Los griegos (25 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: Los griegos
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Su muerte sumió a Tesalia en la confusión. El gobierno de Feres pasó al sobrino de Jasón, Alejandro. Pero éste era un hombre cruel, sin el encanto del malogrado Jasón. No pudo obtener la sumisión de las tribus tesalias, como había conseguido Jasón. Para empeorar las cosas, Macedonia, situada al norte de Tesalia, aprovechó la oportunidad para intervenir.

Macedonia gozaba de una creciente prosperidad. Su capital, Pela, a unos treinta kilómetros tierra adentro del extremo noroccidental del mar Egeo, fue refugio de una cantidad de exiliados griegos por razones políticas. El autor ateniense Eurípides pasó los últimos años de su vida en la corte macedónica.

El asesinato de Jasón abrió el camino a Macedonia, y cuando, en 369 a. C., subió al trono Alejandro II, éste siguió una política vigorosa y trató, a su vez, de imponer su influencia sobre Tesalia.

Durante un breve tiempo, los dos Alejandros, el de Macedonia y el de Feres, entraron en lucha. Luego, las ciudades tesalias, que deseaban liberarse de ambos pidieron ayuda a Tebas, que gracias a Leuctra era entonces lo potencia dominante en Grecia.

En respuesta, Tebas envió una expedición hacia el Norte al mando de Pelópidas, quien habia iniciado los días de la grandeza tebana con su conspiración contra los amos espartanos. Pelópidas firmó un tratado con Alejandro II, pero pronto éste quedó anulado por el asesinato del rey macedonio en 368 a. C. a manos de uno de sus nobles. El asesino pronto asumió el papel de regente del hijo mayor de Alejandro, Pérdicas III.

Pelópidas tuvo que volver a Tebas. Para asegurarse de que Macedonia no crearía problemas, cualesquiera que fuesen los desórdenes en los que se viese involucrada, se llevó consigo a varios rehenes elegidos entre la nobleza macedónica. Uno de ellos era el hermano menor del nuevo rey, Filipo, de trece años de edad.

Pelópidas no tuvo mucha suerte en su tarea de castigar a Alejandro, de Feres. En una segunda expedición fue capturado y mantenido prisionero durante varios meses, antes de que una fuerza expedicionaria tebana conducida por Epaminondas obligase a Alejandro a liberarlo.

En 364 a. C. Pelópidas encabezó una tercera expedición a Tesalia y enfrentó al ejército de Alejandro en Cinoscéfalos, no lejos de Feres, al Norte. Los tebanos obtuvieron la victoria, pero Pelópidas murió. Los furiosos tebanos descargaron toda su fuerza sobre Alejandro, que fue obligado a hacer la paz y a quedar confinado a la ciudad de Feres. Se dedicó a la piratería para vivir y finalmente, en 357 a. C., fue asesinado. La amenaza tesalia sobre Grecia desapareció para siempre.

La hora de Caria

Pero otra amenaza surgió en el Este. No era Persia, pues este gigante, aunque aún existía, estaba demasiado agotado para buscarse complicaciones. En cambio, provenía de esa parte del interior de Asia Menor llamada Caria. Las tribus carias habían dominado la costa jónica antes de los asentamientos griegos que siguieron a las invasiones dorias. Posteriormente, estuvieron primero bajo la dominación de Lidia y luego de Persia, sin figurar separadamente en la historia.

Al menos, no hasta el período posterior a la caída de Esparta. Entonces, debilitado el poder persa, los carios conocieron un momento de poder. Tenían sus propios jefes, quienes nominalmente eran sátrapas persas, pero de hecho eran independientes.

El más capaz y poderoso de ellos era Mausolo, que llegó al poder en 377 a. C. Extendió su dominio sobre toda la región sudoccídental de Asia Menor y trasladó su capital desde una ciudad caria insular hasta la ciudad griega costera de Halicarnaso (patria del historiador Heródoto). Poco a poco, comenzó a construir una flota y a tratar de dominar el Egeo desde su nueva base costera.

El enemigo griego con el que se enfrentó fue Atenas. Esparta estaba fuera de combate, y, después de la muerte de Epaminondas, Tebas se replegó en sí misma y no deseaba verse envuelta en aventuras distantes. Sólo quedaba Atenas y su flota. Nuevamente, dominaba el mar Egeo, ganaba victorias en el Norte y se aseguraba su cordón umbilical.

Pero en 357 a. C., Mausolo inició su avance. Intrigó en las islas mayores del Egeo y las persuadió a que se rebelasen contra sus dominadores atenienses. Atenas envió una flota para someterlas, pero fue derrotada, y los almirantes atenienses cayeron en desgracia y fueron destituidos. Sin embargo el general ateniense Cares desembarcó en Asia Menor, en 355 a. C., y combatió con éxito contra ejércitos persas, Se demostró una vez más la debilidad de Persia y la facilidad con que sus ejércitos podían ser derrotados.

Pese a las victorias de Cares, Atenas decidió no intentar grandes aventuras. El desastre en Siracusa la había curado para siempre de tales tentaciones. Selló la paz con Mausolo, y manifestó que si las grandes islas del Egeo querían ser independientes, pues que lo fueran. Atenas las abandonó. No tenía ya ambiciones imperiales y le bastaba con tener asegurado su cordón umbilical.

Mausolo siguió avanzando, por supuestos, y en 363 antes de Cristo, se anexó la gran isla de Rodas, a unos 80 kilómetros al sudoeste de Halicarnaso. Pero en el momento en que parecía estar a punto de iniciar grandes hazañas, murió y, como en el caso de Jasón, de Feres, el poder amenazante se esfumó.

La viuda de Mausolo, Artermisia, estaba inconsolable por su muerte. Decidió elevarle un monumento y construyó una gran tumba sobre el puerto de Halicarnaso. No sólo contenía el cuerpo del rey muerto, sino también gigantescas estatuas de él y de ella, con un carro tallado en lo alto de la tumba y frisos esculpidos en todo su alrededor.

Un signo del declinar de la cultura en la edad de plata es que el gusto de los griegos comenzase a preferir lo complicado y ostentoso. La sencilla columna dórica había perdido su popularidad, y en alguna parte, por el 430 antes de Cristo, el arquitecto Calímaco había inventado la columna corintia, mucho más ornamentada.

Al glorioso Partenón le sucedió la tumba de Mausolo (o «Mausoleo», palabra que todavía se usa hoy para designar una gran tumba), que probablemente estaba demasiado decorada para ser realmente hermosa. Sin embargo, cuando los griegos hicieron la lista de las Siete Maravillas del Mundo, incluyeron el Mausoleo, pero no el Partenón.

Otra fastuosa «Maravilla» de la época estaba en Efeso. La diosa patrona de la ciudad era Artemisa, y en su honor se construyó un complicado templo (el «Artemision» o, en su forma latina, «Artemísium»). Había sido comenzado en la época de Creso y fue terminado alrededor de 420 a. C. Era suficientemente impresionante como para ser una de las Siete Maravillas del Mundo.

En octubre del 356 a. C., el Artemision fue destruido por el fuego; resultó ser un caso de incendio deliberado. Cuando se atrapó al culpable, se le preguntó por qué había hecho tal cosa. Respondió que lo había hecho para que su nombre perdurase en la historia. Para frustrar su deseo, fue ejecutado y se ordenó que su nombre fuese borrado de todos los testimonios y nunca fuese pronunciado. Pero a fin de cuentas el hombre logró su deseo, pues su nombre ha sobrevivido de algún modo y se lo conoce: es Eróstrato, y siempre será recordado como el hombre que incendió deliberadamente una de las Siete Maravillas del Mundo.

Macedonia

El advenímíento de Filipo

La muerte de hombres sedientos de poder no salvó a las ciudades-Estado griegas. Tan pronto como desaparecía un peligro, aparecía otro. El problema real era que la ciudad-Estado estaba acabada. La cuestión no era si Grecia caería o no bajo la dominación de un reino de nuevo tipo. ¡Esto era seguro! La cuestión era: ¿de cuál?

En 365 a. C. nadie habría considerado Macedonia un peligro. Recientemente había sido dominada por Tesalia, bajo Jasón, de Feres, y más recientemente había pasado por la conmoción del asesinato de su rey, Alejandro II. El joven rey Pérdicas III, hijo de Alejandro, estaba bajo la tutela del asesino, que actuaba como regente.

Además, Macedonia estaba rodeada de tribus semicivilizadas que representaban un peligro constante. Mientras tuviese que enfrentarse con estas tribus, tenía escasas oportunidades de actuar con energía en Grecia. De hecho, lejos de ser peligrosa para Grecia, actuaba como un conveniente amortiguador entre la civilización griega y los bárbaros del Norte.

Pero en 365 a. C. las cosas empezaron a cambiar. El joven rey esperó atentamente el momento oportuno, hizo asesinar a su vez al regente y asumió solo el gobierno de Macedonia. Al año siguiente, su hermano menor, Filipo, regresó a Macedonia.

Filipo había sido llevado a Tebas como rehén en 367 a. C. Durante los tres años que pasó allí aprendió a conocer a Epaminondas, Filipo era un joven sumamente brillante y observó bien la falange tebana y la manera cómo Epaminondas hacía maniobrar a sus ejércitos, Filipo no olvidó nada de lo que aprendió.

Su conocimiento y su capacidad iban a ser muy necesarios, pues Macedonia estaba en dificultades. Sus perturbaciones internas eran una invitación permanente para las tribus circundantes. Pérdicas fue muerto en una escaramuza limítrofe, en 359 a. C. El reino se encontró en la desesperada situación de estar amenazado de invasión por todos lados y con sólo un niño como rey, Amintas III, hijo de Pérdicas.

Evidentemente, alguien tenía que actuar en lugar del joven rey y su tío Filipo (que sólo tenía veintiún años) se hizo cargo de la regencia. Filipo ya se había asegurado la amistad del vecino Epiro, en el Oeste (que había estado bajo la dominación de Dionisio I de Siracusa, pero estaba ahora bajo el gobierno de príncipes nativos, nuevamente), casándose con Olimpia, sobrina del rey de Epiro, en 359 a. C.

Con increíble energía, Filipo comenzó a atacar en todas direcciones y en 358 a. C. había puesto fin a las incursiones fronterizas. Se lanzó primero contra los peonios (del Norte) y luego contra los ilirios (del Noroeste) y los expulsó de Macedonia. (En una campaña posterior aplastó a unos y otros nuevamente y puso fin al peligro que representaban mientras él vivió.)

Hecho esto, y asegurado el Epiro, Filipo tuvo bajo su dominio toda la región situada al norte de Grecia, desde Tracia, al Este, hasta el Adriático, al Oeste.

Pudo entonces dirigir su atención al Egeo y pronto adquirió valiosos territorios al sudeste, en la Calcídica. La ciudad más fuerte de la península era Olinto, que formó una confederación de ciudades calcídicas que estorbaba las ambiciones de Filipo.

En un principio, ni los atenienses ni los olintios consíderaban como una amenaza a Filipo. Los macedonios nunca habían sido más que unos pesados y cada parte se sentía totalmente segura al usar a Filipo como una especie de arma contra la otra parte.

Para Filipo fue muy fácil aprovechar la codicia de cada parte y engañar a ambas. Mantuvo a los atenienses quietos prometiéndoles devolverles el territorio de Olinto, y calmó a los olintios prometiéndoles la entrega de Potidea, ciudad vecina y, desde hacía largo tiempo, rival.

Luego, por supuesto, todo lo que tomó lo conservó para sí, y respondió a todas las protestas de engaño y fraude con suave calma. En particular, tomó la ciudad de Anfípolis en 358 a. C.

Pocos meses más tarde amplió y reforzó una ciudad situada a unos cien kilómetros de Anfípolis y la rebautizó con el nombre de Filipos, derivada del suyo propio. Cerca de ella había valiosas minas de oro; ellas rindieron grandes sumas de dinero, con el que Filipo pudo comprar útiles aliados entre los griegos.

En esos primeros años, Filipo también se dedicó a reorganizar sus tropas. Ya tenía caballería, parte tradicional del ejército macedónico, pero lo que necesitaba era infantes bien entrenados. Adoptó las ideas de Ifícrates y creó contingentes de peltastas y honderos ligeramente armados.

Medida más importante aún fue la de adoptar la falalange tebana, en la que introdujo fundamentales mejoras. Quería que la falange fuese algo más que un simple leño capaz de moverse solamente en la dirección en que apuntaba. Por ello, la hizo menos densa y con menos filas, dándole capacidad de maniobra en uno u otro sentido. Los hombres de las filas de retaguardia hacían reposar sus lanzas enormemente largas sobre los hombros de los soldados que estaban frente a ellos, de modo que la «falange macedónica» se asemejaba a un puerco espín. Desplazando las lanzas y girando, el puerco espín podía enfrentar al enemigo en cualquier dirección.

En 356 a. C., Olimpia dio a luz un niño que fue llamado Alejandro y de quien hablaremos mucho, más adelante. Según una tradición, nació el mismo día en que Eróstrato incendió el Artemision de Éfeso, pero esto probablemente sea una invención posterior.

Filipo ya había demostrado su capacidad, para satisfacción de su nación. Tenía grandes ambiciones a las que no iba a renunciar por la mayoría de edad de Amintas, sobre todo ahora que tenía un hijo. Por ello, en 356 a. C., Filipo hizo deponer a Amintas y ocupó el trono con el nombre de Filipo II.

Los oradores de Atenas

En el siglo que siguió a la guerra del Peloponeso, surgió en Atenas un nuevo grupo importante de individuos, los «oradores». Expandieron su influencia sobre Grecia por la fuerza de las ideas que presentaban, persuasiva y lógicamente, en sus oraciones. (Esto indica, en cierto modo, que Atenas estaba pasando de los hechos a las palabras, de la acción al discurso.)

Uno de los más famosos fue Isócrates, nacido en 436 a. C. No tenía la voz necesaria para pronunciar sus discursos con eficacia, pero escribió mucho y fue un buen maestro. Casi todos los oradores del período fueron sus discípulos.

Isócrates era un griego (quizá el único) que había aprendido la lección de los tiempos: que la ciudad-Estado estaba acabada. Ya en 380 a. C. empezó a predicar insistentemente un tema: que los griegos debían dejar de luchar entre ellos. Debían unirse en una liga «pan-helénica» (de toda Grecia). Si necesitaban algún enemigo común que los mantuviese unidos, allí estaba siempre el viejo enemigo, Persia. Isócrates buscó algún líder que pudiera conducir a las fuerzas griegas unidas y por un momento fijó sus esperanzas en Dionisio I de Siracusa.

Pero en definitiva, Isócrates no halló a nadie que le escuchase (y vivió casi un siglo). Grecia había decidido suicidarse.

Pero el más grande de todos los oradores atenienses, y el que salió a la palestra como el gran adversario de Filipo, fue Demóstenes. (Es menester no confundirlo con el general ateniense del mismo nombre, el que, durante la guerra del Peloponeso, capturó Pilos y murió en Siracusa.)

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