Read Lo que no te mata te hace más fuerte Online
Authors: David Lagercrantz
Tags: #Novela, #Policial
No era la primera vez que a Mikael le venían con coplas así. En una ocasión llegó a hablar, incluso, con una señora mayor que afirmaba que en realidad era ella la que había escrito los libros de Harry Potter y que J. K. Rowling se lo había robado todo mediante telepatía.
—¿Y qué es lo que pasó?
—Nos
hackearon
.
—¿Y cómo lo sabéis?
—Así lo han constatado expertos de la FRA
[1]
; te puedo dar algún nombre si quieres. Y también ha sido comprobado por…
Linus se detuvo.
—¿Por…?
—Bueno…, la Säpo también colaboró. Te lo puede confirmar Gabriella Grane, una de sus analistas. Ella también lo menciona en el informe oficial que publicó el año pasado. Tengo su número de registro…
—Entonces no es una primicia —le interrumpió Mikael.
—No, en ese sentido no.
Ny Teknik
y
Computer Sweden
ya han escrito sobre ello. Pero como Frans no quiso hablar del tema e incluso en un par de ocasiones negó que se hubiese producido una intrusión, la historia no tuvo mucha repercusión.
—Ya, pero aun así es una noticia vieja.
—Sí, supongo que sí.
—En ese caso, ¿por qué debo seguir escuchándote, Linus?
—Porque Frans ha regresado de San Francisco y ahora parece que se ha dado cuenta de lo sucedido. Creo que obra en su poder una información auténticamente explosiva. Se ha vuelto un completo maníaco de la seguridad. Tiene el último grito en encriptación para correo electrónico y teléfono, y acaba de instalar en su casa una alarma antirrobo con cámaras y sensores y toda la parafernalia. Creo que deberías hablar con él; por eso me pongo en contacto contigo. Alguien como tú quizá pueda convencerlo de que hable. A mí no me hace caso.
—¿Así que me has hecho venir aquí porque parece ser que alguien llamado Frans a lo mejor está en posesión de algo que puede ser una bomba?
—Alguien llamado Frans no, Blomkvist, alguien llamado nada más y nada menos que Frans Balder. ¿No te lo había dicho? Fui uno de sus ayudantes.
Mikael rebuscó en su memoria: la única Balder que le vino a la mente fue Hanna, la actriz, dondequiera que estuviese ahora…
—¿Y quién es ése?
Linus Brandell le clavó una mirada tan despreciativa que lo dejó perplejo.
—Pero ¿tú dónde vives? ¿En Marte? Pero si Frans Balder es toda una leyenda. Un concepto.
—¿De verdad?
—¡Joder! ¡Ya lo creo! —continuó Linus Brandell—. Búscalo en Google y verás. Catedrático de informática con veintisiete años. Lleva dos décadas siendo toda una eminencia en el mundo de la investigación de la Inteligencia Artificial. No hay muchos que hayan avanzado tanto en el desarrollo de los ordenadores cuánticos y las redes neuronales. Encuentra siempre soluciones raras, nada ortodoxas. Su cerebro es flipante, como vuelto al revés. Tiene una forma de pensar muy innovadora, es un pionero, así que, como comprenderás, la industria informática lleva años detrás de él. Pero, durante mucho tiempo, Balder se ha negado a ser reclutado. Él quería trabajar solo. Bueno, solo, solo, no: siempre ha tenido diferentes ayudantes a los que ha llevado hasta el límite. Exige resultados, nada más, y repite hasta la saciedad eso de que «nada es imposible» y que «nuestro trabajo consiste en establecer nuevas fronteras», etcétera, etcétera. Pero la gente le escucha y hace lo que sea; hasta morir por él, si hace falta. Para nosotros es un auténtico dios.
—Ya lo veo.
—Pero no creas que soy un admirador totalmente carente de sentido crítico. En absoluto. Todo tiene un precio; si alguien lo sabe soy yo. Consigues metas grandiosas con él, pero también te puedes destruir. Ni siquiera le permiten que se haga cargo de su hijo; al parecer metió la pata de manera imperdonable. Hay varias historias como ésa: ayudantes quemados por el exceso de trabajo que han destrozado sus vidas y Dios sabe qué más… Y aunque siempre se ha obsesionado y ha llevado las cosas a su último extremo, nunca se ha comportado como ahora, con esa histérica obsesión por la seguridad. Por eso estoy aquí. Quiero que hables con él. Estoy seguro de que anda detrás de algo muy gordo.
—¿Estás seguro?
—Que te quede claro que no es un paranoico. Todo lo contrario: debería haberlo sido más teniendo en cuenta el nivel de lo que ha estado haciendo. Pero ahora se ha encerrado en su casa y apenas sale. Parece asustado, y que sepas que no es un tío que se asuste fácilmente. Más bien ha sido un puto loco que ha ido de cabeza a por todas.
—¿Y andaba metido en juegos de ordenador? —preguntó Mikael sin ocultar su escepticismo.
—Bueno… Es que Frans sabía que éramos todos unos frikis de los juegos. Supongo que pensaba que estaría bien que trabajásemos en algo que nos gustara. Su programa IA también encajaba ahí a la perfección. La verdad es que era un laboratorio perfecto, y conseguimos unos resultados fantásticos. Conquistamos nuevos territorios. Sólo que…
—Al grano, Linus.
—Lo que pasó fue que Balder y sus abogados elaboraron una petición de patente para las partes más innovadoras de la tecnología. Y llegó el primer
shock
. Resulta que un ingeniero ruso de Truegames se las había apañado para redactar, justo antes y a toda prisa, una solicitud que bloqueó las patentes, cosa que difícilmente podría considerarse una casualidad. Aunque lo cierto es que daba igual: la patente sólo había sido un señuelo; lo interesante era cómo coño había conseguido enterarse de lo que estábamos haciendo. Y como todos éramos leales a Frans hasta la muerte, sólo existía una posibilidad: habían entrado en nuestros ordenadores, a pesar de todas las medidas de seguridad.
—¿Fue entonces cuando os pusisteis en contacto con la Säpo y la FRA?
—En un primer momento, no. A Frans le cuesta mucho relacionarse con gente que se viste con corbata y trabaja de nueve a cinco. Prefiere a esos idiotas obsesos que se pasan la noche entera frente al ordenador; por eso recurrió a una misteriosa
hacker
que había conocido no sé dónde. Y fue ella quien de inmediato le dijo que habíamos sido víctimas de una intrusión. Aunque la tía no me pareció que ofreciera mucha credibilidad que digamos; si yo hubiera tenido una empresa no la habría contratado jamás, ya me entiendes, así que es posible que no tuviera ni idea. Pero, en fin, lo más importante de sus conclusiones fue confirmado luego por los de la FRA.
—Pero ¿nadie sabe quién fue el autor?
—No, en general es inútil intentar rastrear un ataque así. Lo único que está claro es que eran profesionales; habíamos cuidado mucho el tema de la seguridad.
—¿Y crees que Frans Balder sabe algo más?
—Definitivamente. De lo contrario no se comportaría de esa forma tan rara. Estoy convencido de que se enteró de algo en Solifon.
—¿Trabajó en Solifon?
—Sí, por raro que pueda parecer. Como ya te he dicho, Frans siempre se negó a ser contratado por los grandes gigantes del sector. No conozco a nadie que haya dado tanto la lata sobre la importancia de mantenerse al margen, de ser libre y no un esclavo de los mercados y todo ese rollo. Y de pronto, cuando nos encontrábamos con el culo al aire porque nos habían robado la tecnología, va y acepta una oferta de Solifon. Nadie entendía nada. Como es evidente, le ofrecieron un sueldo bestial, carta blanca y toda esa mierda; algo así como «haz lo que te salga de los cojones, tío, pero hazlo para nosotros». Y es posible que le molara la idea; a cualquiera que no fuera Frans Balder le fliparía que no veas. Aunque lo raro era que ofertas como ésa las recibía a porrillo: de Google, de Apple y de todas las demás. ¿Por qué de repente le intereso ésa? No dio ninguna explicación. Simplemente cogió sus cosas y se largó. Y, según pude saber, al principio todo le fue de maravilla. Frans siguió desarrollando nuestra tecnología, y creo que el dueño de la empresa, Nicolas Grant, empezó a soñar con nuevos ingresos de miles de millones. Reinaba una gran excitación. Pero luego pasó algo.
—Algo de lo que no sabes mucho.
—No, es que perdimos el contacto. Bueno, la verdad es que Frans perdió el contacto con casi todo el mundo… Hasta donde mi mente alcanza tuvo que ser algo muy gordo. Frans siempre había abogado por la transparencia y elogiado lo que se cuenta en el libro
Cien mejor que uno
y todo eso. En fin, ya sabes, la importancia de poder usar el conocimiento de los otros. Bueno, toda esa ideología muy en la línea de Linux. Pero, según parece, en Solifon lo mantenía todo en secreto, hasta la más mínima coma; incluso con los colaboradores de mayor confianza. Y de golpe y porrazo, ¡bumba!, abandonó el trabajo y volvió a casita. Y allí anda, encerrado en su chalé de Saltsjöbaden, y no sale ni al jardín ni se preocupa lo más mínimo por su aspecto.
—Así que lo que tienes, Linus, es la historia de un catedrático que parecía estar muy estresado y que ha dejado de preocuparse por su aspecto, aunque no sé cómo se puede saber eso si el tío no sale de casa.
—Sí, pero mira, yo creo que…
—Yo también creo, Linus, que ésta podría ser una historia interesante. Pero me temo que no es para mí. Yo no soy un periodista especializado en informática, soy un hombre de la Edad de Piedra, como alguien me describió muy acertadamente el otro día. Yo te recomendaría que contactaras con Raoul Sigvardsson, de
Svenska Morgonposten
. Él lo sabe todo de ese mundillo.
—No, Sigvardsson no tiene el suficiente peso. Esto está por encima de su nivel.
—Creo que lo estás subestimando.
—Venga, hombre, ¿te vas a rajar ahora? Esto puede ser tu gran
comeback
, Blomkvist, un regreso por todo lo alto.
Mikael le hizo un fatigado gesto a Amir, que estaba limpiando una mesa no muy lejos de ellos.
—¿Te puedo dar un consejo? —preguntó Mikael.
—¿Cómo?… Ehhh… Sí, bueno, claro.
—La próxima vez que vayas a venderle a alguien una historia no intentes explicarle lo que eso significaría para él. ¿Tienes idea de las veces que me han venido con ese cuento? «¡Esto va a ser lo más grande de tu vida! ¡Esto va a ser mejor que el Watergate!». Conseguirás más, Linus, tan sólo con un poco de objetividad.
—Bueno, lo único que quería era…
—¿Qué?
—Que hablaras con él. Creo que le caerías bien. Os parecéis: los dos tenéis el mismo tipo de intransigencia.
Linus parecía haber perdido de golpe toda su confianza, y Mikael se preguntó si no habría sido demasiado duro con él. Por lo general —y por puros principios— solía ser amable y positivo con los que le pasaban información, por muy locos que resultaran; y no sólo porque también en aquello, que se le antojaba demencial, pudiera esconderse una buena historia, sino porque además sabía que las más de las veces él era su última oportunidad. Muchos se dirigían a Mikael cuando todos los demás habían dejado de escuchar. A menudo era la última esperanza de la gente, y nunca existía ningún motivo para actuar con sarcasmo.
—Oye —se excusó—, he tenido un día horrible. No ha sido mi intención ser irónico.
—No pasa nada.
—Y tienes razón —continuó diciendo Mikael—, hay una cosa que realmente me interesa. Has dicho que consultasteis a una
hacker
.
—Sí, pero en realidad no tiene nada que ver con la historia. Creo que la tía era más bien un proyecto social de Balder.
—Pero parecía controlar el tema.
—O tuvo suerte. Decía muchas tonterías.
—¿La llegaste a conocer?
—Sí, cuando Balder se fue a Silicon Valley.
—¿Y cuánto tiempo hace de eso?
—Once meses. Me había llevado los ordenadores a mi casa de Brantingsgatan. Mi vida era una mierda. Estaba más solo que la una, y tieso, sin blanca; y encima ese día tenía resaca y mi casa estaba hecha una auténtica pocilga. Acababa de hablar con Frans por teléfono; se había puesto pesadísimo con la tía. No paraba de darme la lata con que no debía juzgarla por su aspecto, que las apariencias engañan y todo ese rollo. ¡Como si fuera mi viejo, joder! Y eso me lo decía a mí, que no es que sea, ni mucho menos, don Perfecto. No he llevado traje ni corbata en mi puñetera vida, y si alguien sabe la pinta que suelen tener los tipos que se mueven por los ambientes de los
hackers
, ése soy yo. En fin, en cualquier caso, ahí estaba yo, esperando a esa tía. Pensaba que al menos llamaría a la puerta. Pero nones, simplemente abrió la puerta y entró.
—¿Qué aspecto tenía?
—Absolutamente horrible… aunque, bueno, supongo que en cierto modo también era sexy. ¡Aunque a mí me resultaba horrible!
—Linus, no pretendía que reseñaras su aspecto. Sólo quería saber cómo iba vestida y cómo se llamaba.
—No tengo ni idea de quién era —continuó Linus—, aunque me sonaba su cara de algún sitio; me dio la sensación de que era de algo malo. Llevaba tatuajes y
piercings
y todas esas cosas. Parecía una rockera siniestra, o gótica, o
punki
, y luego era flaca de la hostia.
Sin ser apenas consciente de lo que estaba haciendo, Mikael le pidió a Amir, con un gesto de mano, que le pusiera otra Guinness.
—¿Y qué pasó? —preguntó Mikael.
—Bueno, ¿qué quieres que te diga?… Supongo que me pareció que tampoco hacía falta empezar de inmediato, así que me senté en la cama —no había muchos otros sitios para hacerlo— y le sugerí que antes nos tomáramos una copa o algo. ¿Y sabes lo que hizo entonces? Me dijo que me marchara de allí. Me ordenó que saliera de mi propia casa, como si fuese lo más normal del mundo. Y yo me negué, claro; intenté decirle: «Oye, ésta es mi casa». Y entonces la tía va y me suelta: «¡Lárgate! ¡Fuera de aquí!». Así que no me quedó otra que abrirme, y estuve fuera bastante tiempo. Cuando volví la tía estaba tumbada en mi cama, fumando —¡no me lo podía creer!— y leyendo un libro sobre teoría de cuerdas o algo así. Es posible que me quedara mirándola demasiado fijamente, o no sé cómo, yo qué sé, pero la cosa es que lo primero que me soltó fue que no pensaba acostarse conmigo ni en sueños. «Ni de coña», me dijo, y creo que no me miró a los ojos en ningún momento. Sólo me comentó que habíamos tenido un troyano en nuestros ordenadores, un RAT
[2]
, y que reconocía el patrón utilizado en la intrusión, el alto umbral de originalidad del diseño. «Os la han metido bien», dijo. Luego se largó.
—¿Sin despedirse?
—Ni una puta palabra.