Read Los crímenes del balneario Online

Authors: Alexandra Marínina

Tags: #Policial, Kaménskay

Los crímenes del balneario (11 page)

BOOK: Los crímenes del balneario
5.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Pero por qué no pueden decirle que no? —exclamó Vera desesperada—. ¿Por qué es preciso hacer lo que les pide? Hay otras chicas.

—No quiere otras, es a ti a quien ha elegido.

—¿Aunque yo no quiera? Estoy dispuesta a aguantar a cualquiera menos a ése…

—¿Es que has olvidado quién es tu abuelo? —de repente la voz del joven sonaba adusta—. Si el cliente se enfada, será el fin. Nos delatará, y tu abuelo simplemente me aniquilará. ¿Es esto lo que quieres?

—De acuerdo, vamos.

Vera suspiró con tanta angustia que el Químico, a pesar de su cinismo, sintió que se le partía el corazón.

Zarip vagaba como alma en pena por el bloque de tratamientos del balneario esperando dar con la belleza rubia. No tenía ni idea de lo que iba a hacer si tropezaba con ella. Quizá se le acercaría y, sin más, le declararía su amor. Ella no lo resistiría, ninguna mujer era capaz de resistirse cuando alguien le confesaba sin tapujos lo que sentía por ella. O tal vez le diría que era director de cine y le ofrecería salir en una película. Todas las mujeres querían ser actrices, cada una de ellas soñaba con que un buen día en la calle se le acercaría un famoso director y le ofrecería un papel. Lo sabía a ciencia cierta, todos los libros lo decían. Pero tal vez iba a hacerlo de una manera distinta. La atraería a un lugar apartado, o a su mismo bungaló, le ofrecería muchísimo dinero, la tarifa de una pendona cara, primero le haría el amor y luego aquello que tanto tiempo llevaba soñando. Sí, la estrangularía, la estrangularía con lentitud y lujuria, sintiendo con todo el cuerpo sus últimos espasmos… ¡Ay, qué hermoso sería! Lo único, ¿cómo iba a dar con ella? ¿Preguntar el número de su habitación? Ni siquiera conocía su nombre. Además, no sería conveniente que alguien lo recordara después de que la encontrasen estrangulada.

Cuando era pequeño, mamá solía decirle a Zarip que era tonto y que las mujeres no iban a quererlo. ¡Pues era mentira! ¡Lo querían muchísimo! Porque era fuerte y guapo, se lo decían todas aquellas que se le entregaban. Cierto, todas ellas le llevaban muchos años, eran gordas, oscuras de tez, feas, y algunas estaban borrachas. ¡Pero lo querían! Aunque él soñaba con una mujer joven, frágil, elegante, pálida. A la que por fin había encontrado. ¿Acaso iba a echarse atrás? No, no y no. Iba a seguir errando como una sombra por esos pasillos hasta encontrarla.

Faltaba poco para la cena. Saldría a la calle y se agazaparía junto a la ventana del comedor. Ella no faltaría a la cena, y luego la seguiría.

Nastia oyó chascar la cerradura de la habitación de Reguina Arkádievna, e inmediatamente después llamaron a su puerta. Entró Konstantín, el chico que se encargaba de darle masajes.

—Disculpe, ¿se llama Nastia? —preguntó obsequiándola con una amplia sonrisa—. Soy Konstantín, no sé si se acuerda, el de los masajes.

—Por supuesto que me acuerdo. Pase.

—Será sólo un segundo. Acabo de visitar a su vecina para ver qué tal le iba con la pierna. Está mucho mejor, a partir de mañana podrá andar. Pues bien, me ha pedido que baje al comedor y que le diga a la camarera que le suban la cena a la habitación. Y además me ha ordenado preguntarle si le apetece acompañarla.

—No, gracias, voy a bajar al comedor —contestó Nastia con frialdad.

Vaya, ya empezamos, pensó. Ahora le ha dado por convertirme en su dama de compañía. Al principio era toda delicadeza pero ahora que tiene una excusa está sacando los pies de la manta.

—Perdone, puede que me meta donde no me llaman, pero la verdad es que Reguina Arkádievna no puede ni levantarse. Es incapaz de valerse por sí sola y no sé si va a poder con la cena.

Las mejillas de Nastia se arrebolaron. Eres una perra, una perra desalmada, esto es lo que eres, se dijo para sus adentros furiosa.

—Está bien, cenaré con ella. Avise para que suban mi cena también.

Durante la cena la anciana estuvo callada, no molestaba a Nastia con conversaciones, cosa que ésta en su interior le agradecía.

—¿Hay algo que le preocupa, Reguina Arkádievna? —se decidió a preguntar Nastia al final.

—Sí que me preocupa algo. Mi dependencia del dinero —respondió la anciana echándose a reír de pronto—. No me malinterprete. Estoy vieja. Aparte de esto, soy minusválida. ¿Es que no tengo derecho a terminar mis días con dignidad? Durante toda mi vida he tenido que cojear y avergonzarme de mi cojera. Por si fuera poco, la mitad de la vida tuve que avergonzarme también de mi cara. ¿Se lo ha contado Damir?

Nastia asintió con la cabeza.

—Si hubiera tenido dinero de joven, todo habría sido distinto, pero no se trata de esto. Lo vivido, vivido está. Pero ahora que al fin tengo algo de dinero, ahora que me conoce, y no exagero, toda la Ciudad, no consigo encontrar a una mujer que me acompañe y me evite sentirme desvalida y una carga para los demás. Ahora, Nástenka, tengo mucho dinero, soy una tía dura. —Volvió a reír, y su risa fue cascabeleante y contagiosa—. Desde que algunos de mis alumnos obtuvieron el reconocimiento internacional, se ha organizado un peregrinaje masivo de padres que quieren que convierta a sus niñitos en grandes artistas. Las clases particulares las cobro caras. No porque sea codiciosa, Nástenka, sino porque no quiero ser una carga para nadie. Es sólo aquí, en el balneario, que vivo sin teléfono y a trasmano, y por eso no he tenido más remedio que molestarla, pero si estuviera en casa, ¡me bastaría con dar una voz…! Jovencitos y maduritos vendrían corriendo, me tendrían bien comida, bien servida y bien lavada, me llevarían en brazos al baño, todo porque saben que se lo pagaría bien. ¡No tolero que me hagan favores por compasión! Pero a veces me pregunto: ¿Y si no tuviera mis clases particulares? ¿Qué sería de mí? Por desgracia, cariño, tengo que reconocer que nuestra vida no está destinada ni a mantener ni a fomentar la dignidad personal. ¿Es muy embrollado lo que le cuento?

—No demasiado. Yo, en todo caso, lo he entendido todo. Si tanto le preocupa que le preste este servicio gratuitamente y si esto hiere su dignidad… Su monólogo iba de esto, ¿no me equivoco?

—Es usted inteligente, Nastia, nadie se lo negará. ¿Entonces?

—Regáleme este racimo de uvas. Es tan hermoso, estaría horas mirándolo. Y seguramente está muy rico.

—Me las he ingeniado para que pase la cena cuidando de una vecina enferma, toda una oportunidad para demostrar su capacidad de sacrificio. Lo importante es que así no se dejará ver por el comedor. Pero ¿cómo podemos retenerla en la habitación toda la noche?

—Ojalá que Damir vuelva pronto. ¿Has llamado al plató?

—Sí. Han empezado con el segundo pedido, la categoría B. Ya me toca ir allí, pero ese Zarip…

—Vuelve a mirar fuera del bloque. Puede que esté espiando por la ventana del comedor. Es capaz de hacerlo, ese mameluco barrenado.

—Voy ahora mismo.

Vlad oyó el clic de una llave girando en la cerradura. De un saltito bajó del taburete de la cocina y se asomó al recibidor. Al lado de Semión estaba una muchacha guapa, de ondulada cabellera castaña, que lucía una cazadora de ante de color gris claro, echada al desgaire por los hombros y por encima de un vestidito algo pasado de moda.

—Sveta, te presento a Vlad, tu pareja del rodaje. Hemos adelantado un poco los horarios para que podáis marcharos antes. Empezamos a rodar mañana por la mañana, de modo que sólo tenéis esta noche para prepararos como Dios manda.

Semión abrió su maletín, sacó una grabadora y varias hojas mecanografiadas.

—Aquí tenéis el guión. Es muy sencillo, podéis aclararos solos. Lo crucial es la banda sonora. A ti, Vlad, ya te han explicado de qué se trata. Hay música para treinta minutos exactamente, la acción debe ajustarse a este tiempo. Prestad atención a primeros planos. Normalmente es el director quien explica estos preliminares pero, como tú, Vlad, eres actor profesional, creo que podréis prepararlo todo por vuestra cuenta.

—Podremos —farfulló Vlad encaramándose de nuevo al taburete.

—¿De veras eres actor profesional? —le preguntó Sveta con curiosidad en cuanto la puerta se hubo cerrado detrás de Semión.

—¿Quieres decir que no lo parezco? ¿Qué te crees, que los pequeños sólo valemos para el circo? —rezongó enojado—. ¿Té?

—Sí, gracias —aceptó Sveta dócilmente—. ¿Qué mosca te ha picado? Si sólo era para preguntar. Simplemente, en mi vida había visto a nadie tan pequeño.

—Pues ahora ya lo has visto. Venga, a trabajar. Trae aquí la grabadora, vamos a escuchar lo que han pasteleado ésos.

A medida que la cinta iba avanzando, la aprensión estaba adueñándose de Vlad. No había leído aún el guión e intentaba imaginarse el argumento que esa música podía acompañar. Tras el tema principal, engañosamente bello y tierno, se adivinaba una tensión que iba en aumento, transformando el amor absorbente en un odio asesino, sediento de un escape inmediato, de una destrucción devastadora.

Svetlana escuchaba distraída, miraba los armarios colgados en las paredes, sorbía el té, mordisqueaba las galletas. Al terminar la música, Vlad pulsó el botón de rebobinar.

—¿No has oído lo suficiente? —preguntó la chica burlona.

—¿Has leído el guión? —obvió la pregunta Vlad.

—Nnno… —gorjeó ella despreocupadamente—. ¿Para qué? Ya me han dicho que va de complejo de Edipo. La mamaíta riñe al hijito, y el hijito sueña con que la viola para vengarse. Uff… qué asco —añadió arrugando la nariz desaprobadora—. Pero hacerlo contigo podría resultar incluso interesante. No me he trajinado a un enano nunca.

—Calla, mema —la cortó Vlad sin miramientos—. Guárdate tus cuchufletas para tus cabritos. Hay trabajo que hacer.

Sorprendida, Sveta miró a su pareja, se le acercó y lo abrazó, apretando su cabeza contra el pecho con gesto maternal.

—¡Hola…! —le susurró cariñosa—, ¡chiquillo! Seamos amigos, ¿vale? Acabamos de conocernos y ya estamos de morros. Tenemos que jugar a madres e hijos, juguemos pues. Por cierto, ¿te han explicado para qué quieren esta película?

—Dicen que rodamos un filme educativo para la Facultad de Psiquiatría.

Vlad cerró los ojos y hundió la cabeza en las blanduras de su pecho, respirando la tibia mezcla de olores del cuerpo y del perfume.

Pero a mí, pensó Sveta, me han dicho otra cosa muy distinta. Que iba a ser una película porno con todas las de la ley, para los amantes de lo exótico. Además, me han advertido que no debía contárselo antes de tiempo. Parece ser que no lo han dicho en vano. Ese Vlad tiene tan mal genio y tantos complejos que si le da mal rollo, no podrá trabajar. Además, es un drogota. Mañana, antes de rodar, se meterá la dosis y todo irá sobre ruedas. Se olvidará incluso de lo pequeñito que es.

Vlad hojeó el guión, luego lo releyó con atención. El gordinflón que estuvo en el aeropuerto junto con Semión no le había engañado: ningún niño sería capaz de interpretar esta turbadora mezcolanza de amor y odio. No era un guión literario sino de realizador, estaban marcados los planos, primeros y medios, los
travellings
, los fundidos. Ahora había que intentar juntar el argumento y la música.

Puso en marcha la grabadora y repasó el texto haciendo anotaciones en los márgenes. Sveta lo estaba mirando con respeto, temerosa de molestar. Ahora sí prestó atención a la música, era bonita, incluso llegó a emocionarse con ella. Quizá con esta música de fondo resultaría muy agradable… No llegó a terminar el pensamiento cuando Vlad levantó la cabeza y algo parecido a una sonrisa le retorció los labios.

—Venga, vamos a ensayar. Nos sentamos a la mesa, te pones a servir el té y me preguntas sobre el colegio.

—¿Qué tengo que preguntar?

—Mira el texto, allí lo pone. Presta atención a las notas en los márgenes, es el minutaje. Fíjate, dejo el reloj encima de la mesa, ve con cuidado, el tiempo tiene que coincidir.

—¡Venga ya, no me líes! —Sveta movió la graciosa cabecilla en señal de descontento.

—Haz lo que te digo —la voz de Vlad volvía a sonar enojada, y la chica se cortó—. La acción está minutada para sincronizarla con la banda sonora, ¿entiendes? Vamos allá.

Lo ensayaron varias veces, y terminaron siempre en el minuto veinticuatro.

—Y todavía nos sobra música —observó Vlad—. Será para los créditos, ¿no?

—A lo mejor —dijo Svetlana encogiéndose de hombros.

Sabía qué acción iba a desarrollarse en los seis minutos restantes pero no le preocupaba demasiado.

—¿No sabrás por casualidad quién compuso esta música? Es muy buena, te lo digo yo. Entiendo de estas cosas.

—Ni idea. ¿Qué más te da? No sé nada de música, sólo que hay rock duro, heavy metal y lo que tocan en los baretos. ¡Vaya importancia, la música para un corto!

—Y que lo digas —murmuró pensativo Vlad.

No sólo era capaz de oír sino de escuchar la música, y bajo los efectos de la droga la percepción se le aguzaba aún más. No se trataba de una música cualquiera, ni quien la había compuesto era un músico ordinario, podría jurarlo. Los seis minutos que el argumento aparentemente había fallado en llenar le preocupaban profundamente.

—¿Cuándo vienen a buscarte? —le preguntó a Svetlana.

—Han dicho que a las doce. También han dicho que si a las doce y cuarto no están aquí, me quede a dormir. Tienen problemas con no sé qué obras o tal vez con la gasolina.

—¿Y cómo crees que vamos a dormir aquí los dos? —preguntó Vlad suspicaz con un brillo en los ojos—. En el apartamento sólo hay una habitación, y en la habitación, sólo un diván.

—Oye, no te pongas nervioso, no te voy a comer. Dormiré en el suelo si tanto te mosquea.

Me han dicho la verdad. A las tías normales nos teme más que a un nublado. Seguro que ha pasado la vida entre los enanos, para él soy algo así como Gulliver. Ay, qué risa, es la primera vez que a un tío le da miedo pasar la noche conmigo. ¿Cómo vamos a montárnoslo mañana? Bueno, y a mí qué. Nos lo montaremos.

—¿Habéis encontrado a Zarip?

—De momento no. Menuda la hemos organizado: un maníaco anda suelto por el balneario, piensa cazar al lazo a una tía de la Criminal y ni siquiera podemos avisar a la pasma. Si lo cogen, nos empapelará a todos.

—¿Qué proponéis? Piensa, Gatito, piensa, cada minuto cuenta. ¿Qué pasa en el plató?

—Ya están terminando. Semión se ha ido para allá hace una hora. Si no hay novedades, pronto volverá y traerá a Damir. Ojalá que Kaménskaya no salga de la habitación hasta que vuelvan, entonces Damir se hará cargo de ella. Creo que ya la tiene en el bolsillo.

BOOK: Los crímenes del balneario
5.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Killing a Unicorn by Marjorie Eccles
Caught Up in the Touch by Laura Trentham
Fashionably Dead Down Under by Robyn Peterman
Bradbury, Ray - SSC 13 by S is for Space (v2.1)
Wild Action by Dawn Stewardson
Mary Hades by Sarah Dalton
A Daughter's Disgrace by Kitty Neale