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Authors: Jean M. Auel

Los cazadores de mamuts (94 page)

BOOK: Los cazadores de mamuts
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Branag parecía algo asustado, pero Deegie sonreía encantada, cuando se reunieron con Tulie y Talut junto con otra pareja. Ayla fue oficialmente presentada a los líderes del campamento anfitrión. De inmediato notó lo que todos sabían: Marlie estaba muy enferma. Incluso le resultaba perjudicial estar allí de pie. Mentalmente la muchacha eligió medicinas y remedios para ella. Reparó en el color de su piel, en la expresión de sus ojos y la textura de su pelo. Parecía difícil que algo pudiera ayudarla, pero no cabía duda de que no le faltaba entereza: no se entregaría con facilidad, y eso podría ser más eficaz que los remedios.

–Ha sido toda una demostración, Ayla –dijo Marlie. Había notado la interesante peculiaridad de su pronunciación–. ¿Quién controlaba al lobo? ¿El niño o tú?

–No lo sé –contestó sonriente–. Lobo responde a señales, pero se las dimos los dos.

–¿Lobo? Lo dices como si fuera su nombre –observó Valez.

–Así se llama.

–¿También los caballos tienen nombres? –preguntó Marlie.

–La yegua se llama Whinney –Ayla pronunció la palabra imitando un relincho, y el animal respondió con otro igual, provocando sonrisas algo nerviosas en el grupo–. Casi todos lo pronuncian como si fuera un nombre: Whinney. El potro es hijo suyo. Jondalar le llamó Corredor. En su idioma significa alguien que corre mucho y llega el primero.

Marlie asintió. Ayla la miró un momento con atención. Luego se volvió hacia Talut.

–Estoy cansada de tanto trabajar para hacer el cobertizo. ¿Ves ese tronco grande? ¿Te importaría traerlo aquí para que pueda sentarme?

Por un momento, el corpulento jefe quedó totalmente sorprendido. No era propio de Ayla interrumpir una conversación con la jefa de un Campamento para pedir semejante cosa. En cualquier caso, si alguien necesitaba un asiento, ésa era Marlie. Y de repente comprendió. ¡Por supuesto! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Corrió en busca del tronco y lo llevó adentro personalmente.

Ayla se sentó.

–Espero que no os moleste, pero estoy realmente cansada. ¿No me acompañas, Marlie?

La enferma se sentó, algo estremecida. Al cabo de unos instantes, sonrió y dijo:

–Gracias, Ayla. No pensaba pasar tanto tiempo aquí. ¿Cómo te diste cuenta de que me sentía mareada?

–Es una Mujer Que Cura –dijo Deegie.

–¿Convocadora y curandera? ¡Qué combinación tan poco habitual! No me extraña que el Hogar del Mamut la reclamara para sí.

–Me gustaría prepararte algo, si estás dispuesta a tomarlo –dijo Ayla.

–Me han atendido varios curanderos, pero si quieres probar, hazlo, Ayla. Ahora, antes de dejar el tema definitivamente, querría hacerte una pregunta. ¿Estabas segura de que el lobo no haría daño a ese hombre?

Ayla hizo una pausa antes de responder.

–No, no estaba segura. Aún es un cachorro y no siempre se puede confiar en él. Pero yo estaba lo bastante cerca como para cortar su ataque, si no lo hacía él mismo a tiempo.

Marlie meneó la cabeza: había comprendido.

–Tampoco las personas son de fiar por completo; no hay por qué esperar que lo sean los animales. Si me hubieras dado otra respuesta, no te habría creído. Chaleg se quejará en cuanto se recobre, ¿sabes?, para salvar su orgullo. Presentará el caso al Consejo de los Hermanos, y ellos lo trasladarán al nuestro.

–¿Al nuestro?

–El Consejo de las Hermanas –dijo Tulie–. Las Hermanas son la autoridad final. Están más próximas a la Madre.

–Me alegro de haberlo presenciado. Ahora no tendré que escuchar relatos contradictorios y en todo caso increíbles –dijo Marlie. Por un momento estudió a los caballos y a Lobo–. Parecen animales perfectamente comunes, no espíritus ni cosas mágicas. Dime, Ayla, ¿qué comen los animales cuando están contigo? Porque comen algo, ¿no?

–Lo mismo que todos los de su especie. Lobo come carne, sobre todo, ya sea cruda o cocida. Es como cualquier persona del albergue, y habitualmente come lo mismo que yo, hasta verduras. A veces cazo para él, pero está aprendiendo a atrapar ratones y otros animales pequeños para alimentarse. Los caballos comen hierba y cereales. Estaba pensando en llevarles a aquella pradera, al otro lado del río, y dejarles allí algún tiempo.

Valez miró al otro lado del río e intercambió una mirada con Talut. Ayla adivinó lo que estaba pensando.

–No me gusta decirlo, Ayla, pero podría ser peligroso dejarles solos allí.

–¿Por qué? –preguntó ella, con un dejo de pánico en la voz.

–Por los cazadores. Se parecen a cualquier otro caballo, sobre todo la yegua. El color oscuro del potro le diferencia un poco. Podríamos dar órdenes de no matar a ningún caballo pardo, sobre todo si parece dócil. Pero la otra..., casi todos los caballos de la estepa son de ese color, y no podemos pedir que nadie mate caballos. Es la carne favorita de algunas personas –explicó Valez.

–Entonces tendré que quedarme con ella –dijo Ayla.

–¡No puedes hacer eso! –protestó Deegie–. Te perderás todas las diversiones.

–No voy a permitir que nadie le haga daño –replicó la muchacha–. Si me pierdo algo, mala suerte.

–Sería una verdadera lástima –agregó Tulie.

–¿No se te ocurre una solución? –preguntó Deegie.

–No. Si al menos fuera parda...

–¿Y por qué no la tiñes?

–¿Teñirla? ¿Cómo?

–Podríamos preparar un tinte, como para teñir cuero, y frotarla con él.

Ayla lo pensó unos instantes.

–Creo que no daría resultado. Es una buena idea, Deegie, pero el problema es que teñirla no cambiaría mucho las cosas. El mismo Corredor está en peligro; los caballos pardos siguen siendo caballos, y quien estuviera cazando olvidaría la advertencia de no matar a los de ese color.

–Eso es cierto –intervino Talut–. Los cazadores sólo piensan en cazar, y dos caballos pardos que no se asustan de la gente son blancos muy tentadores.

–¿Y si los tiñéramos de un color diferente? Rojo, por ejemplo. ¿Por qué no teñimos a Whinney de rojo? Un rojo vivo. Así destacaría mucho.

Ayla hizo una mueca.

–No me gusta la idea de teñirla de rojo, Deegie. Quedaría demasiado extraña. Pero no está mal pensado. Todo el mundo comprendería que no se trata de un caballo común. Creo que debemos hacer algo así, pero... Un caballo rojo... ¡Espera! ¡Se me ocurre algo!

Ayla corrió a la tienda. Vació sobre las pieles de dormir su mochila de viaje; cerca del fondo encontró lo que buscaba y salió a la carrera con ello.

–¡Mira, Deegie! ¿Te acuerdas de esto? –Ayla desplegó el cuero que había teñido de rojo intenso–. Nunca decidí qué uso darle. Me gustaba sólo por el color. Ahora puedo atárselo a Whinney cuando la deje en la pradera.

–¡Qué rojo tan intenso! –comentó Valez, asintiendo–. Creo que dará resultado. Cualquiera que la vea sabrá que se trata de un caballo especial y vacilará en matarla, aunque nadie diga nada. Podemos anunciar esta noche que el caballo pardo y el que tiene una cobertura roja no deben ser cazados.

–No vendría mal atar algo también a Corredor –observó Talut–. Aunque no de color tan fuerte, debe ser algo de apariencia humana, para que quien esté a punto de arrojar la lanza se dé cuenta de que no es un caballo común.

Marlie intervino:

–Se me ocurre otra solución. No siempre se puede confiar en las personas; sólo una advertencia no bastaría. Sería prudente que Mamut ideara una prohibición especial. Una buena maldición sería suficiente para asustar a quien intentara averiguar si estos animales son mortales.

–Podríamos decir que Rydag lanzará a Lobo contra quien pretenda hacerles daño –dijo Branag, sonriendo–. A estas alturas, la historia ha de estar circulando entre todos los reunidos, corregida y aumentada en cada transmisión.

–No es mala idea –convino Marlie, levantándose para retirarse–. Al menos que circule como un rumor.

Siguieron con la mirada a los dos jefes del Campamento del Lobo que se retiraban. Tulie, meneando tristemente la cabeza, se marchó a concluir sus tareas. Talut decidió salir a averiguar quién organizaba las competiciones, a fin de incluir un concurso basado en el lanzavenablos, y se detuvo a conversar con Brecie y Jondalar. Los tres partieron juntos. Deegie y Branag acompañaron a Ayla hasta el cobertizo de los caballos.

–Conozco a la persona adecuada para poner en circulación ese rumor –dijo Branag–. Creo que nadie querrá enfrentarse al riesgo de que Rydag lance al lobo contra él. Quería preguntar algo: ¿cómo supo Rydag que debía hacer la señal al lobo?

Deegie miró con sorpresa a su prometido.

–No lo sabes, ¿verdad? Siempre pienso que, cuando yo sé algo, tú también has de saberlo. Frebec no inventó ninguna fantasía para defender a nuestro Campamento, se limitó a decir la verdad. Rydag comprende todo lo que se dice, siempre fue así. Nosotros no lo supimos hasta que Ayla nos enseñó a hablar por medio de señales, para que le comprendiéramos. Cuando Frebec fingió alejarse, hizo una señal a Rydag, y el niño consultó a Ayla. Todos sabíamos lo que se estaban diciendo y lo que iba a pasar.

–¿Es cierto eso? –preguntó el joven–. ¡Estábais hablando entre vosotros y nadie lo sabía! –se echó a reír–. Bueno, si quiero estar al corriente de las sorpresas que trae tu Campamento, tendré que aprender ese lenguaje secreto.

–¡Ayla! –llamó Crozie desde la entrada de la tienda. Los tres se detuvieron para que la anciana les alcanzara–. Tulie acaba de decirme que habéis decidido marcar a los caballos –dijo, acercándose–. Es una buena idea, y el rojo resaltará sobre el color claro de la yegua. Pero no tienes dos cueros rojos. Mientras deshacía los bártulos he encontrado algo que me gustaría darte.

Desplegó un bulto recién desatado. Era un cuero plegado.

–¡Oh, Crozie! –exclamó Ayla–. ¡Es bellísimo!

Se trataba de una capa de cuero, de color blanco tiza, decorada con cuentas de marfil en triángulos repetidos y con plumas teñidas de rojo, formando espirales y zigzags. Los ojos de Crozie se iluminaron ante aquella maravilla. Ayla, después de haber hecho una túnica, conocía las dificultades que implicaba teñir un cuero de blanco.

–Es para Corredor. Creo que el blanco resaltará sobre su pelaje oscuro.

–Pero es demasiado bonito para el caballo, Crozie. Se ensuciará por completo y perderá sus adornos, sobre todo si Corredor trata de revolcarse. No puedo ponérselo para llevarle a la pradera.

Crozie la miró con severidad.

–Si algún cazador de caballos ve un potro pardo con una capa blanca y bordada, ¿crees que le disparará una lanza?

–No. Pero has trabajado demasiado en ella como para que se eche a perder de ese modo.

–Ha pasado mucho tiempo desde que la hice –respondió la anciana. Sus ojos se nublaron al añadir–: Era para mi hijo, el hermano de Fralie. Nunca he podido regalárselo a otra persona. No soportaría que otro la llevara, y tampoco soy capaz de tirarla. He estado llevándola de un lado a otro. Es un cuero inútil y el trabajo valdrá para algo. Quiero dártelo a cambio de lo que tú me has dado.

Ayla cogió por fin el bulto que le ofrecía, pero quedó intrigada.

–¿Qué te he dado yo, Crozie?

–Eso no tiene importancia –fue su brusca respuesta–. Acepta esto.

Frebec, que corría hacia la tienda, levantó la vista y, al verlas, sonrió muy satisfecho de sí. Ellas respondieron de igual modo.

–Fue una verdadera sorpresa que Frebec saliera en defensa de Rydag –comentó Branag–. Siempre hubiera pensado que él sería el último en hacerlo.

–Ha cambiado mucho –dijo Deegie–. Todavía le gusta discutir, pero ya no cuesta tanto entenderse con él. A veces se muestra dispuesto a escuchar.

–Bueno, nunca tuvo reparos en decir lo que pensaba –reconoció Branag.

–Tal vez ése fuera el problema –dijo Crozie–. Nunca entendí lo que había visto Fralie en él. Hice lo posible para convencerla de que no le aceptara. No tenía nada que ofrecer: su madre no tenía rango y él no demostraba ningún talento especial. Pensé que mi hija se estaba malogrando. Tal vez el coraje que puso en pedirla ya decía algo en su favor. Deseaba de veras hacerla compañía. Yo debería haber confiado en el buen juicio de Fralie; después de todo, es hija mía. El hecho de que alguien tenga un origen humilde no significa que no quiera superarse.

Branag miró a Deegie y después a Ayla, por encima de la cabeza de la anciana. En su opinión, ella misma había cambiado más que el propio Frebec.

Capítulo 32

Ayla estaba sola en el interior de la tienda. Echó una mirada al sector que sería suyo mientras estuviera allí, tratando de hallar algo más para ordenar o cambiar de sitio, un motivo más para retrasarse en dejar los confines del Campamento de la Espadaña. En cuanto estuviera lista, Mamut la llevaría ante la gente con quien ella estaba vinculada de un modo único: los Mamutoi que pertenecían al Hogar del Mamut.

Aquella entrevista le parecía una prueba de fuego; estaba segura de que todos querían interrogarla para juzgar si tenía derecho a estar incluida entre sus filas. En el fondo, ella creía no tenerlo. No se consideraba en posesión de aptitudes incomparables ni de dones especiales. Era curandera porque había aprendido los conocimientos de Iza. En su amistad con los animales tampoco existía ninguna magia. La yegua la obedecía porque la había recogido cuando era joven y habían vivido juntas en el valle. Corredor había nacido allí mismo. En cuanto a Lobo, le había salvado porque se lo debía a su madre y sabía, por entonces, que cualquier animal criado entre seres humanos se comportaría dócilmente. No había en ello gran misterio.

Rydag había pasado algún tiempo con ella dentro de la tienda en tanto le examinaba y le hacía algunas preguntas específicas sobre lo que sentía. Mientras ella decidía que era necesario cambiar algunas de sus medicinas, el niño salió a sentarse con Lobo para contemplar a los otros. Nezzie coincidía con Ayla en que parecía más animado. Estaba encantado con Frebec, y éste había oído tantas alabanzas, directas o indirectas, que se sentía casi abochornado. Nunca se le había visto sonreír demasiado, y la muchacha sabía que esa felicidad se debía, en parte, a la sensación de ser aceptado. Ella lo comprendía muy bien.

Miró en derredor una vez más; después de sujetar un saquito de cuero virgen a su cinturón, salió dando un suspiro. Al parecer, se habían ido todos, menos Mamut, que estaba conversando con Rydag. Cuando estuvo a su altura, Lobo levantó la cabeza.

–¿No hay nadie? Podría quedarme a cuidar de Rydag hasta que alguien vuelva –se ofreció ella, apresuradamente.

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