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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, Infantil y juvenil

Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin (16 page)

BOOK: Los Cinco otra vez en la Isla de Kirrin
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—¡No puede hacer eso! —dijo este al fin—. No sacaran ningún beneficio con ello.

—Para nosotros solo hay todo o nada —dijo el hombre—. Todo o nada, ¡píenselo! Le damos tiempo hasta las diez y media de la mañana. Casi siete horas. Entonces usted hablará o destruiremos la isla.

Salieron de la cueva, dejando en ella a Jorge y a su padre, ¡Solo siete horas! Y desaparecería quizás hasta la propia isla de Kirrin.

CAPÍTULO XVIII

Las cuatro y media de la mañana

Tan pronto como desaparecieron los hombres, el padre de Jorge hablo en voz baja:

—¡Estoy perdido! No me queda otra solución que entregar mi secreto. No puedo correr el riesgo de sepultarte aquí abajo, Jorge. No me preocupo por mí, puedes creerlo. Los que trabajamos en este tipo de cosas debemos estar dispuestos a ofrecer la vida, si es necesario. Pero ahora que estás tú aquí, es diferente.

—Papá, ya no tengo el cuaderno —susurro Jorge con agradecimiento—. Se lo he dado a
Tim.
Saque las piedras de la entrada de su pequeña prisión. ¡Y pensar que esos idiotas creen que no he podido! Le di el cuaderno a
Tim
y le dije que se escondiera hasta que yo fuera a buscarlo.

—¡Buen trabajo, Jorge! —exclamó a su padre—. Oye, se me ocurre una cosa… Si vas ahora a buscar a
Tim
y le traes aquí, quizás él logre vencer a esos dos hombres antes que conciban la menor sospecha de que está libre. Es muy capaz de ganarles a los dos a la vez.

—¡Tienes razón! ¡Esta es nuestra oportunidad! —respondió Jorge—. Me voy ahora mismo a buscarlo. Avanzaré un poco por el pasadizo y le silbare. Papá, ¿por qué no intentaste tu rescatar a
Tim?

—No quise abandonar el cuaderno —adujo su padre—. No me atreví tampoco a llevarlo conmigo, por si me seguían y lo encontraban. Han buscado el cuaderno por todas las cuevas. Compréndelo, hija. No podía llevarlo conmigo ni abandonarlo aquí para dedicarme a buscar al perro. Me había cerciorado de que estaba bien al ver que el hombre recogía las galletas. Vete ya, Jorge. Llama a
Tim.
Los bandidos pueden volver en cualquier momento.

Jorge recogió su linterna y se fue por el pasadizo que conducía a la pequeña cueva en que había permanecido encerrado
Tim.
Silbo más alto y espero. Pero
Tim
no apareció. Silbo de nuevo y avanzo a lo largo del túnel. Nada, ni la menor huella de
Tim.

Lo llamo fuertemente:

—¡
Tim! ¡Tim,
ven aquí!

Pero el fiel perro no acudía a su llamada. ¡No se oían sus ligeras pisadas ni sus alegres ladridos!

«¡Que lio! —pensó Jorge—. Espero que no se haya ido tan lejos como para no oírme. Seguiré un poco más.»

Continuó avanzando por el túnel, atravesó la caverna que había ocupado
Tim
y se aventuró por un nuevo pasillo. Ni sombra de su querido perro.

Dobló una esquina. Se encontró ante una encrucijada. El túnel se dividía en tres pasadizos diferentes, oscuros, silenciosos y fríos. Titubeó. No sabía por cual decidirse. Por fin, eligió el de la izquierda.

Pero este, a su vez, se dividía en otros tres pequeños ramales. Jorge se detuvo.

«Me perderé por completo en este laberinto que se extiende bajo el mar, si me meto en él —pensó—. No me atrevo, lo confieso. Es demasiado espantoso.»

—¡Tim! ¡Tim! —
gritó.

Su voz despertó amplios ecos en la larga galería que se prolongaron en extrañas resonancias. Sintiéndose muy infeliz, retrocedió sobre sus pasos y se encamino en derechura a la caverna donde se hallaba su padre.

—Papa, no hay rastro de
Tim.
Sin duda se ha metido por alguno de los pasadizos y se ha extraviado. ¡Dios mío! ¡Es espantoso! Hay montones de túneles más allá de esta cueva. Parece como si todo este suelo rocoso estuviera minado.

Se sentó y miro a su alrededor muy abatida.

—Es posible —concedió su padre—. Bueno, de todas maneras el quedarnos aquí sentados, sin hacer nada, no va a resolvernos el problema. Debemos pensar en algo.

—Me pregunto qué pensarán Julián y los otros cuando se despierten y vean que me he marchado —dijo Jorge de pronto—. Pudiera ser que se les ocurriera venir a buscarme aquí.

—Eso sería estupendo —contestó el sabio—. Sin embargo, esos hombres se refugiaran tranquilamente aquí. No tendrán más que esperar con paciencia, puesto que nadie sabe donde estamos. Los demás no conocen la entrada del cuartito de piedra, ¿verdad?

—No —confirmó su hija—. Aunque vengan a la isla estoy segura de que no lograrán encontrarla nunca. Ya la habíamos buscado todos juntos antes. Además, ellos también podrían ser destruidos con la isla. Papá, ¡esto es horrible!

—Si al menos supiéramos donde esta
Tim
—suspiró su padre—. O si pudiéramos enviar un mensaje a Julián y decirle que de ningún modo se presentara aquí. ¿Qué hora es? ¡Cielos! Ya son las tres y media. Supongo que los chicos estarán profundamente dormidos.

Pero una hora más tarde, a las cuatro y media, Ana se despertó sintiendo mucho calor:

«Abriré la ventana —pensó—. Me estoy asando.»

Se levantó y se encaminó hacia la ventana. La abrió y miró al exterior. Las estrellas brillaban allá arriba y rielaban débilmente en la bahía.

—Jorge —susurró Ana—, ¿estás dormida?

Espero alguna respuesta, pero no oyó nada. Escucho con más cuidado. ¿Cómo es que no oía la respiración de su prima? ¿Seguro que se encontraba en la habitación?

Se acercó a la cama de Jorge. Aparecía apenas removida y vacía. Encendió la luz para ver mejor. El pijama reposaba sobre la cama. Sus vestidos y ropa interior habían desaparecido.

«¡Jorge se ha ido a la isla! —pensó Ana, asustada—. Ella sola, en medio de la oscuridad.»

Sin perder un segundo, se dirigió al cuarto de sus hermanos. Se acercó a la cama de Julián y lo sacudió con fuerza por los hombros. El chico se despertó sobresaltado.

—¿Que sucede? ¿Qué pasa? —gritó.

—Julián, ¡Jorge no está en nuestra habitación! No ha dormido en su cama —cuchicheó Ana. El ruido despertó a Dick. Muy pronto, ambos muchachos estaban sentados, desvanecido ya por entero su sueño.

—¡Sopla! Debía haberme supuesto que se le ocurriría una locura como esta —dijo Julián—. Y por si fuera poco, se marcha en medio de la oscuridad, con esas rocas tan peligrosas para navegar entre ellas. Y ahora, ¿qué vamos a hacer? ¡Mira que le recomendé veces y veces que no fuera a la isla!
Tim
está bien. Supongo que el tío Quintín se olvidó de subirlo a la torre ayer, eso es todo. Si se hubiera resignado a esperar hasta mañana por la mañana, lo habría visto.

—Bueno, no podemos hacer nada ahora… ¿O sí? —preguntó Ana con ansiedad.

—Nada —contestó Julián—. No hay duda de que se encontrará ya a salvo en la isla de Kirrin, armando un gran alboroto con
Tim.
Eso, aparte la buena riña que le habrá propinado el tío Quintín. Realmente, Jorge es el colmo.

Permanecieron hablando durante media hora. De pronto, Julián miro su reloj:

—¡Las cinco! Sería mejor que intentásemos dormir un poco. Tía Fanny se quedara horrorizada por la mañana cuando se entere de la última escapada de Jorge.

Ana volvió a su habitación. Se metió en la cama y se durmió. Julián, por el contrario, no lograba conciliar el sueño. Pensaba sin cesar en su prima e intentaba adivinar en qué lugar estaría ahora. ¡Le echaría un buen sermón en cuanto apareciese!

De pronto, oyó un extraño ruido abajo. ¿Que podría originarlo? Semejaba como si alguien estuviera trepando por una ventana. ¿Había quedado alguna abierta? Si, ahora se acordaba, la ventana pequeña del cuarto de baño. ¡Cras! No era posible que se tratase de un ladrón. Un ladrón no sería tan loco como para armar semejante alboroto.

El estruendo prosiguió ahora por la escalera. La puerta del dormitorio se entreabrió. Alarmado, Julián coloco su mano sobre el interruptor de la luz. Antes de que pudiera presionarlo, una pesada mole había saltado sobre él.

Incapaz de contenerse, soltó un alarido. Dick se despertó con sobresalto y encendió la luz. Entonces pudo Julián divisar lo que yacía sobre su cama. ¡
Tim
!

—¡
Tim
! ¿Cómo estás aquí? ¿Dónde has dejado a Jorge? Pero, ¿eres realmente tú,
Tim
?

—¡Cielos! —exclamó Dick sorprendido—. ¿De manera que Jorge lo ha traído de vuelta? ¿O no está ella aquí?

Ana entró atraída por el ruido:

—¿Que pasa…? ¡
Tim
! Julián, ¿
ya
ha vuelto Jorge?

—No…, aparentemente al menos —repuso Julián aturdido—. Oye,
Tim,
¿qué es eso que llevas en la boca? Déjamelo ver, camarada, déjamelo.

El fiel animal lo dejo caer. Julián lo recogió desde la cama.

—Es un cuaderno de notas, escrito con la letra del tío Quintín. ¿Qué significa esto? ¿Cómo lo ha encontrado
Tim
y cómo lo ha traído hasta aquí? ¡Qué cosa más extraordinaria!

Nadie acertaba a imaginar por qué
Tim
había aparecido de repente con el cuaderno de notas y por qué, hasta ahora, no había ni señales de su ama.

—Es muy extraño —comentó Julián—. Aquí ocurre algo que no acierto a comprender del todo. Será mejor que despertemos a tía Fanny.

Así lo hicieron, en efecto, y le contaron todo lo que sabían. Se quedó verdaderamente espantada al enterarse de que Jorge se había ido a la isla. Examinó el cuadernillo de apuntes. En el acto se dio cuenta de que este era muy importante.

—Tengo que guardar esto en sitio seguro —anunció—. Sé que tiene un gran valor. Pero, ¿Cómo se ha hecho
Tim
con él?

Tim
estaba actuando en una forma muy rara. Daba vueltas y más vueltas en torno a Julián, pateando y lloriqueando. Se había mostrado muy contento al verlos a todos. No obstante, parecía desear comunicarles algo.

—¿Qué te pasa, amigo? —preguntó Dick—. ¿Cómo has llegado hasta aquí? No has hecho el camino nadando, puesto que no estas mojado. Y si has venido en bote, tiene que haberte acompañado Jorge. Sin embargo, me extraña mucho que la hayas dejado atrás…

—Creo que algo le ha sucedido a Jorge —dijo Ana de repente—. Julián,
Tim
está dando vueltas a tu alrededor para decirte que vayas con él, a fin de ayudarla. Quizá lo trajo en el bote y luego se sintió terriblemente cansada y se durmió en la playa, o algo por el estilo. Tenemos que ir a ver lo que pasa.

—Si, opino lo mismo —respondió Julián—. Tía Fanny, ¿no te parece que sería conveniente que despertases a Juana y le pidieses que prepare algo caliente, para el caso de que encontremos a Jorge agotada y helada? Bajaremos a la playa y buscaremos por allí. Pronto amanecerá. Las primeras luces se ven ya por el Este.

—Está bien. Vistámonos entonces —dijo tía Fanny, todavía muy sorprendida—. ¡Pero que familia más horrible tengo! Salen de una dificultad para meterse en otra.

Los tres niños se dirigieron a sus respectivos cuartos para vestirse.
Tim
los observó, esperando con paciencia hasta que estuvieron listos. Entonces bajaron y salieron. El perro se detuvo en seco. Giró unas cuantas veces en torno a Dick y luego avanzó unos pasos en dirección opuesta.

—¡Anda! ¡Si no quiere que vayamos a la playa! ¡Pretende que nos dirijamos hacia otro lado! —gritó Julián, sorprendido—. Muy bien,
Tim,
enséñanos el camino y nosotros te seguiremos.

CAPÍTULO XIX

Una reunión con Martín

Tim
dio la vuelta a la casa y se encaminó hacia el pantano que se extendía por la parte de atrás. ¡Era algo fuera de toda lógica! ¿Adónde iba?

—Esto es terriblemente extraño —comentó Juliá—. Estoy seguro de que Jorge no puede hallarse de ninguna manera en esta dirección.

Tim
proseguía su marcha a toda velocidad, volviendo de cuando en cuando la cabeza con objeto de asegurarse de que continuaban siguiéndole. Pronto advirtieron que habían tornado el camino de la cantera.

—¡Nos lleva a la cantera! Eso quiere decir que Jorge vino aquí, en lugar de ir a la isla —dijo Dick—. Pero, ¿por qué?

El perro desapareció por el centro de la cantera. Se escurría y se deslizaba por entre las escarpaduras. Los demás le seguían en la medida de sus fuerzas. Afortunadamente, el terreno no estaba tan resbaladizo como el día anterior y llegaron al fin sin tropiezo.

Tim
se dirigió en línea recta hacia un repliegue de la roca y desapareció bajo él. Oyeron como lanzaba un corto y agudo ladrido, como si dijera: «Venid, este es el camino, apresuraos! »

—Se ha metido en el brezal, por aquí debajo —dijo Dick—. Por el agujero que encontró aquel día y que debíamos explorar. Tiene que haber un pasadizo o algo así por aquí. Pero, ¿estará ahí Jorge?

—Pasare yo el primero —anuncio Julián, dirigiéndose a la abertura. Repto a través de ella y pronto se encontró en un espacio más amplio, desembocando luego en un lugar por donde casi se podía andar de pie. Camino un poco en la oscuridad, siguiendo los impacientes ladridos de
Tim.
Pero un minuto o dos más tarde se detuvo.

—Es imposible seguirte en la oscuridad,
Tim
—llamo—. Tendremos que regresar en busca de linternas. No puedo ver nada a medio metro de distancia.

Dick penetraba entonces por el agujero. Julián le gritó que retrocediera.

—Está demasiado oscuro —le explicó—. Necesitamos luces. Si, por alguna razón, Jorge se ha metido por este pasadizo, debe de haber sufrido algún accidente. Será mejor que traigamos también una cuerda y un poco de coñac.

Ana se echó a llorar. Le impresionaba la idea de que su prima se hallase mal herida en el oscuro pasadizo. Julián la rodeo con un brazo, en un intento por consolarla, tan pronto como estuvo de nuevo al aire libre. La ayudo a trepar por las quebraduras de la cantera. Dick los seguía.

—No te entristezcas, Ana. La encontraremos sana y salva. Ni siquiera puedo imaginar el motivo de que
Tim
y ella se vinieran de la isla y se dirigieran a la cantera en lugar de quedarse en la playa.

—¡Mira! Ahí está Martín —exclamó de pronto Dick, con voz sorprendida.

En efecto, allí estaba, en lo alto de la cantera. Y pareció tan asombrado al verlos como ellos al verlo a él.

—¡Te has levantado temprano! —gritó Dick—. ¡Que barbaridad! ¿Vas a cultivar un huerto o algo por el estilo? ¿Para que llevas esas azadas?

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