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Authors: Mircea Eliade

Tags: #Ensayo, Religión

Lo sagrado y lo profano (19 page)

BOOK: Lo sagrado y lo profano
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En los escenarios iniciáticos, el simbolismo del nacimiento linda casi siempre con el de la Muerte. En los contextos iniciáticos, la muerte significa la superación de la condición profana, no-santificada, la condición del «hombre natural», ignorante de lo sagrado, ciego de espíritu. El misterio de la iniciación va descubriendo poco a poco al neófito las verdaderas dimensiones de la existencia: al introducirle en lo sagrado, la iniciación le obliga a asumir la responsabilidad de hombre. Retengamos este hecho, que es importante: el acceso a la espiritualidad se traduce, para las sociedades arcaicas, en un simbolismo de Muerte y nuevo nacimiento.

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Cofradías de hombres y sociedades secretas de mujeres

Los ritos de entrada en las sociedades de hombres utilizan las mismas pruebas y escogen los mismos escenarios iniciatorios. Pero, como hemos dicho ya, la pertenencia a las cofradías de hombres implica una selección previa: pero no todos los que han pasado por la iniciación de la pubertad formarán parte de la sociedad secreta, por más que todos lo deseen
[104]
.

Para poner un solo ejemplo: en las tribus africanas mandja y banda existe una sociedad secreta conocida con el nombre de Ngakola. Según el mito narrado a. los neófitos durante la iniciación, el monstruo Ngakola tenía el poder de matar a los hombres, engulléndoles, y el de vomitarles a continuación renovados. Al neófito se le introduce en una caja que simboliza el cuerpo del monstruo. Allí dentro oye la voz lúgubre de Ngakola, es azotado y sometido a tortura; se le dice que «ha entrado ya en el vientre de Ngakola» y que está siendo digerido. Después de haber afrontado otras pruebas, el maestro iniciador anuncia por fin que Ngakola, que se había comido al neófito, acaba de devolverlo
[105]
.

Se vuelve a encontrar aquí el simbolismo de la muerte por engullimiento en el vientre de un monstruo, simbolismo que desempeña un papel tan importante en las iniciaciones de pubertad. Destaquemos una vez más que los ritos de entrada en una cofradía secreta corresponden punto por punto a las iniciaciones de pubertad: reclusión, torturas y pruebas iniciáticas, muerte y resurrección, imposición de un nuevo nombre, enseñanza de una lengua secreta, etc.

Hay también iniciaciones femeninas. No se ha de esperar encontrar en los ritos iniciatorios y en los misterios reservados a las mujeres el mismo simbolismo o, más exactamente, expresiones simbólicas idénticas a las de las iniciaciones y cofradías masculinas. Pero se descubre fácilmente un elemento común: una experiencia religiosa profunda, que está en la base de todos estos ritos y misterios. Es ésta el acceso
a la sacralidad
, tal como se revela al asumir la condición de mujer, que constituye el punto de mira tanto de los ritos iniciatorios de pubertad como de las sociedades secretas femeninas
(Weiberbünde)
.

La iniciación comienza con la primera menstruación. Este síntoma fisiológico exige una ruptura, el arrancar a la joven de su mundo familiar: se la aisla inmediatamente, se la separa de la comunidad. La segregación tiene lugar en una cabaña especial, en la espesura o en un rincón oscuro de la habitación. La joven catamenial debe mantener una posición particular, bastante incómoda, y evitar ser vista por el Sol o tocada por nadie. Lleva un vestido especial, o un signo, un color que le está en cierto modo reservado, y debe alimentarse de alimentos crudos.

La segregación y la reclusión a la sombra, en una cabaña oscura, en la espesura, nos recuerdan el simbolismo de la muerte iniciática de los muchachos aislados en el bosque, encerrados en chozas. Sin embargo, existe una diferencia: para las muchachas la segregación tiene lugar inmediatamente después de la primera menstruación; es, pues, individual, mientras para los jóvenes es colectiva. La diferencia se explica por el aspecto fisiológico, evidente en el caso de las jóvenes, del fin de la infancia. Con todo, las jóvenes acaban por constituir un grupo, y entonces su iniciación se efectúa colectivamente a cargo de viejas monitoras.

En cuanto a los
Weiberbünde
, están siempre en relación con el misterio del nacimiento y de la fertilidad. El misterio del alumbramiento, es decir, el descubrimiento por parte de la mujer de que
es creadora en el plano vital
, constituye una experiencia religiosa intraducible a los términos de la experiencia masculina. Se comprende entonces por qué el parto ha dado lugar a rituales secretos femeninos, que se organizan a veces en auténticos misterios. Restos de estos misterios se conservan incluso en Europa
[106]
.

Como entre los hombres, nos encontramos con múltiples formas de asociaciones femeninas, en las cuales el secreto y el misterio aumentan progresivamente. Hay, para empezar, la iniciación general por la que pasa toda joven y toda recién casada y que desemboca en la institución de los
Weiberbünde
. Luego, asociaciones femeninas mistéricas, como en África o, en la antigüedad, los grupos de Ménades. Se sabe que estas cofradías femeninas mistéricas tardaron mucho en desaparecer.

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Muerte e iniciación

El simbolismo y el ritual iniciáticos que implican el engullimiento por un monstruo han desempeñado un papel importante tanto en las iniciaciones como en los mitos heroicos y las mitologías de la Muerte. El simbolismo del retorno al vientre tiene siempre una valencia cosmológica. El mundo entero, simbólicamente, regresa, con el neófito, a la Noche cósmica, para poder ser creado de nuevo, es decir, para poder ser regenerado. Como hemos visto (cap. II), el mito cosmológico se recita con fines terapéuticos. Para curar al enfermo hay que hacerle
nacer de nuevo
, y el modelo arquetípico del nacimiento es la cosmogonía. Hay que abolir la obra del Tiempo, reintegrar el instante auroral anterior a la Creación: en el plano humano esto equivale a decir que es preciso volver a la «página en blanco» de la existencia, al comienzo absoluto, cuando todavía nada estaba mancillado, estropeado.

Penetrar en el vientre del monstruo —o ser «enterrado» simbólicamente, o ser encerrado en la cabaña iniciadora— equivale a una regresión a lo indistinto primordial, a la Noche cósmica. Salir del vientre, o de la cabaña tenebrosa, o de la «tumba» iniciática, equivale a una cosmogonía. La muerte iniciática reitera el retorno ejemplar al Caos, de tal guisa que se hace posible la repetición de la cosmogonía, la preparación del nuevo nacimiento. La regresión al Caos se verifica a veces al pie de la letra: tal es el caso, por ejemplo, de las enfermedades iniciáticas de los futuros chamanes, consideradas con frecuencia como auténticas locuras. Se asiste, en efecto, a una crisis total conducente a veces a la desintegración de la personalidad
[107]
. Este «caos psíquico» es el indicio de que el hombre profano está «disolviéndose» y que una nueva personalidad está a punto de nacer.

Se comprende la razón de que el mismo esquema iniciatorio —sufrimientos, muerte y resurrección (renacimiento)— reaparezca en todos los misterios, tanto en los ritos de pubertad como en los de acceso a una sociedad secreta; y la de que se pueda descubrir el mismo escenario en las perturbadoras experiencias íntimas que preceden a la vocación mística (entre los primitivos, las «enfermedades iniciáticas» de los futuros chamanes). El hombre de las sociedades primitivas se esfuerza por vencer a la muerte transformándola en
rito de tránsito
. En otros términos: para los primitivos, siempre se muere para algo
que no era esencial
; se muere sobre todo para la vida profana. Resumiendo, la muerte viene a considerarse como la suprema iniciación, como el comienzo de una nueva existencia espiritual. Mejor aún: generación, muerte y regeneración (re-nacimiento) se conciben como tres momentos de un mismo misterio, y todo el esfuerzo espiritual del hombre arcaico se pone en demostrar que entre estos momentos no debe existir ruptura. No puede uno
pararse
en ninguno de estos tres momentos. El movimiento, la regeneración prosiguen infinitamente. Se rehace infatigablemente la cosmogonía para estar seguro que se hace bien cualquier cosa: un niño, por ejemplo, o una casa, o una vocación espiritual. Por ello se reencuentra siempre la valencia cosmogónica en los ritos de iniciación.

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El «segundo nacimiento» y el alumbramiento espiritual

El escenario iniciático, es decir, la muerte a la condición profana seguida del re-nacimiento al mundo sagrado, al mundo de los dioses, desempeña igualmente un papel considerable en las religiones evolucionadas. Un ejemplo célebre es el del sacrificio indio, cuya meta es obtener, después de la muerte, el Cielo, la estancia con los dioses o la calidad de dios
(devátma)
. En otros términos: se forja por medio del sacrificio una condición sobrehumana, un resultado que puede equipararse al de las iniciaciones arcaicas. Ahora bien: el sacrificante debe haber sido consagrado de antemano por los sacerdotes, y esta consagración
(dikshá
) comporta un simbolismo iniciático de estructura obstétrica; hablando con propiedad, la
dikshá
transforma ritualmente al sacrificante en embrión y le hace nacer por segunda vez.

Los textos insisten machaconamente sobre el sistema de equiparación gracias al cual el sacrificante experimenta un
regressus ad uterum
seguido de un nuevo nacimiento
[108]
. He aquí, por ejemplo, lo que dice el
Aitareya-Bráhmana
(I, 3): «Los sacerdotes transforman en embrión a aquel a quien consagran
(dikshá)
. Le rocían con agua: el agua es el semen viril… Le hacen entrar en el cobertizo especial: el cobertizo especial es la matriz del que efectúa la
dikshá
; le hacen entrar así en la matriz que le conviene. Le recubren con un vestido; el vestido es el amnios… Se le echa encima una piel de antílope negro; el corion está, en efecto, por encima del amnios. Tiene los puños cerrados; en efecto," el embrión tiene los puños cerrados mientras está en el claustro materno; el niño tiene los puños cerrados cuando nace
[109]
. Se despoja de la piel de antílope para entrar en el baño; por eso los embriones vienen al mundo desprovistos de corion. Conserva su vestido para entrar; por ello el niño nace con el amnios encima.»

El conocimiento sagrado y, por extensión, la sabiduría se conciben como fruto de una iniciación, y es significativo encontrar el simbolismo obstétrico ligado al despertar de la conciencia suprema tanto en la antigua India como en Grecia. Sócrates se comparaba no sin razón a una partera: ayudaba al hombre a nacer a la consciencia de sí, alumbraba al «hombre nuevo». El mismo simbolismo reaparece en la tradición budista: el monje abandonaba su nombre de familia y pasaba a ser «un hijo de Buda»
(sakya-putto)
, pues había «nacido entre santos»
(ariya)
. Como lo decía Kassappa hablando de sí mismo: «Hijo natural del Bienaventurado, nacido de su boca, nacido del
dhamma
(la Doctrina), modelado por el
dhamma»
, etc.
(Samyutta Nikáya
, II, 221).

Este nacimiento iniciático implicaba la muerte a la existencia profana. El esquema se ha conservado tanto en el brahamanismo como en el budismo. El yogin «muere para esta vida» para renacer a otro modo de ser: aquel que está representado por la liberación. Buda enseñaba el camino y los medios de morir a la condición humana profana, es decir, a la esclavitud y a la ignorancia, para renacer a la libertad, a la beatitud y a la ausencia de condicionamientos del
nirvana
. La terminología india del renacimiento iniciático recuerda a veces el simbolismo arcaico del «cuerpo nuevo» que obtiene el neófito gracias a la iniciación. El propio Buda lo proclama: «Yo he mostrado a mis discípulos los medios para poder crear, a partir de este cuerpo (constituido por los cuatro elementos corruptibles), otro cuerpo de sustancia intelectual
(rüpin mano-mayan
) completo con sus miembros y dotado de facultades trascendentales
(abhinindriyam)»
[110]
.

El simbolismo del segundo nacimiento o del alumbramiento como acceso a la espiritualidad lo han recogido y revalorizado el judaismo alejandrino y el cristianismo. Filón utiliza abundantemente el tema del parto a propósito del nacimiento a una vida superior, a la vida del espíritu (cf., por ejemplo,
Abraham
, XX, 99). A su vez, San Pablo habla del «hijo espiritual», de los hijos que ha procreado por la fe. «Tito, mi hijo verdadero en la fe que nos es común»
(Epist. a Tito
, I, 4). «Yo te ruego por mi hijo que he engendrado en las cadenas, por Onésimo…»
(Epíst. a Filemón
, 10).

Inútil insistir sobre las diferencias entre los «hijos» que «engendraba» San Pablo «en la fe» y los «hijos de Buda» o aquellos que «daba a luz» Sócrates, o incluso los «recién nacidos» de las iniciaciones primitivas. Las diferencias son evidentes. La propia fuerza del rito era lo que «mataba» y «resucitaba» al neófito en las sociedades arcaicas, como la fuerza del rito transformaba en «embrión» al sacrificante hindú. Buda, por el contrario, «engendraba» por su «boca», es decir, por la comunicación de su doctrina
(dhamma)
; gracias al conocimiento supremo revelado por el
dhamma
nacía el discípulo a una nueva vida, susceptible de conducirle hasta el umbral del Nirvana. El propio Sócrates pretendía no desempeñar otro oficio que el de partera: ayudaba a «dar a luz» al verdadero hombre que cada uno llevaba en lo más profundo de sí mismo. Para San Pablo, la situación es diferente: engendraba «hijos espirituales» por la fe, es decir, gracias a un misterio fundado por el propio Cristo. De una religión a otra, de una gnosis o de una sabiduría a otra, el tema inmemorial del segundo nacimiento se enriquece con nuevos valores, que cambian a veces radicalmente el contenido de la experiencia. Queda, sin embargo, un elemento común, invariable, que podría definirse de la manera siguiente:
el acceso a la vida espiritual comporta siempre la muerte para la condición profana, seguida de un nuevo nacimiento
.

10

Lo sacro y lo profano en el mundo moderno

Hemos insistido en la iniciación y los ritos de tránsito, pero estamos muy lejos de haber agotado el tema; apenas podemos pretender otra cosa que haber desbrozado algunos aspectos esenciales. Y, sin embargo, al extendernos con cierto detenimiento sobre la iniciación hemos tenido que silenciar una serie de situaciones socio-religiosas de interés considerable para la comprensión del
homo religiosus
; así no hemos hablado del Soberano, del chamán, del sacerdote, del guerrero, etc. Es decir, que este librito es por fuerza sumario e incompleto: no constituye sino una rapidísima introducción a un tema inmenso.

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