Read Los confidentes Online

Authors: Bret Easton Ellis

Tags: #Drama, Relato

Los confidentes (16 page)

BOOK: Los confidentes
12.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

–Oye, tío, llevo siendo fan tuyo desde siempre -le oigo decir-. Desde siempre, tío.

Los demás miembros asienten con la cabeza muy serios para demostrar su acuerdo. Me resulta imposible no asentir o sonreír. Estamos sentados en torno a una gran mesa de cristal y las chicas orientales no dejan de mirarme, soltando risitas.

–¿Dónde está Gus? – pregunta Roger.

–Gus tiene mononucleosis. – El cantante solista se vuelve hacia Roger, sin dejar de mirarme.

–Le mandaré unas flores -dice Roger.

El cantante se vuelve hacia mí y explica:

–Gus es nuestro batería.

–Oh -digo yo-. Eso está… muy bien. – ¿Sushi? – les pregunta Roger.

–No, yo soy vegetariano -dice el cantante-. Además ya hemos comido hasta hartarnos en Spaghettis.

–¿Con quién?

–Con un importante ejecutivo de una casa de discos.

–Pues vaya -dice Roger.

–Da igual, tío -dice el cantante solista, dirigiendo toda su atención a mí-. Mira, llevo oyendo todos tus discos… bueno, los discos con el grupo… desde que me pueda acordar. Bueno… desde hace mucho tiempo, y nunca sospeché que un buen día te iba a decir… -se interrumpe y tiene problemas para pronunciar las siguientes palabras- que nos has influido.

El resto de los English Prices asienten, murmurando algo a la vez.

Trato de mirar al cantante a los ojos. Trato de decir:

–Estupendo.

Nadie dice nada.

–Oye -le dice el cantante solista a Roger-. Se muestra muy… bueno, sumiso.

–Sí -dice Roger-. De hecho le llamamos el Sometido.

–Eso es… cojonudo -dice aprensivo el cantante solista.

–¿A quién oías tú, tío? – me pregunta uno de ellos.

–¿Cuándo? – pregunto yo confuso.

–Bueno, verás, cuando eras niño, bueno, en el colegio y eso… Tus influencias, tío.

–Bueno… montones de cosas. Verás, no recuerdo bien… -Miro a Roger en busca de ayuda-. Prefiero no decirlo.

–¿Quieres que te repita yo la pregunta, tío? – pregunta el cantante solista.

Me limito a mirarle fijamente, incapaz de moverme.

–Es la vida -dice por fin el cantante solista, suspirando.

–Captain Beefheart, las Ronettes, las cosas radicales, ya sabes -dice Roger, alegremente, y luego-: ¿Quiénes son vuestras amigas? – Se ríe tímidamente y el cantante solista se ríe, ladrando casi, y el resto de la banda le sigue.

–Estas chicas son estupendas.

–Sí, señor -dice uno de ellos en un tono monótono, titubeando-. No entienden ni jota de inglés pero folian como conejas.

–¿Verdad que sí? – pregunta el cantante solista a la chica sentada junto a él-. ¿Verdad que follas muy bien, so puta? – pregunta, con expresión de sinceridad en la cara, asintiendo con la cabeza.

La chica observa esa expresión, se fija en el asentimiento de cabeza, en la sonrisa, y sonríe a su vez de un modo inocente y asiente con la cabeza y todos se ríen.

El cantante solista, asintiendo con la cabeza y sonriendo, le pregunta a otra chica:

–Y tú haces unas mamadas tremendas, ¿verdad? ¿Te gusta cuando te pego en la cara con mi enorme polla, jodida puta amarilla?

La chica asiente con la cabeza, sonriendo, mira a las otras chicas, y los del grupo se ríen, Roger se ríe, las chicas orientales se ríen. Yo me río finalmente quitándome las gafas de sol, relajándome un poco. Se impone el silencio. Roger le dice a los del grupo que pidan unas copas. Las chicas orientales sueltan risitas, se ajustan sus diminutas botas color rosa, el cantante solista no deja de mirar mi mano vendada y me veo a mí mismo con la misma mueca ingenua, en una sesión de fotos, en la habitación de un hotel de San Francisco, dentro de tropecientos millones de dólares, dentro de otros diez meses.

En los vestuarios del local antes de salir a escena, estoy sentado en una silla delante de un enorme espejo oval mirando mi reflejo a través de las Wayfarer, y me veo a mí mismo mordisqueando unos rábanos. Roger entra, se sienta, enciende un pitillo. Al cabo de un momento yo digo algo.

–¿Qué? – pregunta Roger-. ¿Qué murmuras?

–No quiero salir ahí.

–¿Por qué? – Roger pregunta corno si hablara con un niño.

–No me encuentro bien. – Miro mi reflejo, inútilmente.

–No digas eso. Tienes muy buen aspecto.

–Sí, y tú vas a ganar el concurso de mister Amable cualquier jodido año de éstos -gruño, y luego añado más calmado-: Consígueme algo.

–¿Para qué? – pregunta él y luego, viendo que estoy a punto de saltar sobre él, se ablanda-. Era sólo una broma.

Roger hace una llamada telefónica, diez minutos después alguien me sujeta algo alrededor del brazo, da golpecitos en una vena, el pinchazo, vitaminas, diciendo que sí, un extraño calor que me recorre el cuerpo, elimina el frío, al principio muy deprisa, luego más despacio, sí, claro.

Roger se vuelve a sentar en el sofá y dice:

–No vuelvas a pegar a las
groupies,
¿de acuerdo? ¿Me oyes? Ya estuvo bien.

–Oye, tío -digo yo-. A ellas… les gusta. Les gusta cuidarme. Yo les dejo que me… cuiden.

–Tranquilízate. ¿Me oyes?

–Tío, coño, jódete, lo haré otra vez si quiero.

–¿Qué me has dicho?

–Tío, soy Bryan…

–Ya sé quién eres -me interrumpe Roger-. Eres el mismo jodido carapijo que pegó a tres chicas durante la última gira, que amenazó a una con un cuchillo de trinchar. Esas chicas todavía están mal. ¿Te acuerdas de aquella puta de Missouri?

–¿Missouri? – me río.

–A la que casi mataste -dice Roger-. ¿No te refresca eso la memoria?

–No.

–Todavía le tenemos que pagar, y un maldito abogado…

–Te estás poniendo pesado, tío, y cuando te pones pesado… es mejor… bueno, es mejor que me dejes en paz.

–¿Te acuerdas de lo jodida que dejaste a aquélla?

–No insistas en cosas del pasado, colega.

–¿Sabes cuánto le tenemos que pagar a aquella puta todos los jodidos meses?

–Déjame en paz -susurro.

–Lleva un año en una silla de ruedas.

–Te voy a decir una cosa.

–Mira, no me vengas ahora con esa mierda de «oye tío, verás es que…».

–Tengo algo que decirte.

–¿El qué? ¿Vas a anunciar que te retiras? – suelta Roger-. Déjame que lo adivine… ¿que vas a llegar a lo más alto de las listas?

–Odio Japón -digo yo.

–Tú odias cualquier sitio -exclama Roger-. Lo odias todo, cabrón.

–Japón es tan… diferente -digo, por fin.

–Eso es un chiste. Siempre dices que todos los sitios son diferentes -suspira Roger-. Céntrate, por el amor de Dios, céntrate.

Vuelvo a mirar el espejo, oigo los gritos que llegan del público.

–Ajusta mis sueños por mí, Roger -susurro-. Ajusta mis sueños por mí.

En el avión alejándome de Tokio voy sentado solo al fondo jugueteando con los mandos de un pizarrín magnético y Roger está a mi lado cantando
Over the Rainbow,
pegado a mi oreja, las cosas cambian, se vienen abajo, se desvanecen, otro año, unos cuantos movimientos más, una persona a la que todo le da por el culo, un aburrimiento tan monumental que abruma, arreglos fugaces por parte de personas que ni siquiera sabes que exigen que pierdas el sentido de la realidad que podrías haber adquirido, expectativas tan irracionales que te vuelves supersticioso cuando piensas en cómo afrontarlas. Roger me ofrece un canuto y doy una calada y miro por la ventanilla y me relajo durante un momento cuando las luces de Tokio, que no me había dado cuenta de que está en una isla, se pierden de vista, pero esta sensación sólo dura un momento porque Roger me está contando que otras luces, en otras ciudades, en otros países, en otros planetas, quedarán pronto a la vista.

8

CARTAS DE LOS ÁNGELES

4 sept. 1983

Querido Sean:

Supongo que no esperabas tener noticias mías. ¡Hablando de librarse de todo! Aquí estoy… en el extremo opuesto del país, en California, sentada en la cama, tomando una Coca-Cola light y oyendo a Bowie. Bastante raro, ¿verdad? Llevo una semana en Los Ángeles y todavía no me lo puedo creer. Durante el verano entero supe que vendría aquí pero en cierto modo la idea no era completamente real. Tampoco pasé mucho tiempo pensando en eso porque nada me habría preparado. Los Ángeles es completamente distinto.

Llegué al aeropuerto de Los Ángeles el martes por la tarde, medio loca por la falta de sueño y preguntándome qué demonios estaba haciendo aquí. Era como entrar en otro mundo. 40 grados a la sombra y la calle llena de gente guapa, todos rubios y bronceados (¡qué ejemplares!) mirando a la estratosfera, pasando junto a mí y dirigiéndose a sus coches. Me notaba tan pálida… algo así como lo que se debe de sentir siendo la única chica rubia en Egipto o algo por el estilo. Y tuve la espantosa sensación de que todos me miraban: no está bronceada, no es rubia, no es guapa, ¡ignorémosla! Lo único que hice en esos primeros días fue fumar Export As sin parar y mirar el suelo y sentir ganas de volver a Camden. No estoy segura de cómo se adapta una aquí. ¿Poniéndose morena? ¿Tiñéndose el pelo de rubio? Sé que parecerá paranoico, pero la verdad es que siento hostilidad por todas partes. Me estoy acostumbrando a ella, sin embargo.

Mis abuelos se alegraron mucho cuando me vieron. No son unas personas que manifiesten sus emociones, pero siempre he sido su meta favorita y se mostraron de verdad encantados. Camino de su casa, mi abuelo, que estaba tan moreno y tan sano que resultaba decididamente raro, me dio golpecitos en la mano y dijo: «A partir de ahora cuidaremos de ti… no te faltará nada», y no parecía que estuviese de broma.

La semana pasada estuve casi siempre haciendo turismo y asistiendo a fiestas y tratando de recuperar el sueño perdido. Pasamos un día en Disneylandia, que fue un viaje de verdad. Había visto fotos del sitio, pero deja que te diga una cosa, Sean: verlo es algo completamente distinto. El ayudante de mi abuelo sacó algo así como veinte rollos de fotos: yo al lado de Mickey Mouse (sintiéndome completamente estúpida), yo delante del Matterhorn, yo mirando pensativamente la Montaña Espacial, un pervertido vestido de Pluto acercándoseme (desagradable de verdad), yo con la Casa Encantada al fondo, etc. etc. etc. Me perdí en Disneylandia, que es bastante molesto. El sitio es un poco más pequeño de lo que yo esperaba, pero es maravilloso. También fuimos a cuatro museos de cera y luego anduvimos arriba y abajo en coche por Sunset Boulevard (Los Ángeles de noche es precioso). De hecho, la vida nocturna es intensa de verdad.

El viernes por la noche salí con una pareja, el señor y la señora Fang (ella es ejecutiva de la Universal y él productor de discos), a un club muy selecto, y bailé y me emborraché y me divertí mucho. ¡Y yo que había pensado que no tendría mucha vida social! Esta pareja y yo nos hemos hecho grandes amigos y él prometió presentarme a su hermana, que tiene más o menos mi edad y estudia en Pepperdine, la próxima vez que vaya a Malibú con ellos y todos sus amigos. Incluso me van a dar la llave del ático que tienen (bueno, en realidad es sólo de él) en Century City para que pueda quedarme siempre que quiera perder de vista a mis abuelos. También quieren que les acompañe la próxima vez que vayan a Springs (que es como llama todo el mundo a Palm Springs).

La ciudad, sin embargo, es tranquila. En especial comparada con Nueva York. Y todo parece muy limpio y se mueve con mucha mayor lentitud, de un modo nada tenso. Pero con todo, aquí no me siento segura. Me siento vulnerable… estoy en un ambiente muy abierto. Pero mis abuelos me aseguran que es bastante seguro y que ellos viven en la mejor parte de Bel Air, de modo que no me tengo que preocupar. Da igual, estoy tan acostumbrada a mi cómoda existencia en Manhattan-Camden que estar aquí parece una auténtica conmoción. Miro a todas estas personas que pasan: los hombres bronceados, guapos, sanos, y las mujeres tan elegantes, y todos conducen Mercedes y resulta difícil de describir.

En conjunto me siento más contenta y más libre de lo que me he sentido en mucho, mucho tiempo. Y me alegra haber venido. Creo que es algo que me va a sentar increíblemente bien. Creo que hice bien en no terminar el trimestre y venir aquí.

«Estoy a un millón de millas de distancia», cantan los Plimsouls en la KROQ y tengo que pensar que a veces las canciones resultan misteriosamente apropiadas. Pues la verdad es que me encuentro muy lejos de todo. Pero es una sensación agradable. Voy a estar aquí hasta febrero, así que no volveré a clase hasta marzo. Voy a ayudar mucho a mi abuelo en los estudios y a leer guiones y cosas así (estoy muy emocionada) y supongo que iré a Malibú y conoceré Palm Springs (me encanta que haya un par de sitios a los que pueda ir si alguna vez me canso de Los Ángeles, aunque ni siquiera me lo puedo imaginar). Bien, espero que me contestes. Me encantaría saber de ti. Sería una gran alegría.

Te quiere,

Anne

9 sept. 1983

Querido Sean:

¡Hola! Hoy pensé cómo estarás allá en Camden. Pasando el rato en el café, fumando sin parar, saltándote las clases. ¿Te sigue yendo todo bien o «aguantar bajo mínimos» es una frase todavía adecuada? Que me preocupe por ti es algo bastante idiota, pero en cualquier caso me preocupo por muchas cosas; por eso no queda forzosamente fuera de contexto. Bueno… ¿cómo te va? ¿Qué tal al volver a iniciar las clases? ¿Con quién andas por ahí? ¿En qué asignaturas te has matriculado? ¿Sigues llevando puestas casi siempre tus Wayfarer? (Yo las llevo puestas a todas horas.) ¿Ha cambiado algo? ¿Estás bien? Como puedes ver, no paro de hacer preguntas, Sean. De verdad, de verdad que espero que me escribas. Siento terriblemente que te haya molestado que me enamorase de ti. Me quedo tan atrapada en las cosas que sencillamente pierdo la perspectiva. Pero antes incluso de enamoriscarme de ti me gustabas mucho, y me molestaría muchísimo perder tu amistad porque… bueno, por lo que sea. Sé que no nos conocemos demasiado bien uno al otro y que como estábamos tan ocupados en Camden nunca pudimos hablar mucho. Todavía espero que tú y yo podamos conocernos bien. Supongo que lo que quiero decir es que hay muchas cosas tuyas que quiero saber. No sé. Quisiera que me escribieses.

Todavía lo paso bien. Por lo menos creo que lo paso bien. Me siento tan relajada que es difícil asegurarlo. Ahora estoy sentada junto a la piscina. Ya estoy empezando a ponerme morena, y aunque no te lo creas, ¡he dejado de fumar! Me estoy volviendo una persona sana. ¿Te lo puedes, bueno, como creer, totalmente? (una muestra de la jerga de Los Angeles).

BOOK: Los confidentes
12.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Angelmonster by Veronica Bennett
Sips of Blood by Mary Ann Mitchell
What Janie Saw by Caroline B. Cooney
Club Prive Book 4 by Parker, M. S.
Way of the Gun (9781101597804) by West, Charles G.