Los griegos (18 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: Los griegos
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En 447 a. C., por ejemplo, Beocia se levantó contra la dominación ateniense. De haber sido Beocia una isla, la flota ateniense habría dominado la situación. Pero Beocia era una potencia terrestre y los beocios eran buenos combatientes, cuando luchaban por sí mismos. Atenas envió un ejército al que los beocios hicieron frente en Coronea, a unos 32 kilómetros al oeste de Tebas.

Los atenienses fueron derrotados completamente y Tebas recuperó el control de toda la Beocia, como resultado de ello. Derrocó todas las democracias que Atenas había establecido y puso en su lugar oligarquías.

Esa derrota originó una serie de reveses. Sólo dos años antes, los focenses se habían apoderado de Delfos y Esparta envió una expedición para derrotarlos (la «Segunda Guerra Sacra»). Los focenses fueron derrotados, por supuesto, pero después de la partida de las fuerzas espartanas, Atenas se puso de parte de Fócida y la ayudó a recuperarse. Pero estando Beocia fuera del control ateniense, Fócida, situada inmediatamente al oeste de Beocia, analizó sus propios intereses y pronto abandonó su alianza con Atenas.

Luego, Eubea y Megara se rebelaron. Pericles condujo un contingente ateniense a Eubea, que a fin de cuentas era una isla, y la obligó a mantenerse dentro de la alianza ateniense. Pero Megara, que no era una isla, recibió ayuda del Peloponeso y Atenas la perdió para siempre. Así, el breve intento ateniense de establecer su poder sobre Grecia continental tanto como en el mar tuvo un final sin gloria en 446 a. C. Sobre esta base, Atenas firmó una tregua de treinta años con Esparta.

Pericles trató de compensar estos numerosos golpes sobre la influencia ateniense expandiendo su poder por los mares. Envió colonos atenienses a diversas islas del Egeo septentrional y al Quersoneso Tracio (donde Milcíades había gobernado antaño). Barcos atenienses penetraron en el mar Negro (el mismo Pericles fue en una de esas expediciones) y estableció relaciones con las ciudades griegas de las regiones costeras.

Atenas hasta fundó nuevas ciudades, lo que los griegos no habían hecho desde hacía más de un siglo; entre ellas, Anfípolis, sobre la costa norte del Egeo, inmediatamente al este de la península Calcídica, y Turios, en Italia, en el sitio donde había estado Síbaris un siglo antes.

Sin embargo, Atenas, y toda Grecia, estaba sentada al borde de un volcán. No sólo las diversas ciudades-Estado guerreaban unas con otras, sino que también dentro de cada ciudad-Estado había una constante lucha entre oligarcas y demócratas. Cuando uno de los partidos ganaba, el otro era exiliado y esperaba en las ciudades vecinas un cambio de la fortuna para retornar.

Este conflicto iba a verse aún dentro del mismo Imperio Ateniense. La isla de Samos y la ciudad de Mileto iniciaron una disputa en 440 a. C. por el dominio de la ciudad de Priene. La disputa fue planteada a Atenas, que se puso de parte de Mileto. Para prevenir problemas con los perdedores descontentos, Atenas, entonces, expulsó a los oligarcas de Samos e instaló a los demócratas.

Samos inmediatamente se rebeló y restauró a sus oligarcas. Los atenienses (al mando personal de Pericles) necesitaron un año para restaurar el orden. Otras revueltas también fueron sofocadas, pero crearon intranquilidad en Atenas.

Toda querella que estallaba en Grecia, por pequeña que fuese, hacía que Esparta se pusiese de una de las partes y Atenas de la contraria. Tarde o temprano, iba a haber una explosión.

La guerra del Peloponeso

Los comienzos de la guerra

La explosión se produjo en la isla de Corcira, donde se libraba una enconada guerra civil entre oligarcas y demócratas. En 435 a. C., los oligarcas llamaron en su ayuda a Corinto, la ciudad madre, que era también una oligarquía. Corinto dio gustosamente su ayuda. Envió una flota que, sin embargo, fue rápidamente derrotada por los demócratas de Corcira.

Corinto, furiosa, preparó una fuerza expedicionaria mucho mayor. Los demócratas de la isla, naturalmente, apelaron a Atenas, la gran defensora de los demócratas de todas partes. Atenas envió diez barcos. No lo hizo solamente por amor a la democracia. Atenas tenía nuevos intereses en Occidente, ahora que había fundado Turios en el sur de Italia, y una Corcira amiga (que estaba en la ruta marina hacia Italia) sería sumamente útil.

En 433 a. C., las flotas de Corcira y Corinto se enfrentaron nuevamente. Esta vez Corinto tenía 150 barcos (el doble de los que había enviado la primera vez) y estaba haciendo retroceder lentamente a los corcirenses cuando los barcos atenienses, que habían estado observando la batalla, irrumpieron del lado de los corcirenses. Esto alteró el equilibrio lo suficiente como para cambiar el curso de la batalla, y cuando otros veinte barcos atenienses aparecieron en el horizonte, los corintios se alejaron, nuevamente derrotados.

Corinto estaba fuera de sí de rabia. Tenía muchas razones de enemistad contra Atenas. Esta era una potencia marítima rival que, en la generación anterior, había reducido a Corinto a un segundo plano, y Corinto recordaba con amargura que había salvado a Atenas cuando Cleómenes I podía haberla arrasado. Atenas había derrotado a Corinto en tierra veinte años antes, al ponerse de parte de Megara, y ahora la había derrotado en el mar al asumir la defensa de Corcira. Era el colmo.

En venganza, Corinto usó su influencia sobre la ciudad de Potidea (que había fundado dos siglos antes), en la Calcídica, y la instigó a rebelarse contra Atenas. Pero los atenienses entraron en acción inmediatamente y, aunque Potidea y otras zonas de la Calcídica mantuvieron la agitación durante un tiempo, Atenas no parecía encontrar allí demasiadas dificultades.

Desesperada, Corinto suplicó insistentemente a Esparta que entrara en acción. Se oponía a esto el inteligente rey de Esparta Arquidamo II, que había subido al poder en los días anteriores al terremoto de cuarenta años antes. Era amigo de Pericles e hizo todo lo que pudo para mantener la paz.

Pero la misma Atenas minó el suelo a Arquidamo. Pericles decidió adoptar una actitud enérgica y mostrar el poder ateniense. Impuso una prohibición comercial contra Megara, miembro particularmente vulnerable de la alianza espartana. Ningún mercader megarense podía comerciar en ningún puerto controlado por Atenas lo cual significaba que no podía comerciar prácticamente en ninguna parte. Ahora que las ciudades‑Estado se dedicaban a la industria y la agricultura especializada, el comercio era esencial. Sólo mediante el comercio podían adquirirse alimentos para la ciudad. Con su comercio estrangulado, Megara pronto iba a pasar hambre.

Por desgracia, esto atemorizó a Esparta equivocadamente. Los obtusos espartanos pudieron comprobar los temibles efectos del poder marítimo y comprendieron que los ejércitos de tierra no brindaban ninguna seguridad mientras Atenas dominase los mares, a menos que fuese aplastada antes de hacerse aún más fuerte. Por ello, en 431 a. C., los éforos hicieron caso omiso de Arquidamo y declararon que Atenas había roto la Tregua de los Treinta Años (que por entonces sólo había durado catorce años). Así comenzó la guerra general entre Atenas y sus aliados contra Esparta y los suyos.

Esta guerra, que iba a dañar irreparablemente a toda Grecia y poner fin a su edad de oro, es conocida sobre todo por la historia escrita por Tucídides. Este fue en la guerra un general ateniense, injustamente exiliado en 423 a. C. Aprovechó el exilio para escribir una historia que, durante más de 2.000 años, ha sido considerada un ejemplo perfecto de imparcialidad. Por todo lo que sabemos ahora, no fue parcial a favor de Atenas porque fuese su ciudad ni en contra de ella porque lo tratase injustamente. Además, era un racionalista total, pues no apeló a los dioses, los presagios ni a razonamiento supersticioso de ningún género (como Heródoto hacía constantemente).

Puesto que la guerra generalmente es considerada desde el lado ateniense, ya que Tucídides estaba más familiarizado con los asuntos internos de Atenas, y puesto que los enemigos de Atenas eran los peloponenses: Esparta y Corinto, la guerra fue llamada la «guerra del Peloponeso».

Pericles había previsto la guerra y ya tenía preparada su estrategia. Comprendió que sería inútil combatir con los espartanos en campo abierto. Esto habría llevado a una derrota segura. En cambio, hizo que todos los atenienses se retirasen a la «isla» formada por los «Largos Muros» alrededor de Atenas y El Píreo. Hiciesen lo que hiciesen los espartanos fuera, los de adentro estaban seguros, al menos en lo que respecta a enemigos humanos.

Los espartanos, conducidos por Arquidamo marcharon sobre el Ática vacía e hicieron todo el daño que pudieron, destruyendo casas y granjas. Los ceñudos atenienses no hicieron nada. No había peligro de pasar hambre mientras la flota ateniense dominase el mar y llevase alimentos. Mientras tanto, esos mismos barcos podían arruinar el comercio de las ciudades enemigas y realizar incursiones por sus costas. Pericles tenía la certeza de que no pasaría mucho tiempo antes de que los espartanos se cansasen de realizar inútiles maniobras entre las granjas arruinadas y se avendrían a hacer la paz en términos razonables.

Durante el primer año, los planes de Pericles dieron resultados satisfactorios. Los barcos atenienses realizaban audaces correrías, mientras que los peloponenses, aparte de arrasar el Ática, no habían conseguido nada.

Al llegar el invierno, los espartanos se vieron obligados a abandonar el Ática, y los atenienses estaban dispuestos a hacer lo mismo el año siguiente y durante tantos años como los espartanos estuviesen con deseos de continuar. Al terminar el primer año se realizó en Atenas un funeral público por los que habían muerto en la guerra, donde Pericles pronunció una oración fúnebre. Tal como lo relata Tucídides, es uno de los grandes discursos de la historia, un himno a la democracia y la libertad.

Pericles elogió la democracia por dar a cada hombre la libertad de conducirse como eligiese, por considerar a los hombres iguales y dar al pobre la oportunidad de gobernar, si se juzgaba que podía ayudar a la ciudad, por abrir la ciudad a los forasteros y no ocultar nada, por creer en las cosas buenas de la vida, las fiestas, la alegría y el refinamiento, por no prepararse constantemente para la guerra, pero ser capaces de combatir con igual bravura cuando estallaba la guerra.

«Considerada en conjunto —decía—, nuestra ciudad es la maestra de Grecia.» Y en verdad no sólo Grecia, sino el mundo entero, ha aprendido desde entonces de la Atenas de la edad dorada.

Pero el discurso de Pericles también marcó el fin de la edad dorada. Estaba por hacer su aparición un enemigo que no era humano, el único que Pericles no había previsto en sus planes.

En 430 a. C., el ejército espartano invadió nuevamente el Ática y una vez más los atenienses se apiñaron dentro de los Largos Muros. Pero esta vez se produjo un desastre: una virulenta peste que se propagó rápidamente y se cobró víctimas de manera casi constante. Los atenienses no sabían cómo combatirla y estaban inermes ante ella. Murió el veinte por ciento de la población, y durante toda la historia antigua, la población de Atenas nunca volvió a alcanzar el número que había tenido poco antes de la peste.

Atenas se hundió en la desesperación y el mismo Pericles fue destituido por votación y juzgado por malversación de fondos públicos. Pero nadie podía sustituir a Pericles y se le restituyó en el cargo. La peste estaba por llegar a su fin, pero aún descargaría un serio golpe. Pericles cogió la enfermedad y murió. (Arquidamo de Esparta no le sobrevivió por mucho tiempo, pues murió en 427 a. C.).

Esfacteria y Anfípolis

Desaparecido Pericles, surgieron dos partidos en Atenas. Uno de ellos era violentamente democrático y predicaba la continuación de la guerra. Su líder era Cleón. Este se había opuesto a Pericles en años recientes, pues creía que su política no era suficientemente enérgica. Los conservadores, que eran partidarios de la paz, estaban conducidos por Nicias.

Cleón obtuvo el triunfo y durante varios años prosiguió la guerra con energía, pero sin la sensata y previsora política de Pericles. (El poeta cómico Aristófanes era del partido de la paz, y escribió una serie de obras en las que se burló implacablemente de Cleón.)

Atenas continuó su política de incursiones navales contra el enemigo. Los éxitos en el mar compensaron el hecho de que Esparta, después de un sitio de dos años, tomó Platea en 427 a. C. y aniquiló a sus habitantes, fíeles aliados de Atenas desde antes de los días de Maratón.

En 425 a. C., el almirante ateniense Demóstenes obtuvo su mayor victoria cuando tomó y fortificó el promontorio de Pilos, donde había existido antaño una ciudad micénica, sobre la costa occidental de Mesenia, en el corazón del territorio espartano.

Esparta no podía dejar de reaccionar ante esto. Envió un contingente a Pilos, que tomó posiciones en Esfacteria, una isla situada frente al puerto y puso sitio a los atenienses. Pero la flota ateniense, que se había ausentado momentáneamente, retornó y asedió a los sitiadores espartanos.

Entre los sitiados había varios cientos de ciudadanos espartanos, y los éforos estaban terriblemente preocupados. El número de ciudadanos espartanos con plenos derechos en las mesas públicas había disminuido constantemente y era en ese momento menor que 5.000. Así, había quedado atrapado en Esfacteria un porcentaje considerable de ciudadanos, y Esparta no podía permitirse perderlos.

Esparta decidió pedir la paz. A cambio de los espartanos asediados, estaba dispuesta a ofrecer términos generosos. De estar vivo Pericles, muy probablemente habría aceptado, pero Cleón no tenía suficientes condiciones de estadista. No pudo resistir la tentación de apretar un poco más. Exigió la devolución de las regiones perdidas veinte años antes: Megara, Acaya, etc. Los espartanos se sintieron insultados y volvieron a Esparta llenos de ira. La guerra continuó.

Casi inmediatamente, se empezó a tener la impresión de que Cleón había exagerado mucho. Sitiar a los espartanos era una cosa: pero capturarlos era otra muy diferente. Esfacteria tenía frondosos bosques y penetrar en ellos tras un espartano era como meter una mano en la jaula de un león. El asedio prosiguió sin resultados, y muchos atenienses llegaron a lamentar que Cleón no hiciese la paz cuando podía haberla concertado.

Cleón pronunció furiosos discursos en los que afírmaba que los generales atenienses de Pilos eran unos cobardes y que si él estuviese allí, sabría cómo actuar.

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