Read Los cazadores de Gor Online
Authors: John Norman
—Sí, Capitán —dijo él.
Miré hacia la orilla. Las mujeres pantera habían desaparecido ya, y lo habían hecho tan sigilosas y rápidamente como las propias panteras de los bosques.
Los postes en los que habían encadenado los esclavos seguían allí, pero vacíos. Estaban plantados en medio de la playa, para que fueran bien visibles desde el mar.
—Haz subir a las dos mujeres pantera que están en la primera bodega —le dije a otro marinero—. Quítales las caperuzas de esclavas y las mordazas. Encadénalas como antes, a la cubierta del barco.
—Sí, Capitán —respondió el hombre—. ¿Les doy de comer?
—No —respondí.
Algunos marineros treparon al alto mástil para aflojar las cuerdas de candaliza y así dejar caer la vela.
Trajeron a las dos muchachas de la primera bodega. Estaban congestionadas y sus rostros desencajados. Tenían el pelo empapado en sudor. No resulta agradable llevar una capucha goreana de esclavo. Necesitaban aire. Un marinero, sujetándolas por el cabello y al tiempo haciéndolas inclinarse hacia delante, pasó con ellas frente a mí.
Las cuerdas se aflojaron, la vela tarn cayó, abriéndose al viento.
Era algo hermoso.
En la popa, detrás de la cocina al aire libre, las muchachas fueron encadenadas por el cuello a la cubierta, a unas argollas de hierro situadas en el suelo de madera.
Olía a bosko asado y a vulo frito. Estaría delicioso. Me olvidé de las muchachas.
Tenía que atender otros asuntos en el barco.
Sostuve el muslo de vulo frito frente a una de las muchachas.
Estaba sentado delante de ellas sobre un taburete y detrás de mí se encontraba la cocina. Se arrodillaron. Todavía seguían encadenadas por el cuello a las argollas de hierro. Pero ahora además, había hecho que atasen sus manos hacia atrás con fibra de atar. Había algunos hombres a mi alrededor. Rim y Thurnock entre ellos. Las tres lunas goreanas brillaban en el cielo negro iluminado por las estrellas. Las dos jóvenes tenían un aspecto muy bello a la luz de las linternas del barco.
No les había dado nada de comer en todo el día.
En realidad, no habían comido desde su adquisición, la mañana del día anterior, aunque me había preocupado de que tuviesen agua. Por otra parte, esperaba que Arn y sus hombres no hubiesen sido muy generosos en cuanto a comida se refería. Supuse que ambas muchachas debían estar muertas de hambre.
Una de ellas estiró el cuello para acercarse a mí, al tiempo que entreabría la boca para morder.
Retiré la comida.
Se irguió en seguida, con orgullo.
—Quisiera saber —les dije— la situación del campamento de una proscrita y el de su círculo de danza.
—Nosotras no sabemos nada.
—El nombre de la proscrita —proseguí— es Verna.
Antes de que pudieran ocultar una respuesta, leí en sus ojos que reconocían el nombre.
—Nosotras no sabemos nada.
—Sabéis la localización aproximada de su campamento y su círculo de danza.
—No sabemos nada.
—Me lo diréis —les informé.
—Somos mujeres pantera. No diremos nada.
Volví a colocar el muslo de vulo frito frente a la primera muchacha. Durante un rato, lo ignoró, con la cabeza vuelta hacia otro lado. Pero finalmente, no pudiendo contenerse más, me lanzó una mirada de odio y se inclinó de nuevo hacia delante. Sus dientes se cerraron sobre la carne y sofocando un grito, comenzó a comer rápidamente, comenzó a comer rápidamente, dejando caer su rubio cabello sobre mi muñeca. Con una mirada le indiqué a Rim que hiciera lo mismo con la otra.
Así lo hizo.
En cuestión de un momento, dejaron los huesos limpios y Rim y yo los arrojamos al mar.
Todavía estaban muertas de hambre, por supuesto, sólo habían comido un poco.
Noté la angustia en sus ojos al pensar que no comerían nada más.
—¡Dadnos de comer! —gritó una de ellas—. Os diremos cuanto deseéis saber.
—De acuerdo —les contesté, mirándolas, esperando que hablasen.
Se miraron la una a la otra.
—Dadnos de comer primero —dijo la que había hablado en primer lugar—. Luego hablaremos.
—Hablad ahora —repliqué—, y si nos parece bien, os daremos de comer después.
Volvieron a mirarse.
La primera bajó la cabeza. Se estremeció como si tratase de ahogar un sollozo. Me miró desesperada. Era una buena actriz.
—El campamento de Verna y su círculo de danza se hallan a cien pasangs al norte de Lydius, y a veinte pasangs hacia el interior desde la orilla del Thassa.
Entonces bajó la cabeza, como si sollozase.
—Por favor, dadme de comer —suplicó.
—Has mentido —le dije.
Me miró llena de rabia.
—Yo lo diré —lloró la segunda muchacha.
—¡No lo hagas! —gritó la primera. Era muy buena actriz. Sí que lo era.
—Tengo que hacerlo —sollozó la segunda muchacha, que tampoco lo hacía mal.
—¡Habla! —le ordené.
La muchacha, mientras su compañera fingía estar rabiosa, bajó la cabeza.
—El campamento de Verna —dijo— se encuentra a diez pasangs río arriba desde Lydius, y cincuenta pasangs al norte, hacia el interior desde Laurius.
—Tú también estás mintiendo —le informé.
Ambas me miraron llenas de rabia. Se revolvió en sus ataduras.
—Eres un hombre —siseó la primera—. ¡Nosotras somos mujeres pantera! ¿Acaso crees que te diríamos algo?
—Soltadles las manos —le dije a un marinero—, y dadles de comer.
Ellas se miraron sorprendidas. El marinero hizo lo que le había ordenado. Les soltó las manos que tenían atadas a la espalda y llenó dos cuencos de carne de bosko y vulo, que colocó en sus manos.
Devoraron la carne con las manos y los dientes.
Cuando acabaron las miré.
—¿Cómo os llamáis? —pregunté.
—Tana —dijo la primera.
—Ela —fue la respuesta de la segunda.
—Deseo saber la situación del campamento y del círculo de danza de Verna, la proscrita.
Tana se chupó los dedos. Se echó a reír.
—Nunca te lo diremos —anunció.
—No —dijo Ela, al tiempo que acababa el último bocado de bosko asado, con los ojos cerrados.
—Eres un hombre —dijo la primera—. No hablaremos. No importa lo que vayas a hacernos. No nos asusta el látigo. No le tememos al hierro. No hablaremos. Somos mujeres pantera.
En una zona aparte, hablé con Thurnock y Rim.
—Mañana bajaremos a tierra un momento —les dije.
—Sí, Capitán —respondieron.
—Retirad las cadenas de sus cuellos —dije a dos marineros.
Las muchachas me miraron.
Era la noche siguiente a mi adquisición de los dos esclavos.
Retiraron las cadenas que sujetaban los cuellos de las muchachas. Aquel día las habían tratado bien. Se les dio comida y bebida en abundancia y caramelos después de cada comida. Se les había permitido lavarse con un cubo de agua fresca y peinarse la una a la otra.
—Atad bien sus tobillos —dije— y también sus muñecas, detrás de la espalda.
Habíamos bajado a tierra durante un rato aquella tarde. Thurnock y Rim habían penetrado en el bosque con unas trampas. Les acompañaban otros hombres que llevaban barriles de agua. Las muchachas encadenadas en la cubierta, bloqueadas por la cocina y detrás de bultos y enormes cajas, no pudieron ver lo que ocurría.
De haber podido, habrían visto a unos hombres regresar al
Tesephone
; con barriles de agua y a Thurnock llevar un bulto grande en la espalda, pero aparentemente, no demasiado pesado. El objeto iba cubierto con una lona.
Pusieron a las muchachas boca abajo sobre el suelo de madera.
Cada una notó que les ataban los tobillos con fuerza. También que les colocaban las manos sobre la espalda y que igualmente se las ataban. Quedaron echadas frente a mí.
—Llevadlas a la segunda bodega —dije.
Se las llevaron de cubierta. Las pasaron por la escotilla a los marineros de la primera bodega, quienes a su vez las traspasaron a otras manos que las dejaron en su destino final, ese espacio reducido, lleno de arena, humedad y frío, que es la segunda bodega. Di órdenes específicos de que se las colocase bien adentro, lejos de la escotilla. Así lo hicieron. A continuación se procedió a cerrar la pesada escotilla y a correr los dos cerrojos que la bloqueaban. Por último, se cubrió la rejilla de la escotilla, a través de la que entraba la luz en el interior de la segunda bodega, de manera que ésta quedó sumida en la más absoluta oscuridad.
Lo capturado por Rim y Thurnock regresó al
Tesephone
en una jaula cubierta con una liana para mantener oculto el interior. En ella llevaba seis urts de bosque, bastante grandes, del tamaño de seis perros pequeños. Así que, aquella noche, después de la cena, abrimos la jaula junto a la escotilla de la bodega inferior.
Thurnock, Rim y yo regresamos a la zona de la cocina. Había sobrado algo de vulo frito. Pensé que las muchachas no tardarían demasiado en descubrir que no estaban solas.
Olfateé el vulo.
Se oyó de pronto, como si surgiese de muy lejos, algo ahogado, un grito aterrorizado.
¿Habían oído movimientos en la oscuridad? ¿Había sentido alguna la respiración de unos pulmones pequeños junto a su rostro? ¿Habrían sentido quizás el roce de su pelaje contra sus piernas, o alguna de ellas habría sentido unos diminutos pies deslizarse por encima de su cuerpo desnudo?
Ambas muchachas estaban gritando.
Los gritos daban verdadera pena. Habían sido mujeres pantera. Pero ahora no eran más que unas muchachas histéricas y aterrorizadas.
Mordisqueé el muslo de vulo.
Se acercó un marinero.
—Capitán —dijo—, las muchachas de la bodega inferior solicitan audiencia.
Sonreí.
—Muy bien —respondí.
Al cabo de unos momentos fueron colocadas de rodillas ante mí. Estaban cubiertas de arena mojada; les cubría el cuerpo, el pelo y las pestañas. Todavía estaban perfectamente atadas. Me senté, como lo había hecho antes, detrás del área de la cocina. Las dos colocaron sus cabezas a mis pies. Se estremecían espasmódicamente.
—El campamento y el círculo de danza de Verna —dijo Tana— se encuentra al norte y al este de Laura. Dirígete a los recintos para esclavos que hay a las afueras de Laura. Luego, cuando comience el bosque, busca un árbol Tur, marcado en su tronco con la hoja de una lanza de muchacha. Desde ese árbol continúa en dirección norte, buscando siempre árboles marcados de similar manera, distanciados más o menos, un cuarto de pasang. Hay cincuenta árboles así. En el que hace cincuenta hay una doble señal. A partir de allí debes ir en dirección norte-noreste. Los árboles vuelven a estar marcados, pero en la base del tronco, con un cuchillo de eslín. Has de pasar por veinte de estos árboles. Luego busca un árbol Tur, destruido por un rayo. A un pasang norte-noreste desde este árbol, vuelve a buscar árboles marcados, pero ahora la marca está, como al principio, en la parte alta del tronco y hecha con lanza de muchacha. Tienes que volver a pasar por veinte de estos árboles. Entonces estarás cerca del círculo de danza de Verna. Su campamento, al norte de un pequeño riachuelo, bien oculto, está a dos pasangs al norte.
Las dos alzaron la cabeza. ¿Iría yo a devolverlas a la bodega inferior? Sus ojos mostraban miedo.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté a la primera muchacha.
—Tana —susurró.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté a la segunda.
—Ela —dijo.
—No tenéis nombres puesto que sois esclavas.
Bajaron la cabeza.
—Volved a atarlas por el cuello —dije a unos marineros.
Cuando lo hubieron hecho les ordené que las desatasen.
Retiraron las ligaduras de las muchachas.
Levantaron los ojos hacia mí, aterrorizadas. Estaban atadas por el cuello.
Las miré a los ojos.
Me miraron apenadas, como esclavas.
—Por la mañana —dije, vendedlas en Lydius.
Bajaron la cabeza llorando.
Una muchacha se abalanzó sobre mí. Tenía el cabello negro, llevaba una breve túnica de color marrón; iba sin armas, descalza. Era una muchacha libre, pequeña, sensual.
Había tropezado conmigo entre la multitud que había cerca de los muelles de Lydius.
Rim estaba conmigo, y también Thurnock.
Me volví a mirarla mientras desaparecía entre la gente. Era una mujer libre. Se había librado de la esclavitud viviendo en su propia ciudad. Quizás había crecido allí mismo, en los muelles y en las callejuelas de detrás de las tabernas de paga.
Algo en ella me había llamado la atención, algo a un lado de la cabeza, debajo del pelo, mientras pasaba rápidamente frente a mí, pero con la rapidez del encontronazo, no me era posible recordarlo.
Miré a mi alrededor mientras intentábamos abrirnos camino entre la multitud.
Habíamos atracado el
Tesephone
en un muelle público. Yo quería pasar varios días en Lydius, para conseguir todo aquello que fuera a hacerme falta en mi empresa, en mi cacería.
Sabía que Marlenus de Ar me llevaba varios días de ventaja y que debía hallarse ya en Laura, río arriba.
Thurnock, siguiendo mis instrucciones, había vendido aquella mañana las dos mujeres pantera, Tana y Ela, en el mercado de esclavos, que está muy cerca de los embarcaderos de Lydius.
No enarbolé, al acercarme a Lydius, la bandera de Bosko, la que lleva la cabeza de un bosko, negra, sobre un campo de barras verdes verticales, la famosa bandera de Bosko de los Pantanos.
No deseaba se reconocido. Tanto Thurnock, como Rim y yo mismo vestíamos las simples túnicas de los pescadores.
Yo me haría pasar por Bosko, de Tabor. Tabor es una isla de intercambio en Thassa, al sur de Teletus. Mi idea era llegar hasta Laura y allí adquirir un cargamento de pieles de eslín, que podrían llevarse al sur y obtener muchos beneficios. Unas ocho o diez balas de pieles de eslín, muy cotizadas, es una buena carga para una galera ligera.
El representante de los Comerciantes, a quien expliqué mi negocio y a quien pagué por atracar, no hizo preguntas. Ni siquiera pidió la prueba de registro del
Tesephone
en Tabor. En los muelles había visto dos barcos verdes, el color que usan, en general, los piratas. Supuse que si habían pagado y declarado algún tipo de negocio, los capitanes de esos barcos habrían sido tan poco interrogados como yo.
Supongo que el magistrado que, junto con sus papeles, nos recibió en el puerto, no se creyó mi historia.