Los griegos (17 page)

Read Los griegos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: Los griegos
2.13Mb size Format: txt, pdf, ePub

Pericles hizo uso del tesoro común de la Confederación de Delos no sólo para fortalecer a Atenas, sino también para embellecerla. Esto parece una incorrecta apropiación de fondos y es difícil de justificar. Sin embargo, algunos han argüido que la Confederación brindaba seguridad contra Persia, de manera que Atenas cumplía su parte del acuerdo. También la nueva belleza de Atenas no sólo fue la gloria de la misma Atenas, sino de toda Grecia, y al hacer a Atenas más gloriosa ante los ojos de los hombres, crecía su reputación, que podía usar para proteger la Confederación.

En particular, Pericles encargó al arquitecto Iotino que coronase la Acrópolis con un templo dedicado a Athene Polias («Atenea de la ciudad»). El escultor fue Fidias. Se llamó al templo el Partenón. Fue comenzado en 447 a. C. y no se lo terminó hasta 432 a. C.

Fidias, nacido por el 500 a. C., es considerado por lo general como el más grande de los escultores griegos, y el Partenón como su obra maestra. Es, quizá, la estructura más perfecta que se haya construido nunca y la más famosa. Está en ruinas desde hace muchos años, pero el rectángulo de pilares del orden dórico que se eleva en la Acrópolis aún simboliza todo lo que hubo de glorioso y bello en la antigua Grecia.

En 436 a. C., Fidias hizo para el Partenón una gran estatua de madera de Atenea, cubierta de marfil como piel y de oro para los vestidos. Fidias también esculpió la estatua de Zeus de Olimpia, donde se erguía sobre el estadio en el que se realizaban los juegos Olímpicos, y esa estatua fue incluida, por los griegos de épocas posteriores, en la lista de las Siete Maravillas del Mundo.

Como tantos de los grandes hombres de la Grecia antigua, Fidias tuvo un final desdichado. Los aristócratas de Atenas, eternos enemigos de Pericles pero que nunca lograron desalojarlo del afecto del pueblo ateniense, atacaron a cuantos amigos de Pericles podían. En dos ocasiones acusaron a Fidias de realizar un acto delictivo, al apropiarse indebidamente de algunos de los fondos que se le confiaron, y de sacrilegio, porque entre las figuras que esculpió sobre el escudo de Atenea incluyó (decían) retratos de sí mismo y de Pericles. Fidias murió en la prisión mientras se llevaba a efecto el segundo juicio.

El siglo posterior a la guerra con Persia fue la época en que vivieron tres grandes autores trágicos, tal vez las más importantes figuras literarias que existieron entre la época de Homero y la de Shakespeare.

El primero fue Esquilo. Nacido en 525 a. C., combatió en Maratón y estuvo presente también en las batallas de Salamina y Platea. Hizo avanzar el arte del drama más allá de los pasos iniciales dados por Tespis. Esquilo redujo el coro de cincuenta a quince miembros e introdujo un segundo actor. Esto hizo por primera vez posible el diálogo. También fue el primero en usar vestimentas, coturnos, máscaras y otros recursos para hacer más visibles al público a los actores y su mensaje.

Entre 499 a. C. y 458 a. C., Esquilo escribió más de noventa obras de teatro. En las competiciones anuales que se realizaban en Atenas durante las fiestas en honor de Dioniso, ganó el primer premio trece veces. Sin embargo, hoy sólo sobreviven siete de sus obras.

Visitó Sicilia varias veces, y allí terminaron sus días, pues murió en Gela, ciudad de la costa meridional de Sicilia, en 456 a. C., poco después de que Pericles ascendiese al poder. Según una leyenda, fue muerto por un águila que trataba de romper el caparazón de una tortuga que había atrapado; dejó caer la tortuga sobre la cabeza calva de Esquilo, pensando que era una roca. Se trata de una famosa historia, pero sin duda no es más que pura ficción.

Sófocles, el segundo de los tres grandes dramaturgos, nació en 495 a. C. y vivió hasta los noventa años. Agregó un tercer actor a la tragedia y, en 468 a. C., logró derrotar a Esquilo y ganar la competición dramática anual. Ganó otras dieciocho o veinte veces en total. Escribió más de cien obras, pero sólo subsisten siete. Permaneció activo hasta el fin de su vida, pues al acercarse a los noventa años, su hijo trató de que los tribunales lo declarasen incompetente para manejar sus propios asuntos. En su defensa, Sófocles leyó, en audiencia pública, pasajes de Edipo en Colona, la obra en la que se hallaba trabajando en ese momento. Ganó fácilmente el juicio.

El tercero de los grandes trágicos fue Eurípides, nacido por el 384 a. C. Fue el más humano de los tres. Mientras los personajes de Esquilo y Sófocles hablaban de manera solemne y elevada, y sólo manifestaban las más nobles pasiones y motivos, Eurípides llevó el teatro al pueblo. Se interesó por todos los aspectos de la psicología humana; sus personajes tenían debilidades humanas y hablaban en un lenguaje cotidiano.

Esto le hizo impopular entre los críticos principales, por lo que sólo ganó la competición dramática anual cuatro veces (más una quinta después de su muerte). Se supone que la falta de aprecio que experimentó en vida le amargó. Se aficionó a vivir en el aislamiento y a huir de la sociedad, y se cree que era un misógino. A edad ya avanzada, dejó Atenas para responder a una invitación de Macedonia y murió en el exterior.

Pero su popularidad aumentó después de su muerte. De las noventa y dos obras que escribió, dieciocho han llegado completas basta nosotros. Una de ellas, Medea, fue representada en Broadway en años recientes y luego apareció en la televisión. Fue un gran éxito, pues el genio no envejece.

Hubo un cuarto dramaturgo que no fue un trágico, sino el mayor autor cómico de la edad dorada: Aristófanes, nacido alrededor del 448 a. C. Sus comedias, aunque llenas de bufonadas, no eran obras meramente hilarantes. Esgrimió su mordaz ingenio y acre sátira contra las debilidades de la época y contra los individuos a los que desaprobaba, por ejemplo, Eurípides.

Provenía de una familia terrateniente y sus inclinaciones eran conservadoras. No ahorró ningún esfuerzo para burlarse de los demócratas. Pudo hacerlo porque la misma democracia a la que atacaba era tan total que podía decir lo que quisiese, incluso observaciones que hoy serían excluidas hasta de nuestros escenarios, por ser demasiado groseras para ser toleradas. De sus cuarenta a cincuenta comedias, aún sobreviven once.

La ciencia jónica estaba agonizante por aquellos días, pero unos pocos chispazos finales aún brillaron en el cielo griego, tanto dentro como fuera de Atenas.

Anaxágoras nació por el 500 a. C. en Clazómenes, una de las doce ciudades jónicas. Hacia la mitad de su vida, emigró a Atenas, llevando consigo las tradiciones científicas de Jonia. Fue gran amigo de hombres como Pericles y Eurípides.

Anaxágoras creía que los cuerpos celestes no eran más divinos que la Tierra, que estaban formados por los mismos materiales y obedecían a las mismas causas. Las estrellas y los planetas, decía, eran rocas en llamas, y el Sol, en particular, según creía, era una roca caliente al rojo blanco más o menos del tamaño del Peloponeso.

Anaxágoras enseñó en Atenas durante treinta años, pero no pudo terminar sus días en paz. Como era amigo de Pericles, constituía un blanco adecuado para los enemigos conservadores del líder ateniense. Fue fácil demostrar que las opiniones de Anaxágoras estaban en contra de la religión olímpica. (Si el Sol era una roca llameante, ¿qué pasaba con Helios, el dios del Sol?)

Pericles logró, con dificultad, que Anaxágoras fuese absuelto, pero el filósofo ya no se sintió seguro en Atenas. En 434 a. C., se retiró a Lampsaco, en el Helesponto, y allí murió en 428 a. C.

El último destello de la ciencia jónica provino de Leucipo de Mileto, quien vivió por el 450 a. C. y de quien se supone que fue el primero en afirmar que la materia no está compuesta de substancias que pueden ser divididas y subdivididas infinitamente, sino de diminutas partículas que no pueden ser divididas en componentes más simples.

Esa opinión fue defendida por uno de sus discípulos, Demócrito, nacido en la ciudad de Abdera alrededor del 470 a. C. Abdera había sido fundada setenta años antes por refugiados jonios que huían de Ciro, de Persia, de manera que Demócrito puede ser considerado un jonio.

Llamó «átomos» a las partículas últimas de Leucipo. Sus ideas sobre los átomos eran bastante similares, en muchos respectos, a las creencias modernas sobre el tema, pero no obtuvieron general aceptación entre los filósofos griegos.

La isla de Cos, situada frente a la costa de Asia Menor, cerca de la ciudad de Halicarnaso, era dórica y, por ende, no puede ser considerada como parte de Jonia. Sin embargo, algo del espíritu jónico llegó a ella. Por el 460 a. C. nació en ella Hipócrates; fundó la primera teoría racional de la medicina, no basada en dioses y demonios. Por esta razón se lo llama a menudo el «padre de la medicina».

Se le han atribuido numerosos escritos (llamados la «colección hipocrática»), pero es más que dudoso que muchos sean suyos. Más bien son las obras recopiladas de varias generaciones de miembros de su escuela, y los médicos posteriores las atribuyeron a él para que se les prestara más atención.

La ética hipocrática se refleja en el «juramento hipocrático», establecido por miembros posteriores de la escuela y que todavía lo prestan hoy los estudiantes de medicina al terminar sus estudios.

Un nuevo tipo de hombres sabios surgió en Atenas durante la época de Pericles, hombres que pretendían enseñar las cualidades más adecuadas a la vida pública. Eran los «sofistas», nombre proveniente de una palabra griega que significa «enseñar».

Una función importante de todo hombre que actuase en la vida pública por aquellos días era la de presentar argumentos en pro o en contra de alguna ley propuesta o de alguna persona sometida a juicio. Muchos sofistas sostenían abiertamente que podían (por una remuneración) enseñar a la gente a argüir en defensa de cualquier opinión sobre cualquier tema y hacer que la parte más débil apareciese mejorada mediante una hábil argumentación. Esto era exactamente lo opuesto de la dialéctica creada por Zenón, y no es precisamente un modo honorable de utilizar el propio saber.

El más grande y popular de los sofistas fue Protágoras, quien, como Demócrito, había nacido en Abdera. Fue el primero en analizar cuidadosamente la lengua griega y en elaborar las reglas de la gramática. Como fue amigo de Pericles, se atrajo la enemistad de los conservadores. En 411 a.C., mucho después de la muerte de Pericles y cuando tenía alrededor de setenta años de edad, Protágoras fue acusado de ateísmo, por poner en duda públicamente la existencia de los dioses. Fue desterrado de Atenas y, mientras se hallaba en camino a Sicilia, se perdió en el mar.

Las dificultades de Atenas

Mientras a Esparta le perjudicaba a veces su tendencia a no hacer nada cuando era menester hacer algo, Atenas se creaba dificultades por tratar de hacerlo todo al mismo tiempo.

En los primeros años del gobierno de Pericles, Atenas parecía impulsada por los demonios, al atacar en todas partes. Aplastó a Egina, tomó parte en una querella entre Corinto y Megara en 458 a. C., derrotó a Corinto (convirtiéndola, así, en su mortal enemiga) y tomó a Megara bajo su protección. Se alió con Argos, como gesto abierto de enemistad hacia Esparta y, por añadidura, construyó febrilmente los Largos Muros.

Esparta tuvo que soportarlo todo porque la mantenía ocupada la revuelta de los ilotas. Pero en 457 a. C., superadas las peores consecuencias de ésta, Esparta se recuperó y pudo una vez más afirmar su acostumbrada supremacía. Atenas decidió que no estaba en condiciones de luchar con Esparta en tierra y llamó a Cimón (viejo amigo de Esparta) con la esperanza de que pudiese concertar una tregua.

La tregua era tanto más importante cuanto que Atenas recibió un golpe aún más duro allende los mares. En 460 a. C. se lanzó a una aventura aún más loca que la de correr en ayuda de Jonia una generación antes.

Esta segunda aventura comenzó con la muerte de Jerjes, quien fue asesinado en 464 a. C. En la confusión que siguió a su muerte, pasó algún tiempo antes de que el hijo de Jerjes, Artajerjes I, se afirmase en el trono.

Durante ese período de intranquilidad, Egipto se rebeló una vez más, como lo había hecho después de la muerte de Darío. Egipto llamó en su ayuda a Atenas, como había hecho Jonia, y nuevamente Atenas respondió al llamado. Pero en 460 a. C. Atenas era una ciudad mucho más poderosa que en 500 a. C. y, por consiguiente, envió una flota mucho mayor. En vez de una flota de veinte barcos, envió doscientos, según algunos relatos (posiblemente exagerados).

Como en la ocasión anterior los atenienses habían empezado apoderándose de Sardes, en ésta comenzaron por tomar la ciudad egipcia de Memfis. Pero los persas resistieron vigorosamente, y los atenienses, en una tierra extraña y distante, rodeados por una población bárbara y no por su propio pueblo, retrocedieron. Su situación empeoró poco a poco y en 454 a. C. se perdió todo el ejército ateniense, junto con los refuerzos que habían sido enviados de tanto en tanto.

La derrota fue desastrosa. Atenas perdió más hombres y barcos de los que podía permitirse perder, considerando su intento de combatir en todas partes al mismo tiempo. Además, quedó seriamente afectada la confianza de Atenas en sí misma. Al parecer, no sólo Esparta y Persia podían sufrir desastres, sino también Atenas.

Tan grande fue la conmoción de Atenas por la derrota en Egipto que ya no confió a la isla de Delos el tesoro de la Confederación. Trasladó el dinero a la misma Atenas, con lo cual proclamó su dominación abierta sobre las ciudades de la Confederación. De hecho, a partir de este momento podemos hablar de un «Imperio Ateniense».

El Imperio Ateniense tenía un aspecto muy satisfactorio en el mapa. Beocia y Megara se hallaban bajo el control de Atenas; Fócída y Argos eran aliadas de ella. Hasta algunas ciudades de Acaya, en el Peloponeso, se habían aliado con ella. Esto, junto con su control de Naupacta, sobre la costa septentrional del golfo de Corinto, hacía del golfo casi un lago ateniense, como lo era el mar Egeo.

Pero en el ínterin, las fuerzas persas, después de pacificar Egipto, se desplazaron a la isla de Chipre, que también se había rebelado. Nuevamente se envió una flota ateniense a ayudar a los rebeldes contra Persia, esta vez bajo el mando de Cimón. Los persas fueron derrotados, pero Cimón murió en medio de la campaña y los atenienses hicieron la paz.

Establecida la paz en todas partes, el Imperio Ateniense se hallaba en la cúspide de su poder, pero los problemas se presentaron casi enseguida. En cierto modo, fue nuevamente culpa de Atenas. Era una potencia marítima y sus intentos de establecer también su dominación en tierra sólo sirvieron para debilitarla.

Other books

The Secret of Skull Mountain by Franklin W. Dixon
The Tying of Threads by Joy Dettman
Blooms of Darkness by Aharon Appelfeld, Jeffrey M. Green
Beneath Us the Stars by David Wiltshire
Charmed by Koko Brown
The Pendulum by Tarah Scott
Brothers and Bones by Hankins, James
The Cornish Guest House by Emma Burstall
Don't Let Go by Marliss Melton