Read Los cuatro grandes Online
Authors: Agatha Christie
El contenido de la nota no podía ser más conciso. Decía escuetamente: «Es usted prudente». En el lugar de la firma figuraba un gran cuatro. ¡Podía sentirme satisfecho!
El mar no estaba demasiado revuelto. La cena no fue mala y, al igual que la mayoría de mis compañeros de viaje, decidí jugar unas cuantas partidas de bridge. Luego me retiré a mi camarote y dormí como un leño, tal cual suele ocurrirme cuando viajo por mar.
Me desperté con la sensación de que me estaban sacudiendo persistentemente. Aturdido y desconcertado, vi que uno de los oficiales del barco estaba junto a mi litera Cuando vio que me sentaba dio un suspiro de alivio.
—Gracias a Dios que he logrado que al final se despierte. No veía la manera de conseguirlo. ¿Duerme siempre así?
—¿Qué pasa? —pregunté todavía aturdido y sin haberme despertado del todo—. ¿Ha ocurrido algo malo en el barco?
—Espero que sepa mejor que yo de qué se trata —replicó secamente—. Órdenes especiales del Almirantazgo. Un destructor está aguardando por usted.
—¿Cómo? —exclamé—. ¿En medio del océano?
—Parece un asunto muy misterioso, pero eso ya no es de mi incumbencia. Han enviado a bordo a un joven que ocupará su lugar y hemos tenido que prestar juramento de guardar el secreto. ¿Quiere levantarse y vestirse?
Totalmente incapaz de ocultar mi asombro, hice lo que se me decía. Arriaron un bote y fui trasladado a bordo del destructor. Allí fui recibido cortésmente, pero no obtuve más información. El comandante tenía instrucciones de desembarcarme en cierto lugar de la costa belga. Allí terminaba su conocimiento del asunto y su responsabilidad.
Todo fue como un sueño. La única idea que acudía una y otra vez a mi cabeza era la de que todo debía formar parte del plan de Poirot. Debía seguir adelante ciegamente, confiando en mi fallecido amigo.
Fui desembarcado en el lugar previsto. Allí me aguardaba un automóvil y pronto corríamos rápidamente por las llanuras flamencas. Aquella noche dormí en un pequeño hotel de Bruselas. Al día siguiente proseguimos el viaje. Atravesamos una región boscosa y montañosa. Me di cuenta de que penetrábamos en las Ardenas y de pronto recordé que Poirot había dicho que tenía un hermano que vivía en Spa.
Sin embargo, no fuimos a la propia población de Spa. Dejamos la carretera principal y serpenteamos por las frondosas fragosidades de las colinas hasta que atravesamos una pequeña aldea y llegamos a una casa blanca aislada en lo alto de la falda de la montaña. El automóvil se detuvo enfrente de la puerta verde de la casa.
La puerta se abrió cuando me apeaba del automóvil y un viejo criado se inclinó en el umbral.
—
Monsieur le capitaine Hastings
? —dijo en francés—. Están esperando a
monsieur le capitaine
. Si quiere hacer el favor de seguirme.
Me condujo a través del vestíbulo y abriendo una puerta se hizo a un lado para dejarme pasar.
Parpadeé un poco, pues la habitación estaba orientada hacia poniente y el sol de la tarde la inundaba. Luego se aclaró mi visión y vi una figura que me aguardaba y que me daba la bienvenida con las manos extendidas.
Era... imposible, no podía ser... pero, efectivamente, lo era.
—¡Poirot! —exclamé, y por una vez no intenté escapar del abrazo con que me abrumó.
—Pues sí, efectivamente soy yo. ¡No es tan fácil matar a Hércules Poirot!
—Pero Poirot... ¿Por qué?
—Una
ruse de guerre
, amigo mío, una
ruse de guerre
. Ahora está todo preparado para nuestro gran coup.
—¡Pero podría habérmelo dicho!
—No, Hastings, no podía Nunca, nunca, podría haber desempeñado usted el papel que desempeñó en el entierro. Fue perfecto. No podía dejar de convencer a los Cuatro Grandes.
—Pero lo que he sufrido...
—No crea que carezco de sentimientos. En parte, el engaño lo preparé a causa de usted. A mí no me importaba poner en peligro mi propia vida, pero tenía mis dudas en cuanto a estar arriesgando continuamente la suya Así es que después de la explosión, tuve una idea muy brillante. El buen Ridgeway me ayudó a llevarla a buen fin. Yo estoy muerto, usted regresa a América del Sur. Pero,
mon ami
, eso último es lo que usted no hubiera querido hacer. Al final tuve que preparar la carta de los abogados y un largo galimatías. Pero, sea como fuere, lo importante es que ahora está usted aquí. Y aquí nos quedaremos,
perdus
, hasta que llegue el momento del último gran
coup
: la derrota definitiva de los Cuatro Grandes.
Desde nuestro tranquilo retiro de las Ardenas observábamos el progreso de los asuntos del gran mundo. Estábamos abundantemente provistos de periódicos y Poirot recibía diariamente un abultado sobre que evidentemente contenía todo tipo de informes. Aunque nunca me enseñaba en su actitud si su contenido había sido satisfactorio o no. Nunca abandonó su convicción de que el plan desarrollado entonces era el único que tenía probabilidades de ser coronado por el éxito.
—Como cuestión de menor importancia, Hastings —observó un día—, yo temía continuamente ser el causante de su muerte. Y eso me ponía nervioso. Pero ahora estoy satisfecho. Aun en el caso de que descubran que el Hastings que desembarcó en América del Sur es un impostor (y no creo que lleguen a descubrirlo, pues no es probable que envíen un agente que le conozca a usted personalmente), lo único que creerán es que usted trata de burlarles de algún modo hábil, a su manera, y no prestarán mucha atención al descubrimiento de su paradero. De un hecho vital, mi supuesta muerte, están totalmente convencidos. Seguirán adelante y madurarán sus planes.
—¿Y luego? —pregunté con ansiedad.
—Pues luego,
mon ami
, ¡la gran resurrección de Hércules Poirot! En el último minuto reaparezco, siembro por doquier la confusión, y logro la suprema victoria de la forma que me caracteriza
Me di cuenta de que la vanidad de Poirot era de la variedad más resistente. Le recordé que en más de una ocasión los triunfos habían sido para nuestros adversarios. Pero yo debiera haber comprendido que era imposible reducir el entusiasmo de Hércules Poirot por sus propios métodos.
—Ya vé Hastings. Es como ese pequeño truco que se hace con las cartas y que sin duda usted conocerá. Se toman cuatro sotas, se dividen, una en la parte superior de la baraja, otra debajo, etc. Luego se corta y se baraja y vuelven a quedar juntas de nuevo. Hasta aquí he estado luchando contra uno de los Cuatro Grandes, luego contra otro. Pero déjeme que los junte, como las cuatro sotas en la baraja, y entonces,
coup
, ¡los destruiré a todos!
—¿Y cómo se propone reunirlos? —pregunté.
—Esperando el momento supremo. Estando
perdu
hasta que ellos se encuentren preparados para asestar su golpe.
—Eso puede significar una larga espera.
—¡Siempre impaciente, el bueno de Hastings! Pero no, no tendremos que esperar tanto. El hombre al que temían, es decir, Hércules Poirot, ya no es un obstáculo. Cosa de unos meses como máximo.
Al hablar de que alguien ya no es un obstáculo me acordé de Ingles y de su trágica muerte y me di cuenta de que todavía no le había dicho a Poirot nada acerca del chino moribundo del hospital de St. Giles.
Poirot escuchó con gran atención mi relato.
—¿El criado de Ingles, eh? Y las pocas palabras que pronunció parecían italianas. Es curioso.
—Por eso es por lo que sospeché que podría tratarse de una estratagema de los Cuatro Grandes.
—Su razonamiento es erróneo, Hastings. Emplee las pequeñas células grises. Si sus enemigos hubieran querido engañarle, se habrían asegurado que el chino hablase el inglés inteligible y simplificado que se habla en China No, el mensaje era auténtico. Cuénteme de nuevo todo lo que oyó.
—En primer lugar hizo una referencia al Largo de Handel. Se refirió después a algo que sonaba a «carrozza», que supongo que es «carruaje».
—¿Nada más?
—Bueno, justamente al final murmuró algo así como «cara» seguido de una palabra que parecía el nombre de una mujer. Me parece que dijo Zia. Pero no creo que esto tuviera relación con lo anterior.
—No suponga eso. Cara Zia es muy importante, sin duda muy importante.
—No comprendo...
—Mi querido amigo, usted nunca comprende. Aunque, de todos modos, los ingleses no saben geografía.
—¿Geografía? —exclamé—. ¿Qué tiene que ver con esto la geografía?
—Me figuro que
monsieur
Thomas Cook vendría más al caso.
Como de costumbre, Poirot se negó a decir nada más, lo que constituía una de sus costumbres más irritantes. Pero observé que su actitud se hizo extremadamente alegre, como si se hubiera apuntado algún tanto.
De un modo agradable, aunque algo monótono, pasaron los días. Había una buena biblioteca y deliciosos lugares para pasear, pero yo me enojaba algunas veces por la forzada inactividad de nuestra vida y me maravillaba del estado de plácida satisfacción en que vivía Poirot. No ocurría nada que perturbara nuestra tranquila existencia y hasta finales dé junio, es decir, muy cerca del límite del plazo que Poirot había previsto, no tuvimos noticias de los Cuatro Grandes.
Una mañana, a hora temprana, un automóvil subió hasta la casa. El acontecimiento era tan inusitado en nuestra pacífica existencia que me precipité a satisfacer mi curiosidad. Me encontré con que Poirot estaba hablando con un joven de cara agradable y de una edad próxima a la mía.
Me presentó.
—Hastings, le presento al capitán Harvey; es uno de los miembros más famosos del Servicio Secreto Británico.
—Me temo que de famoso no tengo nada —dijo el joven, riéndose.
—No es famoso salvo para los que le conocen; es lo que debería haber dicho. La mayoría de los amigos y conocidos del capitán Harvey le consideran un joven amable y poco inteligente, interesado solamente por el último baile de moda.
Ambos nos reímos.
—Bien, bien, vamos al asunto —dijo Poirot—. ¿Opina que ya ha llegado el momento, entonces?
—Estamos seguros de ello, señor. China fue aislada políticamente ayer. Lo que vaya a pasar allí nadie lo sabe. No ha llegado ninguna noticia de ninguna clase, ni telegráfica ni de otro tipo. Solamente una completa interrupción... ¡y el silencio!
—Li Chang Yen ha puesto de manifiesto sus intenciones. ¿Y los otros?
—Abe Ryland llegó a Inglaterra hace unas semanas. Desde ayer está en el Continente.
—¿Y
madame
Olivier?
—
Madame
Olivier salió de París anoche.
—¿En dirección a Italia?
—Efectivamente, señor. Por lo que hemos podido colegir ambos se dirigen al lugar que usted nos indicó, aunque no sé cómo pudo saberlo...
—¡Ah, ese triunfo no me corresponde a mí! Fue obra de Hastings. Él oculta su inteligencia, como es comprensible, pero se le dan muy bien estas cosas.
Harvey me miró con la debida apreciación y me sentí algo incómodo.
—Todo está en marcha, entonces —dijo Poirot. Estaba pálido y completamente serio—. Ha llegado el momento. ¿Está todo preparado?
—Todo lo que usted ordenó ha sido llevado a cabo. Los gobiernos de Italia, Francia e Inglaterra le apoyan. Todos ellos están colaborando en buena armonía
—De hecho, se ha formado una nueva Entente —observó Poirot con sequedad—. Me alegro de que Desjardeaux se convenciera al fin.
Eh bien
, entonces, empezaremos... o más bien empezaré. Usted, Hastings, se quedará aquí. Sí, se lo ruego. Le hablo en serio, amigo mío.
Yo estaba convencido de ello, pero Poirot bien sabía que no era probable que consintiera en quedarme atrás de ese modo. Nuestra discusión fue breve, pero decisiva
Poirot no admitió que estaba satisfecho de mi decisión hasta que no estuvimos en el tren, dirigiéndonos hacia París a toda velocidad.
—Porque tiene usted una misión que cumplir, Hastings. ¡Una misión importante! Sin usted, yo quizá fracasase. No obstante, consideré que tenía la obligación de insistir en que usted permaneciese al margen...
—¿Hay peligro, pues?
—
Mon ami
, donde están los Cuatro Grandes siempre hay peligro.
Al llegar a París fuimos en automóvil hasta la Gare de l'Est, y Poirot me comunicó por fin nuestro destino. Nos dirigíamos a Bolzano, en el Tirol italiano.
En un momento en que Harvey se ausentó, aproveché la oportunidad para preguntarle a Poirot por qué había dicho que el descubrimiento del lugar de la cita era obra mía
—Porque lo fue, amigo mío. No sé cómo Ingles se las arregló para hacerse con la información, pero lo hizo y nos la envió a través de su criado. Nos dirigimos,
mon ami
, a Karersee, que en italiano se llama ahora Lago di Carezzna Ya sabe lo que quiere decir su «Cara Zia» y también su «carrozza» y el «Largo». Lo de Handel ya fue cosa de su imaginación. Posiblemente alguna referencia a que la información venía de la «mano» de
monsieur
Ingles puso en marcha la asociación de ideas.
—¿Karersee? —pregunté—. Nunca he oído hablar de él.
—Siempre le he dicho que los ingleses no saben geografía Pero en realidad es un lugar de veraneo muy conocido a mil doscientos metros de altitud, en el corazón de los Alpes Dolomíticos.
—¿Y es en este lugar apartado en donde tienen su cita los Cuatro Grandes?
—Diga más bien su cuartel general. La señal ha sido dada y su intención es desaparecer del mundo y emitir órdenes desde su fortaleza en la montaña. He hecho algunas investigaciones. Allí se explotan canteras de piedra y yacimientos de mineral; la compañía, aparentemente una pequeña firma italiana, está en realidad controlada por Abe Ryland. Juraría que en el mismísimo corazón de la montaña ha sido excavada una vasta residencia subterránea, secreta e inaccesible. Desde allí, los jefes de la organización emitirán sus órdenes por radio a sus seguidores, que se hallan por millares en cada país. De aquel despeñadero de los Alpes Dolomíticos surgirán los dictadores del mundo. Mejor dicho: surgirían si no fuera por Hércules Poirot
—¿De verdad cree en todo eso, Poirot? ¿Qué me dice de los ejércitos y de los dispositivos de seguridad de nuestra civilización?
—¿Qué me dice de Rusia, Hastings? Esto será Rusia a una escala infinitamente mayor y con una amenaza adicional: la de que los experimentos de
madame
Olivier han avanzado mucho más allá de lo que ella ha dado a conocer. Creo que ha logrado liberar energía atómica y aprovecharla para sus fines. Sus experimentos con el nitrógeno del aire han sido muy notables y también ha experimentado en el terreno de la concentración de energía radioeléctrica, de forma que un haz de gran intensidad puede concentrarse en un punto dado. Nadie sabe exactamente hasta dónde ha progresado, pero es seguro que ha ido mucho más allá de lo que habitualmente confiesa Esa mujer es un genio. A su lado, los Curie no eran nada. Añada a su genio el poder de la riqueza casi ilimitada de Ryland y el cerebro de Li Chang Yen, la más refinada y criminal de las mentes, para dirigir y planear...
Eh bien
, no todo va a ser fácil para la civilización.