás bromeando!

—Por desgracia no hay nada sobre lo que bromear en esta historia. Te recomendaría que fueras puntual. Míster Needham te recibirá en su habitación. Deberás dejar el móvil en la recepción. Te cachearán.

—Ya —dijo con creciente malestar.

Luego Mikael Blomkvist se levantó y, tras despedirse de Margareta Dahlgren, abandonó aquel domicilio de Prostvägen, en Solna.

T
ERCERA PARTE

Problemas asimétricos

Del 24 de noviembre al 3 de diciembre

A veces es más fácil unir que separar.

Hoy en día los ordenadores pueden multiplicar con suma facilidad números primos compuestos de millones de cifras. Sin embargo, realizar el camino inverso resulta extremadamente complicado. Números de tan sólo cien dígitos presentan grandes problemas.

Las dificultades de la factorización en números primos son aprovechadas por algoritmos de criptografía como el RSA. Los números primos se han convertido en los grandes amigos de los secretos.

Capítulo 25

Madrugada del 24 de noviembre

No le llevó mucho tiempo a Lisbeth dar con ese Roger que August había dibujado. En una página web de viejos actores del llamado Teatro de la Revolución del barrio de Vasastan descubrió una versión más joven de él. Se llamaba Roger Winter y tenía fama de ser violento y envidioso. En su juventud había interpretado un par de papeles importantes en el cine, pero en los últimos años se había quedado estancado y ahora era mucho menos conocido que su hermano Tobias, un catedrático de biología sin pelos en la lengua que, en la actualidad, se hallaba en una silla de ruedas y del que se decía que se había distanciado de Roger.

Tras anotar la dirección de Roger Winter, Lisbeth entró en el superordenador NSF MRI. También abrió un programa en el que llevaba un tiempo tratando de construir un sistema dinámico para dar con las curvas elípticas que mejor pudieran lograr la tarea; con tan pocas iteraciones como fuera posible, por supuesto. Pero por mucho que lo intentó no avanzó ni un paso. El archivo de la NSA seguía siendo impenetrable, por lo que al final optó por levantarse e ir al dormitorio donde se encontraba August para echarle un vistazo. Soltó una palabrota: el niño estaba despierto y sentado en la cama escribiendo algo en un papel que había sobre la mesita de noche. Cuando Lisbeth se acercó y vio que eran nuevas factorizaciones en números primos murmuró algo y le reprendió severamente con su monótona voz:

—No tiene sentido. Por este camino no vamos a ninguna parte. —Y cuando August, de nuevo, empezó a mecerse histéricamente, lo llamó al orden y le mandó que se durmiera.

Era muy tarde, de modo que optó por descansar un poco. Se acostó en la cama que había junto a la del niño e intentó relajarse y conciliar el sueño. Le resultó imposible. August se movía y gemía, así que Lisbeth decidió, a pesar de todo, hablarle un poco. Pero no se le ocurrió más que preguntarle:

—¿Sabes algo de curvas elípticas?

Por supuesto, no obtuvo respuesta. Sin embargo, empezó a explicárselas de la forma más sencilla y general que supo.

—¿Lo entiendes?

August seguía sin responder.

—Bueno —continuó—, tomemos, por ejemplo, el número 3034267. Sé que te resultará fácil dar con sus factores. Pero también se pueden hallar mediante curvas elípticas. Pongamos por caso que elegimos la curva y
2
= x
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– x + 4, y el punto P = (1,2) en la curva.

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